¿Un santo millennial para (otros) millennials? Michael Moore: "¿Qué modelo de santidad queremos presentar y vemos 'seductora' y plausible para el joven de hoy?"
Toda teología eucarística, toda piedad eucarística y toda celebración eucarística, con sus ritos, gestos y palabras tienen que evocar y actualizar el hecho y el sentido de lo que ubicamos en el Jueves santo.
Cuando algunos judíos le preguntaron a Jesús que había que hacer para ganarse la vida eterna, lo único que respondió es: mirar hacia los costados y no pasar de largo ante el sufrimiento ajeno. Frente al dolor del hermano, todo pasa a un segundo plano y queda relativizado… aún el piadoso ir al Templo.
Quizá necesitemos un poco más de humildad intelectual-espiritual: lo que hoy no puede explicar la ciencia no tiene por qué explicarlo la fe.
Ser santo –creo yo– es vivir totalmente entregado a Dios y totalmente entregado a los hombres, “sin confusión pero sin separación”.
Quizá necesitemos un poco más de humildad intelectual-espiritual: lo que hoy no puede explicar la ciencia no tiene por qué explicarlo la fe.
Ser santo –creo yo– es vivir totalmente entregado a Dios y totalmente entregado a los hombres, “sin confusión pero sin separación”.
En estos días se ha hecho oficialmente pública la noticia que en breve será canonizado Carlo Acutis, el joven italiano fallecido en el año 2006, a la corta edad de 15 años, víctima de una leucemia fulminante. Estamos, además, en torno a la celebración del Corpus Christi (30 de mayo en algunos países, 2 de junio en otros), cuya devoción fue manifiesta en Carlo a tal punto que, cuando se habla de él, se subraya su gran labor de difusión por internet de los llamados "milagros eucarísticos".
Confieso que algunas notas del ámbito eclesial sobre lo que más destacan de su vida, me han causado cierta perplejidad, desde la cual todavía estoy intentando ordenar las ideas. Intentaré ser lo más cauto posible para evitar el constante peligro de tirar también al niño junto con el agua sucia de la palangana. Sé que me ganaré la antipatía de más de un lector. Pero también sé por qué escribo.
La eucaristía ¿centro de la vida cristiana?
Sí, claro que sí. Pero también depende. Depende qué entendamos por esta realidad tan nuclear en la historia y la vida de la iglesia. Porque una cosa es subrayar la importancia de conmemorar y actualizar el gesto eucarístico y otra –muy otra– recordar la obligación del precepto dominical de ir a misa, por poner un ejemplo. Desde el simple creyente que fui y creció en su piedad bajo la admonición: “Cada comunión que se pierde no se recupera nunca” (cf. mi santa madre), hasta el simple teólogo que soy hoy, ha corrido mucha agua bajo el puente: correntadas de razones, sinrazones e intuiciones que me instalan en la convicción de que la teología de la eucaristía es uno de los grandes temas que necesitan urgente repensamiento.
Y esto, tanto por la centralidad que la cuestión ha tenido en nuestros dos mil años de historia cuanto por la confusión con lo mágico que sigue rodeando e inficionando la comprensión de dicha realidad sacramental. Obviamente, no es este el lugar ni es mi intención afrontar ahora tan honda problemática. Pero quiero señalar una sola nota a modo de cuaderno de bitácora para no perderse en la retrospectiva y prospectiva que pueda esbozar quien se aventure en tamaño desafío: cuanto se diga de la eucaristía hoy, debe tener como punto de partida (y de llegada) lo escueto que podemos saber (desde la exégesis seria y la teología razonable) de aquella fundante “última cena”. Porque toda teología eucarística, toda piedad eucarística y toda celebración eucarística, con sus ritos, gestos y palabras tienen que evocar y actualizar el hecho y el sentido de lo que ubicamos en el Jueves santo.
Permítanme, entonces, citar textualmente (perdón por la autoreferencialidad) lo que escribí en este mismo blog hace algún tiempo. Aunque en un tono más narrativo-poético que especulativo, señala la dirección y el sentido fundamental de lo que creo: “Aquel Hombre, oteando la muerte que lo amenaza desde un horizonte cada vez más cercano, decide realizar una cena que, quizá –intuye–, sea la última. El aire es tenso y huele a despedida, pero también a futuro, a proyección, a cómo continuar si ocurre lo tan temido.
