El mundo se altera, la nieve se tiñe de sangre, los cañones no se convertirse en arados sino los arados en cañones, los campos no son mares de espigas sino las ciudades montones de ruinas, los sótanos no son bodegas sino túneles para pasar ejércitos armados, los caminos no van llenos de lentos bueyes con pastor que los silbe sino de pesadas e ingeniosas máquinas conducidas por expertos tiradores, los visillos de las ventanas no ocultan rostros curiosos ávidos de noticias sino huecos vacíos sin ojos que huyeron al sentir los caminos bullir como arroyos de fuego. “Un monte de agua y un piélago de montes”, todo al revés que, en estos días en los que todo el mundo habla de amor y paz, se ve al rojo vivo.