Cinismo eclesiástico: el Papa encubridor de pederastas y sus cómplices (I)
Hoy escribe Fernando Bermejo
La anterior “Apología de nuestro padre Marcial Maciel” no fue solo un intento de abordar un tema extremadamente grave con cierto humor (negro), sino empezar a mostrar hasta dónde llega, en el caso de la pederastia eclesiástica (como, por lo demás, en tantos otros), el autoengaño más penoso y las mentiras más burdas y repulsivas. Hoy y la próxima semana constataremos otro caso combinado de autoengaño y mentira, que es además –dicho sea de paso– el que ha sugerido una serie que nos tendrá largamente entretenidos.
Existen maneras muy distintas de prestar servicios al mal, y una de las más paradójicas –pero muy frecuentes– consiste en crear bonitas ilusiones a base de falsear la realidad y cometer injusticias. Este es el caso de un libro reciente, publicado por la editorial Desclée de Brouwer, titulado Tolerancia cero. La cruzada de Benedicto XVI contra la pederastia. El autor es un sacerdote católico, director de una revista católica, cuyo nombre prefiero piadosamente omitir. No solo porque el nombre de esta persona no parece merecer –como se verá enseguida– propaganda alguna, sino también porque no me interesa exponer aquí los límites de un individuo determinado, sino de un modo de hacer las cosas y de un discurso que hoy la Iglesia católica, como institución, está manteniendo. En efecto, este libro es la expresión de otra vuelta de tuerca del interminable cinismo eclesiástico.
De hecho, el libro como tal carece de calidad: está escrito a todas luces con mucha precipitación, en buena parte siguiendo el método de “cortar y pegar”, y con claras deficiencias de documentación, por alguien carente de especial talento literario y argumentativo. Muchas páginas no hacen sino reproducir documentos eclesiásticos conocidos, y las páginas en que se constatan los abusos de pederastia hablan de cosas ya conocidas y anteriormente expuestas. Esta falta de calidad no ha sido, empero, óbice para su publicación. Dada la amplia red de editoriales de las que dispone la Iglesia católica, el cura que escribe un libro en este país tiene asegurada su publicación, máxime si de lo que se trata es de hacer apología de Su Santidad. (Para quien esté interesado en libros de calidad sobre el tema –en cuanto a investigación, capacidad analítica, cuidada prosa, voluntad de verdad e interés teórico, me permito recomendarles ya el del sociólogo y psicoanalista mejicano Fernando M. González: Marcial Maciel. Los legionarios de Cristo. Testimonios y documentos inéditos, Tusquets, Barcelona, 2010; lo comentaremos pronto en este blog).
La tesis del libro Tolerancia cero es muy fácil de enunciar, y está contenida ya en su mismo título: en la Iglesia católica ha habido en los últimos años no pocos casos de pederastia en diversos países, que han sido tapados con la complicidad de muchos obispos y cardenales (en ocasiones, también ellos pederastas). Sin embargo, la cristiandad puede estar tranquila: su santidad el Papa Benedicto XVI ha lanzado una política de “tolerancia cero”. Este hombre bueno y sensible, que derrama lágrimas (las lágrimas del Papa se citan en varios lugares del libro, empezando por el prólogo, como muestra de sublimidad moral) y al que las víctimas le agradecen que les dedique unos pocos minutos de su tiempo, no deja de hablar contra la pederastia allí donde va. Azote y martillo de pederastas, ha emprendido una "cruzada" contra la lacra de la pederastia –y, de paso, contra toda corrupción eclesial–. Los católicos nada deben temer. La roca de Pedro es la encarnación de la moralidad: la oscuridad y los abusos son ya cosa del pasado. A partir de ahora: tolerancia cero. “El papa no forma parte del problema, sino que es el principio de la solución”.
Ojalá la tesis de este libro –este cuento de hadas– fuera cierta. Ojalá. Por desgracia, la realidad refuta la fantasía. Dejando aparte el hecho de que el autor –como, por lo demás, los analistas eclesiásticos de turno– nunca plantea siquiera la pregunta de cuáles pueden haber sido las verdaderas dimensiones de los abusos sexuales perpetrados por los miembros del sacerdocio a lo largo de la Historia, la idea de que ha empezado una nueva era gracias a un moral Benedicto XVI es falsa. Penosa y rotundamente falsa. Flagrante y demostrablemente falsa.
