Carta abierta a un compañero secularizado, pero compañero (y II).
En castellano y a continuación en galego
De Xosé Manuel Carballo
A Don José María Rodríguez Díaz, en paradero materialmente imprecisable.
>Querido compañero y hermano por el bautismo, por el sacerdocio y porel cáncer, que a ti te llevó todo entero en unos pocos meses y a mí me llevó la voz va para cuatro años, creo que por fin me llegó la respuesta que quería dar a tu no poco angustioso pensar asociando irse de la casa del Padre y volver la vista atrás, con secularizarte y casar. No tiene por qué ser la única respuesta válida, pero a mí me pareció convincente y a ti parece que te sirvió.Te la pasé, porque para ti era, la última vez que nos vimos, aquel atardecer soleado de mediados de abril en la que me llevaron a visitarte Angelines y Fernando, matrimonio de gallegos residentes en Madrid que habían venido aquellos días dar una vuelta por la tierra de sus raíces, entrados en años como nosotros, con dolencias por el cuerpo como nosotros, pero con gran sensibilidad religiosa como tú y muy animosos cómo quisiera ser yo si no me faltase el aliento. Correspondiendo a la buena acogida que les dispensásteis Asunción y tú, se sintieron en vuestra casa como en la casa de unos amigos de toda la vida.
Sabiendo de la religiosidad de todos, llevé comunión para cinco. Fue una celebración muy íntima, pero también muy viva y sentida del sacramento del perdón que pudisteis recibir los cuatro y, como sacramento, entiendo que yo no pude recibirlo, conforme a la legislación vigente, porque yo estaba siendo el cauce visible, parte del signo sensible, por el que se percibía externamente que llegaba en aquellos momentos el perdón de la fuente divina. Pensé que podías volver a ser tú por un momento excepcional ese cauce para mí, querido José María, sacerdos in aeternum, y facilitarme también la llegada del perdón regalado, pero no era momento de forzar nada ni de ponerse con tansgresiones de leyes que son hoy y pueden no ser mañana, sino de buscar paz para ti y para todos.
También fue una celebración íntima de una Eucaristía sin consagración, entendida en el sentido etimológico griego como acción de gracias, o como muy bien dijo el que fue tu siempre amigo y compañero de Coro catedralicio y mi formador en el seminario, y amigo y referente, Fernando Porta, desde la madura lucidez de sus 89 años: “Una verdadera Eucaristía de dolor humilde y de amor”. Angelines, con sus … y pico, muy bien llevados por cierto, nos ayudó a rezar a todos en silencio rezando y cantando ella: “Madre, óyeme, mi plegaria eres un grito en la noche” Tú, con mucha dificultad y con la ayuda de las dos mujeres, y del otro hombre que no era yo sino Fernando, de setenta y … pico, más o menos como su mujer, te arrodillaste pra recibir a nuestro Señor, que se hizo tan pequeño que cupo para repartirse entre cinco en una cajita dorada.
A la hora de una relativamente improvisada oración para dar gracias, no fue nada difícil en aquella especie de cenáculo por un momento, en el que se convirtió la sala de estar de vuestra casa antes de tomar un café, darlas también por tener una mujer, Asunción, que nunca te impidió seguir queriendo lo que siempre quisiste y que en tu debilidad, te cuidaba con mimos de esposa y de madre al mismo tiempo, y por unas familias, tanto de tu parte como de la suya que no podían hacer más por ti de lo que habían hecho y seguían haciendo desde que se te descubrió tu última enfermedad.
Debía de ser esa, la acción de gracias por ella, la respuesta que aguardabas, porque se te iluminaron los ojos con una luz nueva antes de romper a llorar y darme tú mí mil gracias.