Y entonces Jesús, en medio de la comida compartida, imagina realizar un gesto que, por un parte, recapitule simbólicamente todo lo que fue su vida y, por la otra, les sirva a sus seguidores para, repitiéndolo, volver a hacerlo presente. Después de tomar el pan y dar gracias a Dios –gesto repetido tantas veces por el maestro en otras comidas– lo parte y se los re-parte, diciéndoles `esto soy yo´: pan que se despedaza para alimentar a otros; vida entregada hasta la muerte para engendrar vida nueva en otros. Seguramente y como en tantas otras ocasiones, sus discípulos y discípulas se habrán quedado atónitos, sin entender nada, atragantados por el miedo, ausentes de esperanza. Y habrán masticado aquel pan como intentando degustar un sabor nuevo, distinto, misterioso. Pero en la boca, sólo sabía a pan ácimo.
Del mismo modo, sobre el final de la cena, alza su copa e invita a beber a todos de ese mismo cáliz, diciéndoles: `esta es mi sangre´. Nuevamente, las bocas se acercarían temerosas a saborear ese vino… que seguía teniendo gusto a vino. Y repetirían uno a uno el gesto, sin entenderlo y sin entenderse. Más tarde, llegaría la invitación a que siguieran haciendo lo mismo, en su recuerdo y para hacerlo presente, cuando Él ya no estuviera” (https://www.religiondigital.org/creer_pensando-_el_blog_de_michael_moore/Fraterna-subversiva-eucaristia-CorpusChristi-Misa-Casaldaliga-sacramento_7_2239646014.html).
Y, hoy, Él ya no está. No está físicamente presente. Por la simple razón que Jesús de Nazaret murió crucificado y ya no posee el cuerpo material que lo identificó por las calles de Galilea. Por su resurrección sigue vivo, ha sido rescatado de la muerte por su Padre y sigue siendo Él mismo aunque no sea el mismo (identidad y diferencia). Por eso no tiene sentido –y la fe para ser un acto libre no puede ser irracional– seguir hablando de apariciones “físicas” del Señor, de María o de cualquier santo que, para mayor perplejidad de cualquier creyente adulto, en general proclaman exhortaciones a cruzadas de oración por la conversión de los pecadores (pocas veces palabras de sostén amoroso), en medio de un derramarse de lágrimas o gotas de sangres (pocas veces sonrisas o caricias). A mí, todo esto, no me remite a Jesús (el de Nazaret) y su prédica del amor incondicional de Dios, corazón del reino por Él proclamado. Otra cosa son las experiencias íntimas –místicas, si se quiere– de las que se puede hablar y se debe discernir.
Dios sigue presente en medio de nuestra historia por medio de su Espíritu. El Jesús “de carne y hueso” ya no existe. Pero, antes de dejar este mundo, nos pidió que siguiéramos nosotros haciendo lo mismo que él hizo a lo largo de su existencia terrena y que concentró en aquel gesto recapitulador: partirse y re-partirse para alimentar. Dar la vida, hasta la muerte. Para engendrar nueva vida.
¿Autopistas para llegar al cielo?
Aclarado lo que considero esencial –no lo único– en torno a la eucaristía, comparto entonces mi inquietud respecto al querer presentar a Carlo Acutis como “ciberapóstol de la eucaristía”. Porque cuando uno entra en la página web oficial del joven, lo que se destaca es la gran labor difusora que hizo en vida por internet de los “Milagros eucarísticos”. Y, junto a esa muestra itinerante montada por Carlo, aparecen otras tres también de su autoría, tituladas: “Apariciones de la Virgen”, “Infierno, purgatorio, paraíso” y “Ángeles y demonios” (http://www.carloacutis.com/). Sin duda, internet es una gran herramienta y un gran desafío para la labor evangelizadora. Pero no estoy muy seguro que esos sean los temas –“en materia y forma”– que los hombres de hoy, especialmente los y las jóvenes, necesiten conocer.
En concreto y en contraste con lo que dije en el punto anterior, hablar de la eucaristía como “la autopista al cielo” o afirmar que “se va directo al cielo si te acercas todos los días a la Eucaristía”, entendida desde la comunión (diaria) y la adoración, me resulta algo reductivo. Tanto como considerarla, junto con el rezo del rosario, “las armas más potentes para combatir al demonio”.
