He dejado la misión de Indiana y me he venido a Punchana, la sede administrativa y logística del Vicariato, en Iquitos Cambios

Con Miguel Ángel Cadenas y Manolo Berjón
Con Miguel Ángel Cadenas y Manolo Berjón Ginebra Peña

Era un paso necesario. Lo discerní bien, con sinceridad y libertad, dedicándole varios días y consultando con prudencia a algunas personas. Creo que, considerados todos los elementos y vista en conjunto la situación del Vicariato (personas, momento, problemática…), a pesar de que somos pocos presbíteros, y aunque no sea lo que más me apetezca, esto es lo que Dios me pide: que me entregue a tiempo completo a la tarea de vicario general.

Me toca traslado. De nuevo maleta, cajas, embalaje, despedidas. Pero esta vez no es una parroquia por otra, esta vez es algo nuevo, diferente a todo lo que hasta ahora he vivido. Y la verdad, no sé cómo me irá. Cuando escribo esto llevo una semana en mi flamante destino y batallo por acostumbrarme.

He dejado Indiana y me he venido a Punchana, la sede administrativa y logística del Vicariato, en Iquitos capital. Creí que podría compaginar los dos trabajos: párroco y vicario general; pero después de dos años (sobre todo el segundo) por encima de mis posibilidades, corriendo de un lado a otro con la lengua fuera, mi cuerpo me ha dicho que no podía ser. He acabado deshilachado, agotado física y mentalmente y con la sensación de no conseguir hacer nada bien ni dejar a nadie conforme… “El camino es superior a tus fuerzas” (1 Re 19, 7).

Tenía que elegir con realismo entre una cosa o la otra. Y no ha sido una decisión fácil: me duele mucho dejar la parroquia. Prácticamente toda mi vida sacerdotal, desde hace más de dieciocho años, he formado parte de una comunidad cristiana a la que servir. Yo soy un pastor, cura de pueblo, me encanta estar en medio de la gente, eso me da vida, me hace gustar el sentido de todo y me concede el don de sentirme feliz.

¿Cómo voy a hacer ahora, en este sitio un tanto desangelado, a menudo vacío y solitario en medio de la gran ciudad? Sí, ya sé que escribí aquí mismo que me gusta Punchana, siempre me ha agradado venir… pero vivir acá es harina de otro costal. De hecho, el primer y único fin de semana desde que he llegado me faltó tiempo para irme a Tamshiyacu y a un caserío (Santa Ana se llama, en el Tahuayo) a sustituir al p. Yvan. No concibo un domingo sin la Eucaristía junto a la comunidad, qué triste…

Pero este paso era necesario. Lo discerní bien, con sinceridad y libertad, dedicándole varios días y consultando con prudencia a algunas personas. Creo que, considerados todos los elementos y vista en conjunto la situación del Vicariato (personas, momento, problemática…), a pesar de que somos pocos presbíteros, y aunque no sea lo que más me apetezca, esto es lo que Dios me pide: que me entregue a tiempo completo a la tarea de vicario general.

Hay una parte de este encargo que tiene que ver con la coordinación de toda la pastoral, con empujar el proceso del plan pastoral, dotar a la misión de un sentido global –sinodal-, caminar hacia una iglesia nueva, con corazón y alma amazónicos… Y el camino es la animación, acompañar a los misioneros y a la gente, visitar los puestos de misión. Esa es la clave: ir, llegar, compartir; el motivo y el remedio. Pierdo la parroquia para eso, para quedar disponible y poder navegar por todito el territorio.

Otro rubro es la chamba administrativa: informes, proyectos, trabajo de oficina. Me lo tengo que zampar como peaje desabrido pero imprescindible. Sé muy bien que si meto la cabeza en la computadora y me atornillo al despacho no voy a aguantar. Más bien me anima y me ilusiona tener tiempo y libertad para recorrer ríos y quebradas, voy a realizar mi “vocación al Vicariato”, sobre la que también escribí: “Amo el Vicariato, esta tierra, estas gentes, estos compañeros de camino, nuestro pasado hecho de entrega heroica, las heridas y el “hoy de Dios”. Creo en el futuro y me veo en él poniendo alma y vida”. Para que otra vez me quede calladito, más guapo.

Pero cuidado, que yo soy misionero y si dejo de serlo, patino. Se trata de ofrecer el servicio de vicario general  (un “bien mayor”), sí, pero realizarlo “misioneramente”, viviendo una especie de “itinerancia institucional” o “institucionalidad itinerante”. Desarrollar este acompañamiento vicarial me satisfará “siempre que sea desde lo que eres y que lo disfrutes, si no, no merece la pena para ti, ni para la Iglesia”, así dice un gran amigo que me conoce bien. Y cuando termine este tiempo (que ha de ser limitado, por supuesto) de dedicación exclusiva al Vicariato, me vuelvo a la misión directa a pie de río y santas pascuas.

Toca remar más adentro. Más accesible, más desinstalado, más misionero. “Si pudiera ser párroco de todos los puestos de misión del Vicariato a la vez, no lo habría más feliz”, dije... Pues llegó el momento.

Volver arriba