Te equivocabas, amigo, pero no te llevé la contraria allí delante de la gente, es a Dios a quién hay que dárselas siempre en primer lugar, y soy yo quién te las tenía que dar a ti: porque desde que nos reencontramos, va para unos cuatro años, después de un tiempo sin especial relación, a lo mejor porque también yo estaba mal influenciado por una mala aplicación de lo de mirar para atrás cuando se va arando, que me llevaba a no mirar tampoco para los hermanos que caminabais a mi lado, siempre me valoraste por encima de lo merecido, y, aún aplicando yo la rebaja correspondiente me ayudaste a sentirme útil e importante, porque te importaba a ti y porque me ibas haciendo caso y seguías hurgando en el ordenador, cuando, viendo con que madurez humana y cristiana aceptabas la muerte, te decía: “Muy bien; José María, pero no podemos morir antes tiempo. ¿No ves que si nos bajamos del tren en alguna estación anterior a la que nos corresponda nos vamos a aburrir mucho aguardando otro tren que a lo mejor no viene, y obligamos a la familia a hacernos velatorios en vida?”.
Tengo que ir parando porque me canso y tú has tener maravillas que disfrutar y muchos amigos con los que estar. Pero, por si no me acuerdo cuando nos volvamos a ver, quería decirte dos cositas: Una, que ahora que estoy de bodas de oro, me parece que bien me valío la pena ser cura, aunque no fuese más que por permitirme ayudarte algo, no a bien morir, sino a pasar a esa otra Ribera. Algo así como un Caronte, barquero sí, pero no infernal como el originario de la mitología griega o el reconvertido de Dante, sino barquero celestial, porque la barca que usamos es la de Pedro que nos la prestó, imperfecta y con señales de temprales, pero de Pedro,y de Francisco también. La otra cosa es que vi morir a muchos y de todos y todas aprendí; pero si pudiera escoger, escogería morir como tú, compañero y maestro.
A los que veas por ahí y te parezca que son mis amigos también, les das muchos recuerdos, especialmente a Don San Jaime. Él bien sabe por qué se los mando. Su libro, contando con Félix Villares y las colaboraciones tan preciosas que van llegado, va a quedar una chulada. Ya la portada, que tuviste la suerte de poder ver para irte más tranquilo, porque tuya fue la idea, del también compañero y hermano, Ramón Irago Silva, es la obra de un gran artista con la sensibilidad de los místicos. Pero del libro es mejor que de momento no le digas nada a él, porque, no sé cómo se llevan esas cosa de sufrimientos internos de los bienaventurados, pero Don Jaime es capaz de ponerse a sufrir e incluso de romper a llorar pensando, desde su profunda y sincera humildad, que tampoco del librito es merecedor.
Pues nada más y hasta cualquier día por ahí por la Vida.Me gustaría que no estuviésemos muy lejos, pero, aunque puedas, no muevas un dedo, que de tráfico de influenzas seguimos por aquí bien servidos, incluso con varios gregorianos al mismo tiempo por algunos, pensando que así no saltan impunemente las limitaciones de velocidad en el camino del Reino de los cielos y pueden adelantar por la derecha a los pobres de espíritu y del resto también, a los que lloran con quien llora, a los misericordiosos y misericordiados…
A ti el día del entierro, día de San Juan de Ávila, patrón del clero diocesano, como fuiste Salmista de la Catedral de Mondoñedo, te dedicamos los sesenta y pico sacerdotes que nos juntamos pra celebrarlo, juntamente con el nuevo Obispo, Don Luís Ángel, un salmo muy hermoso. ¿Ya te enterarías, no? ¿Te fijaste con que fuerza rezaba otro de tus grandes amigos ya citado, Fernando Porta? Pacio Lindín también seguro que rezó desde Nueva York, porque sigue muy al día desde por allá de lo que pasa por acá, y a Edelmiro Bascuas ya le tienes también por ahí.
Remato y no es sin tiempo. La Salvación hay que celebrarla, pero no es necesario comprarle como piensan algunos ricos en tiempo, cuartos o avemarías, ni argumentarla, como dicen algunos teólogos fríos, por serlo solo del cuello pra riba, y me parece a mí que la teología sin corazón, tendrá mucho de logía, o tratado, pero poco de teo, o Dios. No hay que comprarla ni argumentarla, porque la Salvación se nos da gratis, por gracia; pero si hubiese hecho falta argumentarla y se juntan Pacio Lindín y Bascuas esgrimiendo razones por las que tú eres digno de ella, “no hay dios” que los desmonte, y que Dios me perdone la expresión coloquial.
