El fortalecimiento de la educación católica en América Latina y El Caribe Victor La Barrera: "Es tarea urgente liberar a los jóvenes de la ignorancia, para hacerlos constructores de una nueva sociedad"
"¿Cómo vamos a enfrentar esta realidad que vivimos, para poder fortalecer y perennizar la educación católica en América Latina y el Caribe?"
"Benedicto XVI y ahora Francisco nos han hablado de esta emergencia educativa, por la creciente dificultad que se encuentra para transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia"
"Conscientes que la educación católica en Latinoamérica y El Caribe ha venido perdiendo espacios, hoy depende de nosotros, educadores católicos, seguir dedicando nuestras vidas para fortalecer la educación católica"
"Conscientes que la educación católica en Latinoamérica y El Caribe ha venido perdiendo espacios, hoy depende de nosotros, educadores católicos, seguir dedicando nuestras vidas para fortalecer la educación católica"
| P. Victor La Barrera
“La educación es tan antigua como el hombre, una de las tareas más genuinamente humana y humanizante. Es expresión del deseo de crecimiento y plenitud que hay en el corazón de toda persona, en el seno de su familia, primera educadora. Es tarea prioritaria en la sociedad para formar ciudadanos que contribuyan a su armonía y desarrollo. Es, en definitiva, lugar de encuentro con Dios que nos llama a ser personas, a ser sus hijos queridos”.
El servicio educativo de la Iglesia, abre camino a la evangelización, y toda evangelización, al mismo tiempo, educa para una vida digna.
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Somos conscientes que la educación católica en Latinoamérica y El Caribe ha venido perdiendo espacios, y como bien lo dijo ya en el 2007 el documento de Aparecida: “Vivimos un cambio de época, cuyo nivel más profundo es el cultural. Se desvanece la concepción integral del ser humano, su relación con el mundo y con Dios; aquí está precisamente el gran error de las tendencias dominantes en el último siglo… Surge hoy, con gran fuerza, una sobrevaloración de la subjetividad individual” (n.44).
Los gobiernos de turno, en su mayoría, en nuestro continente han optado por la laicización de los Estados, no estamos en contra de esta laicización si se entiende bien, pero lo que se vive bajo ese concepto es, no dejar que la persona creada a imagen semejanza de Dios, sea formada de manera integral en cuerpo y alma, para que encuentre su verdadero desarrollo tanto personal como social.
El avance de la ciencia y la tecnología sin respeto a la dignidad de la persona, el neoliberalismo económico, la ideología de género, la destrucción del medio ambiente y el capricho y egoísmo de unos pocos que ostentan el poder y quieren perpetuarse en él, no apuestan por una verdadera educación que libera a la persona, la hace conocer su realidad y busca solucionar los problemas para bien de todos.
La familia quien debe ser lugar primario de la humanización de la persona y de la sociedad y cuna de la vida y del amor, quien debe ser la responsable de la educación de sus hijos, ha ido perdiendo este rol o se lo han ido quitando, en una sociedad de consumo, los padres ya no tienen tiempo para educar a sus hijos, están muy ocupados en el trabajo, les han hecho creer que la felicidad está en la comodidad y los placeres, lo que les interesa es el dinero y piensan que eso es lo más importante en el hogar, han reemplazado los valores por el dinero.
La persona hoy ya no es sujeto, ya no es el principio, el centro y el fin de la sociedad, aunque todavía así lo digan muchas de las Constituciones de nuestros Estados; la persona ha pasado a ser un objeto, no vales por lo que eres sino por lo que tienes y haces, mientras puedas producir sirves y ya no produces es un objeto inservible y por lo tanto somos “descartables”.
El Papa Francisco afirma: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien” (EG 2).
Los presupuestos de los Estados en educación son bajos, si exigimos más presupuesto para educación, tenemos también que pedir un mayor presupuesto para el sector salud y el trabajo, porque en pleno siglo XXI, todavía vemos muchos niños que llegan desnutridos y enfermos a nuestras escuelas, niños que se duermen y no hacen las tareas, porque después de la escuela tienen que ir a trabajar, jóvenes que caen en las drogas, el alcohol y la prostitución, mendigando un poco de amor por caminos equivocados, en vez de estar en la escuela formándose.
Nuestras escuelas católicas no son suficientes para llevar a la población una educación de calidad, con formación en valores que libere a la persona y transforme a la sociedad, y peor aun cuando tenemos escuelas católicas que lucran con la educación y donde tienen acceso sólo las familias de clase media alta, olvidándonos que estamos llamados a educar a todos sin discriminaciones.
Necesitamos otros escenarios para educar a la persona, no sólo desde nuestras escuelas que cada vez son pocas o nos las cierran, mientras la población crece; tenemos que hacer alianzas con otros sectores para poder salir de esta realidad y apostar por una educación popular, salir a las periferias, meternos entre las comunidades y que nuestras parroquias no sólo sean sacramentalistas sino que la evangelización lleva consigo una educación y la educación sirve para evangelizar.