Para abrir boca, comencemos con algún ejemplo del modo sibilino en que el autor, en momentos clave, crea un discurso confuso y tergiversa la verdad:
“En noviembre de 2004, Juan Pablo II, ya enfermo y bajo la férula de una curia desbocada y comandada por el cardenal Sodano, abrazaba y elogiaba públicamente a Marcial Maciel. Desde las oficinas de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal bávaro Joseph Ratzinger, recelaba del abrazo. Conocía lo que se iba acumulando sobre su mesa de trabajo”.
En este párrafo, las verdades (ciertamente, en la eucaristía que celebró el 60º aniversario de la ordenación sacerdotal de Maciel, se leyó una carta elogiosa del Papa Juan Pablo II) se entreveran sutilmente con las medias verdades, con falsedades, y también con lo que se deja sin decir ni explicar. La mención de la enfermedad de Wojtyla, ¿está destinada a minimizar la responsabilidad de este en su respaldo a Maciel? Pero el autor sabe perfectamente que este papa llevaba décadas apoyando a Maciel, quien acompañó a Juan Pablo II en numerosos viajes a México y del que obtuvo nombramientos de consultor en diversos ámbitos eclesiásticos. Y ¿el papa está bajo la férula de su curia, y no al revés? Y la curia de la Iglesia a finales de 2004 ¿estaba “desbocada”? ¿Está compuesta la curia romana por caballos, no por seres humanos responsables? Inquietante, ¿no? Y la curia romana “desbocada”, ¿por qué arte de birlibirloque ha dejado de desbocarse? ¿Así que Sodano es el chivo expiatorio? (pregúntense Vds. cuál habría sido la versión si, en lugar de Ratzinger, Sodano hubiera sido elegido papa). ¿Y Ratzinger “recela del abrazo” por lo que “se iba acumulando”? ¿Desde cuándo “se iba acumulando” algo sobre su mesa, si hasta seis días después de la fecha a la que el autor se refiere Ratzinger no dio luz verde para abrir una investigación? Ah, pero… ¿es que entonces Ratzinger sabía algo ya desde antes…? Pero si sabía o sospechaba ¿desde cuándo? ¿Y por qué no mandó abrir antes una investigación? Y si Ratzinger sabía cosas, cosas tan graves como para recelar del abrazo a Maciel, ¿es que se las ocultó al Papa? ¿Es que permitió a sabiendas que Juan Pablo II apoyara públicamente a un abusador de menores? Sobre todas estas cuestiones, el señor cura corre un tupido velo.
Por el momento dejaremos aparcado el tema de Karol Wojtyla, un individuo cuya indudable clarividencia moral y espiritual le llevó a apoyar durante décadas, hasta el mismísimo final de su mandato, a un pederasta y morfinómano sobre el que –como veremos– pesaban denuncias e investigaciones desde los años 50 en la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. No hay duda de que a Karol el Espíritu Santo le inspiraba de manera francamente especialísima. Centrémonos ahora en Ratzinger. El autor habla de:
“La política de tolerancia cero de Benedicto XVI, no sólo contra la pederastia, sino contra todo tipo de corrupción eclesial”
Para “probar” su aserto, el autor cita una gran cantidad de bonitas declaraciones papales contra la pederastia, extraídas de los últimos cuatro años: que si la carta a los obispos de Irlanda, que si declaraciones en Roma, en USA o en Australia. Página tras página, el autor desgrana los discursos y escritos de Benedicto XVI (también, en ocasiones de otros: las inspiradas palabras de Rouco Varela merecen al menos dos páginas enteras). Ahora bien, ¿qué prueba eso, sino que los jerarcas eclesiásticos son expertos en palabrería? ¿Qué esperaba este señor que dijeran el Papa y los cardenales –aunque algunos han dicho que las cosas no son tan graves– en documentos públicos en un momento en que eran el centro de las miradas de la opinión pública porque víctimas y periodistas habían destapado los desmanes eclesiásticos? ¿Tal vez que publicaran unas “Instrucciones del Vaticano a los sacerdotes sobre cómo bajar los pantalones a los nenes”, o tal vez una “Lista de eximentes para los buenos pederastas, con la promesa final de la salvación eterna”? Es obvio, señor cura, que lo que vamos a oír ahora son condenas, ¿no? Pero es obvio que esas condenas no prueban absolutamente nada, porque, como dice el Evangelio y es obvio, a las personas no se las conoce de verdad por sus palabras, sino por sus obras. ¿Es que el señor cura aún no ha aprendido esta lección tan elemental? Pues parece que no.