Ya llevo un bueno rato despidiéndome de alguna manera, pero no doy acertado con el final idóneo. Quizás pueda valer: “Hasta el atardecer o el amanecer en la oración, compañero, amigo, hermano!”.
En galego
De Xosé Manuel Carballo
A Don José María Rodríguez Díaz, en prdoiro materialmente imprecisable.
Querido compañeiro e irmán polo bautismo, polo sacerdocio e polo cancro, que a ti te levou todo enteiro nuns poucos meses e a min me levou a voz vai pra catro anos, creo que por fin chegoume a resposta que quería dar ó teu non pouco angustioso pensar asociando irse da casa do Pai e volver a vista atrás con secularizarte e casar. Non ten por que ser a única resposta válida, pero a min pareceume convincente e a ti prece que che valeu.Paseicha, porque pra ti era, a última vez que nos vimos, aquela tardiña soleada e morna de mediados de abril na que me levaron visitarte Angelines e Fernando, matrimonio de galegos residentes en Madrid que viñeran aqueles días dar unha voltiña pola terra das súas raíces, entrados en anos coma nós, con doenzas polo corpo coma nós, pero con gran sensibilidade relixiosa coma ti, e moi animosos como quixera ser eu se tivese máis folgos. Correspondendo á boa acollida que nos destes Asunción e ti, sentíronse na vosa casa coma na casa duns amigos de toda a vida.
Sabendo da relixiosidade de todos, levei comuñón pra cinco. Foi unha celebración moi íntima, pero tamén moi viva e sentida do sacramento do perdón que puidestes recibir os catro e, como sacramento, entendo que eu non puiden recibilo, conforme á lexislación vixente, porque eu estaba sendo a canle visible, parte do signo sensible, pola que se percibía externamente que chegaba naquel momento o perdón da fonte divina. Pensei que podías volver a ser ti por un momento excepcional esa canle pra min, querido José María, sacerdos in aeternum, e facilitáresme tamén a chegada do perdón regalado, pero non era momento de forzar nada nin de poñerse con transgresións de normas que poden ser hoxe e non ser mañá, senón de buscar paz pra ti e pra todos.
Tamén foi unha celebración íntima dunha Eucaristía sen consagración, entendida no sentido etimolóxico grego como acción de gracias, ou como moi ben dixo o que foi teu sempre amigo e compañeiro de Coro catedralicio e meu formador no seminario, e amigo e referente, Fernando Porta, desde a madura lucidez dos seus 89 anos: “Unha verdadeira Eucaristía de dolor humilde e de amor”. Angelines, cos seus … e pico, moi ben levados por certo, axudounos a rezar a todos en silencio rezando e cantando ela: “Madre, óyeme, mi plegaria es un grito en la noche”. Ti, con moita dificultade e coa axuda das dúas mulleres, e do outro home que non era eu senón Fernando, de setenta e … pico, máis ou menos coma a súa muller, axeonllácheste (arrodillácheste) pra recibir a noso Señor, que se fixo tan pequeno que coubo pra repartirse entre cinco nunha caixiña dourada.
Á hora dunha relativamente improvisada oración pra dar gracias, non foi nada difícil naquela especie de cenáculo por un momento, no que se converteu a sala de estar da vosa casa antes de tomar un café, dalas tamén por teres unha muller, Asunción, que nunca che impediu seguir querendo o que sempre quixeches e que na túa debilidade, te coidaba cun mimo de esposa e de nai ao mesmo tempo, e por unhas familias tanto da túa parte coma da dela que non podían facer máis por ti do que fixeran e seguían facendo desde que se che descubriu a derradeira enfermidade.
Debía ser esa, a acción de gracias por ela, a resposta que agardabas, porque se che iluminaron os ollos cunha luz nova antes de romper a chorar e dáresme ti a min mil gracias.
