La reconversión del museo, imagen de un mundo en cambio Cuando Santa Sofía de Estambul volvió a ser mezquita: reflexiones en torno a una escena histórica
La religión sigue teniendo una importancia fundamental para entender las dinámicas individuales, sociales y geopolíticas de nuestro mundo
Frente a la frase de Hans Küng “No habrá paz entre las naciones sin paz entre las religiones”, hoy podemos añadir ¿puede haber paz entre las religiones sin paz entre las naciones?
| Francisco Javier Fernández Vallina y Rafael Ruiz Andrés
Siempre os hablamos unidos, pero hoy lo queremos hacer con una sola voz, porque en medio del transcurso del tiempo hay algunas escenas que se vuelven acontecimientos y merecen el calificativo de históricas. Su carácter resulta prácticamente definitorio de una época, de un periodo o de una tendencia. El pasado viernes, 24 de julio de 2020, asistimos a una de ellas: el museo, antes basílica y mezquita, de Santa Sofía de Estambul se convirtió de nuevo en lugar de culto islámico. Solo hace falta recorrer el cúmulo de noticias de las últimas semanas en torno a este suceso o contemplar los vídeos de la primera oración para saber que estamos ante una escena histórica, que encierra una tendencia profundamente inquietante en tres puntos.
Hubo un tiempo en que se pensó que los valores de la Ilustración serían puestos como guía y luz de la humanidad y muchos creemos aún que sus fundamentos conceptuales tienen el vigor profundo del valor universal de una ética civil, que sostiene la arquitectura de los Derechos Humanos. Por su carácter de puente entre mundos, Turquía fue uno de esos espacios particularmente emblemáticos en la asunción del modelo de secularidad y modernidad (y, en ocasiones, de sus excesos). En este empeño destacó el primer presidente de la Turquía post-otomana, Mustafá Kemal Ataturk, quien en 1934 decretó que la Mezquita de Santa Sofía se convirtiera museo, un hecho que –entre las múltiples interpretaciones que se le ha dado– fue visto como un gesto hacia occidente Fuera por lo que fuera la decisión, efectivamente establecía un contrapunto con la anterior costumbre histórica de construir mezquitas donde había iglesias y viceversa.
Hoy parece que esta vía común ilustrada hacia la búsqueda de un lenguaje común secular está cada vez más truncada. Quizá también los excesos del secularismo hayan hecho bastante para ello, de ahí que Habermas sugiera que tanto el secularismo como el fundamentalismo son poco provechosos para la tolerancia. Y, de hecho, si la conversión de Santa Sofía fue vista como un gesto hacia occidente, también ha sido crecientemente interpretado por ciertos sectores de la sociedad turca –entre los que se incluye el partido de Erdogan– como una humillación de occidente. Casualidad o no, la primera oración se realizó el mismo día que se firmó el Tratado de Lausana, que propició el nacimiento de la Turquía moderna.
Hubo un tiempo en que se buscaron lenguajes comunes para solventar las disputas entre las distintas culturas y religiones. Que en su momento se decidiera convertir a Santa Sofía en museo era una alternativa laica a las múltiples lecturas religiosas que tenía el monumento. Otra opción –quizá más propia de la postsecularidad- podría haber sido convertirlo en un espacio de culto compartido, como se propuso desde algunas voces para la mezquita-Catedral de Córdoba en los años de la Transición. Pero no, hoy la alternativa no es secularizar o multiculturalizar el espacio, sino la vuelta de la religión.
Esta realidad, por un lado, es la muestra de algo que se antoja distante y difícil al público occidental: que la religión sigue teniendo una importancia fundamental para entender las dinámicas individuales, sociales y geopolíticas de nuestro mundo. Como un informe del Pew Research publicado esta misma semana recoge, la media del porcentaje de personas que señalan que la religión es importante en sus vidas en los 34 países entrevistados asciende al 62 %. Sin embargo, este porcentaje está muy desigualmente distribuido. Mientras que el 71 de los turcos indica que la religión tiene mucha importancia para ellos, en Suecia, Francia y España esta cifra se queda en el 7%, 11%, y 24% respectivamente.
Pero, por otro lado, hay una segunda tendencia a este respecto también: que la religión no solo ha desaparecido, sino que está marcando con particular importancia las últimas décadas en no pocas latitudes. El problema es que esta vuelta de las religiones , tras su contacto prolongado con la modernidad, no se está efectuando en muchas ocasiones desde una perspectiva crítica, humanista, donde las religiones sirvan para introducir un cuestionamiento a nuestro mundo, sino desde un determinado carácter teológico-político, como adorno de estandartes que defienden unos intereses concretos de poder, que quedan muy lejos de lo mejor de sus textos canónicos y el espíritu ético transformador de las propias tradiciones religiosas. Así también lo veíamos con la imagen de Trump con una Biblia en mano para responder a los incidentes provocados por el Black Lives Matter.
Este hecho nos sitúa en la última cuestión. Hubo también otro tiempo, más atrás que los dos anteriores, en que dos religiones, el cristianismo y el islam, nacieron con una profunda vocación universal. El uso político de lo religioso de cualquiera de estos credos lastra la potencial global de estas dos confesiones, las ata a intereses particulares y, por tanto, las aleja de toda posibilidad efectiva de diálogo interreligioso y cultural.
La decisión de Erdogan ha sido sucedida por toda una catarata de reacciones, políticas y religiosas, que muestran esa inquietud: la UNESCO, Rusia, Estados Unidos o la presidenta griega Katerina Sakellaropoulou, quien ha pedido al Papa que intervenga. El Papa se ha mostrado dolorido y a su clamor también se han sumado El Consejo Mundial de Iglesias y las Iglesias de Oriente Medio. Cabe decir que, frente a la frase de Hans Küng “No habrá paz entre las naciones sin paz entre las religiones”, hoy podemos añadir ¿puede haber paz entre las religiones sin paz entre las naciones? Que en gran parte los esfuerzos del diálogo interreligioso se efectuaran a partir de la mitad del siglo XX, cuando se expandía la comunidad internacional, es síntoma de esta cuestión.
Una foto se convierte en histórica porque es algo que una escena, porque es la síntesis de una serie de cambios concentrados en un solo vistazo. No queremos caer en la narrativa de “cualquier tiempo pasado fue mejor”. No es así, lo sabemos bien, pues hubo demasiados tiempos de innumerables víctimas de la violencia religioso-política, pero sí decimos con claridad que el aire que se respiraba ayer no es el mismo que el que hoy borbotea por el mundo. Es distinto, e implica nuevos retos que deben ser pensados desde la consciencia del cambio que revela simbólicamente la imagen que hoy atrae la mirada del mundo
Según un artículo de NY Times, la noche que Erdogan hizo el anuncio no pudo dormir por la emoción. A nosotros, lo confesamos, también nos desvela por muchas razones, pero no precisamente por la emoción, sino por la inquietud ante el sendero en el que se adentra nuestro mundo, del que nos conmueve la reciente deriva supremacista. Quizá sea tiempo de preocuparse en mayor medida de nuestros demonios fundamentalistas, seguro que de las tres religiones de Abraham, pero también de las grandes tradiciones hinduistas y budistas, incluidos, cómo no, los que provienen también de un rancio secularismo.
Javier y Rafael