Caerse del caballo

Hoy celebramos la conversión de San Pablo, el perseguidor de cristianos que se cayó del caballo y gracias al cual tenemos hoy la Iglesia que no sé si fue la que quiso Jesús, pero sí la que tenemos. Fue un personaje controvertido, amado y odiado, sin medias tintas. El mismo del amor que puede con todo, y el de a los tibios los vomitará Dios. La fusión del Dios amor y del Dios castigador. Me gusta la metáfora de la caída del caballo. Más allá de lo que supusiera para el propio Saulo de Tarso, lo cierto es que, demasiado a menudo, nos aferramos a las riendas para no soltar el timón de nuestra vida.

No es malo que, de cuando en cuando, nuestra montura nos pegue un talegazo y nos lance al suelo. Desde la tierra, con dolor de culo o de cuello, pueden verse las cosas de otra manera. Aferrarnos al poder, a las convicciones propias, al egoísmo y la falta de comprensión hacia el otro son pecados que nos persiguen de continuo. No está mal, no está nada mal, caerse del caballo de vez en cuando. Y darse cuenta: de lo que tenemos alrededor, de lo que podemos perder, del mundo que nos está esperando a la vuelta de la esquina. San Pablo lo hizo. Y auqellos que nos contemplan, tirados al pie del camino, que no han tenido la posibilidad de montar a caballo en su vida, también. Los más pobres, los faltos de amor, aquellos que no se encuentran y que se buscan, los que optan por la soledad y el abandono. Hay muchas razones para caerse -y apearse- del burro en el que en ocasiones se convierte nuestra vida. Y dejarse vencer por la fuerza del Dios vivo.

Como sabiamente afirma Carmen Guaita en su último post: "Aceptar el dolor no es rendirse, no impide luchar. Supone, sencillamente, reconocer que nuestra pequeña biografía se encuentra en las manos de Dios. Y que ese es siempre un lugar seguro". Caerse del caballo no es perder la carrera. Tal vez al contraio.

baronrampante@hotmail.es
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