Equivocábaste, amigo, pero no che levei a contraria alí diante da xente, é a Deus a quen hai que darllas sempre en primeiro lugar, e son eu quen chas tiña que dar a ti: porque desde que nos reencontramos, vai pra uns catro anos, despois dun tempo sen especial relación, se cadra porque tamén eu estaba mal influenciado por unha mala aplicación do de mirar pra atrás cando se ara, que me levaba a non mirar tampouco prós irmáns que camiñabades ó me lado, sempre me valoraches por encima do merecido, e, aínda aplicando eu a rebaixa correspondente axudáchesme a sentirme útil e importante, porque che importaba a ti e porque me ías facendo caso e seguías furgando no ordenador, cando, vendo con que madurez humana e cristiá aceptabas a morte, che dicía: “Moi ben; José María, pero non podemos morrer antes tempo. Non ves que se nos baixamos do tren en algunha estación anterior á que nos corresponda imos aburrirnos moito agardando outro tren que se cadra non vén, e obrigamos á familia a facernos velorios en vida?”
Teño que ir parando porque canso e ti has ter marabillas que gozar e moitos amigos cos que estar. Pero, por se non me lembro cando nos volvamos a ver, quería dicirche dúas cousiñas: Unha, que agora que estou de vodas de ouro sacerdotais, paréceme que ben me pagou a pena ser cura, aínda que non fose máis ca por permitíresme axudarche algo, non a ben morrer, senón a pasar a esoutra Ribeira. Algo así coma un Caronte, barqueiro si, pero non infernal coma o orixinario da mitoloxía grega ou o reconvertido de Dante, senón barqueiro celestial, porque a barca que usamos é a de Pedro que nola prestou, imperfecta e con mazaduras dos temporais, pero de Pedro, e de Francisco tamén. A outra cousa é que vin morrer a moitos e de todos e todas aprendín; pero se puidese escoller, escollería morrer coma ti, compañeiro e mestre.
Ós que vexas por aí e che pareza que son meus amigos tamén, dálles moitos recordos, especialmente a Don San Jaime. El ben sabe por que llos mando. O seu libro, contando con Félix Villares e as colaboración preciosas que van chegado, vai quedar unha chulada. Xa a portada, que tiveches a sorte de poder ver pra íreste máis tranquilo, porque túa foi a idea, do tamén compañeiro e irmán, Ramón Irago Silva, é a obra dun gran artista coa sensibilidade dos místicos. Pero do libro é mellor que de momento non lle digas nada a el, porque, non sei como se levan esas cousa de sufrimentos internos dos benaventurados, pero Don Jaime é capaz de poñerse a sufrir e mesmo de romper a chorar pensando que tampouco do libriño é merecente.
Pois nada máis e ata calquera día por aí pola Vida. Gustaríame que non estivésemos moi lonxe, pero aínda que poidas non movas un dedo, que de tráfico de influenzas seguimos por aquí ben servidos, ata con varios gregorianos ó mesmo tempo por algúns, pensando que así saltan impunemente as limitacións de velocidade no camiño do Reino dos ceos e pódenlles adiantar pola dereita ós pobres de espírito e do resto tamén, ós que choran con quen chora, ós misericordiosos e misericordiados…
A ti o día do enterro, día de San Xoán de Avila, patrón do clero diocesano, como fuches Salmista da Catedral de Mondoñedo, dedicámosche os sesenta e pico que nos xuntamos pra celebralo, xuntamente co novo Bispo Don Luís Ángel, un salmo ben fermoso. Xa te enterarías, non? Fixácheste con que forza rezaba outro dos teus grandes amigos xa citado, Fernando Porta? Pacio Lindín tamén seguro que rezou desde Nova York, porque segue moi ó día desde por aló do que pasa por acó, e a Edelmiro Bascuas xa o tés por aí.
Remato e non é sen tempo. A Salvación hai que celebrala, pero non é necesario mercala como pensan algúns ricos en tempo, cartos ou avemarías, nin argumentala, como din algúns teólogos fríos, por selo só do pescozo pra riba, e paréceme a min que a teoloxía sen corazón, terá moito de loxía, ou tratado, pero pouco de teo, ou Deus. Non hai que mercala nin argumentala, porque a Salvación dásenos gratis, por gracia; pero se fixera falta argumentala e se xuntan Pacio Lindín e Bascuas esgrimindo razóns polas que ti es digno dela, “non hai dios” que os desmonte e que Dios me perdoe a expresión coloquial.
Dalgunha maneira xa levo un bo cacho despedíndome, pero non dou atinado co remate axeitado. Quizais poida valer: Ata a noitiña ou o amencer na oración, compañeiro, amigo, irmán.
