Luis González Morán, sacerdote, abogado y experto en bioética y bioderecho "Juan XXIII me dijo: ´Tienes toda la vida por delante para defender la verdad'"

(Javier Morán, La Nueva España).- Una robusta cuna, capaz de soportar a un bebé de cinco kilos al nacer, le meció en León, aunque sus ancestros procedían de la montaña, de Barrios de Luna. Luis González Morán nació el 21 de septiembre de 1935, siendo el segundo de seis hermanos y hermanas, la última de las cuales, María Aurora (1954-2008), fue síndrome de Down, «pero un ángel de Dios y la mayor fuente de alegría común que hemos tenido en nuestra familia».

González Morán es sacerdote, abogado y especialista en bioética, una disciplina que en estas fechas le tiene precisamente ocupado en redactar un libro sobre la Bioética del Síndrome de Down para la Universidad de Comillas (Madrid).

Una Universidad jesuítica que en su previa localización santanderina fue el lugar de sus estudios sacerdotales durante trece años, de 1945 a 1958. En vista de su excelente expediente académico fue enviado a continuación a cursar Sagrada Escritura en el Pontificio Instituto Bíblico de Roma. Allí llegó tan sólo unos días antes del fallecimiento de Pío XII y de la elección de Juan XXIII, que inmediatamente convocó el Concilio Vaticano II y junto al que vivió «el momento más emocionante de mi vida», al ser recibido por el Pontífice y coincidir con él en diversas visitas de españoles al Vaticano, «hasta el punto de que ya me llamaba por mi nombre y decía: "Questo Luigi", a mí, el hijo de Luis y de Aurora».

De regreso a España, «el obispo de León me nombra superior del Seminario Menor y profesor de Geografía y ríos menores, para que no me entrara soberbia después de tantos estudios». Más tarde oposita a la plaza de canónigo lectoral de la catedral de Astorga, sede de la que es obispo Marcelo González Martín, «impulsor de muchas iniciativas, que le dio a la diócesis la vuelta como a un calcetín con una intensa actividad posconciliar y gran interés en la colaboración de sacerdotes y laicos, una novedad entonces».

En 1968, González Morán hace las oposiciones al cuerpo castrense y tras un breve paso por Madrid y Barcelona -y de iniciar Derecho en la Ciudad Condal- «vengo destinado a Oviedo como capellán de la Policía del cuartel de Buenavista». Continúa con la carrera de leyes y vive las tensiones de la transición junto a la Policía. «Era interesante ver en el cuartel cómo los policías reaccionaban ante la televisión al ver las homilías de Tarancón o las de Marcelo; predominaba el aplauso al segundo».

Obtiene la licenciatura en Derecho en 1975 «con premio extraordinario compartido con la actual catedrática de Derecho Internacional María Paz de Andrés, aunque ella se lo merecía mucho más porque yo dominaba la oratoria gracias a Comillas».

A continuación, su catedrático de Civil, Iglesias Cubría, le introduce como profesor en la Facultad, «hasta el año 2000, cuando me jubilo por edad reglamentaria, habiendo hecho por el medio las oposiciones a profesor titular». Su tesis doctoral, en 1984, versa sobre la relación de obligaciones y deberes entre el médico y el paciente. Además de la docencia reglada es profesor y director (1998-2002) de la Escuela de Práctica Jurídica de Oviedo y trabaja en un despacho de abogados, «que curiosamente me ha ayudado a ser mejor sacerdote porque aquí se plantean las penas desde la pura crudeza de la realidad, las disensiones, el sufrimiento, la amargura, la tristeza de la vida diaria, de la vida de las familias; es una experiencia casi sacerdotal en el sentido de cercanía con las personas».

González Morán ha trabajado fundamentalmente en nulidades canónicas. En la bioética se introduce de la mano del jesuita Javier Gafo y es cofundador del Máster de Bioética de la Universidad de Comillas. Su experiencia docente alumbró en 2007 «De la bioética al bioderecho. Libertad, muerte y vida», un tomo de casi mil páginas que ya es obra de referencia en la materia. «La bioética es la moral del futuro, pero el avance tecnológico y la ética no corren paralelos».

Su entronque como sacerdote en Oviedo se produce en el Centro de Estudios Teológicos y «desde hace 37 años en la parroquia de San Juan el Real, junto a sacerdotes como don Benedicto, el santo; Fernando Rubio, un coloso, o Álvaro Iglesias Fueyo, mi amigo del alma, cuya separación me ha dolido». Luis González Morán -de cinco a 120 kilos de humanidad- dicta sus Memorias para LA NUEVA ESPAÑA en esta primera parte y tres sucesivas, mañana lunes, el martes y el miércoles.

Cinco hermanos y Aurorina.

«Nací en León, el 21 de septiembre de 1935. Fui el segundo de seis hermanos: María Ángeles, Luis, Ángel, Florinda Pilar, José Aurelio y María Aurora, que fue síndrome de Down. De ellos, vivimos María Ángeles, Pili y yo, juntos, aquí en Oviedo, y a ellas tengo que darles grandes muestras de agradecimiento porque me cuidan, me miman y ando decoroso por la vida, lo cual para un sacerdote no es ninguna tontería. Falleció Ángel (1938-2007), que también era sacerdote e hizo conmigo las oposiciones a capellán castrense. Estuvo un tiempo en la Península, pero luego se fue con la Legión, a África, y eso le marcó: era un legionario desgarrado. También falleció José Aurelio, Pepín (1943-1997), a los 54 años, que estudió perito industrial en Gijón. Y Aurorina nos dejó en 2008, a los 53 años y con una vida espléndida. No era una Down profunda y se defendía ella sola. Fue una bendición de Dios. Vivió con nosotros casi toda la vida, aunque estuvo una temporada en un colegio muy bueno en Madrid, el María Corredentora, un centro pionero porque cuando ella nace en 1954 es todavía la prehistoria de la atención a estas personas. Pero no quisimos que permaneciera interna, sino que mi madre dijo que era una más de la familia. Pero fue más: fue la reina de todos los demás. Era muy lista, comunicativa, participativa. Hay una anécdota con el arzobispo Osoro, que era muy amigo mío. Estaba mi hermano Ángel enfermo en el Centro Médico y al ir a visitarlo nos encontramos que estaba con él Osoro. Le dije a mi hermana: "Mira, Aurorina, éste es el arzobispo". Y ella va, le coge por la cruz pectoral, le baja el morro, le da un par de besos mientras dice: "¡Hola, Carlos Osoro Sierra!". Y él, sorprendido, le comentó: "Sabes más de mí que la mayor parte de mis diocesanos"».