Pero veamos otro ejemplo del peculiar modo del autor de contar los hechos:
“[Marcial Maciel] fue acusado como abusador sexual por algunos miembros de la congregación y estudiantes de los establecimientos de los legionarios, particularmente a partir de 1997”
¿Qué significa “particularmente”? El autor del libro da a entender a sus lectores que las jerarquías de la Iglesia Católica sabe de las acusaciones contra Maciel solo a finales del s. XX. Esta es otra manera de tergiversar la verdad. En efecto:
1) En 1944, Maciel (que tenía entonces 24 años) fue acusado, ante el obispo de Cuernavaca, por abuso sexual a un joven de su institución.
2) Entre 1948 y 1950, Maciel fue acusado ante la Sagrada Congregación de Religiosos (SCR), por mentiras y usos indebidos tanto de la dirección espiritual como de la confesión.
3) En 1954, fue acusado ante el arzobispo primado de Méjico por uso indebido de la confesión y por adicción a la morfina, en carta que este envió a la SCR.
4) En agosto de 1956, ante la SCR, Marciel fue acusado de abusos sexuales y adicción a la morfina, lo que trajo como consecuencia su primera suspensión (aunque no solo hizo lo que quiso en ese período, sino que –ya veremos cómo– volvió pronto a ser autorizado).
5) En abril de 1962, ante la SCR, fue acusado por el vicepresidente del colegio Oficial de farmacéuticos de San Sebastián, Manuel Castro Pérez, de toxicomanía, y de intentos de soborno a él mismo y a la policía española; el asunto llegó a la Sagrada Congregación de Religiosos (aunque, de nuevo, la eficaz intervención de altas instancias eclesiásticas echó tierra sobre el asunto)...
¿Hace falta seguir? Nuestro autor prosigue:
“Benedicto XVI […] alguien a quien injustamente se le acusa de mantener un ‘silencio cómplice’ ante la depravación”.
“Si ha habido un caso que resulta ser paradigmático en la lucha de la Iglesia contra la pederastia y los abusos del clero a menores ha sido el del P. Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, un sacerdote influyente en los ámbitos vaticanos. Es una muestra más de que nadie escapa a la reforma emprendida por el Papa. Incluso debajo de las propias alfombras vaticanas hay que limpiar” .
¿Papa “injustamente acusado”? El caso Maciel, ¿“caso paradigmático en la lucha de la Iglesia contra la pederastia”? Uno se pregunta si ha leído bien. Pero sí: ha leído bien. Por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas, tralará.
Empecemos, pues, a llamar a las cosas claramente por su nombre.
1º) A cualquier individuo que tenga una idea aproximada de cómo funciona este mundo le resultará francamente muy difícil de creer que Joseph Ratzinger, prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe desde 1981, no supiera quién era realmente Marcial Maciel antes de febrero de 1997. No solo porque en las altas esferas estas cosas se saben, sino también porque, como hemos visto, a diferencia de lo que el autor del libro da a entender, diversas acusaciones se habían efectuado contra Maciel –la mayor parte llegaron a Roma– desde hacía medio siglo. Aparte de casos ya citados, en 1983 –ya en época de Ratzinger en la prefectura– salieron a la luz en México los abusos sexuales de algunos sacerdotes de los Legionarios de Cristo (salieron a la luz porque algunas madres de niños abusados interpusieron denuncias en los tribunales civiles), etc. ¿Ratzinger carecía de elementos de juicio en los años 80…?