De Xosé Manuel Carballo
A Don José María Rodríguez Díaz, en paradero materialmente imprecisable.
>Querido compañero y hermano por el bautismo, por el sacerdocio y porel cáncer, que a ti te llevó todo entero en unos pocos meses y a mí me llevó la voz va para cuatro años, creo que por fin me llegó la respuesta que quería dar a tu no poco angustioso pensar asociando irse de la casa del Padre y volver la vista atrás, con secularizarte y casar. No tiene por qué ser la única respuesta válida, pero a mí me pareció convincente y a ti parece que te sirvió.Te la pasé, porque para ti era, la última vez que nos vimos, aquel atardecer soleado de mediados de abril en la que me llevaron a visitarte Angelines y Fernando, matrimonio de gallegos residentes en Madrid que habían venido aquellos días dar una vuelta por la tierra de sus raíces, entrados en años como nosotros, con dolencias por el cuerpo como nosotros, pero con gran sensibilidad religiosa como tú y muy animosos cómo quisiera ser yo si no me faltase el aliento. Correspondiendo a la buena acogida que les dispensásteis Asunción y tú, se sintieron en vuestra casa como en la casa de unos amigos de toda la vida.
Sabiendo de la religiosidad de todos, llevé comunión para cinco. Fue una celebración muy íntima, pero también muy viva y sentida del sacramento del perdón que pudisteis recibir los cuatro y, como sacramento, entiendo que yo no pude recibirlo, conforme a la legislación vigente, porque yo estaba siendo el cauce visible, parte del signo sensible, por el que se percibía externamente que llegaba en aquellos momentos el perdón de la fuente divina. Pensé que podías volver a ser tú por un momento excepcional ese cauce para mí, querido José María, sacerdos in aeternum, y facilitarme también la llegada del perdón regalado, pero no era momento de forzar nada ni de ponerse con tansgresiones de leyes que son hoy y pueden no ser mañana, sino de buscar paz para ti y para todos.
También fue una celebración íntima de una Eucaristía sin consagración, entendida en el sentido etimológico griego como acción de gracias, o como muy bien dijo el que fue tu siempre amigo y compañero de Coro catedralicio y mi formador en el seminario, y amigo y referente, Fernando Porta, desde la madura lucidez de sus 89 años: “Una verdadera Eucaristía de dolor humilde y de amor”. Angelines, con sus … y pico, muy bien llevados por cierto, nos ayudó a rezar a todos en silencio rezando y cantando ella: “Madre, óyeme, mi plegaria eres un grito en la noche” Tú, con mucha dificultad y con la ayuda de las dos mujeres, y del otro hombre que no era yo sino Fernando, de setenta y … pico, más o menos como su mujer, te arrodillaste pra recibir a nuestro Señor, que se hizo tan pequeño que cupo para repartirse entre cinco en una cajita dorada.
A la hora de una relativamente improvisada oración para dar gracias, no fue nada difícil en aquella especie de cenáculo por un momento, en el que se convirtió la sala de estar de vuestra casa antes de tomar un café, darlas también por tener una mujer, Asunción, que nunca te impidió seguir queriendo lo que siempre quisiste y que en tu debilidad, te cuidaba con mimos de esposa y de madre al mismo tiempo, y por unas familias, tanto de tu parte como de la suya que no podían hacer más por ti de lo que habían hecho y seguían haciendo desde que se te descubrió tu última enfermedad.
Debía de ser esa, la acción de gracias por ella, la respuesta que aguardabas, porque se te iluminaron los ojos con una luz nueva antes de romper a llorar y darme tú mí mil gracias.
