Reflexiones sobre el suicidio
A continuación en gallego
No es la primera vez que se tocan estos dos extremos: Cigoña de Infovaticana y Vidal de Religión Digital. Trato a los dos. Soy amigo de los dos. Los dos hablaron demasiado bien de mí. Sé que se aprecian mutuamente en la discrepancia. A nivel de conceptos me siento más próximo a José Manuel Vidal que a Francisco José. Afectómetro no tengo, pero pruebas de su afecto, al que trato de corresponder tengo muchas.
Se tocaron a principios de semana al tratar el delicado tema de la incierta o desconocida causa de la muerte del joven compañero sacerdote Fernando García de Valladolid.
Se para más en el análisis Vidal que Cigoña, pero éste de algún modo lo hace suyo dando el enlace. Es posible que a estas alturas esté aclarado el posible misterio, pero tal como se presentaba el caso despierta interés, y también despierta morbo y empiezan los comentarios para todos los gustos, disgustos y faltos de gusto.
Del caso concreto solo sé lo que pude leer. Me disgusta la muerte de toda persona joven y más si es hermano en el sacerdocio y me disgusta que se aproveche para denigrar al obispo, a quien conozco, respeto y quiero desde que estuvo en Santiago, y a la diócesis y a la Iglesia. Y para lo que voy a decir me olvido de la persona concreta, de Fernando.
Ante cualquier suicidio siempre buscamos razones, olvidando lo difícil que es encontrar razones desde mentes que se supone que funcionan bien en lo referente a conservar la propia vida para aplicarlas a una mente que funcionan mal en este campo concreto.
Buscamos posibles causas externas olvidando que las verdaderas causas son internas. Los factores externos pueden ser desencadenantes, estimulantes o una proyección, incluso verbalizada o somatizada, de motivaciones subconscientes. Y olvidando también cómo se podrán encontrar causas externas comunes cuando son internas y muy personales.
Por la lectura de post y comentarios me parece que ninguno de los que escribe, y leí hasta ahora, tiene experiencia próxima del suicidio de una persona cercana o de temporadas luchando contra ideas obsesivas de un suicidio propio
¿Os parasteis a pensar que puede acontecer en la mente humana para que se trastoquen tanto las cosas que, de tener miedo a la muerte, que es lo normal -la norma- lo que nos aterrorice sea vivir y por eso quienes tienen ideas suicidas se encuentren un poco mejor a la noche que por la mañana, ya que durante la noche no tendrán que tomar decisiones, mientras que por la mañana sí, y la primera, casi sobre huma, levantarse?
Hasta no hace mucho los suicidas no eran enterrados en sagrado ni se oficiaban por ellos funerales, porque eran considerados pecadores públicos que murieran pecando contra el quinto mandamiento quitándose la vida. A esas conclusiones llegaron grandes moralistas, sabios doctores, que se dedicaron a confeccionar largas listas de pecados, muchas veces desde una celda y viendo del mundo solo lo que puede verse por una claraboya, pero sí escribiendo al dictado de sus mentes retorcidas y a veces podridas, capaces de dictaminar cuando una cruz mal hecha en misa con la mano, pasaba de pecado leve a grave, de venial a mortal. Estos letrados, sabios y doctores casi siempre publicaban sus tratados con el “nihil obstat” de una mala madrasta que no llora a los hijos que mueren víctimas de una de las enfermedades más temibles, porque para los dolores del cuerpo hay muchos remedios, pero pocos para los del alma.
¿Con que autoridad se permite alguien condenar a alguien, falto de paz en este mudo sin culpa suya a no poder encontrarla tampoco en el más allá?
“Atan fardos pesados, y se los cargan en la espalda a la gente, mientras ellos se niegan a moverlos con el dedo” (Mateo 23:4) ¿O está fuera de lugar esta cita?
¿Ninguno de esos doctores se paró a pensar lo que piensa un cura sin grados: Que no pecaron, porque, aunque tuviesen lucidez para discernir y escoger lugar, hora y forma, no tenían libertad para evitar lo que fue inevitable por más que lucharon y se debatieron, a menudo años, por conseguirlo?
¿Y si las causas de alteraciones de la personalidad que llevan al suicidio son somáticas, porque hereditarias está muy demostrado que lo son?
Se dijo que la dureza eclesiástica (no eclesial) con los suicidas -y su familia- tenía una finalidad disuasoria, para evitar por miedo que otros lo hicieran. ¿Entonces aquí un fin incierto justifica medios inhumanos y antievangélicos?
¿Puede ser un réprobo, enemigo de Dios, merecedor del fuego eterno quien se quita la vida con una mano teniendo bien cogida, pero además atada a la otra una medalla de la Virgen del Carmen, o quien en sus delirios e insomnios sueña que atenta contra alguien de la familia y se levanta tembloroso, con el rostro desencajado por el miedo y eso precipita su decisión?
