"Miramos al cielo, caminamos en la tierra" El Papa Francisco y el Fin del Fanatismo
Una iglesia en la que todos están invitados a entrar y de la que solo se quedan por fuera quienes se nieguen a compartir con los que ya entraron.
El diario El País concluyó uno de los artículos sobre la visita de Francisco a Irak diciendo que era un signo del fin del fanatismo. Para el interior de la Iglesia eso ha significado su pontificado entero, tal como aquí apuntó don José Manuel Vidal. Una iglesia que no está buscando adversarios, ni lanzando advertencias, sino abriendo horizontes e inspirando a los valientes. Una teología que convoca al diálogo y que se hace desde las voces diversas, desde las periferias, desde la suma de pensamientos distintos, y desde la duda. Una liturgia que recupera lo simbólico, el poder de lo visual, de lo metafórico. Una patera convertida en altar. Una iglesia en la que todos están invitados a entrar y de la que solo se quedan por fuera quienes se nieguen a compartir con los que ya entraron.
Aún hay fanatismo, y fundamentalismo, persiste mucha alergia a la buena nueva que termina convertida en irritación digital y en persecución al Papa, o a los obispos que apuestan por una Iglesia que sea hospital de campaña y no aduana de la fe, o a los presbíteros que huelen a oveja y que no hacen de los sacramentos su ración de premios para quienes entre sus fieles se comporten según la norma, sino como una misión de curación y libertad para sus hermanos que creen aun cuando no siempre acierten, porque tal como ha dicho Francisco en Irak “Miramos al Cielo y Caminamos en la Tierra”. Sí, todavía persiguen, calumnian, engañan a los sencillos, pero ya no protagonizan nada distinto a sus propias terapia de grupo en las que todos se invitan con todos a hacer videos para jugar a la diplomacia diciendo que “Francisco es el Papa, pero es una lástima que no hable claro” “Es el Vicario de Cristo pero eso no significa que tengamos que estar de acuerdo con él” “Solo es un pastoralista sin teología y por eso no se pueden tomar sus palabras en serio a nivel doctrinal”, sin saber que al insistir en quedarse en las viejas ruinas de iglesia que Francisco ha venido a reparar, no solo se excluyen a sí mismos sino que se llevan consigo a muchos creyentes que inexplicablemente les creen más a ellos que al evangelio de Jesús.
Estos ocho años de servicio, de comunión, de encuentro y salida, de lograr simplicidad en medio de toda la parafernalia vaticana, han sido un valioso riesgo para responder a las heridas reales del mundo desde la promesa de la alegría y la propuesta de la fraternidad. El rostro misericordioso de dios se nos ha hecho visible cuando el Papado se sumó a tantos laicos, religiosos y clérigos que con su misión y su palabra venían deshaciendo la religión del miedo incompatible con la escritura, la institucionalidad infalible culpable de todos los abusos, la “metafísica de la culpa” como la llamó una chica colombiana en nuestro grupo de estudio sobre Jesús, responsable de muchos de los estragos de occidente. Falta mucho, y sabemos que Francisco pudo haber hecho a la fecha algunas cosas con mayor coraje, que a Querida Amazonía le quedó un sueño muy corto para lo prometido, que la #ToleranciaCero sigue siendo más una declaración de intenciones que una realidad concreta en nuestras comunidades, que haber sostenido tanto tiempo a un adversario como Sarah en su cargo va a tener un costo muy alto en una parte de la curia, eso y otro tanto más podría haber sido distinto, pero no podemos decir que las apuestas de Francisco no han sido las fundamentales, las necesarias, las más valientes que hemos visto en la historia de la Iglesia desde mucho antes de Trento. Y entre todas esas apuestas esenciales, las que han significado este necesario final del fanatismo fundamentalista como voz oficial del catolicismo, no alcanzaremos a agradecérselas suficientemente. O sí, la mejor muestra de gratitud será que como iglesia, una vez hemos puesto la mano en el arado, nunca jamás miremos de nuevo atrás.
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