Te equivocabas, amigo, pero no te llevé la contraria allí delante de la gente, es a Dios a quién hay que dárselas siempre en primer lugar, y soy yo quién te las tenía que dar a ti: porque desde que nos reencontramos, va para unos cuatro años, después de un tiempo sin especial relación, a lo mejor porque también yo estaba mal influenciado por una mala aplicación de lo de mirar para atrás cuando se va arando, que me llevaba a no mirar tampoco para los hermanos que caminabais a mi lado, siempre me valoraste por encima de lo merecido, y, aún aplicando yo la rebaja correspondiente me ayudaste a sentirme útil e importante, porque te importaba a ti y porque me ibas haciendo caso y seguías hurgando en el ordenador, cuando, viendo con que madurez humana y cristiana aceptabas la muerte, te decía: “Muy bien; José María, pero no podemos morir antes tiempo. ¿No ves que si nos bajamos del tren en alguna estación anterior a la que nos corresponda nos vamos a aburrir mucho aguardando otro tren que a lo mejor no viene, y obligamos a la familia a hacernos velatorios en vida?”.
Tengo que ir parando porque me canso y tú has tener maravillas que disfrutar y muchos amigos con los que estar. Pero, por si no me acuerdo cuando nos volvamos a ver, quería decirte dos cositas: Una, que ahora que estoy de bodas de oro, me parece que bien me valío la pena ser cura, aunque no fuese más que por permitirme ayudarte algo, no a bien morir, sino a pasar a esa otra Ribera. Algo así como un Caronte, barquero sí, pero no infernal como el originario de la mitología griega o el reconvertido de Dante, sino barquero celestial, porque la barca que usamos es la de Pedro que nos la prestó, imperfecta y con señales de temprales, pero de Pedro,y de Francisco también. La otra cosa es que vi morir a muchos y de todos y todas aprendí; pero si pudiera escoger, escogería morir como tú, compañero y maestro.
A los que veas por ahí y te parezca que son mis amigos también, les das muchos recuerdos, especialmente a Don San Jaime. Él bien sabe por qué se los mando. Su libro, contando con Félix Villares y las colaboraciones tan preciosas que van llegado, va a quedar una chulada. Ya la portada, que tuviste la suerte de poder ver para irte más tranquilo, porque tuya fue la idea, del también compañero y hermano, Ramón Irago Silva, es la obra de un gran artista con la sensibilidad de los místicos. Pero del libro es mejor que de momento no le digas nada a él, porque, no sé cómo se llevan esas cosa de sufrimientos internos de los bienaventurados, pero Don Jaime es capaz de ponerse a sufrir e incluso de romper a llorar pensando, desde su profunda y sincera humildad, que tampoco del librito es merecedor.
Pues nada más y hasta cualquier día por ahí por la Vida.Me gustaría que no estuviésemos muy lejos, pero, aunque puedas, no muevas un dedo, que de tráfico de influenzas seguimos por aquí bien servidos, incluso con varios gregorianos al mismo tiempo por algunos, pensando que así no saltan impunemente las limitaciones de velocidad en el camino del Reino de los cielos y pueden adelantar por la derecha a los pobres de espíritu y del resto también, a los que lloran con quien llora, a los misericordiosos y misericordiados…
A ti el día del entierro, día de San Juan de Ávila, patrón del clero diocesano, como fuiste Salmista de la Catedral de Mondoñedo, te dedicamos los sesenta y pico sacerdotes que nos juntamos pra celebrarlo, juntamente con el nuevo Obispo, Don Luís Ángel, un salmo muy hermoso. ¿Ya te enterarías, no? ¿Te fijaste con que fuerza rezaba otro de tus grandes amigos ya citado, Fernando Porta? Pacio Lindín también seguro que rezó desde Nueva York, porque sigue muy al día desde por allá de lo que pasa por acá, y a Edelmiro Bascuas ya le tienes también por ahí.
Remato y no es sin tiempo. La Salvación hay que celebrarla, pero no es necesario comprarle como piensan algunos ricos en tiempo, cuartos o avemarías, ni argumentarla, como dicen algunos teólogos fríos, por serlo solo del cuello pra riba, y me parece a mí que la teología sin corazón, tendrá mucho de logía, o tratado, pero poco de teo, o Dios. No hay que comprarla ni argumentarla, porque la Salvación se nos da gratis, por gracia; pero si hubiese hecho falta argumentarla y se juntan Pacio Lindín y Bascuas esgrimiendo razones por las que tú eres digno de ella, “no hay dios” que los desmonte, y que Dios me perdone la expresión coloquial.
Ya llevo un bueno rato despidiéndome de alguna manera, pero no doy acertado con el final idóneo. Quizás pueda valer: “Hasta el atardecer o el amanecer en la oración, compañero, amigo, hermano!”.