2º) Pero incluso si se prefiere creer que Ratzinger estuvo en babia durante décadas, no pudo ignorar las denuncias que salieron a la luz el 23 de febrero de 1997, cuando los periodistas Jason Berry y Gerald Renner, de The Hartford Courant(Hartford, Connecticut, USA) publicaron su artículo-denuncia en el citado diario. Y desde luego tampoco ignoró las dos denuncias posteriores, una presentada por el abogado de la archidiócesis de México, el sacerdote Antonio Roqueñí –el 17 de octubre de 1998– ante la canonista acreditada por el Vaticano Martha Wegan (y de manera aún más formal el 18 de febrero de 1999). Y la otra, presentada en 1999 directamente a Ratzinger por el obispo mejicano Carlos Talavera, de parte del entonces sacerdote Alberto Athié, quien se había comprometido con un exlegionario ya fallecido en tristes circunstancias a entregar su testimonio. A estas alturas, es claro como el agua clara que en 1997 Ratzinger ya sabía al menos una parte de lo que había (y podía imaginarse el resto).
3º) Ratzinger sabía, pero decidió echar tierra sobre el asunto. En 1999, ante la imposibilidad del sacerdote Alberto Athié para acceder a Ratzinger y denunciar lo que sabía, el obispo mejicano Carlos Talavera se entrevistó con Ratzinger para contarle lo que se sabía sobre los abusos. Según el obispo le contó luego a Athié, la respuesta del gran Ratzinger fue, palabra más, palabra menos, la siguiente:
“Lo lamento, pero no es prudente hacer nada en este caso. Marcial Maciel es una persona muy allegada al Papa y además ha hecho mucho bien por la Iglesia”.
¡Qué grandes verdades salen de la boca de Ratzinger (verdades, claro, que el señor cura no cita)! Marciel aportaba a la Iglesia vocaciones –con niños a menudo abusados y abusadores–, y era uno de los principales recaudadores de fondos para la Iglesia católica entre las elites; alguien que recaudaba anualmente muchos millones de dólares (de hecho, como veremos, un factor determinante para la reinstauración de Maciel en su puesto en 1958 parece haber sido su capacidad recaudatoria), que entre otras cosas sirvieron para hacer –según testimonio de numerosos exlegionarios– regalos personales y generosas cantidades en metálico a jerarcas eclesiásticos durante décadas.
Que este mensaje fue el que dio Ratzinger al obispo Talavera lo corroboran:
A. Las declaraciones de la canonista Martha Wegan, quien dijo al sacerdote Antonio Roqueñí y a José Barba – representante de los ocho exlegionarios denunciantes – lo que Ratzinger y los suyos le habían dicho: “Señores, me indicaron que el asunto era muy delicado y está retenido indefinidamente. No hubo más explicación”. (Por cierto, según testimonio de José Barba, Wegan comentó que era “mejor que ocho hombres inocentes sufran injusticia y no que miles de fieles católicos pierdan la fe").
B. El hecho incontrovertible de que Ratzinger no autorizó la apertura de una investigación contra Maciel hasta transcurridos más de cinco años. Hasta finales de 2004 (con Marciel Maciel con 84 años cumpliditos), Ratzinger no autoriza una investigación. Hasta entonces, Ratzinger no hizo nada más que impedir la investigación.
Solo un tarado mental, un cobarde o un cínico impenitente puede negar esta evidencia: la pura, simple y dolorosa verdad es que Joseph Ratzinger ha sido –como tantos de sus obispos y de sus cardenales (algunos de ellos, también ya confesos pederastas)– un encubridor de pederastas. Y que, como tal, debería ser juzgado por los tribunales (no lo será).
Y el autor de Tolerancia cero –al igual que las legiones de buenos cristianos que comparten sus ideas– es, con su apología de Ratzinger, un servil cómplice de un encubridor de pederastas (que debería enrojecer de vergüenza por haber escrito el libro que ha escrito; no enrojecerá).
Pero ¿por qué Ratzinger permitió abrir una investigación a finales de 2004? La próxima semana analizaremos este dato, al hilo de las falsedades del libro mencionado, cuyo autor –como fácilmente se comprueba– distorsiona la realidad a su antojo, mintiéndose a sí mismo y ante los demás sobre cuestiones esenciales de modo cínico y lamentable.
