Desde hace meses, y por diversas circunstancias, estoy relacionándome con personas afectadas directamente por
el dolor, la soledad y la pérdida. Gente que se siente sola, abandonada, a los que dar un paso supone un esfuerzo ímprobo, una fatiga insoportable.
Que han perdido la capacidad de amar. O creen haberlo hecho. Crisis matrimoniales, pérdida de confianza, fin del amor, odios encontrados, malos consejos, malas personas... Las razones son infinitas. En todos me he encontrado una infinita tristeza. Por la pérdida pero, sobre todo, por
la incapacidad de amar, o de querer ser amado. Estaba pensando en ello cuando me topé con el Evangelio que, ayer y hoy, leemos escrito por Juan:
Como el padre me amó, yo os he amado. Permaneced en mi amor. No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Nunca hay que cansarse de amar. Aunque duela. Y duele. Y mucho. Pero el amor es lo que nos libra de la muerte. Esto último no lo dijo Jesús, lo escribió Saramago. Pero lo hubiera firmado el Resucitado. Permaneced en mi amor. Ama. Ama... y ensancha el alma. Y haz lo que quieras. Porque
no queda otra cosa entre las ruinas del corazón, pero afortunadamente queda. Aunque no consigas lo que buscas, el amor por sí solo ya merece la pena. Amar, y sentirse amado. Amar, y ver en el otro a ti mismo. Un buen remedio contra la soledad que nos abruma en estos días de calor y de tormentas.
baronrampante@hotmail.es
baronrampante@hotmail.es