Así, en su “kit para llegar a ser santo”, formulado para los niños que se están catequizando, les recomienda: “intenta ir a la Santa Misa y realizar la Santa Comunión todos los días” (nº2), “recuerda de rezar todos los días el Santo Rosario” (nº3), “si puedes realiza algún rato de Adoración Eucarística frente al Sagrario donde está presente realmente Jesús y así verás como aumentará prodigiosamente tu nivel de santidad” (nº5). Y hay seis “tips” más… para ayudar a los niños (http://www.carloacutis.com/es/association/carlo-e-il-suo-kit-per-diventare-santi).
Confieso que, en primer lugar, hablar de esa forma sobre la santidad me suena un tanto banal, con cierto aire de lógica mercantilista y eficientista: “llame ya…”, “cómo ser santo rápido, fácil y barato” (no estoy juzgando las intenciones sino lo que “a-parece”). Y, por otra parte, me pregunto si Jesús de Nazaret lo firmaría con gusto… o lo “simplificaría” (no en el sentido de simplonería, claro). Porque cuando algunos judíos –con menos buena voluntad que la que tenía el italiano– le preguntaron que había que hacer para ganarse la vida eterna, lo único que respondió es: mirar hacia los costados y no pasar de largo ante el sufrimiento ajeno. Frente al dolor del hermano, todo pasa a un segundo plano y queda relativizado… aún el piadoso ir al Templo, como parece insinuar el Maestro en la parábola del buen samaritano (cf. Lc 10, 25-37).
Del mismo modo, me pregunto qué teología de la cruz (implícita) hay detrás (y delante) de una afirmación como esta, heroicamente pronunciada ante el dolor que tuvo que soportar por su enfermedad: “Quiero ofrecer todos mis sufrimientos al Señor por el Papa y la Iglesia. No quiero ir al purgatorio, quiero ir directo al Cielo” (que es otra de las frases de Carlo Acutis que se popularizan en los medios).
Yo no tengo hijos pero sí tengo sobrinos y sobrinas adolescentes, millennials también. Y les aseguro, con toda sinceridad, que no se me ocurriría presentarles ese kit como camino de salvación.
Canonización express
Se ha señalado también la prontitud con que Carlo Acutis será reconocido santo: falleció en el año 2006; en el 2012 se abrió oficialmente la causa de beatificación: así, se lo declaró “siervo de Dios” y en el 2020, “beato”. Ahora, en breve, será canonizado… porque “se ha comprobado” la realización de un segundo milagro por su intercesión. El primero, por el cual fue beatificado, se lo narra –sintéticamente– así: un niño brasileño de nombre Matheus padecía una malformación congénita conocida como páncreas anular. El 12 de octubre de 2010 en la capilla de Nuestra Señora Aparecida de Campo Grande, el niño se acercó a besar una reliquia del futuro beato. En la fila para la veneración, le preguntó al abuelo lo que debía pedir, a lo que éste contestó: “dejar de vomitar”. Desde ese momento ya no vomitó más y las pruebas médicas demostraron que estaba completamente curado.
El segundo milagro reconocido está relacionado con una mujer de Costa Rica (Liliana), que en julio de 2022 peregrinó a la tumba de Acutis, en Asís, para rezar por la curación de su hija (Valeria), quien había sufrido un grave traumatismo craneal tras caerse de su bicicleta. Su madre rezó ante la tumba de Carlo, y ese mismo día su hija comenzó a respirar por sí sola. La joven comenzó a mostrar signos de recuperación inmediatamente después de la súplica de su madre. En cuestión de semanas la joven se había recuperado.
Al respecto, debo señalar que me causa perplejidad la “teología de los milagros” que ahí subyace. Estamos de acuerdo en lo extraordinario que pueden resultar algunas curaciones (como las dos citadas más arriba): la ciencia no lo puede explicar. Pero de ahí a dar el salto a la fe afirmando que ha sido una “intervención sobrenatural/categorial” de Dios, me parece que acarrea más preguntas que respuestas. Terminamos “resucitando” la imagen de un “dios tapa-agujeros” supuestamente superado. Quizá necesitemos un poco más de humildad intelectual-espiritual: lo que hoy no puede explicar la ciencia no tiene por qué explicarlo la fe.