Bebé de cinco kilos

«Mis padres fueron Luis González Alonso (1905-1968) y Aurora Morán Fernández (1909-1997). Al nacer peso la hermosura de cinco kilos, y cuando fueron a bautizarme, según me contaron, el padrino y la madrina se retrasaron. Entonces, el párroco de San Marcelo de León, que era muy guasón, charla con mi padre y le dice: "Luis, al niño ¿cómo lo pongo?". Mi padre, orgulloso de mis cinco kilos, responde: "Luis, como yo; fíjate qué criatura hermosa". Al cabo de un rato, el cura le vuele a preguntar: "Sí, pero ¿cómo le ponemos?". "Que Luis". Y así hasta cuatro veces, hasta que mi padre, que tenía un temperamento muy de la montaña leonesa, le dice: "Si me pregunta más cómo ponemos al niño, me marcho con él a otra parroquia". A lo que el párroco replica: "No, si lo que me pregunto es cómo pongo al niño para que le quepa la cabeza en la pila bautismal". También me contaron que, visto el embarazo, esperaban dos criaturas (entonces no había ecografías y esas cosas), pero cuando me sacaron el médico dijo: "Cierren, que ya acabó la procesión". Mis padres eran de Barrios de Luna, a los pies del pantano, en la parte occidental de la montaña leonesa. Mi abuela materna, Amelia, era una mujer de un temple terrorífico. Quedó viuda con tres criaturas: este tío Pepe (que estudio Magisterio), Bernardo (que se hizo sacerdote en Valdediós y Oviedo, porque aquello entonces pertenecía a la diócesis de Oviedo) y mi madre. Compró un caballo y un carro y se dedicaba a comprar manteca y huevos por la zona de Luna y bajaba una vez a la semana a León a venderlos. Un hermano marista que había en el pueblo llamaba a mi abuela la "heroína de la montaña". Era persona de una hebra especial, y rígida: daba más pescozones que besos y no andaba con el mimoteo éste de ahora».

Escuela en Villalegre

«Mis padres tenían lo que era una bendita obsesión: que los hijos estudiaran, porque aquello eran minifundios en los que al morir el padre se dividía el patrimonio entre los hijos, y éstos, a su vez, entre los suyos, con lo cual estaban abocados a una pobreza gloriosa. Mi padre, que era un hombre con cierta visión, se estableció en León y puso un establecimiento que era una taberna donde se vendía vino, pan con chorizo o pulpo y a la vez una tienda de ultramarinos. Allí administraban lo de las cartillas de racionamiento y mis padres hicieron muchísimos favores y quitaron mucha hambre. Viví el León de la posguerra, muy triste, y empecé a estudiar en el Colegio de los Agustinos. Estuve poco tiempo, pero me acuerdo de fray Toribio, que sancionaba cariñosamente con un golpe de correa en la mano en proporción a tus fechorías. A mí me solía dar bastante porque yo era un héroe campanudo. Claro, con cinco kilos al nacer, era un rapaz que me pegaba con todos. Y ya entonces tuve una conexión asturiana. Mi tío Bernardo, el cura, era maestro en Villalegre, Avilés, en las Escuelas del Ave María, del padre Andrés Manjón. Él vivía con su madre, mi abuela Amelia, la del carro y el caballo, y los hermanos mayores pasamos un tiempo con ellos. Estudié en el Ave María, donde recibí enseñanza y tortas, y de mi tío más, porque, claro, si pegaba a los demás y no me pegaba a mí, había acepción de persona, con lo cual el escarmiento empezaba por su sobrino. Era una especie de ascensión en la unión mística, supongo. Hice la primera comunión en 1942, en el templo parroquial del Sagrado Corazón de Villalegre, que había sido consagrada el año anterior por el obispo Arce Ochotorena. El párroco era don Fausto Rodríguez Manzaneda, un hombre eximio y el que levantó la iglesia. A mí me parecía muy serio y tenía un ama de casa, doña Enriqueta, que era muy mandona y muy buena repostera. Un día estaba haciendo unas natillas o algo así y yo metí el dedazo para chupar. Me dio una torta de tal calibre que todavía creo que me está doliendo».

Parajes y pajares

«El mismo día que cumplo 10 años, el 21 de septiembre de 1945, entro en el Seminario Universidad Pontificia de Comillas, en Cantabria, para iniciar mi formación sacerdotal. Voy allí porque lo recomiendan tanto el tío Bernardo como otro tío mío (primo hermano de mi padre), el arzobispo Luis Alonso Muñoyerro, que fue vicario general castrense y antes obispo de Sigüenza, y que había estudiado en Comillas. Y cuando parece que tengo algún indicio de vocación mi tío le dice a mis padres: "Luisito, a Comillas". Mis padres tenían algún tipo de escrúpulo económico: un chaval en un Seminario de aquella categoría, en aquellos tiempos? Pero mis tíos dijeron que les ayudarían. En Comillas cumplí el ciclo entero de los estudios sacerdotales: entré con 10 años y salí sacerdote con 23. Fueron tres años de Latín, tres de Humanidades, tres de Filosofía y cuatro de Teología. En Comillas coincidí con los "manitos", los seminaristas del tristemente célebre Marcial Maciel. Ya tenían fama de raros, además de una disciplina tan exagerada que ya nos parecía que no era nada bueno. Tengo mal recuerdo y no llegué a simpatizar con ellos. Aquella intuición que no era positiva posteriormente se ha visto reafirmada, aunque yo no era más que un niño. Llegó un momento en el que el rector, Baeza, y el padre Rodrigo les dicen que se vayan. Los jesuitas fueron más intuitivos. Era un niño que estudiaba y era buen deportista (frontón, fútbol?) y con eso en un internado eres un fenómeno. Realmente tuve un Seminario feliz. No era malo, sino más bien trasto, y era querido por los profesores. Ahora, lo que sí debo decir es que el sistema era prusiano sin mitigar. A las seis y media de la mañana, arriba. Llegábamos el veintitantos de septiembre y volvíamos el veintitantos de junio. Eso curte madera, hierro y acero. Vamos, Navidades enteras allí, Semana Santa entera allí? Bueno, nos dulcificaban un poco la cosa con alguna fiesta de tipo jesuítico o películas en las que tapaban el foco cuando había un beso, pero a veces el hermano proyeccionista calculaba mal y quitaba la mano justo en el beso más procaz. Contando los jesuitas éramos unos mil. El cocinero era el hermano Desiderio Terán y para poner huevos fritos un día tenía que estar la granja acumulándolos durante varias jornadas. Eran tiempos duros y en alguna ocasión teníamos sensación de hambre. Y también de sueño. El hambre no lo podíamos eliminar, pero el sueño lo compensábamos durmiendo durante la oración. Nos bajaban a hacer oración con el famoso libro del Padre Villacastín, que decía aquello de "considera, pondera y saca". Hacíamos un examen de tipo estereotipado, todos los días igual, y una de las preguntas era: "Considera por qué lugares y parajes has andado hoy". Yo, que era entonces trasto, un día que me tocaba leer dije: "Considera por qué lugares y pajares?". Como los pajares tienen esa connotación de los mozos y las mozas en los pueblos, me llamó el prefecto y me dijo que qué me creía yo y que dónde había aprendido aquello con 12 años. Casi me echan por aquella procacidad».

