Extraido de "Trama divina, hilvanes humanos" (Ed. PPC) Yo tampoco te condeno... sacar lo mejor de cada uno

Fuera de condenas
La mayor desfiguración del Dios de Jesucristo es aplicarle el rostro de juez y de condena. Pasar de la bendición al miedo es lo propio del pecado y del alejamiento de Dios, aun cuando se haga en su nombre.
| Jose Moreno Losada
DOMINGO V DE CUARESMA

Juan 8,1-11
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado que le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.
Y quedó solo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó: «Ninguno, Señor».
Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
Compasión sin límites
La historia lo es de salvación por voluntad propia del que la dirige y acompaña, el Señor es, en su ser y en su hacer, solo bondad y la ejerce en la compasión sin medida, más allá de cualquier racionalidad y equidistancia puramente racional. El enfrentamiento de Dios contra el mal y el pecado sólo lo es en función de la curación, la sanación y la liberación de los que le están sometido y lo sufren. Líbranos Señor de todo mal.
“No me lo devuelvas”
Llego a la residencia de los mayores y me recibe con alegría Juan José -muchos le llaman el “negro” o “Chele”-, hoy no me pide nada, al contrario, quiere invitarme, ayer cobró su pequeña pensión no contributiva, pagó la residencia y de lo poco que le queda quiere que yo me sienta invitado.
Lleva unos meses y ya se va adaptando, aunque le cuesta. Ayer estábamos en la reunión de vida ascendente, pasó por la puerta y se paró a escuchar. Estábamos hablando de la figura de Moisés que salvó al pueblo, y pensábamos personas que habían sido Moisés en nuestras vidas, en los malos momentos. Le pregunté a él y dijo que ninguna, pero después se lo pensó y corrigió:
“Bueno, la verdad que si no es por Antonio yo estaría muerto”. Antonio es el cura de la barriada de Suerte de Saavedra, llegó hace años y conoció al “negro”, cuando él vivía tirado en la calle, sometido al alcohol, abandonado. Antonio se acercó a él y no lo juzgó, no le pidió cuentas de su pasado, lo miró con respeto y dignidad en el presente y creyó en él para el futuro. No pensó que lo que le ocurría se lo merecía por la mala vida que había llevado, sino que tocado por el evangelio pensó que podía cambiar y tener una vida mejor y apostó totalmente por él, como haría Jesús. Ahora está “resucitado”, es alguien nuevo, y ayuda a los demás en la residencia. Y lo bueno es que vive agradecido y no siente que le deba nada a nadie. Aquel sacerdote de la barriada supo ponerlo en medio, se quedó a solas con él, le levantó toda condena y le invitó a regenerarse, supo decirle como Jesús: “Yo tampoco te condeno. Anda y en adelante no peques más”.
Sacar lo mejor de cada uno
El capítulo dieciséis de Ezequiel siempre me ha parecido emblemático del amor puro de Dios con respecto a su pueblo. Ahí se compara a Israel con una doncella, sacada del barro y de la desnudez, hecha reina bella y seductora por la fuerza del amor. La amada rompe, desde la belleza recibida y la riqueza donada, el lazo del amor y se prostituye pagando a sus amantes. La reacción del esposo es deslumbrante, llevándola en soledad al desierto para encontrarse a solas con ella, hablarle al corazón y enamorarla de nuevo. La condena graciosamente a un perdón sin medida, enamorándola hasta hacerla sonrojar como en su primera adolescencia. Buena escuela de amor y perdón para la historia y buen discípulo Jesús de Nazaret que lo hace estampa viva en esta secuencia del evangelio de Juan.
La lección de Jesús en su vida, en este hecho vital, nos muestra al mesías acercándose a los perdidos para mostrarles que el corazón de Dios es revolucionario. Nos muestra un Dios que no trabaja desde el pasado, con justicia de condenas, sino desde la posibilidad siempre abierta de un futuro liberador que se asienta sobre su promesa de vida.
El Señor tiene un proyecto de amor, vida e ilusión para cada hombre y para toda la humanidad y nunca se da por vencido. Siempre nos ve desde la esperanza y la posibilidad, nos ve en el amor y no en la condena. Nos pide a nosotros vivir en esa confianza radical, mirar hacia adelante a la hora de valorarnos a nosotros mismos y a los demás. San Pablo lo decía así de sí mismo: “Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús”. El premio es sacar lo mejor de cada uno de nosotros y de los demás.
La cuaresma nos invita a encontrarnos a solas con nosotros mismos y orar de corazón, situándonos en la adúltera: “Señor, tú no me condenas, pero yo soy duro conmigo. Me dejo dominar por mis sombras y reflejo mi propio rechazo condenando a personas que me rodean. Necesito que tú me pacifiques interiormente, me enseñes a reconocerme en mi debilidad, aceptarme con esperanza, para no ser acusador de las debilidades de los demás. Dame la ternura de tu juicio liberador para mirar la vida con los ojos de tu salvación.”
Notas hilvanadas
“Y ahora sé que la salvación estaba dentro de un beso, y en una caricia en el pelo, y aquella noche en el espigón”
(Arde Bogotá-La salvación)