Víctimas y acusados: proceso pacificador en Japón
Masahiro Harada (60) había pedido al ministro de Justicia que no ejecutaran la pena de muerte del asesino de su hermano. Su petición fue denegada, pero consiguió entrevistarse cuatro veces en la prisión con el agresor, antes de la ejecución, en 2001. Ahora sigue fomentando en Japón el movimiento por la supresión de la pena capital. Le conocí personalmente hace cinco años, cuando accedió a participar en una mesa redonda sobre procesos de paz y reconciliación, organizada por el Centro Social de los jesuitas de Tokyo, en la Universidad Sophia.
Me impactó su postura. Decía el señor Harada, y sigue diciendo hoy, que no se siente capaz de perdonar; sin embargo, está convencido de que, ajusticiando a criminales, no se sanan las heridas de las víctimas.
Promovida por él, se constituyó el pasado 4 de junio en Tokyo una mesa de encuentro entre víctimas y acusados. Quieren así oponerse al proyecto de modificación legislativa, actualmente en debate en el Congreso, por el que se propone otorgar a las víctimas el derecho a interrogar a los acusados durante el juicio.
El grupo de víctimas encabezado por Harada ha recibido, según informa el diario Mainichi (Tokyo, 4 de junio), el apoyo de la Asociación Americana de Víctimas contra la Pena de Muerte.
Miembros de movimientos cívicos y un grupo de abogados japoneses se han sumado al proyecto de conseguir que víctimas y agresores se encuentren y dialoguen para sanación mutua. En nuestro Centro Social, cooperando con budistas y otros grupos, tanto religiosos como aconfesionales, también estamos apoyando el proyecto.
«El lugar para el encuentro de víctimas y agresores, dice Harada, no debe ser la sala de los tribunales. El tema no ha de ser echarse en cara los respectivos derechos, sino escucharse mutuamente, para que todos nos sanemos y reconciliemos».
Al redactar esta noticia para mi país, me duele una vez más la manipulación de las víctimas por parte de la oposición política en el estado español durante todo el pasado año; con su crispación han echado leña al fuego destructor del proceso de paz, dejándonos expuestos al eterno retorno de la espiral de violencia tras la ruptura de la tregua terrorista.
El ejemplo del señor Harada que, sin ser ni budista, ni cristiano, ni sentirse capaz de perdonar, insiste, sin embargo, en el encuentro sanador y en el proceso reconciliador, debería hacernos reflexionar a todos: a ETA y a sus víctimas, a Zapatero y a Rajoy, y a cuantas personas sufren y sufrimos las consecuencias de la incapacidad para dialogar.
(Publicado en La Verdad, de Murcia, 11 de junio, 2007)
Me impactó su postura. Decía el señor Harada, y sigue diciendo hoy, que no se siente capaz de perdonar; sin embargo, está convencido de que, ajusticiando a criminales, no se sanan las heridas de las víctimas.
Promovida por él, se constituyó el pasado 4 de junio en Tokyo una mesa de encuentro entre víctimas y acusados. Quieren así oponerse al proyecto de modificación legislativa, actualmente en debate en el Congreso, por el que se propone otorgar a las víctimas el derecho a interrogar a los acusados durante el juicio.
El grupo de víctimas encabezado por Harada ha recibido, según informa el diario Mainichi (Tokyo, 4 de junio), el apoyo de la Asociación Americana de Víctimas contra la Pena de Muerte.
Miembros de movimientos cívicos y un grupo de abogados japoneses se han sumado al proyecto de conseguir que víctimas y agresores se encuentren y dialoguen para sanación mutua. En nuestro Centro Social, cooperando con budistas y otros grupos, tanto religiosos como aconfesionales, también estamos apoyando el proyecto.
«El lugar para el encuentro de víctimas y agresores, dice Harada, no debe ser la sala de los tribunales. El tema no ha de ser echarse en cara los respectivos derechos, sino escucharse mutuamente, para que todos nos sanemos y reconciliemos».
Al redactar esta noticia para mi país, me duele una vez más la manipulación de las víctimas por parte de la oposición política en el estado español durante todo el pasado año; con su crispación han echado leña al fuego destructor del proceso de paz, dejándonos expuestos al eterno retorno de la espiral de violencia tras la ruptura de la tregua terrorista.
El ejemplo del señor Harada que, sin ser ni budista, ni cristiano, ni sentirse capaz de perdonar, insiste, sin embargo, en el encuentro sanador y en el proceso reconciliador, debería hacernos reflexionar a todos: a ETA y a sus víctimas, a Zapatero y a Rajoy, y a cuantas personas sufren y sufrimos las consecuencias de la incapacidad para dialogar.
(Publicado en La Verdad, de Murcia, 11 de junio, 2007)