En galego
De Xosé Manuel Carballo
A Don José María Rodríguez Díaz, en prdoiro materialmente imprecisable.
Querido compañeiro e irmán polo bautismo, polo sacerdocio e polo cancro, que a ti te levou todo enteiro nuns poucos meses e a min me levou a voz vai pra catro anos, creo que por fin chegoume a resposta que quería dar ó teu non pouco angustioso pensar asociando irse da casa do Pai e volver a vista atrás con secularizarte e casar. Non ten por que ser a única resposta válida, pero a min pareceume convincente e a ti prece que che valeu.Paseicha, porque pra ti era, a última vez que nos vimos, aquela tardiña soleada e morna de mediados de abril na que me levaron visitarte Angelines e Fernando, matrimonio de galegos residentes en Madrid que viñeran aqueles días dar unha voltiña pola terra das súas raíces, entrados en anos coma nós, con doenzas polo corpo coma nós, pero con gran sensibilidade relixiosa coma ti, e moi animosos como quixera ser eu se tivese máis folgos. Correspondendo á boa acollida que nos destes Asunción e ti, sentíronse na vosa casa coma na casa duns amigos de toda a vida.
Sabendo da relixiosidade de todos, levei comuñón pra cinco. Foi unha celebración moi íntima, pero tamén moi viva e sentida do sacramento do perdón que puidestes recibir os catro e, como sacramento, entendo que eu non puiden recibilo, conforme á lexislación vixente, porque eu estaba sendo a canle visible, parte do signo sensible, pola que se percibía externamente que chegaba naquel momento o perdón da fonte divina. Pensei que podías volver a ser ti por un momento excepcional esa canle pra min, querido José María, sacerdos in aeternum, e facilitáresme tamén a chegada do perdón regalado, pero non era momento de forzar nada nin de poñerse con transgresións de normas que poden ser hoxe e non ser mañá, senón de buscar paz pra ti e pra todos.
Tamén foi unha celebración íntima dunha Eucaristía sen consagración, entendida no sentido etimolóxico grego como acción de gracias, ou como moi ben dixo o que foi teu sempre amigo e compañeiro de Coro catedralicio e meu formador no seminario, e amigo e referente, Fernando Porta, desde a madura lucidez dos seus 89 anos: “Unha verdadeira Eucaristía de dolor humilde e de amor”. Angelines, cos seus … e pico, moi ben levados por certo, axudounos a rezar a todos en silencio rezando e cantando ela: “Madre, óyeme, mi plegaria es un grito en la noche”. Ti, con moita dificultade e coa axuda das dúas mulleres, e do outro home que non era eu senón Fernando, de setenta e … pico, máis ou menos coma a súa muller, axeonllácheste (arrodillácheste) pra recibir a noso Señor, que se fixo tan pequeno que coubo pra repartirse entre cinco nunha caixiña dourada.
Á hora dunha relativamente improvisada oración pra dar gracias, non foi nada difícil naquela especie de cenáculo por un momento, no que se converteu a sala de estar da vosa casa antes de tomar un café, dalas tamén por teres unha muller, Asunción, que nunca che impediu seguir querendo o que sempre quixeches e que na túa debilidade, te coidaba cun mimo de esposa e de nai ao mesmo tempo, e por unhas familias tanto da túa parte coma da dela que non podían facer máis por ti do que fixeran e seguían facendo desde que se che descubriu a derradeira enfermidade.
Debía ser esa, a acción de gracias por ela, a resposta que agardabas, porque se che iluminaron os ollos cunha luz nova antes de romper a chorar e dáresme ti a min mil gracias.