Educación sexual

«Se podría decir que el tiempo se distribuía en tres bloques: estudiar, jugar y rezar. Los estudios jesuíticos hacían mucha insistencia en las Letras (Lengua, Literatura, Clásicos, Humanidades?), pero menos en las Ciencias. Recuerdo la sensación que teníamos de ir a la guerra cada vez que había experimentos en la clase de Química, con el padre Galende, muy buena persona: se iniciaba el experimento y explotaba algo en alguna parte. Pero el Latín, además de ser la lengua doméstica en la que hablábamos, lo dominábamos, e incluso llegábamos a hablar griego en alguna clase, con el padre Domingo Mayor. Como digo, un chaval de buena salud como yo, que comía piedras si venían lo bastante rebozadas, que dormía bien, que era buen estudiante y que jugaba, no tenía problemas. Y la educación sexual, curiosamente, me la dio un cura de León, el párroco de San Marcelo, al cual yo, con 16 o 17 años, le fui a decir un verano que no quería ser cura. "Pues no seas cura", me dijo. Aquello me desarmó; yo esperaba un poco más de acción dramática. "Pero, ¿por qué no quieres ser cura?", agregó. "Porque me gustan las mujeres". Creí que con decir eso bastaba, pero va él y pregunta: "¿Pero todas o una?". Yo no sabía que tenía más fuerza indiciaria y dije: "¡Todas!". Y él, que tenía 70 u 80 años, replicó: "Eso me pasa a mí". Me dije: "Uy, este argumento no vale". Así que al Seminario otra vez. Pero al año siguiente volví a la carga, ya más preparado. Hablábamos mientras desayunábamos chocolate con churros. Después, él fumaba cuarterón picado, que lo liaba en la mano, lo echaba en el papel de fumar y luego le pegaba la lamida. El desayuno y luego la lamida. Volví al ataque. "Ah, lo tuyo de las mujeres", me dijo, y pensé: "Ay, qué manera de banalizar". "A ver, ¿cómo era el tema? ¿Te gustaban todas las mujeres o una?". Como "todas" no me había valido el año anterior, dije: "Una". Él era un zorro de Valladolid y replica: "¿Una, eh? ¿La conozco yo?". Jo, aquello ya era mucho y yo fui gateando por la imaginación e improvisando. Él vivía con su hermana, que tenía dos hijas muy monas. Y yo le dije: "¿No la va a conocer usted, si es una sobrina suya?". Y me pregunta: "¿La mayor o la pequeña". Y digo: "La pequeña". Se me queda mirando y me dice: "Buen gusto, muchacho". Entonces yo ya me dije; "Pues nada, seré cura después de este intento antivocacional". Hay que ver lo agudo de aquel hombre. Me lo solucionó donde otros veían pecados por todas partes».

Buena contestación

«Tuve grandes profesores jesuitas: de maestrillo a alguien que luego fue una figura egregia, el padre Ignacio Iglesias, un hombre de gran profundidad, que después fue asistente del padre Arrupe, en Roma. El padre Teófanes de Diego era el padre espiritual y tuve al padre Luis Penagos, experto en Latín y en Lengua, al que nunca se le entendía nada. Si ibas a pedirle un permiso para algo, era de los que decía: "Mira, Morán, lo que me pides no se puede hacer y además es imposible". Hago un inciso porque cuando cursaba mi primer año de Teología, el día 17 de octubre de 1954, nació mi hermana Aurora. Señalo este dato y lo recalco como homenaje a mis padres y hermanos. Su nacimiento supuso para los cinco hermanos un primer momento de desconcierto: no sabíamos manejar aquella situación. Madre sana, padre sano, cinco hijos como cinco soles y nacía aquella criatura. Al principio la mirábamos casi con miedo. "¿Qué hacemos, si no sabemos??". Hoy hay más conocimiento, más información, pero entonces no la había. Sin embargo, también debo decir que posteriormente supuso sin duda la mayor fuente de alegría común que hemos tenido en nuestra familia. Fue un ángel de Dios, una chica aguda que ahormaba muy bien la convivencia porque juntaba a todos. Y con esa especie de humor que tienen estos niños, tan raro, que te deja descolocado del todo. En una ocasión veníamos de Madrid; conducía mi hermano Ángel, muy rápido, y al pasar por Medina del Campo había una pareja de la Guardia Civil. Le echaron el alto y dio un frenazo. Aurora le dice entonces a mi madre: "Mamá, estos guardias no saben que Ángel tiene un cementerio aparte; van buenos, porque seguro que los cuadra". Ángel era de aquella capellán militar. Ya éramos una familia unida, pero Aurorina supuso una mayor vinculación familiar. Contaba mi madre que tardaron un poco en aparecer los rasgos de tipo oriental y fueron a un médico que les dijo: "Lo mejor que pueden hacer es pedir a Dios que se muera cuanto antes". Mi madre, leonesa brava, le replicó: "A lo mejor se muere usted antes". Fue una buena contestación».

Gabino, ejemplar

«En Comillas coincidí con alumnos de Asturias como Victorino López Díaz, que entró el mismo día que yo y fue director de Cediset (Centro Diocesano de Estudios Teológicos). Y con el canónigo de la catedral José Luis Ballines Covián; con don Rafael, que fue cura de Salinas; Pepe Monte Cabañas, mayor que yo, o Ángel Garralda, que era navarro y luego se incardinó en Asturias. Y también coincidí con Gabino Díaz Merchán, en cursos anteriores al mío. Debo decir que Gabino fue el seminarista ejemplar toda la carrera, el hombre de confianza, aplomado, serio, muy buen teólogo. Pasó por Comillas como el estudiante que si alguien pregunta: "¿Un futuro obispo?", pues Gabino. Fui ordenado sacerdote en la capilla mayor de Comillas el 13 de abril de 1958, cuando aún no había cumplido los 23 años, por lo que necesité una dispensa especial de Roma. Conmigo fueron ordenados tres compañeros que quiero citar: Bernardino Martínez Hernando, de Mansilla de las Mulas, director de la revista "Vida Nueva" y profesor de la Facultad de Periodismo de Madrid; Epifanio Rodríguez, canónigo de Valladolid, y el coruñés Celso Alcaína, que estuvo luego en el Santo Oficio, en Roma, con el cardenal Ottaviani. Actuó como obispo ordenante mi tío Alonso Muñoyerro, a la sazón arzobispo de Sión y vicario general castrense. Me emocionó muchísimo la conmoción de mi madre, muy creyente. Me miraba con ojos de beatitud, lo cual no quitaba para que a los dos días me dijera: "Hijo mío, si encuentro que haces algo que ofenda a Dios y a mi conciencia o a la tuya, no dudaré en pegarte un cachete". Ése es un epitafio que indica cierta categoría. Hablo mucho de mi madre porque era una mujer de un gran temple y lo demostró con Aurora. Cuando nació, nuestra madre dijo: "Aurora es una más en casa y no será tratada ni mejor ni peor, y lo que ella pueda hacer, lo hará". Era una actitud pionera en aquellos tiempos. Mi primera misa la celebré en la iglesia de Barrios de Luna, donde hay un Cristo románico impresionante. Mis padres invitaron aquel día a comer a todo el pueblo».

