Novatos por el Amazonas: con los Ticunas

Mis compañeras estaban esperando a que yo apareciera para iniciar las aventuras por estos mundos nuestros, así que casi no me dio tiempo a colocar mis cosas: cuatro días después de llegar a Islandia, pum, recorrido por el Bajo Amazonas, la última parte peruana del gran río que forma una enorme curva justo antes de hacerse brasilero y recibir las aguas del Yavarí. Ha sido el primer recorrido que hacemos como equipo y ha ido bien, pero claro, hemos pagado la novatada como es natural.

Hemos ido cuatro: Zélia, Fatima, Eunice y yo. El primer día lo pasamos varados en Santa Rosa porque el aviso que enviamos por el teléfono satelital no llegó a su destino; de hecho, este es el primer escollo que sufrimos: la dificultad para comunicarnos y avisar de nuestra llegada. En estos lugares no hay señal, ni energía, ni casi nada. Así que tuvimos que esperar varias horas a que Roberto y su hijo Armando nos recogieran en Tabatinga para llevarnos en el bote de su cuñado a Yahuma Primera Zona, su comunidad indígena ticuna. Llegamos casi de noche y nos recibieron nubes de mosquitos que nos machacaron dejándome los tobillos como un colador.

Casi de inmediato dimos un paseo por el pueblo para invitar a la gente a la reunión del día siguiente. Los zancudos han sido sustituidos por una nube de niños de varias edades que nos acompañan divertidos por la novedad de estos extranjeros. Me doy cuenta de que no hablan español y entre bromas y gestos vamos entrando en las casas saludando y conversando un momento. A la luz de las velas visumbro la pobreza de estas gentes; apenas veo hamacas y algún mosquitero donde hay bebés, pero nada de camas, ni sillas, ni otros muebles. Nada. Enseguida aprendo la primera palabra ticuna: moenxi (gracias).

Roberto nos acoge en su casa, y para ello nos dejan libre la planta baja y todos van arriba a dormir. Colgamos las hamacas y nos preparamos para defendernos de los mosquitos nocturnos. Hace calor, estoy pegajoso de todo el día y sigo sudando, es la primera vez que paso la noche en una hamaca, el mosquitero me asfixia… pero me quedo como un tronco. Nos levantamos como ellos, al amanecer. Voy a la cocha a bañarme en gayumbos, con el lodo hasta las pantorrillas. Sachi y Esmeralda, que tendrán 4 o 5 años, me observan y se ríen mientras se cepillan los dientes con el agua del río. Luego busco un árbol para escarrancharme y abonar la selva, porque los ticunas no usan baño. Las finuras y los escrúpulos se te tienen que quitar al toque, si no acá estás perdido. Pasa un rato, no hay ni rastro de desayuno y más bien comienza a llegar el personal para la reunión.

La comunidad es bastante numerosa, Armando y su hermano hacen la celebración los domingos, pero usan un folleto en español que me parece que les resulta algo raro y artificial porque ellos hablan su lengua. Lo hago lo mejor que puedo intentando que me traduzcan, y creo que algo se logra porque de vez en cuando se ríen con alguna broma. Pero percibo la distancia, la extrañeza… No es algo “suyo”, es como un meteorito que cae de pronto. Hay que traducir la misa al ticuna… las canciones… formar a estos animadores… ¡todo! Pero ¿cómo…? De momento, como nadie va a comulgar, hacemos solo liturgia de la Palaba. En la conversa posterior cuentan que hace unos 20 años que no hay bautismos, y eso es lo que piden; tendremos que prepararlos nosotros mismos, habrá que venir dos o tres días. Por estos andurriales no puedes andar con remilgos o normas, hay que dar respuestas prácticas y realistas recordando que el derecho canónico se desactiva a más de 3000 metros de altura o a más de 100 selva adentro.

Almorzamos por fin y de ahí pasamos a Yahuma Segunda Zona, a una media hora de navegación bajo un sol sofocante, en un bote de nuevo sin techo, con grietas y agujeros(hay que estar constantemente achicando agua) y además bastante loco, es decir, que se trocolea un montón por ser demasiado estrecho. La comunidad es mestiza y ticuna, y su animador y presidente Andrade nos espera para acogernos. La esposa nos ofrece bananas y refresco de limón, y así nos tomamos un respiro hasta la hora de la reunión, a media tarde. Acá acude poquita gente, pero la diferencia es total, el castellano es el idioma… aunque tampoco habrá comulgantes. Nos invitan a cenar y contentos nos vamos a la hamaca luchando contra los mosquitos.

Todos nos agradecen nuestra visita y nos piden que retornemos pronto. Duermo pensando que está bien venir, pero lo precioso es volver, es lo que arranca sonrisas y crea lazos. De madrugada me despierto, voy a hacer pichí y al regreso… me caigo de la hamaca, ¡catacroc! Menos guasa y más aventuras en la siguiente entrada.

César L. Caro
Volver arriba