Debemos mirar también a los pedagogos latinoamericanos como Paulo Freire con la pedagogía liberadora, Mariátegui que reconoce que la educación es un fenómeno social y debe ser asumida desde los cimientos políticos y económicos, Agustín Nieto Caballero, con su lema, “educar antes que instruir” y que en la formación integral hay que tener en cuenta corazón, cerebro y músculos.
Juzgar
¿Cómo vamos a enfrentar esta realidad que vivimos, para poder fortalecer y perennizar la educación católica en América Latina y el Caribe? Dejémonos iluminar por lo que nos dice el Magisterio de la Iglesia tanto a nivel pontificio como latinoamericano.
El reciente Directorio para la Catequesis nos dice: “La Revelación es la gran obra educativa de Dios. De hecho, también puede interpretarse en clave pedagógica. En ella encontramos los elementos característicos que pueden conducir a identificar una pedagogía divina, capaz de inspirar profundamente la acción educativa de la Iglesia.” (157).
Esta pedagogía divina nos hace conocer, cómo después del pecado original, Dios ha ido educando a su pueblo, conduciéndolo hacia la liberación; Cristo Maestro, también educó no sólo a los discípulos y a los fariseos, sino a todo el pueblo a través de su palabra y ejemplo; esta pedagogía divina, libera a la persona del pecado y de la muerte, para que viva una vida nueva.
“El camino de Dios que se revela y salva, combinado con la respuesta de fe de la Iglesia en la historia, se convierte en la fuente y en el modelo de la pedagogía de fe… La pedagogía original de la fe está inspirada en la condescendencia de Dios que se hace concreta en la doble finalidad —a Dios y al hombre— y, por tanto, en la elaboración de una síntesis sabia entre las dimensiones teológicas y antropológicas de la vida de fe”. (DC 166.179).
La Congregación para la Educación Católica sacó un documento interesante en el 2014 y que se debería revisar más seguido, allí nos dice “el corazón de la educación católica es siempre la persona de Jesucristo… Seguir el modelo pedagógico de Jesús, que conociendo el corazón del hombre nos entrega en su testimonio un modo concreto de trasmitir su mensaje y fortalecer la dignidad de la persona humana”.
Ya el Concilio Vaticano nos decía: “Todos los hombres, de cualquier raza, condición y edad, por poseer la dignidad de persona, tiene derecho inalienable a una educación que responda al propio fin, al propio carácter, al diferente sexo y acomodada a la cultura y a las tradiciones patrias, y, al mismo tiempo, abierta a las relaciones fraternales con otros pueblos, para fomentar en la tierra la unidad verdadera y la paz” (G.E. 1).
En los documentos de las Asambleas Generales Latinoamericanas encontramos que Medellín (1968) apuesta por una educación liberadora, “la educación es garantía del desarrollo personal y el progreso social” (10); Puebla (1979) nos habla de una educación evangelizadora, “la tarea de educar es parte integrante de la misión evangelizadora, evangelizar es educar, porque perfecciona (1012); Santo Domingo (1992) nos dice que la “educación es asimilación de la cultura (cristiana) en sus varios niveles” (263); Aparecida (2007) nos advierte que estamos viviendo una emergencia educativa, ya que se educa a la persona en función de la producción y no a su desarrollo integral. (cf. 328)
Benedicto XVI y ahora Francisco nos han hablado de esta emergencia educativa, por la creciente dificultad que se encuentra para transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y de un correcto comportamiento, ante esta situación no nos desesperemos, sembremos con esperanza, aquella semilla que sólo puede dar el Espíritu del Señor Resucitado.
Francisco en su mensaje para el lanzamiento del pacto educativo global (2019), nos pidió: “reavivar el compromiso por y con las jóvenes generaciones, renovando la pasión por una educación más abierta e incluyente, capaz de la escucha paciente, del diálogo constructivo y de la mutua comprensión. Hoy más que nunca, es necesario unir los esfuerzos por una alianza educativa amplia para formar personas maduras, capaces de superar fragmentaciones y contraposiciones y reconstruir el tejido de las relaciones por una humanidad más fraterna.
Actuar
Hoy depende nosotros educadores católicos, - después de experimentar la realidad que estamos viviendo y teniendo en nuestra mente y corazón ejemplos de educadores como Don Bosco, Marcelino Champagnat, José de Calazans, Juan de la Salle, entre muchos otros -, seguir dedicando nuestras vidas para fortalecer la educación católica, ya que ella nos lleva a liberar a niños y jóvenes de la ignorancia, para hacerlos constructores de una nueva sociedad, donde la persona sea artífice de su propio desarrollo y cuidando el medio ambiente, tengamos un mundo solidario y saludable para las nuevas generaciones.
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