Un mal cuarto de hora

«Como había demostrado una cierta inclinación a los estudios eclesiásticos y había sacado notas máximas en Filosofía y Teología era hombre predestinado a los libros, y al ordenarme al servicio de la diócesis de León mi obispo, Luis Almarcha Hernández (que había sido mecenas de Miguel Hernández en Orihuela y le había publicado los primeros poemas, aunque luego tuvieron discrepancias), decide enviarme a Roma a estudiar Sagrada Escritura. A principios de octubre de 1958 estoy ya en el Colegio Español, situado en el antiguo Palazzo Altemps, cerca de la Piazza Navona. Como tenía dos machos cabríos en la fachada, a sus residentes nos llamaban "il fili dei caprone". Inicialmente sufro la desorientación de quien llega de una vida metódica, ordenada y disciplinada (Comillas) a una ciudad como Roma donde tienes las puertas abiertas para bien y para mal. No es que yo fuera un forajido ni un pecador empedernido, pero te daban la llave y podías entrar y salir, pasear, ir al cine o a tomar un café a Vía Veneto. Hay un choque y no en vano se dice "Roma veduta, fede perduta" (vista Roma, perdida la fe). Pero quiero hacer homenaje a una persona con la cual me encontré y trabé amistad: el padre Luis María Mendizábal, jesuita que explica Teología Mística en la Gregoriana. Voy un día a verle y me encuentro al clásico vasco, serio profundo, que me enseñó la siguiente oración. A veces en la vida le pegamos un patada al caldero, nos encabritamos, marchamos, y en esos momentos hay que decir "De un mal cuarto de hora en la vida, líbrame Señor". Me dije: "Coño, mira qué bien". Y ya me levantaba y le daba la mano cuando me dijo: "No, no, siéntate, porque lo peor es después; te entra la desolación, lo mandas todo a la mierda, no valgo para nada, soy un desgraciado, te entra la tristeza? Entonces hay que decir de un mal cuarto de hora después de un mal cuarto de hora, líbrame Señor". Es muy sutil y tiene una gran carga psicológica y ascética».

Como una parroquia

«La experiencia romana fue muy interesante, más bien impactante y estoy muy marcado por Roma. Fue un tiempo de gran densidad eclesial y de estudios en el Pontifico Instituto Bíblico, con gran rigor de exigencia en hebreo, griego y una lengua moderna. Ahí no regalan nada; hice un esfuerzo serio y lo saqué bien. También me compre una buena guía de Roma y los sábados o los jueves, en los que no teníamos clase, me peiné la ciudad entera. Por ejemplo, dominaba los Museos Vaticanos, así que me mandaban del Colegio a explicar todo aquello cuando recibíamos visitantes. Había llegado a Roma el 5 o 6 de octubre del 58 y el 9 fallece en Castelgandolfo Pío XII. Recuerdo que el cortejo fúnebre fue sobrecogedor porque los romanos se volcaron en el que era su Papa, un romano, un Pacelli de los Pacelli de Roma. Después estuvimos yendo a la plaza de San Pedro con la esperanza del anuncio del nuevo Papa en el cónclave. El 28 de octubre salió por fin la "fumata bianca" y el "habemus papam": ante la sorpresa de todo el mundo fue elegido Giuseppe Roncalli, que no se esperaba por él para nada, que tenía 77 años y fue entronizado el 4 de noviembre por el cardenal Canali. Me acuerdo de que, dicho por las gentes de Roma, comenzaba un nuevo tipo de pontificado, totalmente distinto. Juan XXIII empezó a visitar personalmente las parroquias de Roma, su diócesis, y por Navidad visitó a los niños del Hospital del Espíritu Santo y del Niño Jesús y al día siguiente a los presos de la cárcel Regina Coelli, una visita sonadísima. Y hubo después una conmoción que viví yo mismo: el 25 de enero de 1959, en la basílica de San Pablo Extramuros y sorprendiendo a toda la humanidad, como si tocaran a rebato, anunció la celebración de vigésimo primer concilio ecuménico, que sería el Vaticano II, el primer sínodo de la Iglesia de Roma y la revisión del Código de Derecho Canónico. O sea, empezó poniendo patas arriba todo y la gente decía que gobernaba la Iglesia mundial como una parroquia, con un concepto de cercanía».

Una mano en el hombro

«Tuve una experiencia personal muy vivificante. Mi tío Muñoyerro era muy amigo del entonces obispo de Ciudad Real, Juan Hervás, el de los Cursillos de Cristiandad, que fue a una vista al Vaticano y no tenía en Roma ningún sacerdote de su diócesis. Mi tío le dijo que yo podía acompañarle en las visitas a la curia. Así fue y un día me dijo: "Mañana vuelvo a España, pero por la mañana te voy a hacer un regalo". Y yo, fino, digno, educado, dije: "Monseñor, no faltaba más". "No, no, si no te voy a regalar nada, pero mañana vienes conmigo a ver al Papa. Bueeeno?, estuve toda la noche cepillando la sotana y los zapatos y quitándome la caspa. Hecho un pincel, vamos. Llega la mañana y yo estaba sentado al borde de la silla. Llegan los taconazos de la Guardia Suiza y dicen: "¡Il vescovo!", el obispo. Él entra y me quedo mirando las pinturas. Vuelven al cabo de un rato y dicen: "¡Il sequito!". Yo era el séquito. Fue el momento más emocionante de mi vida. Entro a ver a aquel hombre, con la barriguita y el fajín por encima, pequeño de estatura. Me habían dicho que me arrodillara y entre que me arrodillo y no me arrodillo, hago un garabato, un escorzo y quedo allí, yo qué sé de qué manera. El Papa se me queda mirando como asustado, como diciendo "¿dónde va este tío?", y me dice: "Giovanotto" (joven, en sentido cariñoso), "¿es usted ya sacerdote?". En mi escorzo, le dije que sí y le hablé de la dispensa por edad. Me puso la mano en el hombro y me dijo: "Te queda toda una vida por delante para defender la verdad". Fue un eslogan que me ha hecho mucho bien en la vida y algo grande para un rapaz que empezaba su vida sacerdotal».