El 16 de agosto del año 1975, a las 4 de la tarde, a los 67 años, se quitaba la vida este hombre de la medalla que dos años antes había tenido otro intento, pero que, sin embargo, hablaba de su situación anímica con su familia sin tener que presionarle mucho. Por eso cuando llegó lo que en este caso fue inevitable. Su esposa, su hija y si hijo estaban un poco preparados para asumir que había muerto de una muy mala enfermedad muy de moda. A pesar de eso su muerte fue traumática y tuvimos que evitar caer en el remordimiento y culpabilizarnos pensando si habríamos dejado de hacer por él algo que pidiésemos haber hecho.
Al funeral vinieron unos 40 compañeros sacerdotes casi todos dispuestos a concelebrar, pero no se lo permití. Fue una misa rezada que pude decir yo mismo, gracias a Dios. Hacía aproximadamente un mes que en una parroquia próxima habían enterrado de ese modo a un portugués que se había ahorcado.
Seis meses después, el 23 de febrero del 1975 en la misma parroquia de mi padre tuvo lugar el funeral por otro vecino que también se había suicidado, en este caso con misa solemne concelebrada por tres sacerdotes, como era habitual, o sea: como todavía la Iglesia no enseñaba en su canon 1240 del Código de Derecho Canónico de 1917, aunque dejaba una puerta abierta hablando de “quien con libertad y dominio de sus facultades se matara a sí mismo”. En el de 1983 se elimina el suicidio como causa de privación de exequias.
Tendría más que decir y algo también del suicidio de sacerdotes, pero creo que puede ser suficiente siempre y cuando diga también que nunca la noche es tan larga que no pueda volver a amanecer, que le podemos y debemos pedir a Dios que nos dé fuerzas para llevar un día más tan pesada carga en la esperanza de que mañana pese menos, que se acuda a un buen psiquiatra y se tomen con regularidad las medicinas, que nos abramos a personas de confianza y que todos luchemos con uñas y dientes contra una sociedad consumista que me frustra cada día y socaba mi autoestima haciéndome ver que soy incapaz de comprar todo lo que me dice que necesito para ser feliz.
“Dichosos los que tienen espíritu de pobres” hasta para desprendernos de la propia vida ante una grave enfermedad prematura, no quitándonosla, pero sí reconociendo que estamos de paso.
En galego
Reflexións sobre o suicidio
Non é a primeira vez que se tocan estes dous extremos: Cigoña de Infovaticana e Vidal de Xornalista Digital. Trato aos dous. Son amigo dos dous. Os dous falaron demasiado ben de min. Sei que se aprecian mutuamente na discrepancia. A nivel de conceptos considérome máis próximo a José Manuel Vidal que a Francisco José. Afectómetro non teño, pero probas do seu afecto, ao que trato de corresponder teño moitas.
Tocáronse a principios de semana ao tratar o delicado tema da incerta ou descoñecida causa da morte do xove e compañeiro sacerdote Fernando García de Valladolid. Párase máis na análise Vidal que Cigoña, pero este de algún modo faio seu dando o enlace. É posible que a estas alturas estea aclarado o posible misterio, pero tal como se presentaba o caso esperta interese, e tamén esperta morbo e empezan os comentarios pra todos os gustos, desgustos e faltos de gusto.
Do caso concreto só ssei o que puiden ler. Apéname a morte de toda persoa nova e máis se é irmán no sacerdocio e desgéstame que se aproveite pra denigrar ao bispo, a quen coñezo, respecto e quero desde que estivo en Santiago, e á dioceses e á Igrexa. E pra o que vou dicir esquézome da persoa concreta, de Fernando.
Ante calquera suicidio sempre buscamos razóns, esquecendo o difícil que é atopar razóns desde mentes que se supón que funcionan ben no referente a conservar a propia vida pra aplicalas a unha mente que funcionan mal neste campo concreto.
Buscamos posibles causas externas esquecendo que as verdadeiras causas son internas. Os factores externos poden ser desencadeantes, estimulantes ou unha proxección, incluso verbalizada ou somatizada, de motivacións subconscientes. E esquecendo tamén como se poderán atopar causas externas comúns cando son internas e moi persoais.
Pola lectura de post e comentarios paréceme que ningún dos que escribe, e puiden ler ata agora, ten experiencia directa do suicidio dunha persoa próxima ou de tempadas loitando contra ideas obsesivas dun suicidio propio.
Parástesvos a pensar que pode acontecer na mente humana pra que se trastornen tanto as cousas que, de ter medo á morte, que é o normal -a norma- o que nos aterrorice sexa vivir e por iso quen teñen ideas suicidas atópanse un pouco mellor á noite ca pola mañá, xa que durante a noite non terán que tomar decisións, mentres que pola mañá si, e a primeira, case sobre humana, levantarse?