Lo mismo cabría reflexionar en torno al supuesto papel de intercesor que juegan los beatos/santos. Grafica bien el sentí-pensar de mucha gente Antonia Salzano –madre del beato–, en una entrevista reciente: “Evidentemente Carlo consigue convencer al Señor, tiene una manera de que Jesús no le diga que no y esto me da un poco de ternura” (https://www.vaticannews.va/es/iglesia/news/2024-05/antonia-salzano-madre-carlo-acutis-entrevista-futuro-santo.html). A mí, más que ternura, me lleva a preguntar(nos): ¿es que hay que convencer a Dios –a través de María, de su Hijo o de un santo– para que haga algo que de otro modo no haría? ¿De qué “dios” estamos hablando?
Por otra parte, en el hipotético caso que esto fuera así ¿cómo determina la iglesia que fue por la mediación de tal santo –al cual le rezaron algunos– y no de tal otro –al cual le pidió otro grupo? ¿Fue gracias a San Antonio o a San José María Escrivá? Tengo en mi agenda mental poder conversar con algún canonista que trabaje en este tema de las causas de canonización a ver si logro entender este requisito de “exigir” ciertos milagros para comprobar la santidad de una persona. Pero necesito que lo haga, claro, con el Derecho Canónico y procesal en una mano… y el evangelio en la otra.
¿“Influencer de Dios”?
Según el diccionario de la RAE, “la voz influencer es un anglicismo usado en referencia a una persona con capacidad para influir sobre otras, principalmente a través de las redes sociales”. Y por su labor a través de internet, a Carlo Acutis se lo llama el “influencer de Dios”. Mi pregunta es ¿de qué imagen-de-Dios, o de qué cristianismo? Y no me refiero en primer lugar a la espiritualidad del joven mismo sino a lo que se está publicitando en los medios de comunicación y en ciertos sectores de la iglesia. Porque junto a los aspectos que me incomodan –de los que hablé más arriba– y son los que más “propaganda” tienen, Carlo Acutis también ejerció una importante obra de caridad con migrantes y senzatetto. Pero vende más hablar de “milagros”.
Porque a todo ser humano le gustaría que existiera un Ser superior capaz de hacer lo que él no puede hacer: salvarlo de la muerte, por ejemplo. A este punto no estaría de más recordar el núcleo de la primera predicación paulina: “Los judíos piden señales milagrosas y los gentiles buscan sabiduría, mientras que nosotros predicamos a Cristo crucificado” (1 Co 1,22-23). Cosa que entendió bien y vivió mejor il Poverello… por eso me resulta demasiado osada la comparación que hace el obispo Domenico Sorrentino: “En Asís estamos acostumbrados al encanto de San Francisco, que atrae a millones de visitantes y muchos devotos. Pero que un chico que murió a los quince años en 2006 ya sea tan influyente es algo que solo se puede explicar por razones sobrenaturales. La atracción que ejerce Carlo se parece, en cierto modo, a la que ejercía Francisco de Asís”. Tanto la comparación como la explicación me parecen desafortunadas.
Para concluir, quiero dejar bien en claro: ni por un instante pongo en duda la bondad extrema –o la santidad, si se quiere– de este joven. El modo de vivir su corta vida y de afrontar la temprana muerte fueron extra-ordinarios en el primerísimo sentido de la palabra. Pero eso no obsta a que podamos preguntarnos qué modelo de santidad –o de simple seguimiento de Jesús– queremos presentar y vemos “seductora” y plausible para el joven de hoy. En parte, la iglesia del mañana depende de eso.
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En uno de sus cuadernos de apuntes personales escribió Carlo Acutis: “La tristeza es dirigir la mirada hacia uno mismo, la felicidad es dirigir la mirada hacia Dios. La conversión no es otra cosa que desviar la mirada desde abajo hacia lo alto. Basta un simple movimiento de ojos”. A lo cual agregaría: para después, volver la mirada hacia el costado. Porque ser santo –creo yo– es vivir totalmente entregado a Dios y totalmente entregado a los hombres, “sin confusión pero sin separación”.
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