El sacerdote y abogado Luis González Morán (León, 1935) relata su actividad pastoral en Astorga y castrense en Barcelona antes de afincarse en Asturias en 1969.

La carne de San Juan

«Aquel día que visité a Juan XXIII con el obispo Hervás, el Papa nos dijo que nos sentáramos (no lo hacía con todo el mundo) y se le ocurrió preguntarme de dónde era. "De León". ¡Ay, amigo!, se acordaba de que, siendo aún cardenal, había pasado por Asturias y León y recordó que en San Isidoro de León le había llamado la atención ver a tanta gente visitando el Santísimo. Estuvimos charlando un buen rato y me preguntó si dormía bien en Roma. Le dije que sí, pero me sorprendió la pregunta. "Lo digo porque los que venís de zona montañosa?" -me asociaba seguramente con Covadonga-, "lo sé por otros sacerdotes, que duermen un tiempo mal en Roma por la cercanía del mar y por la presión", comentó el Papa. Era un detalle de su humanidad. A lo largo de mi estancia en Roma fui varias veces a ver a Juan XXIII acompañando a grupos de españoles. Llegó a reconocerme por mi nombre y a decir: "¡Questo Luigi!", cuando me veía entrar. En el Bíblico tuve grandes profesores, como los jesuitas Luis Alonso Schökel y el cardenal Agustín Bea, que luego fue uno de los pilares del Vaticano II, en el tema de la libertad religiosa, del que fue un ariete. Los estudios bíblicos ya introducían novedades como la investigación de los géneros literarios. Había un jesuita americano, Moran, muy bueno y con ese sentido de apertura, pero todavía era un tiempo preconciliar. Ahora bien, para mí aquello fue el descubrimiento de un mundo: por ejemplo, empezar a leer los salmos en hebreo. Obtengo la licenciatura en Sagrada Escritura en junio de 1960 y luego hago el curso de doctorado en la Universidad Gregoriana con el jesuita Ignacio de la Potterie, que era el mejor especialista en San Juan, e incluso empecé a redactar la tesis doctoral sobre el concepto de carne en San Juan, el "logos sarx egeneto", la palabra se hizo carne».

De Geografía a lectoral

«Al volver de Roma, el obispo de León me nombra superior y del Seminario Menor, donde también soy profesor de Geografía y ríos menores. Véase la adecuación: llego con toda esta formación y el obispo dice que para que no me entre soberbia vaya a Menor. Como si la soberbia fuera un problema de saber hebreo o no saberlo, o como si fueras más humilde cuanto más burro. Pero allí estuve un par de cursos feliz, con 200 o 250 críos. Casi te haces un niño como ellos y tengo todavía cicatrices en las piernas de las patadas que me dieron jugando al fútbol, porque iban a pegarme y no a quitarme el balón; así se vengaban de cuando yo les ponía un castigo o cosas parecidas. El final del Concilio Vaticano II ya me encuentra trabajando en Astorga porque se convoca la plaza de canónigo lectoral de la catedral de esa diócesis. Cuando cuento esto, suelo decir que me presenté y saqué la plaza con el número uno, pero al cabo de un momento añado: "Claro que yo fui el único que se presentaba". No obstante, el examen era duro, por el sistema de sacar la bolita. Recuerdo que intenté hacer un chiste. El presidente del tribunal, el deán de la catedral, me dijo: "Saque bola", y flexioné el brazo: "Mire, mire". El deán se puso muy serio: "Por favor, don Luis". Madre mía, qué corte. La oposición fue brillantísima, pero no por mis méritos, sino porque tenía Roma todavía chorreando».

Don Marcelo, en Astorga

«Paso entonces a la diócesis de Astorga, a la que aún sigo perteneciendo, aunque desde 1969 resida y trabaje en Oviedo. La estancia en Astorga fue hermosísima. Era obispo don Marcelo González Martín, natural de Villanubla (Valladolid), donde está el aeropuerto y esa curva de desviación provisional que lleva 30 años existiendo. Don Marcelo es hombre muy activo, impulsor de iniciativas como Radio Popular de Astorga (después COPE) o un instituto diocesano de pastoral. Además de canónigo lectoral soy nombrado profesor de Sagrada Escritura en el Seminario y director de la casa de Ejercicios Espirituales. Esto último me vino muy bien porque me formó como director de Ejercicios, una actividad que luego he realizado mucho, con curas, seglares, religiosa... Soy de la rama de los Ejercicios de San Ignacio, por mi formación de Comillas, un poco adaptados a la nueva cristología. Don Marcelo le da vuelta a la diócesis como a un calcetín porque fueron tiempos de intensa actividad posconciliar. El Vaticano II había finalizado en 1965 y hubo un esfuerzo muy grande en el cual intervinimos todos. Yo mismo di muchas charlas para difundir la doctrina conciliar y tuve buena relación con don Marcelo, que, por ejemplo, estaba muy interesado en la colaboración de sacerdotes y laicos, que entonces era una novedad. Muchos de los obispos españoles lo pasaron mal en el Concilio. No habían incorporado previamente ninguna de las novedades que ya se daban en Europa, sobre todo las iglesias de Alemania, Holanda o Austria. Los obispos españoles, que tienen unas intervenciones a veces muy densas, llevan una línea muy conservadora y sufren mucho, por ejemplo, con la declaración de libertad religiosa. Pero debo decir que luego la respuesta de los obispos en las diócesis fue ejemplar. Incluso cuando se adoptaron criterios definitivos que no concordaban con lo suyo lo aceptaron sin rechistar. Don Marcelo marcha en 1967 a Barcelona y será una etapa de cruz para él. Experimenta un vivo rechazo y ya de aquella época es el grito: "¡Volens bisbes catalans!" (¡queremos obispos catalanes!). Sufrió mucho, pero más tarde Toledo fue un bálsamo para don Marcelo».