Ata non fai moito os suicidas non eran ser enterrados en sagrado nin se oficiaban por eles funerais, porque eran considerados pecadores públicos que morresen pecando contra o quinto mandamento quitándose a vida. A esas conclusións chegaron grandes moralistas, sabios doutores, que se dedicaron a confeccionar longas listas de pecados, moitas veces desde unha cela e vendo do mundo só o que pode verse por unha claraboia, pero si escribindo ao distado das súas mentes retortas e ás veces podres, capaces de ditaminar cando unha cruz mal feita na misa coa man, pasaba de pecado leve a grave, de venial a mortal. Estes letrados, sabios e doutores case sempre publicaban os seus tratados co “nihil obstat” dunha mala madrasta que non chora aos fillos que morren vítimas dunha das enfermidades máis temibles, porque pra as dores do corpo hai moitos remedios, pero poucos pra as da alma.
Con que autoridade poede permitirse alguén condenar a alguén, falto de paz neste mudo sen culpa súa a non poder atopala paz tampouco no máis aló?
“Atan fardos pesados, e cárganllos nas costas á xente, mentres eles néganse a mover un dedo” (Mateo 23:4). Ou está fóra de lugar esta cita?
Ningún deses doutores se parou a pensar o que pensa un cura sen grados: Que non pecaron, porque, aínda que tivesen lucidez pra discernir e escoller lugar, hora e forma, non tiñan liberdade pra evitar o que foi inevitable por máis que loitaron e debatéronse, a miúdo anos, por conseguilo?
E se as causas de alteracións da personalidade que levan ao suicidio son somáticas, porque hereditarias está moi demostrado que o son?
Díxose que a dureza eclesiástica (non eclesial) con suicidas -e a súa familia- tiña unha finalidade disuasoria, pra evitar por medo que outros o fixesen. Entón aquí un fin incerto xustifica medios inhumanos e antievangélicos?
Pode ser un réprobo, inimigo de Deus, merecedor do lume eterno quen se quita a vida cunha man, tendo ben colleita, pero ademais atada á outra unha medalla da Virxe do Carme, ou quen nos seus delirios e insomnios soña que atenta contra alguén da familia e levántase tembloroso, co rostro desencaixado polo medo e iso precipita a súa decisión?
O 16 de agosto do ano 1975, ás 4 da tarde, aos 67 anos, quitábase a vida este home da medalla que dous anos antes xa tivera outro intento, pero que, con todo, falaba da súa situación anímica coa súa familia sen ter que presionarlle moito. Por iso cando chegou o que neste caso foi inevitable. A súa esposa, a súa filla e o seu fillo estaban un pouco preparados pra asumir que morrera dunha moi mala enfermidade moi de moda. Malia iso a súa morte foi traumática e tivemos que evitar caer nos remordimientos e culpabilizarnos pensando se deixariamos de facer por el algo que puidésemos haber feito.
Ao funeral viñeron uns 40 compañeiros sacerdotes case todos dispostos a concelebrar, pero non lle lo permitín. Foi unha misa rezada que puiden dicir eu mesmo, grazas a Deus. Facía aproximadamente un mes que nunha parroquia próxima enterraran dese modo a un portugués que se aforcara.
Seis meses despois, o 23 de febreiro do 1975, na mesma parroquia do meu pai tivo lugar o funeral por outro veciño que tamén se suicidou, neste caso con misa solemne concelebrada por tres sacerdotes, como era habitual, ou sexa: como aínda a Igrexa non ensinaba no seu canon 1240 do Código de Dereito Canónico de 1.917, aínda que deixaba unha porta aberta falando de “quen con liberdade e dominio das súas facultades se mata a si mesmo”. No de 1.983 elimínase o suicidio como causa de privación de exequias.
Tería máis que dicir e algo tamén do suicidio de sacerdotes, pero creo que pode ser suficiente a condición de que diga tamén que nunca a noite é tan larga que non poida volver a amencer, que lle podemos e debemos pedir a Deus que nos dea forzas pra levar un día máis tan pesada carga na esperanza de que mañá pese menos, que se acuda a un bo psiquiatra e tómense con regularidade as menciñas, que nos abramos a persoas de confianza e que todos loitemos con uñas e dentes contra unha sociedade consumista que me frustra cada día e socaba a miña autoestima facéndome ver que son incapaz de comprar todo o que me din que necesito pra ser feliz.
“Ditosos os que teñen espírito de pobres” ata pra desprendernos da propia vida ante unha grave enfermidade prematura, non quitándonala, pero sí recoñecendo que estamos de paso.