Riñeron al arzobispo por no usar latín
Ocurrió hace casi un siglo, pero desempolvar memoria histórica ayuda a consolarse con buen humor cuando soplan vientos de involución en las alturas eclesiásticas. A Roncalli (luego Juan XXIII) le reprocharon por apearse a la lengua vernácula.
Era delegado apostólico, sin rango diplomático, en la Turquía de Atatürk y se esforzaba en mejorar las relaciones con las autoridades del islam laicizado. La ley de 13 de junio de 1935 prohibía los atuendos religiosos en público. La modernidad, que había destocado del fez a los musulmanes, suprimía la sotana de los clérigos. “¿Qué más da, escribía Roncalli, que llevemos sotana o pantalones, con tal de que proclamemos la palabra de Dios”. Las biografías de Juan XXIII reproducirían años más tarde su oronda figura de chaqueta y bombín.
Roncalli quiso, con pequeñas modificaciones en la liturgia, acercarse a la cultura local. El cambio era diminuto: simplemente pasar del latín al turco en algunos momentos. Por ejemplo las alabanzas del “Bendito sea Dios, bendito sea su santo nombre...” después de la bendición con el Santísimo.
Bastó para que los integristas se escandalizasen; lo denunciaron a Roma. Entonces no había blogs para condenar con insultos por internet, pero la vieja tradición inquisitorial de enviar cartitas de denuncia a Roma estaba arraigada en los portavoces de la ortodoxia. Siempre los ha habido y...ya se sabe, de Roma viene lo que a Roma va (y si no, que se lo pregunten a mis hermanos de Entrevías).
A partir del 12 de enero de 1936, se recitó el “Bendito sea Dios en turco en la catedral de Estambul”. Roncalli escribió así en su Diario: “Cuando se recitó el Tanre Mubarek Olsun (Bendito sea Dios), mucha gente se marchó de la iglesia disgustada... Pero yo estoy contento. El domingo se leyó el evangelio en turco delante del embajador francés.. Hoy, las letanías en turco delante del embajador italiano. La Iglesia católica respeta a todos. El Delegado Apostólico es un obispo para todos y trata de ser fiel al Evangelio, que no admite monopolios nacionales, no está fosilizado y mira al futuro”
Este “pecadillo” le costó reprimenda de Roma. En octubre de ese año, en sus Ejercicios, escribía: “Me hiere muchísimo la diferencia entre las maneras de ver las situaciones de cerca y ciertas maneras de juzgar las mismas cosas en Roma desde lejos. Ésta es para mí una verdadera cruz” (P.Hebblethwaite, Juan XXIII. El Papa del Concilio, Madrid: PPC, 2000, p.205).
Así era en el 36 quien se convirtió tres décadas después en el Papa del Concilio, Juan XXIII, el Bueno. Sirva esta pieza de memoria histórica para animar a quienes sufran tentaciones de desaliento ante ciertos fruncimientos de ceño cardenalicios que anatematizan en la actualidad.
Era delegado apostólico, sin rango diplomático, en la Turquía de Atatürk y se esforzaba en mejorar las relaciones con las autoridades del islam laicizado. La ley de 13 de junio de 1935 prohibía los atuendos religiosos en público. La modernidad, que había destocado del fez a los musulmanes, suprimía la sotana de los clérigos. “¿Qué más da, escribía Roncalli, que llevemos sotana o pantalones, con tal de que proclamemos la palabra de Dios”. Las biografías de Juan XXIII reproducirían años más tarde su oronda figura de chaqueta y bombín.
Roncalli quiso, con pequeñas modificaciones en la liturgia, acercarse a la cultura local. El cambio era diminuto: simplemente pasar del latín al turco en algunos momentos. Por ejemplo las alabanzas del “Bendito sea Dios, bendito sea su santo nombre...” después de la bendición con el Santísimo.
Bastó para que los integristas se escandalizasen; lo denunciaron a Roma. Entonces no había blogs para condenar con insultos por internet, pero la vieja tradición inquisitorial de enviar cartitas de denuncia a Roma estaba arraigada en los portavoces de la ortodoxia. Siempre los ha habido y...ya se sabe, de Roma viene lo que a Roma va (y si no, que se lo pregunten a mis hermanos de Entrevías).
A partir del 12 de enero de 1936, se recitó el “Bendito sea Dios en turco en la catedral de Estambul”. Roncalli escribió así en su Diario: “Cuando se recitó el Tanre Mubarek Olsun (Bendito sea Dios), mucha gente se marchó de la iglesia disgustada... Pero yo estoy contento. El domingo se leyó el evangelio en turco delante del embajador francés.. Hoy, las letanías en turco delante del embajador italiano. La Iglesia católica respeta a todos. El Delegado Apostólico es un obispo para todos y trata de ser fiel al Evangelio, que no admite monopolios nacionales, no está fosilizado y mira al futuro”
Este “pecadillo” le costó reprimenda de Roma. En octubre de ese año, en sus Ejercicios, escribía: “Me hiere muchísimo la diferencia entre las maneras de ver las situaciones de cerca y ciertas maneras de juzgar las mismas cosas en Roma desde lejos. Ésta es para mí una verdadera cruz” (P.Hebblethwaite, Juan XXIII. El Papa del Concilio, Madrid: PPC, 2000, p.205).
Así era en el 36 quien se convirtió tres décadas después en el Papa del Concilio, Juan XXIII, el Bueno. Sirva esta pieza de memoria histórica para animar a quienes sufran tentaciones de desaliento ante ciertos fruncimientos de ceño cardenalicios que anatematizan en la actualidad.