Profesor de arzobispo

«En el Seminario de Astorga coincido como profesor con el que sería después obispo de Orihuela-Alicante, Rafael Palmero Ramos, zamorano, que sucedió en esa sede a mi amigo Victorio Oliver. También fui profesor del actual arzobispo de Santiago, Julián Barrio Barrio, y hace unos años tuve una anécdota muy bonita con él. Fui a celebrar el jubileo compostelano y al terminar la misa el arzobispo fue saludando en la sacristía a los 50 sacerdotes concelebrantes, pero me ve entre el grupo y dice: "Perdonen que rompa el protocolo". Vino hacia mí y me dio un abrazo. Todo el mundo mirando y yo medio avergonzado, pero dijo: "Perdonen, pero me he emocionado al encontrarme con mi viejo profesor, del cual guardo un recuerdo imborrable porque fue el mejor que tuve". Estuvimos charlando y al final me dijo: "No puedo invitarte a comer porque va a ser la hora y le doy la comida a mi padre todos los días". Lo cuento para que se vea que no todo ha de ser sacar el látigo con los obispos. También llegué a conocer en Astorga como obispo a Antonio Briva Miravent, natural de Sitges, hombre excepcionalmente bien dotado, brillante, excelente teólogo y que fue administrador apostólico de Oviedo entre Tarancón y Gabino. Este hombre fue abrumado y consumido por la soledad en aquel palacio episcopal de Astorga».

Capellanía y Derecho

«Astorga es una ciudad de gentes muy buenas, pero con una acentuada presencia levítica que lo impregnaba todo. Hay un momento en el que me ahogo un poco. Hay 10.000 habitantes y somos cien curas. Levantabas un pie y cuando lo ibas a posar ya había otro ahí. Apoyado en que mi tío Muñoyerro es general castrense hago las oposiciones, junto a mi hermano Ángel, e ingreso en el cuerpo castrense en 1968. Estuve en Madrid y en Barcelona (base antiaérea de Gavà), y como disponía de algún tiempo libre me ofrecí en alguna parroquia, pero inmediatamente me preguntaban si podía celebrar en catalán, y al decir que no, ya no me querían. Ahora bien, las colectas las hacían en castellano, visto por estos ojos míos. Así que, como seguí siendo hombre de libros, decidí matricularme en la Facultad de Derecho. Fue apasionante ver el contraste entre las clases del profesor Jordi Solé Tura, que me impresionó, que venía del Partido Comunista y que fue después uno de los padres de la Constitución, y las de Manuel Jiménez de Parga, que procedía del franquismo y después fue miembro de Tribunal Constitucional y presidente de éste entre 2001 y 2004. La antítesis era interesantísima en sus respectivas explicaciones de Derecho Político. En las Navidades de 1969-70 vengo destinado a Oviedo como capellán de la Policía Nacional en el cuartel de Buenavista, que tenía dentro parroquia propia y un grupo escolar con dos o tres maestros. Allí viví los momentos tensos del final del franquismo y la transición».


Luis González Morán (León, 1935) evoca su carrera y docencia en Derecho al tiempo que es capellán castrense de la Policía Nacional en Oviedo.

Comunión y fallecimiento

«Antes de afincarme en Oviedo, en 1969, el año 68 fue muy importante porque hace la primera comunión mi hermana Aurora, un momento de lo más emotivo pese a esas polémicas de si una persona síndrome de Down entiende o no entiende. Una monja que la atendía me dijo de ella: "Esta niña es muy religiosa, pero no rezadora". Claro, lo repetitivo les cansa, pero recuerdo de ella una anécdota de cómo vivía la religión. Aurora fue toda la vida a misa con sus hermanas, pero quedó ciega (uno de los problemas de estas personas), y desde ese momento todos los domingos, antes de ir yo a decir misa a San Juan, seguíamos juntos la eucaristía en televisión. Ella decía todas las oraciones y al llegar al canon también lo rezaba. Y yo le decía: "Esto es sólo para el sacerdote". Ella se me quedaba mirando, ponía los brazos en jarras y replicaba: "Entonces, ¿qué pinto yo aquí toda la misa?". Ese mismo año, el 21 de octubre, muere mi padre, figura emblemática en mi vida. La influencia mayor fue de mi madre, sin duda, que vivió más con nosotros, pero mi padre era la figura de referencia, siempre en su sitio, serio, pero con sentido del humor. Él daba esa pauta de seguridad y precisión en la vida».

Homilías y toletes

«En el cuartel de Buenavista, todas las familias y los niños iban a misa. Había bautizos, primeras comuniones? Y como había iniciado Derecho en Barcelona hablé con el coronel y me dijo: "Mire usted, pater, con tal de que esté a la hora de sus servicios, con su tiempo libre haga lo que desee; otros juegan al dominó a las cartas. Únicamente me pidió que estuviera localizable y que dejara aviso en portería de la clase en la que estaba. En aquellos años viví en el cuartel momentos muy tensos en torno a la muerte de Franco. Había manifestaciones e intervenciones policiales y yo tenía que tener delicadeza con las familias y los niños. Personalmente fui prudente, pero la tensión no la quitaba nadie. Tuve algún choque. En una ocasión un mando me preguntó si en caso de disputa yo estaba más cerca de la patria o de la religión. "Siendo sacerdote, está claro", le contesté, pero no tuve conflictos. La tensión se escenificaba, por ejemplo, en las homilías de Tarancón o de don Marcelo. Verlas en televisión rodeado de policías era muy curioso, por las reacciones que había. Predominaba el aplauso a Marcelo. Y tuve una anécdota con mucha gracia. Un día hubo una alarma en el edificio histórico de la Universidad y entraron al patio los policías, que eran mis feligreses. En ese momento yo bajaba con mis compañeros de un aula de la primera planta y los agentes estaban esperándonos con los toletes levantados. Me ven y uno exclama: "¡Pater!". Se paran todos y se retiran. Un compañero mío comentó: "Milagro del cura, que con su sola presencia disuelve a la Policía"».

Premio con retórica

«En los estudios de Derecho, dicho sea con un pelín de ironía, aún podíamos intuir las glorias del pasado. Aunque no pueda citarlos a todos, guardo un recuerdo emotivo de los profesores. Al ser yo sacerdote, tenían un plus de cercanía conmigo y hablaban más o tenían más deferencias. Por ejemplo, Ignacio de la Concha, último prócer profesor universitario, que me examinó de Historia del Derecho paseando por el Campo San Francisco. Por cierto, habló él más que yo. O Manuel Iglesias Cubría, leonés insigne que explicaba un Derecho Civil trufado de los asuntos que él estaba defendiendo en los tribunales, y muy bueno, por cierto. O Rodrigo Fabio Suárez Montes, catedrático de Derecho Penal que sabía un montón de cheque en descubierto y del consentimiento en el delito de lesiones. O José María Muñoz Planas, que se sumergía de forma oceánica en el Derecho Mercantil y en el mes de febrero estábamos en la tercera lección. O Fernando Suárez, leonés, catedrático de Derecho del Trabajo y posteriormente ministro de Trabajo. Y don Teodoro López Cuesta, que actualmente pasea por nuestras calles de Oviedo, catedrático de Economía y Hacienda y rector de la Universidad de 1979 a 1983. No se me vaya a enfadar don Teodoro, pero a estas alturas de su vida y de la mía debo confesarle que yo no entendí muy bien aquello del input/output... Obtengo la licenciatura en 1975, con premio extraordinario compartido con la actual catedrática de Derecho Internacional María Paz de Andrés, aunque ella se lo merecía mucho más, porque estudiaba y estudia y yo también lo hacía, pero yo vendía bien, repartía bien el bacalao, suficientemente quitadas las escamas. Tenía la ventaja que debo a Comillas, donde cuidaban muy bien la oratoria desde que éramos niños, y más en Retórica, Filosofía y Teología, con sermones al canto. Me convertí en un predicador razonable gracias a Comillas y a la oratoria que venía de los antiguos currículos jesuíticos».

