Las hojas que ayer tejían un tapiz frondoso que cubría los senderos y estrechaba los caminos, son hoy estiércol. Solo aquí y acullá cortinas de bojes y pinos engastan de verde los bordes de los abiertos senderos y anchurosos caminos llenos de silencio afable, el resto es como rueca sin vellón, desnuda. Cuando, el sol, vadeando nubes, doraba con arrogancia vana los últimos oteros, un pájaro lanzaba anuncios de noche buscando refugio y un corcillo travieso con animoso desafío desaparecía a saltos vertiginosos, el viajero, como un instante naufrago arrebatado a la inmortal presencia de lo invisible descendía pensativo de las rocosas cumbres del Cebreiro buscando los belenes del valle que empezaban a iluminarse.