Extraido de "Trazos de evangeliio, trozos de vida" (PPC) El que ama cumple la ley entera. Paula ya en la libertad de la gloria.

El que ama cumple la ley entera. El absoluto que enamora
El que ama cumple la ley entera. El absoluto que enamora Jose Moreno Losada

Amar, amar, amar...

La verdad máxima de la revelación cristiana no es otra que la afirmación del amor único de Dios, absoluto y sin fisuras. De ahí nace el único mandamiento radical, el primero, que es dejarse hacer por el Dios que nos ama. Él nos ha creado por esa única razón de darse y hacernos suyos. El fundamento y principio de la realidad se ha ido mostrando en un empeño constante de acompañarnos en el proceso de libertad, que nos lleva a la experiencia profunda de descubrir cómo su opción por nosotros, en el camino de la historia, no tiene vuelta atrás, este misterio permanece para siempre.

3 de noviembre – Domingo, XXXI TIEMPO ORDINARIO

Evangelio: Marcos 12,28b-34

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?». Respondió Jesús: «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos». El escriba replicó: «Muy bien, maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios». Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios». Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Dios es amor

El hombre desde el principio está llamado a vivir su ser criatura fundamentado en el amor, su realidad se descubre en la libertad que le da quien le sostiene y le fundamenta. El querer de Dios no es competitivo para la grandeza de lo humano, es su condición de posibilidad, sólo puede realizarse reconociéndose como fruto de un don y una gracia. Esto es lo que ocurre cuando el ser humano se abre a su Dios y se deja configurar por esa religación amorosa, que sostiene y libera, fundamenta y trasciende. Cuando así lo hace se abre a la dimensión filial en la que descubre al Creador como Padre y salvador. Entonces es cuando puede amar al Señor como único, con todo su ser y así, reconociéndose predilecto, puede él amar a los demás como a sí mismo.  Una predilección que vale más que todos los holocaustos y sacrificios. En Cristo se revela el hombre nuevo que se ha dejado configurar por el espíritu del amor de Dios y lo ha amado sobre todas las cosas, nadie como él ha sido libre y verdadero.

Paula y María hermanas en el amor

Hoy me llama la madre Yudis y me habla de que Genoveva, una de las hermanas mayores de la comunidad contemplativa carmelitana, está a punto de acabar su peregrinación en este mundo. Escucho este evangelio desde ellas.

Recuerdo de las primeras veces que visité el convento de las carmelitas de Talavera, la hermana Paula, muy marcada en su piel con los años de clausura, saltaba y gritaba por la huerta que era muy libre, totalmente libre. Su experiencia de libertad le traspasaba todo su ser y su existencia y hablaba de Dios y con él, con la frescura y la confianza radical de quien ha entrado en comunión con El y es de los de su casa.

Hace pocos años llegó María, de Colombia-antes habían llegado otras-, tenía dieciocho años. Venía de un proceso creyente en una comunidad cristiana y estaba abierta a explorar esta vida de contemplación, tocada por el deseo de lo absoluto que generaba en su interior el amor de Dios.

Al día de hoy, Paula está ya agotada, pero sigue en conexión con su Señor, y María, ya va caminando en su proceso de vida religiosa ampliando su formación y su relación de contemplación. Las dos son hermanas en un amor único.  La raíz la tienen en el mismo Dios, en el mismo amor, la opción en la misma determinación de seguirle y encontrarle, la vivencia en el ejercicio de construir la misma comunidad desde Él, como hijas y hermanas suyas. Son de siglos distintos, pero viven en el mismo amor, centradas en el mismo absoluto, deseosas de la misma fraternidad, en el deseo de servir la luz al mundo en el testimonio de la libertad y de la verdad del amado.

Cada vez que convivo con esta comunidad por razones de formación teológica o de familiaridad, me siento interpelado sobre mi relación con Dios y mi amor hacia él. Me pregunto hasta qué punto soy consciente del amor que Él me tiene y analizo si tengo esta libertad de la que ellas no solo me hablan, sino que me manifiestan y me dan. También experimento el deseo de amar en lo más sencillo y profundo, sin la vorágine de las prisas y de la tentación de la eficacia. Reconozco su misión para que no se nos olvide en la iglesia, al pueblo de Dios, la pregunta del escriba acerca del mandamiento primero.

No hay mandamiento mayor

La sagrada escritura es firme en sostener que primero nos amó Él a nosotros. El mandamiento no viene desde fuera, con un reglamento que se impone desde el poder al pequeño. Curiosamente es a la inversa, el mandamiento auténtico del amor nace de la experiencia profunda de sentirse amado y religado en una relación de don y gratuidad.

Los profetas lo ven claro cuando se atreven a interrogar en nombre de Yahvé acerca de si una madre puede olvidarse del hijo de sus entrañas, y apuestan por mantener que, aunque lo hiciera una madre, Dios no lo hará jamás. Esa certeza de fundamento único es la que sostiene la ortodoxia de la fe y su mandamiento principal. Se repite continuamente que esta es la razón de toda la realidad creada y de toda la humanidad. El descubrimiento del ser como donación gratuita y amable, da el verdadero horizonte de sentido y de esperanza a todos y cada uno de los seres.

Jesús de Nazaret, vive y se configura en una relación de confianza única y total en el Padre, a la que se va abriendo en el camino de su propia existencia, en el conocimiento de sí mismo, de todo lo que le rodea y de la vida del pueblo que le acompaña y con el comparte su vivir de cada día en Nazaret. Es en lo profundo y oculto de su ser donde él se adentra en el amor que le sostiene, y contempla la historia de la salvación en su pueblo que va dándose también en la concreción de su propio mundo. La experiencia de construcción personal le sitúa ante la misión que proclama en la sinagoga de lo diario.

Con el texto del profeta Isaías en la mano se define a sí mismo como palabra de Dios que se cumple hoy. Es un texto de puro amor y cuidado, purificado de cualquier interpretación condenatoria, de evangelio de amor y sanación, de libertad y de gracia.

Cristo nos revela en su humanidad, plenificada por el Espíritu Santo, el cumplimiento de ese mandamiento primero. Centrado en la experiencia vivida del Padre que le ama y le sostiene, se lanza a ser testigo de su amor en medio de los hermanos, proclamando que los ama como él se siente querido. Cuando nuestro maestro habla del mandamiento principal y acude a la sagrada escritura, lo hace con el filtro de su propia vivir y de su lectura creyente de la realidad. Para él se ha impuesto en su corazón el amor radical y total a Yahvé, se le ha convertido en un mandamiento inexcusable porque él mismo es fruto de esas entrañas de predilección que le proclama hijo único.

La filiación le ha empujado a querer a los demás como él se siente preferido y regalado, ya no puede ser otra cosa que don gratuito para la humanidad en la concreción de aquellos caminos, aldeas, lagos, pueblos, ciudades. No hay duda que el mandamiento nace de la experiencia profunda de ser amado, es lo que te configura en tu forma de pensar, sentir y actuar, para vivir en la donación y en la gratuidad. Felices los que lo entienden y se dejan hacer por la misericordia y la compasión divina.

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