Dulce pregunta

«Sigo como capellán en el cuartel y el día del Pilar mi catedrático de Civil, Iglesias Cubría, me invita a tomar un café en el Logos y me da un programa, un horario y un nombramiento del decano como profesor. Así eran entonces las cosas. Qué diferencia con el presente, porque, por ejemplo, el Banco de Bilbao iba a la Facultad a reclutar ya personal. Preparo mi primera clase como un león. Les hablo del estudio y del trabajo de clase como actividad comunitaria, de la necesidad de ampliar los apuntes por libros. Me siento como el mejor especialista en metodología académica y cuando termino mi discurso una chica que hay en la primera fila, muy modosa, pero de acero, dice: "Profesor?". Pensé: "Qué encanto, verás qué dulzura". "Profesor, dos preguntas: ¿hay exámenes parciales? ¿Liberan materia?". Aquel día me caí del burro, pero siempre he dicho que lo mejor de la Universidad eran los alumnos y, la verdad me llevé muy bien con ellos. Fui muy feliz e incluso hoy día los alumnos, generosos ellos, me encuentran por la calle y algunos me dan un abrazo. No he visto a ninguno cambiar de acera para no encontrarse conmigo. Este año, poco antes de Navidad me encontré al salir de decir misa en San Juan con una mujer joven que se me acerca y me da un abrazo y un par de besos. "¿No se acuerda de mí?". "La verdad, no". "Fui alumna suya y tuve un problema de anorexia; sólo me quedaba su examen, fui a pedirle un cambio de fecha y me dijo que cambiar por cambiar? Entonces le dije que tenía un problema y usted me respondió que le dijera cuando podía yo hacerlo". Esta mujer agregó: "Me salvó usted la carrera, porque si me dice que no la hubiera dejado". "No te he vuelto a ver?". "No, porque estoy de abogada en la Corte de Londres"».

Responsabilidad médica y bioética

«Con los profesores ya era otra cosa. En la Universidad hay muchas sensibilidades, grupos de pensamiento, discrepancias. Puedes hacer amigos en tu onda o encontrarte con quien te dice que los curas somos unos golfos. Fui profesor hasta el 2000, cuando me jubilo por edad reglamentaria, habiendo hecho por el medio las oposiciones a profesor titular. El doctorado lo obtuve en 1984 con una tesis sobre el contrato medico, problemas actuales de asistencia y relación médico-paciente. Era un tema casi pionero. Además de la docencia reglada, he dado numerosos cursos de doctorado, de posgrado. Soy, entre comillas, un hombre especialista, en el sentido más humilde del término, en responsabilidad civil médica y en nuestro despacho hemos llevado muchos asuntos al respecto. También he sido profesor de la Escuela de Práctica Jurídica desde su refundación en el Colegio de Abogados por Justo de Diego. He tenido directores como Bocanegra, o el difunto Gerardo Turiel, o Jesús Álvarez. He dado tanto responsabilidad civil médico-sanitaria como derecho de familia (problemas de hijos, de separación, de convenios reguladores?). Todavía este curso pasado di esas materias y fui director de la Escuela desde septiembre de 1998 hasta el 2002. Es un trabajo muy interesante porque es el momento en que coges a los muchachos y muchachas que acaban de terminar la carrera y están en ese impasse de encontrar trabajo, un despacho donde les acojan. Están con inquietudes y con miedos. Debo decir que la Escuela de Práctica Jurídica de Oviedo es muy buena, y lo afirmo ahora que no soy director. Y mi relación con la bioética comenzó porque coincido hace muchos años con el jesuita Javier Gafo y el genetista Juan Ramón Lacadena en una Semana Internacional de Bioética que organizan la Universidad de Deusto y el Banco de Bilbao (es el abogado de ese banco en Oviedo el que me pasa la invitación que le habían enviado a él). Fueron cuatro días y Gafo me dice que me invita a un seminario interdisciplinar de bioética que organiza todos los años».


Luis González Morán (León, 1935), culmina sus «Memorias» para LA NUEVA ESPAÑA con su actividad sacerdotal y como experto en bioética.

Moral del futuro

«Hace 25 años Javier Gafo creó el máster de Bioética de la Universidad de Comillas, y me llamó como cofundador encargado de los temas jurídicos, ya que pueden decir lo que quieran los bioéticos, pero al final lo que va a misa es el BOE. He sido ininterrumpidamente profesor del máster, tratando los temas de la vida naciente, el aborto, la eutanasia, el suicidio asistido, los trasplantes, la ingeniería genética, la clonación, la reproducción asistida, la terapia quirúrgica en el feto, la mejora de humanos, la neurociencia, etcétera. Estamos ya en otro mundo, y el avance en las tecnologías de la vida es enorme, pero el avance de la dimensión ética no corre paralelo. La bioética será la moral del futuro, y necesita de principios sobre la dignidad humana, la autonomía y responsabilidad, el consentimiento informado? Los intereses y el bienestar de la persona deberían tener prioridad con respecto al interés exclusivo de la ciencia o de la sociedad. Las clases en el máster han sido la semilla del libro que el propio Gafo, poco antes de morir, me pidió que publicara, y que vio la luz en 2007: "De la bioética al bioderecho", una obra de quince años de elaboración. Gafo falleció en 2001, y su obra es un puente tendido entre la bioética católica y la secular. A pesar de haber sido miembro de la Comisión para la Doctrina de la Fe de la Conferencia Episcopal, sufrió muchas incomprensiones. En la cátedra de Comillas le sucede en el presente con mano maestra Javier de la Torre. Soy también miembro del comité de ética del Hospital Universitario Central de Asturias, que preside con buen tino Rosa María Simó, y donde constato con tristeza que el nivel de consultas de calado es muy bajo».

