Si Cristo, mañana, llamase a tu puerta, ¿lo reconocerías?
Será, como entonces, un hombre pobre, un obrero, quizá un parado.
O tal vez irá ofreciendo pólizas de seguros o aspiradoras...
Subirá escaleras y más escaleras, se detendrá piso tras piso, con una sonrisa maravillosa en su rostro triste...
Pero tu puerta es tan sombría...
“No me interesa”, dirás antes de escucharle. O bien la criada repetirá como una lección: “La señora ya tiene sus pobres”, y de golpe cerrará la puerta ante el semblante del Pobre, que es el Salvador.
Será, quizá, un prófugo. Uno de esos que a nadie interesan y que van errantes por este desierto del mundo.
Si Cristo, mañana, llamase a tu puerta, ¿lo reconocerías?
Tendrá un aire abatido, extenuado, agobiado como está porque debe tomar sobre sí todos los dolores de la tierra...
Y, si le preguntas: “¿Qué quieres?”, no puede responder: “A ti”.
Entonces se alejará, más extenuado, más agobiado, con la Paz en sus manos desnudas...
Raúl Follerau