Hay visitas y visitas
El arzobispo emérito de Mérida-Badajoz (bueno, uno de los dos), nos recibió en chándal, afable y conversador. Tiene ya 86 años, y su cuerpo da muestras de desgaste y debilidad; el comentario siguiente sería algo como "aunque la cabeza la tiene estupendamente", pero yo prefiero decir que su corazón continúa sabio en acogida y amabilidad, y macerado en la humildad que da lo vivido en cantidad e intensidad.
Lolo y yo tuvimos que estimular resortes de su memoria, pero con Ángel se comportó como un verdadero hermano; de los tres, es su choche, como dicen en Perú. Nos preguntó a cada uno por lo nuestro, y se manifestó contentísimo de que se sigan cubriendo "los primeros puestos de la diócesis", que para él son los de las misiones. Sus hermanas nos pusieron unas cervecitas y un aperitivo; el obispo hablaba y Lolo se levantaba cada vez para ofrecerle el plato de jamón. Todo muy natural, como en casa, con suave familiaridad.
Y sin embargo, la mano que sostenía el vaso mostraba el anillo. Surfeando por las risas, yo miraba fascinado a este anciano, que se mueve ya con dificultad, disfrutar simplemente de una visita cordial de viejos conocidos. El padre del periodismo religioso español, conquistador de la sencillez por carácter y por sensibilidad, sin aparente esfuerzo; el fundador de PPC y Vida Nueva, a salvo de la erosión de la vanidad (http://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Montero_Moreno); el muñidor de destinos, el jefe y gestor de grupos, triunfante de la sorda batalla contra la soberbia serpentina y la resaca del poder.
Creo que porque siempre fue pastor, ésa es su vocación: no príncipe, sino pastor que narra historias y vidas. El pastor, cuando es viejo, no está vencido, está cansado, pero satisfecho y tranquilo. Conmigo fue obispo bueno y dialogante, abierto a la novedad, generoso en dar confianza; y muchos de mis compañeros dirán lo mismo. Por eso en sus ovejas no hay más que admiración y agradecimiento, pero sin estruendos, a su medida serena; y hay ganas de verle, de charlar con él, recordar tiempos pasados y disponerse a aprender.
Porque dice que, aunque está liado escribiendo sus memorias, ahora sigue la actualidad de la iglesia y la sociedad españolas con más finura que antes. "Pero os quedáis a comer, ¿no?". Nos resistimos, pero con la boca chica: ¿cómo dejar escapar esta ocasión de estar más rato con Don Antonio? Sus hermanas Cloti y Josefina, encantadoras, enjaretaron sobre la marcha una comida campechana pero deliciosa, por la conversación y la cordialidad que la aderezó. Con el gazpacho servido nos hicimos esta foto para no olvidar.
Para recordar que "es necesario que Él crezca y yo disminuya" (Jn 3, 30), y que los hombres auténticamente grandes son los que hacen carne suya esta Palabra. Don Antonio, menguante pero sonriente, es un gigante de la fe y de la vida, y no hay mitras suficientes para homenajearle. Gracias, Don Antonio por ese ratito; fue un honor sentirnos parte de su familia. Usted nos ayudó a ser lo que hoy somos: ¡gracias!
PS: hace un rato, al regresar de Calamonte, me he dado cuenta de que he aparcado el carro en la avenida "Antonio Montero, Arzobispo", jaja. Como tantas veces. Toma castaña. Él con las zapatillas de andar por casa y nosotros con las sandalias.
César L. Caro