Equivocábaste, amigo, pero no che levei a contraria alí diante da xente, é a Deus a quen hai que darllas sempre en primeiro lugar, e son eu quen chas tiña que dar a ti: porque desde que nos reencontramos, vai pra uns catro anos, despois dun tempo sen especial relación, se cadra porque tamén eu estaba mal influenciado por unha mala aplicación do de mirar pra atrás cando se ara, que me levaba a non mirar tampouco prós irmáns que camiñabades ó me lado, sempre me valoraches por encima do merecido, e, aínda aplicando eu a rebaixa correspondente axudáchesme a sentirme útil e importante, porque che importaba a ti e porque me ías facendo caso e seguías furgando no ordenador, cando, vendo con que madurez humana e cristiá aceptabas a morte, che dicía: “Moi ben; José María, pero non podemos morrer antes tempo. Non ves que se nos baixamos do tren en algunha estación anterior á que nos corresponda imos aburrirnos moito agardando outro tren que se cadra non vén, e obrigamos á familia a facernos velorios en vida?”
Teño que ir parando porque canso e ti has ter marabillas que gozar e moitos amigos cos que estar. Pero, por se non me lembro cando nos volvamos a ver, quería dicirche dúas cousiñas: Unha, que agora que estou de vodas de ouro sacerdotais, paréceme que ben me pagou a pena ser cura, aínda que non fose máis ca por permitíresme axudarche algo, non a ben morrer, senón a pasar a esoutra Ribeira. Algo así coma un Caronte, barqueiro si, pero non infernal coma o orixinario da mitoloxía grega ou o reconvertido de Dante, senón barqueiro celestial, porque a barca que usamos é a de Pedro que nola prestou, imperfecta e con mazaduras dos temporais, pero de Pedro, e de Francisco tamén. A outra cousa é que vin morrer a moitos e de todos e todas aprendín; pero se puidese escoller, escollería morrer coma ti, compañeiro e mestre.
Ós que vexas por aí e che pareza que son meus amigos tamén, dálles moitos recordos, especialmente a Don San Jaime. El ben sabe por que llos mando. O seu libro, contando con Félix Villares e as colaboración preciosas que van chegado, vai quedar unha chulada. Xa a portada, que tiveches a sorte de poder ver pra íreste máis tranquilo, porque túa foi a idea, do tamén compañeiro e irmán, Ramón Irago Silva, é a obra dun gran artista coa sensibilidade dos místicos. Pero do libro é mellor que de momento non lle digas nada a el, porque, non sei como se levan esas cousa de sufrimentos internos dos benaventurados, pero Don Jaime é capaz de poñerse a sufrir e mesmo de romper a chorar pensando que tampouco do libriño é merecente.
Pois nada máis e ata calquera día por aí pola Vida. Gustaríame que non estivésemos moi lonxe, pero aínda que poidas non movas un dedo, que de tráfico de influenzas seguimos por aquí ben servidos, ata con varios gregorianos ó mesmo tempo por algúns, pensando que así saltan impunemente as limitacións de velocidade no camiño do Reino dos ceos e pódenlles adiantar pola dereita ós pobres de espírito e do resto tamén, ós que choran con quen chora, ós misericordiosos e misericordiados…
A ti o día do enterro, día de San Xoán de Avila, patrón do clero diocesano, como fuches Salmista da Catedral de Mondoñedo, dedicámosche os sesenta e pico que nos xuntamos pra celebralo, xuntamente co novo Bispo Don Luís Ángel, un salmo ben fermoso. Xa te enterarías, non? Fixácheste con que forza rezaba outro dos teus grandes amigos xa citado, Fernando Porta? Pacio Lindín tamén seguro que rezou desde Nova York, porque segue moi ó día desde por aló do que pasa por acó, e a Edelmiro Bascuas xa o tés por aí.
Remato e non é sen tempo. A Salvación hai que celebrala, pero non é necesario mercala como pensan algúns ricos en tempo, cartos ou avemarías, nin argumentala, como din algúns teólogos fríos, por selo só do pescozo pra riba, e paréceme a min que a teoloxía sen corazón, terá moito de loxía, ou tratado, pero pouco de teo, ou Deus. Non hai que mercala nin argumentala, porque a Salvación dásenos gratis, por gracia; pero se fixera falta argumentala e se xuntan Pacio Lindín e Bascuas esgrimindo razóns polas que ti es digno dela, “non hai dios” que os desmonte e que Dios me perdoe a expresión coloquial.
Dalgunha maneira xa levo un bo cacho despedíndome, pero non dou atinado co remate axeitado. Quizais poida valer: Ata a noitiña ou o amencer na oración, compañeiro, amigo, irmán.