Reflexiones después del discurso del presidente salvadoreño al iniciar su segundo mandato Me declaro ateo del dios de Bukele

Nayid Bukele
Nayid Bukele

El 1 de junio, escuché el discurso, ¿catequesis?, de Nayib Bukele al iniciar su segundo mandato en El Salvador. El presidente, que citaba la Biblia, nombraba continuamente a Dios.

Yo me fui sintiendo incómodo con ese Dios y terminé quitándole la mayúscula porque no podía reconocer en él al Dios de que nos habló Jesús.

Tantos salvadoreños, hombres y mujeres de fe, se resistieron a adorar el dios del poder, el que invocaban los gobiernos de derecha o las guerrillas de izquierda y detestados por los unos y los otros derramaron su sangre: Oscar Arnulfo Romero, Rutilio Grande, Ignacio Ellacuría y compañeros mártires.

No, no creo en un dios por el que se jura, ni por el que juró Petro, ni por el que lo hicieron Duque, Santos, Uribe, Pastrana, Samper…. Soy escéptico porque cada vez que decimos Dios, y pasa no sólo a los políticos sino también a nosotros los clérigos, es muy posible que nos estemos refiriendo a una idea amañada, a una proyección de la mente, a un escape de megalomanía

El 1 de junio, escuché el discurso, ¿catequesis?, de Nayib Bukele al iniciar su segundo mandato en El Salvador. El presidente, que citaba la Biblia, nombraba continuamente a Dios y se veía convencido de que su triunfo era gracias a la misericordia divina.  Yo me fui sintiendo incómodo con ese Dios y terminé quitándole la mayúscula porque no podía reconocer en él al Dios de que nos habló Jesús; fue así que, cuando el mandatario terminó de hablar, puse en mi estado: “En su discurso de posesión, Bukele mencionó a dios no sé cuantas veces. De ese dios yo soy ateo”. 

Después, llegaron los comentarios y un amigo presbítero, tal vez preocupado de mi ateísmo, y lleno de celo por la causa de Dios, me preguntó vía WhatsApp: “Y en el dios por el que Petro juró el día de su posesión, ¿crees?”; una pregunta muy propia de estos tiempos de polarización y que deja ver la necesidad que nos hemos creado de ubicar a los otros en los extremos. Poner a los interlocutores en las antípodas, especialmente cuando sus ideas difieren de las nuestras, es un recurso de simplificación para ahorrarnos el ejercicio del pensamiento y la honestidad intelectual.  Pues, en este artículo, quiero traer a colación la razon de mi ateísmo y quiero responder a mi amigo. 

El viaje de tus sueños, con RD

Comencemos por la razón de mi ateísmo. Esta razón la encuentro arraigada en la tradición cristiana y es que los seguidores y seguidoras de Jesús nunca hemos profesado una religión de estado; ninguna forma de gobierno es tan ajena al evangelio como la teocracia. Esto fue muy claro en los primeros siglos de la Iglesia: en el imperio romano, los cristianos se resistieron a adorar en el panteón oficial, no reconocieron la divinidad del emperador y desacralizaron todo poder; esta fue la causa por la que, acusados de ateos, fueron torturados y ajusticiados; el derecho romano tipificó la actitud de los cristianos como un crimen de lesa majestad, ya que, como argüían los especialistas, la negativa a adorar atraía la ira de los dioses y como consecuencia podrían venir al imperio derrotas militares o desastres naturales. 

Primeros cristianos
Primeros cristianos

Además de la tradición cristiana universal, me asiste en mi ateísmo la particular de tantos salvadoreños, hombres y mujeres de fe, que se resistieron a adorar el dios del poder, el que invocaban los gobiernos de derecha o las guerrillas de izquierda y detestados por los unos y los otros derramaron su sangre: Oscar Arnulfo Romero, Rutilio Grande, Ignacio Ellacuría y compañeros mártires. Así que, el estado laico, por perverso que parezca a los   muy religiosos y devotos, es una conquista cristiana y sigue siendo hoy una lucha cristiana.   La fe en el Dios del Evangelio es para servir al mundo, no es para conquistar el mundo.