Continuará el próximo jueves. Saludos cordiales de Fernando Bermejo
La anterior “Apología de nuestro padre Marcial Maciel” no fue solo un intento de abordar un tema extremadamente grave con cierto humor (negro), sino empezar a mostrar hasta dónde llega, en el caso de la pederastia eclesiástica (como, por lo demás, en tantos otros), el autoengaño más penoso y las mentiras más burdas y repulsivas. Hoy y la próxima semana constataremos otro caso combinado de autoengaño y mentira, que es además –dicho sea de paso– el que ha sugerido una serie que nos tendrá largamente entretenidos.
Existen maneras muy distintas de prestar servicios al mal, y una de las más paradójicas –pero muy frecuentes– consiste en crear bonitas ilusiones a base de falsear la realidad y cometer injusticias. Este es el caso de un libro reciente, publicado por la editorial Desclée de Brouwer, titulado Tolerancia cero. La cruzada de Benedicto XVI contra la pederastia. El autor es un sacerdote católico, director de una revista católica, cuyo nombre prefiero piadosamente omitir. No solo porque el nombre de esta persona no parece merecer –como se verá enseguida– propaganda alguna, sino también porque no me interesa exponer aquí los límites de un individuo determinado, sino de un modo de hacer las cosas y de un discurso que hoy la Iglesia católica, como institución, está manteniendo. En efecto, este libro es la expresión de otra vuelta de tuerca del interminable cinismo eclesiástico.
De hecho, el libro como tal carece de calidad: está escrito a todas luces con mucha precipitación, en buena parte siguiendo el método de “cortar y pegar”, y con claras deficiencias de documentación, por alguien carente de especial talento literario y argumentativo. Muchas páginas no hacen sino reproducir documentos eclesiásticos conocidos, y las páginas en que se constatan los abusos de pederastia hablan de cosas ya conocidas y anteriormente expuestas. Esta falta de calidad no ha sido, empero, óbice para su publicación. Dada la amplia red de editoriales de las que dispone la Iglesia católica, el cura que escribe un libro en este país tiene asegurada su publicación, máxime si de lo que se trata es de hacer apología de Su Santidad. (Para quien esté interesado en libros de calidad sobre el tema –en cuanto a investigación, capacidad analítica, cuidada prosa, voluntad de verdad e interés teórico, me permito recomendarles ya el del sociólogo y psicoanalista mejicano Fernando M. González: Marcial Maciel. Los legionarios de Cristo. Testimonios y documentos inéditos, Tusquets, Barcelona, 2010; lo comentaremos pronto en este blog).
La tesis del libro Tolerancia cero es muy fácil de enunciar, y está contenida ya en su mismo título: en la Iglesia católica ha habido en los últimos años no pocos casos de pederastia en diversos países, que han sido tapados con la complicidad de muchos obispos y cardenales (en ocasiones, también ellos pederastas). Sin embargo, la cristiandad puede estar tranquila: su santidad el Papa Benedicto XVI ha lanzado una política de “tolerancia cero”. Este hombre bueno y sensible, que derrama lágrimas (las lágrimas del Papa se citan en varios lugares del libro, empezando por el prólogo, como muestra de sublimidad moral) y al que las víctimas le agradecen que les dedique unos pocos minutos de su tiempo, no deja de hablar contra la pederastia allí donde va. Azote y martillo de pederastas, ha emprendido una "cruzada" contra la lacra de la pederastia –y, de paso, contra toda corrupción eclesial–. Los católicos nada deben temer. La roca de Pedro es la encarnación de la moralidad: la oscuridad y los abusos son ya cosa del pasado. A partir de ahora: tolerancia cero. “El papa no forma parte del problema, sino que es el principio de la solución”.
Ojalá la tesis de este libro –este cuento de hadas– fuera cierta. Ojalá. Por desgracia, la realidad refuta la fantasía. Dejando aparte el hecho de que el autor –como, por lo demás, los analistas eclesiásticos de turno– nunca plantea siquiera la pregunta de cuáles pueden haber sido las verdaderas dimensiones de los abusos sexuales perpetrados por los miembros del sacerdocio a lo largo de la Historia, la idea de que ha empezado una nueva era gracias a un moral Benedicto XVI es falsa. Penosa y rotundamente falsa. Flagrante y demostrablemente falsa.
