Una boda según la tradición de los samburu Eucaristía en todos los rincones, Dios en cada fiesta
"Fui a celebrar la misa en un pueblito de muy pocos cristianos y cuando llegué, encontré que no había nadie y que la pequeña iglesia estaba vacía. Pregunté dónde estaban y me dijeron que se habían ido para un matrimonio"
"Empecé a dar gracias a Dios de que los cristianos no hubieran venido a la misa que yo quería presidirles y de que yo haya podido participar de la que toda la aldea celebraba: algo me decía por dentro que, en esa fiesta, que gracias al cielo no me perdí, había comulgado el pan de Dios que es la alegría y que él no niega a ninguno de sus hijos"
Fui a celebrar la misa en un pueblito de muy pocos cristianos y cuando llegué, encontré que no había nadie y que la pequeña iglesia estaba vacía. Pregunté dónde estaban y me dijeron que se habían ido para un matrimonio. En el primer momento me sentí desalentado y reclamaba que por qué no me habían avisado, que por qué me hicieron ir para nada; quería echarles en cara su falta de “respeto”. Pero, ahí mismo comprendí que era tonto entretenerme en esas preguntas y quejas y que lo que tenía que hacer era irme también yo al matrimonio y gozar de esa fiesta.
Era una boda según la tradición de los samburu. El novio había sacrificado un toro y el consentimiento se daba mientras él cortaba pedazos de carne para dárselos a la familia de la novia, él daba y ella recibía. Toda la gente estaba feliz, tomaban té en abundancia, comían carne y danzaban y danzaban. Era un ritmo de voces y pasos, saltaban y hacían círculos al correr. Era un baile que golpeaba la tierra y la hacía temblar de dicha. Entré en ese ritmo y, aunque no lograba la armonía suelta de sus movimientos, me sentí música de esa danza, uno de ellos, uno con ellos.
Después, regresando a casa ya en la tarde, empecé a dar gracias a Dios de que los cristianos no hubieran venido a la misa que yo quería presidirles y de que yo haya podido participar de la que toda la aldea celebraba: algo me decía por dentro que, en esa fiesta, que gracias al cielo no me perdí, había comulgado el pan de Dios que es la alegría y que él no niega a ninguno de sus hijos. En esa celebración me “metí” en Dios y comí y bebí la Eucaristía en el té y la carne que me ofrecieron.
También, en el silencio después de ese día de fiesta, me acordé que los padres de la Iglesia, Juan Damasceno entre otros, hablaban de la Trinidad como una danza –periforesis- en la que cada persona está al ritmo de la otra, y esto a tal punto de perfección, que aunque son tres son uno solo; pensé también que nosotros todos, todos sin excepción, estamos en esa danza y que la verdadera vida es bailar en esa comunión y nunca salirnos de ahí y llegar a ser todos uno, todos conectados, todos familia.
Y esto amigos es la misión. No es traer mis ritos a un pueblo, es entrar en sus ritos y comulgar en la alegría que Dios les ha ofrecido a ellos desde siempre. Es entrar en la danza de las culturas y abrazarse con Dios en ellas. Hay Eucaristía en todos los rincones de la tierra, hay Dios en cada fiesta. Gracias a Dios que ese día los pocos cristianos no vinieron a la misa y me obligaron a entender que más que de ritos y leyes se trata de gratitud y de la boda de Dios que se ennovió con la humanidad.