A beneficio de la pastoral juvenil. Primer premio: una canasta de víveres La rifa
Acá a todo el mundo le chiflan los bingos y las rifas. Es una oportunidad para asegurarse por un sol el sostenimiento de la familia entera, y luego está la emoción de ver si me toca algo que no puedo comprar porque la economía diaria no da para más. Entre la gente pobre, las pequeñas cosas que llegan por arte de la buena suerte son muy celebradas aunque sean modestas.
Cuando lo sacaron de la sacristía para presentarlo como el tercer premio, el pollo de 2 kg se asustó al ver tanta gente y trató de remontar un vuelo liberador. Y es que, después del éxito del otro día, creo que vamos a rifar alguito todos los domingos pa que la gente venga a misa, aunque sea un tamal.
Fueron los muchachos de pastoral juvenil los que armaron la rifa, con el objetivo de que nos hagamos nuestros polos del grupo, e incluso de desfilar con ellos el día de fiestas patrias, aunque esto último lo veo crudo habida cuenta la cantidad de virus que andan suelos por ahí últimamente: el centro de aislamiento ha pasado de 1 enfermo a 20 en poco más de una semana, las clases semipresenciales han sido suspendidas, etc.
Craneamos unos premios realmente arrolladores. El que atrae a más gente es, sin lugar a dudas, la canasta de víveres, y más en plena fiesta de San Juan. Entre todos colaboramos para aportar las cosas (arroz, aceite, azúcar, etc.) y se arregló bonito con celofán y tirabuzón. Segundo premio: un juego de vasos de cristal; le encargué comprarlo a la señora Lorfina (mamá de Oriana y Valeri) y le tocó a su mamá, que también se llama Lorfina (únicas dos creo en el mundo).
Se hicieron 400 papeletas, se repartieron y listo: a 1 sol (0.30 €) cada una, se vendieron al toque. A mí me las quitaban de las manos, compraron hasta mi mamá y mis hermanas (¿quién puede resistir la tentación de semejantes regalos?), y si hubiera tenido más, más hubiera colocado.
Pusimos la rifa inmediatamente después de la misa de un miércoles, y la iglesia estaba extrañamente llena, había casi más público que los domingos. Nada más terminar, y con los que estaban en la puerta ya acomodados, aparecieron los premios, el pollo entró en pánico y se procedió al sorteo. Varias manos inocentes de entre 5 y 10 años sacaban las matrices de los tickets, donde se anota el nombre del poseedor.
Acá a todo el mundo le chiflan los bingos y las rifas. Es una oportunidad para asegurarse por un sol el sostenimiento de la familia entera, y luego está la emoción de ver si me toca algo que no puedo comprar porque la economía diaria no da para más. Entre la gente pobre, las pequeñas cosas que llegan por arte de la buena suerte son muy celebradas aunque sean modestas.
El pollo le tocó a Magaly, y por lo que me cuentan sigue vivo y engordando. Hubo algún conato de protesta (“¡trampa!”) en medio de las risas que sobrevolaron la catedral (disculpen los puristas de los usos estrictamente litúrgicos de los recintos sagrados). Pasamos un rato muy agradable, fue un gustazo comprobar de nuevo que los jóvenes son capaces de todo y divertirme entre la concurrencia. Y con resultado: ya tenemos en el bote más de la mitad del presupuesto de los polos.