Para abrir boca, comencemos con algún ejemplo del modo sibilino en que el autor, en momentos clave, crea un discurso confuso y tergiversa la verdad:
“En noviembre de 2004, Juan Pablo II, ya enfermo y bajo la férula de una curia desbocada y comandada por el cardenal Sodano, abrazaba y elogiaba públicamente a Marcial Maciel. Desde las oficinas de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal bávaro Joseph Ratzinger, recelaba del abrazo. Conocía lo que se iba acumulando sobre su mesa de trabajo”.
En este párrafo, las verdades (ciertamente, en la eucaristía que celebró el 60º aniversario de la ordenación sacerdotal de Maciel, se leyó una carta elogiosa del Papa Juan Pablo II) se entreveran sutilmente con las medias verdades, con falsedades, y también con lo que se deja sin decir ni explicar. La mención de la enfermedad de Wojtyla, ¿está destinada a minimizar la responsabilidad de este en su respaldo a Maciel? Pero el autor sabe perfectamente que este papa llevaba décadas apoyando a Maciel, quien acompañó a Juan Pablo II en numerosos viajes a México y del que obtuvo nombramientos de consultor en diversos ámbitos eclesiásticos. Y ¿el papa está bajo la férula de su curia, y no al revés? Y la curia de la Iglesia a finales de 2004 ¿estaba “desbocada”? ¿Está compuesta la curia romana por caballos, no por seres humanos responsables? Inquietante, ¿no? Y la curia romana “desbocada”, ¿por qué arte de birlibirloque ha dejado de desbocarse? ¿Así que Sodano es el chivo expiatorio? (pregúntense Vds. cuál habría sido la versión si, en lugar de Ratzinger, Sodano hubiera sido elegido papa). ¿Y Ratzinger “recela del abrazo” por lo que “se iba acumulando”? ¿Desde cuándo “se iba acumulando” algo sobre su mesa, si hasta seis días después de la fecha a la que el autor se refiere Ratzinger no dio luz verde para abrir una investigación? Ah, pero… ¿es que entonces Ratzinger sabía algo ya desde antes…? Pero si sabía o sospechaba ¿desde cuándo? ¿Y por qué no mandó abrir antes una investigación? Y si Ratzinger sabía cosas, cosas tan graves como para recelar del abrazo a Maciel, ¿es que se las ocultó al Papa? ¿Es que permitió a sabiendas que Juan Pablo II apoyara públicamente a un abusador de menores? Sobre todas estas cuestiones, el señor cura corre un tupido velo.
Por el momento dejaremos aparcado el tema de Karol Wojtyla, un individuo cuya indudable clarividencia moral y espiritual le llevó a apoyar durante décadas, hasta el mismísimo final de su mandato, a un pederasta y morfinómano sobre el que –como veremos– pesaban denuncias e investigaciones desde los años 50 en la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. No hay duda de que a Karol el Espíritu Santo le inspiraba de manera francamente especialísima. Centrémonos ahora en Ratzinger. El autor habla de:
“La política de tolerancia cero de Benedicto XVI, no sólo contra la pederastia, sino contra todo tipo de corrupción eclesial”
Para “probar” su aserto, el autor cita una gran cantidad de bonitas declaraciones papales contra la pederastia, extraídas de los últimos cuatro años: que si la carta a los obispos de Irlanda, que si declaraciones en Roma, en USA o en Australia. Página tras página, el autor desgrana los discursos y escritos de Benedicto XVI (también, en ocasiones de otros: las inspiradas palabras de Rouco Varela merecen al menos dos páginas enteras). Ahora bien, ¿qué prueba eso, sino que los jerarcas eclesiásticos son expertos en palabrería? ¿Qué esperaba este señor que dijeran el Papa y los cardenales –aunque algunos han dicho que las cosas no son tan graves– en documentos públicos en un momento en que eran el centro de las miradas de la opinión pública porque víctimas y periodistas habían destapado los desmanes eclesiásticos? ¿Tal vez que publicaran unas “Instrucciones del Vaticano a los sacerdotes sobre cómo bajar los pantalones a los nenes”, o tal vez una “Lista de eximentes para los buenos pederastas, con la promesa final de la salvación eterna”? Es obvio, señor cura, que lo que vamos a oír ahora son condenas, ¿no? Pero es obvio que esas condenas no prueban absolutamente nada, porque, como dice el Evangelio y es obvio, a las personas no se las conoce de verdad por sus palabras, sino por sus obras. ¿Es que el señor cura aún no ha aprendido esta lección tan elemental? Pues parece que no.
