"La vida es el único milagro y no está en las estatuas de los templos, está en nuestras manos " Jairo Alberto Franco: "Se ve mucha prisa por volver al templo y no tanta preocupación por la situación que vivimos"
"Se habla de volver a los templos cada vez que dan la palabra a los clérigos y líderes eclesiales, se hacen comunicados y campañas, se protesta, se suplica al gobierno"
"No es evangélico liderar una campaña por la reapertura de los lugares de culto, sin pensar en los templos de verdad que son los seres humanos y que se han derruido en todos estos años de guerra"
"Abramos las puertas de la Iglesia, no para entrar y volver a la “normalidad”, a lo de siempre, a lo que repetimos, sino para salir y buscar los muertos y los que los lloran"
"No nos podemos dar en Colombia el lujo de escuchar más a Mateo, Marcos, Lucas y Juan, sin escuchar lo que cuentan las víctimas de la violencia"
"Abramos las puertas de la Iglesia, no para entrar y volver a la “normalidad”, a lo de siempre, a lo que repetimos, sino para salir y buscar los muertos y los que los lloran"
"No nos podemos dar en Colombia el lujo de escuchar más a Mateo, Marcos, Lucas y Juan, sin escuchar lo que cuentan las víctimas de la violencia"
Las prisas de la gente religiosa, como se ve en la parábola del samaritano, dejan mucho que desear y fueron, claramente, no muy del agrado de Jesús. El sacerdote y el levita iban de prisa, con asuntos aparentemente muy importantes, y dando rodeos no pudieron ver al hombre medio muerto. El samaritano, sin intereses de templo, y tal vez en viaje de negocios bien ajenos a la religión, se detuvo y vio al caído. Y ahí, se haya dado cuenta o no, se encontró con Dios.
Hay pues prisa por volver a los templos, esto en todo el mundo cristiano y también en Colombia; se habla de eso cada vez que dan la palabra a los clérigos y líderes eclesiales, se hacen comunicados y campañas, se protesta, se suplica al gobierno y se ponen en acción muchas otras iniciativas; y en esta causa, que puede ser bien intencionada, no aparece tan explícito, y especialmente en nuestro caso colombiano, la de tantos tirados en las cunetas de la guerra, la de los desaparecidos, las víctimas, la de los líderes que se siguen asesinando en esta misma pandemia. Se ve mucha prisa religiosa por llegar al templo otra vez y no así tanta preocupación por la situación que vivimos. Creo que no sea evangélico liderar una campaña por la reapertura de los lugares de culto, sin pensar en los templos de verdad que son los seres humanos y que se han derruido en todos estos años de guerra y lo siguen haciendo. Volver a los templos así no más, es perder la ocasión del reino de Dios, es perder el evangelio. Si abrimos los templos, es para que pensemos no en el culto, sino en los que están sufriendo.
Un día Jesús hablaba del reino de Dios, y los que lo oyeron, picados de curiosidad, le preguntaron que dónde pasaría todo eso, y le pedían que les diera una pista para no perderse nada de lo que les anunciaba. Y Jesús les respondió de un modo bien extraño y chocante: “Donde esté el cadáver, allí están los buitres” (Lucas 17,37). De este texto evangélico brota la espiritualidad que propongo para la Iglesia colombiana a la hora de pedir que abran los templos cerrados, una espiritualidad cuyo nombre hiere los oídos y repugna al estómago: la del buitre, esa ave de carroña a la que, sólo después de mucha dificultad, podemos asociar con el Espíritu Santo.
Jesús, en la respuesta sobre el lugar del reino, no dijo que este se daba en el templo o en las sinagogas, no se le ocurrió que se daba en cultos y ritos, no pidió que buscáramos en los altares. Jesús manifestó claramente que el reino de Dios estaba allí donde hubiera un cadáver; de aquí que, si nuestra prisa es evangélica, es allá donde nos tiene que llevar, allí donde están nuestros muertos, a las tumbas N.N. donde los enterraron, a las fosas comunes en que los echaron, a los ríos en que los botaron, a los basureros en donde los dejaron, a los hornos crematorios en donde se deshicieron de ellos. Abramos las puertas de la Iglesia, no para entrar y volver a la “normalidad”, a lo de siempre, a lo que repetimos, sino para salir y buscar los muertos y los que los lloran. Sólo esta preocupación por la muerte justifica que tengamos la puerta abierta; es que tenemos vida y no podemos atraparla en devociones y ceremonias desconectadas de la realidad.
Abramos la puerta, pero no para atiborrar los templos de masas de feligreses, sino para salir al encuentro de las familias todavía en duelo de los casi 300.000 muertos que está dejando el conflicto armado, a unirnos a las madres de los 10,000 “falsos positivos” que preguntan que quién dio la orden a nuestros militares para que los asesinaran, a viajar hasta los 4,210 lugares donde se dieron las masacres, a buscar los 120,000 desaparecidos, a visitar las tumbas y atinar porqué siguen cayendo, desde el acuerdo de paz, 300 líderes sociales y 200 excombatientes que habían firmado la paz y buscaban nueva vida… Para ir allá es que tenemos que abrir los templos, volver al mero culto es idolatría y los ídolos nos seguirán pidiendo sacrificios humanos. La Iglesia en Colombia no puede oler a oveja, no hay tantas ovejas en nuestro país, la Iglesia en Colombia, si es la Iglesia del reino, la que encuentra el reino, tiene que oler a muerto. Sólo los que van a la tumba a ungir los muertos se apoderan de la pascua. Y nuestra Iglesia necesita la pascua, sin ella no puede, sin ella no es. Abramos las puertas, pero para salir a abrazar la muerte y volverla vida.
