Extraido de "Trazos de evangelio, trozos de vida" (PPC) La luz de Irene, testimonio de la Luz (Santa Lucía/III Adviento)

La luz de Irene, testimonio de la luz (Santa Lucía/III Adviento)
La luz de Irene, testimonio de la luz (Santa Lucía/III Adviento) Jose Moreno Losada

No era él la luz, sino testigo de la luz

A veces surgen hombres enviados por Dios. Suelen tener nombre propio, pero son testigos, vienen como tales al servicio de otro nombre. No deslumbran, porque no son la luz, pero iluminan con su testimonio, porque les llega el resplandor de lo que anuncian y pregonan. La historia está plagada de ellos y sigue estándolo. El pueblo los necesita, aunque los decapite.

La espiritualidad de la verdad nos descubre lo que no somos para poder ser de verdad ante el que nos llama a la vida. Desnudarnos de ropajes pasajeros, de deslumbramientos creados, para entrar en el verdadero ser de nuestra misión en la historia y en el mundo. Dejarnos iluminar por la luz verdadera de un sentido que nos desborda y que se nos regala en la humanidad tocada por el Espíritu de Dios.

Irene nos abrió los ojos a la Luz

Irene
Irene Jose Moreno Losada

Domingo, III DE ADVIENTO

Evangelio: Juan 1,6-8.19-28

Surgió un hombre enviado por Dios que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.

Y este fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan a que le preguntaran: «Tú, ¿quién eres?». Él confesó sin reservas: «Yo no soy el Mesías». Le preguntaron: «Entonces, ¿qué? ¿Eres tú Elías?». Él dijo: «No lo soy». «¿Eres tú el Profeta?». Respondió: «No». Y le dijeron: «¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?». Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías». Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?». Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia». Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

 El bien y la luz se encuentran

El juego de la historia y la creación se realiza en el ámbito tensional de la luz y la tiniebla. Permanentemente hemos de vivir en la elección de una oferta divina que se inclina por el bien, por la verdad, el amor, el ser. Apostar por esa dirección supone un riesgo de vida de ultimidad y los que optan por él se convierten en testigos de la luz. La luz que es única como fuente y como destino de todo lo creado.

La luz de lo oculto

“Pedro y Reyes se unieron en matrimonio cristiano, tenían un proyecto de vida donde la fe les iluminaba y cada uno con su propia luz recibieron a Miriam y a Jesús, sus dos hijos. En la generosidad decidieron abrirse a un tercer hijo. En la gestación todo se puso en dirección de oscuridad y debate. Los médicos el avisaban de problema muy graves en el feto, y auguraban que no llegaría a nacer o sería de vida vegetal. Mas tardes las pruebas parecían decir otra cosa. Ellos apostaron por arriesgar en oscuridad para el encuentro con la vida. Nació Irene, con problemas de visión, pero todo un torbellino que ha transformado sus vidas y las de sus hermanos, ha traído dificultad, pero sobre todo posibilidades. Su madre no duda en proclamar ante su hija sin visión, que ella ahora ve la vida con una luz nueva. Su padre que ya antes era generoso ahora no puede dejar de serlo y vivir al ritmo de la vulnerabilidad abrazada en todo lo que toca. Sus hermanos son auténticos cuidadores que crecen en emociones singulares y únicas. Desde ella se abre una luz nueva en todo lo que va tocando: sanidad, escuela, cuidados, juegos, aprendizaje, relaciones… no es mesías, no es la luz, pero es la voz que sigue gritando en el desierto”.

A la luz del Dios de la vida

Admira cómo nuestro Dios comienza su creación con su propia luz hecha donación para que todas las criaturas puedan estar iluminadas en su propio ser y sentido. Nada está creado sin horizonte, sin claridad, sin verdad, sin amor. Después vendrán las luminarias, pero ellas no son la luz, son creaturas de la luz en el proyecto de una creación de amor y verdad.

Juan tiene claro lo que no es, se ha desnudado de todo ropaje propio y ajeno, no se ha construido un personaje, ni ha dejado que lo encasillen en un rol determinado por los otros. Juan ha roto todos los esquemas, abandonándose a la desnudez del profeta testigo que avanza en la purificación de una historia que está llena de promesas cumplidas por parte de Yahvé a pesar de las infidelidades de un pueblo que se ha considerado único frente a los otros, olvidándose de su Dios. La desnudez es la base del reflejo de la luz, descubrirse en la propia realidad ante la luz verdadera es vocación de toda la humanidad y de todo el universo.

La luz del mesías se reveló en la desnudez del niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre, esa luz es la que puede adentrarnos, bautizarnos en el proyecto definitivo de la salvación del Padre. Juan el Bautista sabe que ya está llegando ese Espíritu y busca la purificación del pueblo, la limpieza del baño que posibilita abrirse a la fuerza del que llega con el amor luminoso del Padre. Atisba el momento, otea ese futuro inminente, y se lanza a voz en grito en medio del desierto oscuro y seco, deseando que el camino esté libre para el encuentro. Él sabe situarse en el lugar que le dispensa la historia y el proceso de la bondad salvífica del Dios de Israel y se convierte en el mayor profeta siendo el menor ante Jesús.

La Iglesia está llamada a vivir el adviento permanente en la clave de esta desnudez profética que le permitirá gritar en medio del desierto actual. Hoy más que nunca necesita saber quién no es, qué vestiduras, qué imágenes, qué roles se han infiltrado oscureciendo la luz primera de la que sólo tiene que ser testigo, con nombre propio, pero al servicio de otro nombre que está sobre todo nombre. Y en la Iglesia mi propio yo que está llamado a encontrarse con ese Tú salvífico y único que me hace ser en verdad, sólo se me pide entregar mi ego para encontrar mi identidad. Perder para ganar.

La sociedad necesita la luz del salvador, la clave de la muerte y de la resurrección, el auténtico kerigma cristológico, pero este le llegará desde el vaciamiento de una institución que ha sido llamada a ser testigo de la luz, a allanar el camino del resplandor que llega por las veredas de lo más humano, entregado y compartido en la experiencia del absoluto y de la fraternidad radical. Una iglesia desnuda y profética, servidora y entregada, que no se busca y que ayuda a encontrar el tesoro y la perla escondida en los desiertos de la historia y de la existencia humana.

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