Pero veamos otro ejemplo del peculiar modo del autor de contar los hechos:
“[Marcial Maciel] fue acusado como abusador sexual por algunos miembros de la congregación y estudiantes de los establecimientos de los legionarios, particularmente a partir de 1997”
¿Qué significa “particularmente”? El autor del libro da a entender a sus lectores que las jerarquías de la Iglesia Católica sabe de las acusaciones contra Maciel solo a finales del s. XX. Esta es otra manera de tergiversar la verdad. En efecto:
1) En 1944, Maciel (que tenía entonces 24 años) fue acusado, ante el obispo de Cuernavaca, por abuso sexual a un joven de su institución.
2) Entre 1948 y 1950, Maciel fue acusado ante la Sagrada Congregación de Religiosos (SCR), por mentiras y usos indebidos tanto de la dirección espiritual como de la confesión.
3) En 1954, fue acusado ante el arzobispo primado de Méjico por uso indebido de la confesión y por adicción a la morfina, en carta que este envió a la SCR.
4) En agosto de 1956, ante la SCR, Marciel fue acusado de abusos sexuales y adicción a la morfina, lo que trajo como consecuencia su primera suspensión (aunque no solo hizo lo que quiso en ese período, sino que –ya veremos cómo– volvió pronto a ser autorizado).
5) En abril de 1962, ante la SCR, fue acusado por el vicepresidente del colegio Oficial de farmacéuticos de San Sebastián, Manuel Castro Pérez, de toxicomanía, y de intentos de soborno a él mismo y a la policía española; el asunto llegó a la Sagrada Congregación de Religiosos (aunque, de nuevo, la eficaz intervención de altas instancias eclesiásticas echó tierra sobre el asunto)...
¿Hace falta seguir? Nuestro autor prosigue:
“Benedicto XVI […] alguien a quien injustamente se le acusa de mantener un ‘silencio cómplice’ ante la depravación”.
“Si ha habido un caso que resulta ser paradigmático en la lucha de la Iglesia contra la pederastia y los abusos del clero a menores ha sido el del P. Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, un sacerdote influyente en los ámbitos vaticanos. Es una muestra más de que nadie escapa a la reforma emprendida por el Papa. Incluso debajo de las propias alfombras vaticanas hay que limpiar” .
¿Papa “injustamente acusado”? El caso Maciel, ¿“caso paradigmático en la lucha de la Iglesia contra la pederastia”? Uno se pregunta si ha leído bien. Pero sí: ha leído bien. Por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas, tralará.
Empecemos, pues, a llamar a las cosas claramente por su nombre.
1º) A cualquier individuo que tenga una idea aproximada de cómo funciona este mundo le resultará francamente muy difícil de creer que Joseph Ratzinger, prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe desde 1981, no supiera quién era realmente Marcial Maciel antes de febrero de 1997. No solo porque en las altas esferas estas cosas se saben, sino también porque, como hemos visto, a diferencia de lo que el autor del libro da a entender, diversas acusaciones se habían efectuado contra Maciel –la mayor parte llegaron a Roma– desde hacía medio siglo. Aparte de casos ya citados, en 1983 –ya en época de Ratzinger en la prefectura– salieron a la luz en México los abusos sexuales de algunos sacerdotes de los Legionarios de Cristo (salieron a la luz porque algunas madres de niños abusados interpusieron denuncias en los tribunales civiles), etc. ¿Ratzinger carecía de elementos de juicio en los años 80…?