¿Volver a los templos? ¿A escuchar evangelios y sermones, a años luz de nuestra realidad, sin conexión con lo que vivimos? No nos podemos dar en Colombia el lujo de escuchar más a Mateo, Marcos, Lucas y Juan, sin escuchar lo que cuentan las víctimas de la violencia. Los evangelios canónicos son apenas gramáticas para aprender a leer el gran evangelio de la vida, de la pascua que está sucediendo en los que mueren y los seres queridos que los ven morir. Sin los relatos de los que han sufrido la guerra en carne propia se harán siempre más etéreos y mitológicos los evangelios que leemos en el culto. Sin el evangelio según las víctimas, los según Mateo, Lucas, Marcos y Juan se quedarán vacíos de sentido. Las narrativas que está escribiendo la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la no Repetición, oyendo a todos y especialmente a las víctimas, son las parábolas del evangelio según Colombia y no las podremos escuchar si nos refugiamos en los templos.
"Abramos la puerta, pero no para atiborrar los templos de masas de feligreses, sino para salir al encuentro de las familias todavía en duelo de los casi 300.000 muertos que está dejando el conflicto armado"
¿Volver a los templos? ¿a partir el pan y a beber de la misma copa, y salir satisfechos otra vez y seguir viviendo en uno de los países más inequitativos del mundo? Los cristianos en Colombia, satisfechos de eucaristía, seguimos perpetuando la exclusión y la injusticia, causas de la guerra. Los fastuosos altares de la fiesta de Corpus Christi ya nos estaban gritando hacía tiempo que los pobres que iban en la procesión vivían en la miseria y que Jesús se escapaba hasta sus casuchas cuando pretendíamos llevarlo en la custodia. No podemos volver a esta contradicción.
¿Volver a los templos? ¿A sentirnos muy consolados y darnos signos de paz y en nombre de la moral y de una pretendida justicia cristiana a seguirle poniendo obstáculos a la paz? El padre misericordioso de la historia de Jesús tuvo siempre abierta la puerta para su hijo equivocado y lo recibió con fiesta y salvación. Muchos cristianos en Colombia se niegan a recibir en la sociedad a los que habiéndose equivocado quieren volver y hallar espacios de democracia; ante la paz no podemos ser neutrales. Si la paz no está en la mira, todo lo que hagamos dentro de las iglesias será teatro, superstición y hasta brujería.
Necesitamos pues, la espiritualidad del buitre, y en este momento al Espíritu habría que pensarlo más como un buitre que como una paloma, un ave de carroña y por tanto de agudo olfato para saber dónde está la muerte y acercarnos y encontrar en ella la vida que Dios nos quiere ofrecer. El olfato del buitre es el que la Iglesia en Colombia necesita para su discernimiento, no para extasiarse en aromas de incienso y crisma perfumado de rosas, sino para buscar al muerto, nuestros muertos y anunciar lo que parece imposible, que el reino de Dios está ahí, dentro de esas tumbas, dentro de esa muerte en vida de las víctimas, dentro de las fatigas de la misericordia ofrecida, dentro del perdón que se busca, dentro de los oídos que recogen historias de dolor, dentro del miedo de los amenazados, clamando en la sangre de los que siguen muriendo.
Los lugares de peregrinación en Colombia, si somos de verdad testigos del muerto que resucitó, no pueden ser ya las Lajas, Buga y Chiquinquirá; hay otros obligatorios santuarios para encontrarnos con el Dios crucificado y muerto, el único que proclama nuestra fe en la resurrección, y ellos son Ciénaga, Bojayá, Tacueyó, La Comuna 13, Segovia, Mapiripán, la Chinita, Los Montes de María, Machuca, la Modelo… y tantos, tantos otros: por allá está el cadáver, por allá olemos el reino de Dios, un Dios que no se deja idolatrar y esto simplemente porque a nadie le gusta la mortecina.
La imagen de Cristo ya no es patente en la del Sagrado Corazón del Voto Nacional, es la mutilada de la cruz de Bojayá, sacramento de todos los mutilados por nuestra violencia. Los cristianos en Colombia no podemos peregrinar más detrás de milagros, la vida es el único milagro y no está en las estatuas de los templos, está en nuestras manos que cuidan y hacen justicia, en nuestros corazones que aman e incluyen a los marginados. En la Iglesia colombiana ya no podemos estar pendientes sólo de los obispos y sacerdotes para que nos abran los templos, para que nos digan la primera y la última palabra, para que nos entreguen a Dios… Aquí necesitamos, con más urgencia que nunca, mirar a las mujeres, a las madres, a las esposas, a las hermanas que buscan los desaparecidos, ellas no dejaran que nos encerremos en los templos, ellas nos dirán la Palabra de Dios que se aprieta en sus corazones, uniéndonos en su búsqueda nos encontraremos con Cristo; ellas, como María Magdalena, hace ya más de 2,000 años, tienen la Buena Noticia para todos.
Así pues, sin espiritualidad de buitre, de Espíritu Santo, la prisa por volver a los templos es ideología religiosa, no evangelio de Jesús. No es tiempo de prisas, es hora de olfatear.