Iglesia latinoamericana
Iglesia latinoamericana

Bukele, lo oímos repetidamente en su discurso, pone su fe en un dios a propósito, ex machina, que le garantiza  los milagros que según él se han dado en El Salvador, que le infunde sabiduría para sanar las enfermedades del país, y dado que esta sabiduría es de arriba e infalible, exhorta al pueblo a confiar, a no preguntar, a aceptar los remedios que sean, así sean amargos; asevera además, como todo un mesías, que lo que él y su gobierno ofrece a su pueblo es salvación; cito algunas de sus afirmaciones:

“Logramos lo inimaginable, pero no con nuestra fuerza y nuestra inteligencia, sino con la gloria de Dios y con la sabiduría de Dios, los milagros que hemos visto en este país no son pocos y si Dios así lo desea, vendrán muchos más.  Por eso debemos agradecerle a él por toda esa misericordia con nosotros e impulsarnos a llegar hasta acá… que el pueblo defienda a capa y espada cada una de las decisiones que se tomen…sin titubeos…este es un país laico, el que no crea en la Biblia puede no creer en la Biblia, el que no crea en Dios puede no creer en Dios, pero yo sí creo en Dios y les recuerdo lo que dice la biblia, por sus frutos los reconoceréis, valoren ustedes mismos, quiénes sí logramos transformar este país, sí logramos dar frutos buenos… Hoy son decenas de miles de salvadoreños salvados por el trabajo de este gobierno… lo que ha ocurrido en El Salvador no son cinco ni diez son más de veinte milagros juntos y todos por la gloria de Dios, por el trabajo del gobierno y por el apoyo incansable del pueblo salvadoreño…”.  (Increíble que en el mismo discurso- catequesis el presidente diga que El Salvador es un estado laico).

Me declaro pues, como los cristianos de los primeros siglos, como San Oscar Romero y los y las mártires de El Salvador, ateo de este dios.  La fe cristiana no da lugar a ninguna religión de estado, sea de la tendencia que sea, sea de la derecha o sea de la izquierda; el Dios de Jesús es un Dios crucificado, no sirve para vencer, fracasa en la cruz, no puede salvarse a sí mismo (Mt 27, 42); no es un deus ex machina, hecho a propósito para nuestros fines, es un Dios uno de tantos, que se abaja, que se hace esclavo (Fil 2, 6-11)), que se resiste a toda violencia (Jn 18,11), que pide el perdón para sus mismos verdugos (Lc 23,34), que, asesinado por el poder, muere de amor.   El Dios de los cristianos no entra al panteón oficial, no tiene nicho en la religión del estado, es una víctima de crimen de estado (Mt 27, 24).

Juramento sobre la Biblia
Juramento sobre la Biblia

Aclarada la razón, doy ahora respuesta a mi amigo que estaba preocupado por mi ateísmo y que me preguntaba si en cambio creía yo en el dios por el que juró Petro (muchos, tal vez también él, suponen que si hago una crítica a un político de derecha es que yo soy de izquierda). La respuesta es que soy escéptico de ese dios que aparece mencionado en las constituciones de los estados y por el que juran nuestros políticos, una vez llegan al poder, del partido que vengan.  Ese dios tampoco merece mi mayúscula.  No, no creo en un dios por el que se jura, ni por el que juró Petro, ni por el que lo hicieron Duque, Santos, Uribe, Pastrana, Samper…. Soy escéptico porque cada vez que decimos Dios, y pasa no sólo a los políticos sino también a nosotros los clérigos, es muy posible que nos estemos refiriendo a una idea amañada, a una proyección de la mente, a un escape de megalomanía. Por algo el mandamiento bíblico exige no sólo no jurar en nombre de Dios, sino también no pronunciar su nombre en vano (Ex 20,7).