2º) Pero incluso si se prefiere creer que Ratzinger estuvo en babia durante décadas, no pudo ignorar las denuncias que salieron a la luz el 23 de febrero de 1997, cuando los periodistas Jason Berry y Gerald Renner, de The Hartford Courant(Hartford, Connecticut, USA) publicaron su artículo-denuncia en el citado diario. Y desde luego tampoco ignoró las dos denuncias posteriores, una presentada por el abogado de la archidiócesis de México, el sacerdote Antonio Roqueñí –el 17 de octubre de 1998– ante la canonista acreditada por el Vaticano Martha Wegan (y de manera aún más formal el 18 de febrero de 1999). Y la otra, presentada en 1999 directamente a Ratzinger por el obispo mejicano Carlos Talavera, de parte del entonces sacerdote Alberto Athié, quien se había comprometido con un exlegionario ya fallecido en tristes circunstancias a entregar su testimonio. A estas alturas, es claro como el agua clara que en 1997 Ratzinger ya sabía al menos una parte de lo que había (y podía imaginarse el resto).
3º) Ratzinger sabía, pero decidió echar tierra sobre el asunto. En 1999, ante la imposibilidad del sacerdote Alberto Athié para acceder a Ratzinger y denunciar lo que sabía, el obispo mejicano Carlos Talavera se entrevistó con Ratzinger para contarle lo que se sabía sobre los abusos. Según el obispo le contó luego a Athié, la respuesta del gran Ratzinger fue, palabra más, palabra menos, la siguiente:
“Lo lamento, pero no es prudente hacer nada en este caso. Marcial Maciel es una persona muy allegada al Papa y además ha hecho mucho bien por la Iglesia”.
¡Qué grandes verdades salen de la boca de Ratzinger (verdades, claro, que el señor cura no cita)! Marciel aportaba a la Iglesia vocaciones –con niños a menudo abusados y abusadores–, y era uno de los principales recaudadores de fondos para la Iglesia católica entre las elites; alguien que recaudaba anualmente muchos millones de dólares (de hecho, como veremos, un factor determinante para la reinstauración de Maciel en su puesto en 1958 parece haber sido su capacidad recaudatoria), que entre otras cosas sirvieron para hacer –según testimonio de numerosos exlegionarios– regalos personales y generosas cantidades en metálico a jerarcas eclesiásticos durante décadas.
Que este mensaje fue el que dio Ratzinger al obispo Talavera lo corroboran:
A. Las declaraciones de la canonista Martha Wegan, quien dijo al sacerdote Antonio Roqueñí y a José Barba – representante de los ocho exlegionarios denunciantes – lo que Ratzinger y los suyos le habían dicho: “Señores, me indicaron que el asunto era muy delicado y está retenido indefinidamente. No hubo más explicación”. (Por cierto, según testimonio de José Barba, Wegan comentó que era “mejor que ocho hombres inocentes sufran injusticia y no que miles de fieles católicos pierdan la fe").
B. El hecho incontrovertible de que Ratzinger no autorizó la apertura de una investigación contra Maciel hasta transcurridos más de cinco años. Hasta finales de 2004 (con Marciel Maciel con 84 años cumpliditos), Ratzinger no autoriza una investigación. Hasta entonces, Ratzinger no hizo nada más que impedir la investigación.
Solo un tarado mental, un cobarde o un cínico impenitente puede negar esta evidencia: la pura, simple y dolorosa verdad es que Joseph Ratzinger ha sido –como tantos de sus obispos y de sus cardenales (algunos de ellos, también ya confesos pederastas)– un encubridor de pederastas. Y que, como tal, debería ser juzgado por los tribunales (no lo será).
Y el autor de Tolerancia cero –al igual que las legiones de buenos cristianos que comparten sus ideas– es, con su apología de Ratzinger, un servil cómplice de un encubridor de pederastas (que debería enrojecer de vergüenza por haber escrito el libro que ha escrito; no enrojecerá).
Pero ¿por qué Ratzinger permitió abrir una investigación a finales de 2004? La próxima semana analizaremos este dato, al hilo de las falsedades del libro mencionado, cuyo autor –como fácilmente se comprueba– distorsiona la realidad a su antojo, mintiéndose a sí mismo y ante los demás sobre cuestiones esenciales de modo cínico y lamentable.
Continuará el próximo jueves. Saludos cordiales de Fernando Bermejo