Pararse a contemplar
Sentado ante la pantalla, junto con mi amigo budista, abro internet y vemos juntos varios blogs de noticiario religioso, hago click en el traductor de Google a la vez que le ayudo con la versión japonesa... Al cabo de un rato, se aparta de la pantalla y se frota los ojos con sensación de cansancio... “¿Aburrido o fatigado?”, le pregunto. “No, solamente desilusionado”, me responde. “¿Por qué?” “Demasiado cotilleo y mucho morbo, pero poca religiosidad, adónde fue la espiritualidad?”...
Pienso que tiene razón y opto por saborear en Adviento un clásico espiritual, el maestro Chih-i, autor de Pararse a contemplar (Shô-shikan, trad. cast.en ed. Sígueme) escribe así:
"Si el ejercitante se percata de lo insustancial de la propia mente, ya no osará atribuir sustancialidad a todo lo demás. Si todo es insustancial, todo es engaño. Si en todo hay engaño, todo es vacuidad e insustancialidad y a nada merece la pena apegarse. Si no nos apegamos a nada, se acaban los pensamientos desordenados. Y, al cesar estos, el corazón queda en calma, la mente cobra transparencia y desaparecen los deseos y apegos desorientados. Al despejarse así el corazón,se alcanza el estado de ánimo que trasciende todo conflicto u oposición dual y se deja ver el auténtico rostro del mundo.
Si lográsemos entrever esta auténtica manera de ser del mundo aparencial, se disiparían todos los apegos desordenados. Si se extinguiesen así las obsesiones de la mente, sería fácil renunciar a comportamientos que llevan a descarriarse. Y, al no extraviarnos más, habríamos alcanzado el nirvana.
Pienso que tiene razón y opto por saborear en Adviento un clásico espiritual, el maestro Chih-i, autor de Pararse a contemplar (Shô-shikan, trad. cast.en ed. Sígueme) escribe así:
"Si el ejercitante se percata de lo insustancial de la propia mente, ya no osará atribuir sustancialidad a todo lo demás. Si todo es insustancial, todo es engaño. Si en todo hay engaño, todo es vacuidad e insustancialidad y a nada merece la pena apegarse. Si no nos apegamos a nada, se acaban los pensamientos desordenados. Y, al cesar estos, el corazón queda en calma, la mente cobra transparencia y desaparecen los deseos y apegos desorientados. Al despejarse así el corazón,se alcanza el estado de ánimo que trasciende todo conflicto u oposición dual y se deja ver el auténtico rostro del mundo.
Si lográsemos entrever esta auténtica manera de ser del mundo aparencial, se disiparían todos los apegos desordenados. Si se extinguiesen así las obsesiones de la mente, sería fácil renunciar a comportamientos que llevan a descarriarse. Y, al no extraviarnos más, habríamos alcanzado el nirvana.