Meter los dedos en las llagas

"Señor mío y Dios mío", espeta Santo Tomás, el incrédulo, cuando Jesús se presenta, ya resucitado, ante los discípulos. Tomás, como muchos en nuestra Iglesia, necesita pruebas para creer en la vida y en la resurrección, tan gozosos como se hallan en la visión del dolor y de la muerte. Pero la esperanza siempre regresa. Y, a diferencia de ellos, cabe recordar que a Santo Tomás le bastó la presencia del Resucitado para creer. No tuvo que meter los dedos en las llagas ni traspasar con su puño el costado.

Ya ha pasado entre quienes defendían lo indefendible (Maciel y la postura condescendiente de muchos obispos en Irlanda, Estados Unidos y tantos otros rincones ante los casos de abusos son sólo algunos de los ejemplos), y volverá a ocurrir. Lamentablemente, ya no llegarán a tiempo para ver cómo muchos han visto su vida destrozada, y otros se apartan silenciosamente de una institución en quien ya no confían. Tenemos que volver a creer con esperanza en el Resucitado. Y para eso no sirven el silencio, el ocultamiento ni la persecución a quienes se atreven a denunciar. Sólo abrir los ojos y contemplar la realidad.

Mientras tanto, la culpa siempre será de otros... Flaco favor le hacen al Papa (parece que les molesta que el Pontífice esté cumpliendo su misión, y alentando a la denuncia y a la asunción de responsabilidades) y a la Iglesia del Resucitado quienes creen que ésta simplemente es una institución intocable, donde unos son más importantes que otros, y donde se utilizan muy distintas varas de medir. Con algunas de esas varas, convenientemente afiladas, seguramente hoy volverían a traspasar el costado que Santo Tomás tuvo tan cerca.

baronrampante@hotmail.es
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