Unidas en la fe, divididas por los dogmas
Es fácil orar juntas las iglesias hermanas desunidas. Es fácil también arrimar el hombro juntas en una misma tarea de praxis de solidaridad, compasión y liberación. Es difícil superar los conflictos a nivel institucional: las instancias administradoras no ceden poder y las instancias doctrinales no asumen la relativización y reinterpretación de los dogmas.
Unidas por la fe, las iglesias hermanas siguen separadas por dogmatismos y autoritarismos en contradicción interna con la misma fe.
Esta reflexión nos acucia y cuestiona mientras oramos por la unidad conmemorando la conversión de Pablo.
El problema se acentúa cuando pasamos del encuentro ecuménico entre las iglesias hermanas a los encuentros interreligiosos. Mientras solo hablamos de fe y mística, compasión y solidaridad, fraternidad, sororidad y paz mundial, o arraigo en el misterio último de lo sagrado, la unión es fácil. Cuando se tocan temas sobre la expresión cognitiva de las creencias (histórica, cultural, económicao y socio-políticamente condicionada y, por tanto, relativizable) surgen los conflictos.
Lo tienen más fácil aquellas religiones de tradición más abierta al pluralismo y menos rigidez dogmática. Lo tiene más difícil, por ejemplo, la fe cristiana cuando absolutiza formulaciones históricas de dogmas cristológicos o mariológicos, o la fe islámica cuando absolutiza la autoridad divina de lecturas literalistas del Corán.
Hace tres décadas debatíamos esta temática en congresos de filosofía de la religión diciendo, con J.G. Caffarena, que éste es el tema del siglo XXI. Hoy, ante el resurgir neoconservador y fundamentalista, tanto en otras religiones como en la cúpula de la Curia católica romana, empezamos a dudar si la superación del problema costará los esfuerzos de todo el tercer milenio.
Unidas por la fe, las iglesias hermanas siguen separadas por dogmatismos y autoritarismos en contradicción interna con la misma fe.
Esta reflexión nos acucia y cuestiona mientras oramos por la unidad conmemorando la conversión de Pablo.
El problema se acentúa cuando pasamos del encuentro ecuménico entre las iglesias hermanas a los encuentros interreligiosos. Mientras solo hablamos de fe y mística, compasión y solidaridad, fraternidad, sororidad y paz mundial, o arraigo en el misterio último de lo sagrado, la unión es fácil. Cuando se tocan temas sobre la expresión cognitiva de las creencias (histórica, cultural, económicao y socio-políticamente condicionada y, por tanto, relativizable) surgen los conflictos.
Lo tienen más fácil aquellas religiones de tradición más abierta al pluralismo y menos rigidez dogmática. Lo tiene más difícil, por ejemplo, la fe cristiana cuando absolutiza formulaciones históricas de dogmas cristológicos o mariológicos, o la fe islámica cuando absolutiza la autoridad divina de lecturas literalistas del Corán.
Hace tres décadas debatíamos esta temática en congresos de filosofía de la religión diciendo, con J.G. Caffarena, que éste es el tema del siglo XXI. Hoy, ante el resurgir neoconservador y fundamentalista, tanto en otras religiones como en la cúpula de la Curia católica romana, empezamos a dudar si la superación del problema costará los esfuerzos de todo el tercer milenio.