Experiencia sacerdotal

«Me he dedicado a la docencia del derecho, pero también trabajo en un despacho junto a muy buenos compañeros: Jorge García Alonso, Emilio Candanedo, Marcos Cabeza Cerra e Isabel Cotarelo Fernández, nuestra secretaria. De la abogacía he sacado dos consecuencias fundamentales: una, la precariedad y complejidad de la justicia humana, porque al final una resolución de un juez va a depender de muchísimos elementos, algunos imponderables, que puedan influir con la mejor buena voluntad en la toma de una decisión. Y otra, que el despacho me ha ayudado a ser mejor sacerdote, porque aquí se plantean las penas desde la pura crudeza de la realidad, las disensiones, el sufrimiento, las amarguras de la vida diaria, de la vida de las familias. Ha sido una experiencia casi sacerdotal en el sentido de cercanía con las personas. Eso no quita para que haya habido quien se haya quedado más o menos satisfecho».

Nulidades canónicas

«He trabajado fundamentalmente en nulidades canónicas en los tribunales eclesiásticos de Oviedo, León y La Rota. He podido constatar muchas veces la labilidad e inconsistencia con que se accede al matrimonio canónico en concreto, y cómo habría que intensificar mucho la formación de los futuros esposos, porque el matrimonio, si es de verdad, es de carrera larga y hay que proveer de alimentos suficientes, humanos y espirituales, a los que se van a casar. Por otra parte, hoy en día el avance de la psicología y la psiquiatría ha ayudado muchísimo al conocimiento y detección de causas de nulidad que antes no se detectaban. La nulidad del matrimonio quiere decir que hay un contingente de causas que hacen que el acto de consentimiento matrimonial sea nulo, con lo cual, evidentemente, la causa de la nulidad tiene que ser anterior al matrimonio; pero dicho esto, que es muy importante, hay que tener en cuenta que, por ejemplo, en el caso de un maltratador, esa condición psicológica ya podía existir antes del matrimonio, aunque no hubieran sido detectada».

Entronque en Oviedo

«En un momento determinado renuncio a mi condición de capellán castrense y como conozco y soy amigo de Fernando Rubio, ahí está mi entronque con la diócesis de Oviedo como sacerdote en activo. Un día me dice Fernando: "Mañana por la mañana tienes la misa de ocho". Nunca se lo agradeceré lo suficiente, porque desde ese momento llevo 37 años en San Juan el Real, y quiero hacer un homenaje a los sacerdotes con los que he estado: el padre Arrojo, párroco hace mucho tiempo; don Melchor, un cura bravo donde los hubiera y cura de confesionario; don Amadeo, un gallego meloso; don Benedicto, el santo, cuya causa de beatificación está introducida; don Fernando, un cíclope, un coloso con la grandeza y el peso de los colosos; Aurelio Coro, un sacerdote navegante de una larguísima trayectoria apostólica en Murcia, Roma (director del Colegio Español), Plasencia, Madrid, Tucumán (Argentina), México D. F. y Oviedo, y don Álvaro, mi amigo del alma, cuya separación me ha dolido, aunque debo decir que espero seguir caminando con Javier Suárez, el nuevo párroco, de la misma manera que lo hice con todos los anteriores. En 2008 celebré mis bodas de oro sacerdotales con una misa en San Juan y una fiesta en el Colegio de la Milagrosa. También lo celebré en Barrios de Luna, pueblo de mis padres, con una comida para todo el pueblo, pese a que hay algunas decisiones que no había cuando me ordené, y mi familia también invitó a todos. Este día de las bodas de oro un médico muy zumbón me dijo: "Si te beatifican algún día, alegaré este milagro de haber unido a todo el pueblo". En 2002 el Ayuntamiento de Barrios de Luna, durante la fiesta del pastor, pese a que no soy ninguna personalidad, me había nombrado pastor mayor de los Montes de Luna. Y desde hace más de veinte años pertenezco a la cofradía sacerdotal de Nuestra Señora de Camposagrado, con sede en el santuario de Camposagrado, localidad leonesa. He sido abad de esa cofradía durante doce años (1996-2008). Mi entronque con la diócesis de Oviedo también ha tenido actividad pastoral en charlas, retiros, ejercicios espirituales, intervenciones en muchísimas semanas de catequesis, con Luis Álvarez, lamentablemente fallecido, y ahora con Antonio Vázquez Escobar. Y también con docencia en el Cediset (Centro Diocesano de Estudios Teológicos) de Introducción a la Sagrada Escritura, Evangelio de San Juan, San Pablo, o charlas de bioética».

Dique frente a la barbarie

«Actualmente escribo para la Universidad de Comillas un libro sobre la bioética de las personas con síndrome de Down. No se los puede eliminar, hay que recibirlos, acogerlos, que hagan sus estudios, su formación, cuidar su vida sexual. Es apasionante, pero muy doloroso que cada vez haya menos. Un dato estremecedor: durante un debate en Francia dieron la cifra de que el 90 por ciento de los down eran eliminados durante el embarazo, y un diputado afirmó que el problema no era ése, sino que dejaran nacer al otro 10 por ciento. Esto es la barbarie. El problema es que lo que está mal montado es la asistencia social a este tipo de vidas. Una down como mi hermana Aurora iluminó nuestra vida de una manera inimaginable. Los problemas se solucionan con la razón, y no a puñetazos. ¿Cómo va a ser un derecho matar a una criatura naciente? Pero ¿usted no se da cuenta de que está manejando o un hacha o un beso? En España las leyes bioéticas tienen una profunda carga ideológica (la de reproducción asistida, la del aborto, la de investigación biomédica?), y ahí está la brecha; pero entiendo que la solución está en ir caminado para llenar los preceptos legales de la mayor carga de moralidad profunda. Y la Iglesia es un dique que en muchas cosas nos salva de la barbarie, y esto lo digo de corazón: puede ser duro, pero la Iglesia, que es la gran defensora de la vida humana, tiene que estar a salvo de relativismos y modas convencionales. Si empiezas a ceder, ¿hasta dónde puedes llegar?

El Papa de las semillas

Como sacerdote veo que la vida de la Iglesia está pasando un momento de noche oscura, desanimada, como balbuciente por las esquinas, pero tiene que recobrar el viejo arrobo y la fortaleza de la Iglesia primitiva. En unas páginas de Giovanni Guareschi se habla de una inundación, y don Camilo, en sus diálogos con el Cristo, le dice: "Estarás contento, no viene nadie a verte y ahora vas y les anegas los campos". "¿Puedo hablar?, pregunta el Cristo". "Es verdad, pero la inundación es de limo del río, que fecundará la tierra; ahora, lo más importante en tiempo de inundación es salvar las semillas". Éste es un tiempo de salvar las semillas, y Benedicto XVI en este momento viene con un buen zurrón de semillas. El Papa está dando a la Iglesia algo muy importante: densidad de pensamiento y certeza y convicciones. Soy un fan de Benedicto XVI, y veo la luz cuando leo algo suyo. Su pontificado me está resultando una bendición de Dios, y ojalá este "Año de la fe" sirva para despertar conciencias».

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