Decir Dios delante del poder es casi siempre vano, solo podemos decir Dios, y quedarnos seguros de que lo es, delante de un crucificado; de uno que no parece Dios, que se parece más a un gusano que a un hombre, como dijeron las profecías (Salmo 26,6).  El Dios verdadero se anonada, no hace alarde de su categoría de Dios, se abaja (Fil 2,6 ss.), no aparece, es un Dios escondido (Is 45, 15).  Decir Dios para apalancar el poder es blasfemia, los relatos de las víctimas, de los que sufren, tal vez los relatos de tantos muchachos de El Salvador que por el delito de ser jóvenes se hacinan en las cárceles y están sacrificados a la ideología de la seguridad, falsos positivos judiciales que no tienen derecho ni siquiera a un juicio y a que sus familiares sepan de su paradero, son esos relatos las claves para descifrar el nombre de Dios.

Sí, soy escéptico de ese dios en cuyo nombre empiezan las constituciones de muchos estados, por el que juran los presidentes, por el que se debaten los legisladores cristianos que dicen representar sus intereses, al que le queremos conquistar el mundo.  La fe nos pide no pronunciar su nombre en vano y no jurar por él; los hombres y mujeres que llegan al poder, si de verdad respetaran y temieran a Dios jurarían no por Dios sino por los pobres, que son, según la tradición cristiana, los vicarios de Dios en la tierra. 

Bonhoeffer
Bonhoeffer

Quiero terminar con algunas palabras de Dietrich Bonhoeffer, pastor y teólogo luterano que murió en el campo de concentración de Flossenbürg porque no creyó en la religión de Adolfo Hitler; sus palabras nos vienen bien en este momento tan peligroso de la historia en el que se usa el nombre de Dios para ponerse por encima de los otros y aplastarlos y justificar guerras y dictaduras, pasa en Rusia, pasa en Israel, pasa con Trump, Bolsonaro, Orban, Maduro, Ortega, Milei, pasa con muchos de nuestros políticos colombianos, pasa con Bukele. 

Vienen, pues, las palabras de Bonhoeffer:

“Nosotros no podemos ser honestos sin reconocer que hemos de vivir en el mundo etsi deus non daretur (como si Dios no existiera). Y esto es precisamente lo que reconocemos… ¡ante Dios!; es el mismo Dios que nos obliga a dicho reconocimiento.  Así nuestro acceso a la mayoría de edad nos lleva a un veraz reconocimiento de nuestra situación ante Dios.  Dios nos hace saber que hemos de vivir como hombres que logran vivir sin Dios.   ¡El Dios que está con nosotros es el Dios que nos abandona (Mc 5, 34)!  El Dios que nos hace vivir en el mundo sin la hipótesis de trabajo Dios, es el Dios ante el cual nos hallamos constantemente.  Ante Dios y con Dios vivimos sin Dios. Dios, clavado en la cruz, permite que lo echen del mundo.  Dios es impotente y débil en el mundo, y precisamente sólo a sí está Dios con nosotros y nos ayuda. Mt 8, 17 indica claramente que Cristo no nos ayuda por su omnipotencia, sino por su debilidad y sus sufrimientos.  Esta es la diferencia decisiva con respecto a todas las demás religiones.  La religiosidad humana remite al hombre, en su necesidad al poder de Dios en el mundo: así Dios es el deus ex machina.  Pero la Biblia lo remite a la debilidad y sufrimiento de Dios; sólo el Dios sufriente puede ayudarnos.  En este sentido podemos decir que la evolución hacia la edad adulta del mundo, de la que antes hemos hablado, al dar fin a toda falsa imagen de Dios, libera la mirada del hombre hacia el Dios de la Biblia, el cual adquiere poder y sitio en el mundo gracias a su impotencia”.  (Carta a Eberhard Begthe, 16 de julio de 1944).

Cristo indio, de Noé Canjura
Cristo indio, de Noé Canjura

Volver arriba