La cigüeña sobre el campanario

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La blanca cigüeña,
como un garabato,
tranquila y deforme, ¡tan disparatada!
sobre el campanario.
Antonio Machado

¡Yo creo en la esperanza...!
El credo que ha dado sentido a mi vida


8. Desmitologización y recuperación de la esperanza

IV.- Celibato Por el Reino de Dios y Sexo

Esto ya lo he visto sufrir a los demás, y yo mismo lo he sufrido hasta que logré liberarme de ciertos enfoques y de ciertos aspectos de la moral tradicional, sustituyéndolos por otros enfoques plenamente fundados en la doctrina cristiana y en la palabra de Dios y que no estaban ausentes de la doctrina tradicional, pero quedaban sofocados por el peso de aquellas normas condicionadas por la falsa idea de que el sexo, fuera del matrimonio y además de alguna forma de ordenación a la procreación, es malo en todo el ámbito de sus manifestaciones,a no ser que uno esté contradiciendo con su voluntad incluso las más sencillas y espontáneas reacciones de tipo sexual que se suscitan en el hombre.

Parece que estoy exagerando, y quizá un moralista tradicional, pero puntilloso y conceptualista, podría dar algunas precisiones. Pero, en concreto, existencialmente, la normativa de moral sexual que hemos vivido era aproximadamente ésta.

Desde hace varios años, con paz de conciencia, sigo una moral sexual de "principios" exigentes y verdaderamente iluminantes, y me he liberado de ciertas proposiciones rígidas que no tienen, a mi juicio, fundamento y que conducen a situaciones existencialmente absurdas y a casuismos insoportables.

Pues bien, mi experiencia personal es que esa sustitución de una moral de "proposiciones" por una moral de "principios" no me ha conducido ni al desenfreno, ni al temido "edonismo". Creo que he vivido con sentido moral la dimensión sexual de mi existencia, pero no en esa lucha desesperada por negar el sexo y por "decir que no quiero" a las más elementales manifestaciones vitales de la esfera de lo sexual. No rindo culto a ningún "puritanismo" sexual, pero creo llevar adelante una moral sexual. Y esto de manera correspondiente a quien ha elegido vivir en celibato por el Reino de Dios.

Del problema de pasar de un moral de "proposiciones" a una moral de "principios" me preocupa desde hace siete u ocho años. Hoy la cuestión me parece bastante clara. Sintetizaré los resultados a que he llegado.

La ley moral no debe ser concebida como un código de "proposiciones", comparables a los artículos de un código de legislación positiva. No es codificables en esta forma. El no haberlo tenido en cuenta suficientemenete es una de las raíces de la crisis actual de la moral.

Entre católicos, no ha faltado la tendencia a reducir la moral a una especie de codificación de "proposiciones" de las obras de teología moral y "respuetas" de la Penitenciaría Apostólica, creándose así una especie de commonlaw de la moral católica, y convirtiendo la llamada ley moral en una especie de ley positiva, en una especie de régimen de ley mosaica, no obstante de haber indicado tan enérgicamente San Pablo que el orden moral del cristiano, fuerte y exigente, no es el de un legalismo religioso. Y en ese punto, la línea de Pablo viene a entroncar con la línea de Jesús: "El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado" (Marcos 2, 27).

A diferencia de la moral de "principios", que da todo el relieve debido al papel de la conciencia personal en la dirección de la vida moral de cada hombre, la moral de proposiciones, tal como se ha practicado en la Iglesia Católica, dejaba demasiado en la sombra esa función. Porque los católicos, sobre la base de una concepción demasiado rígida y demasiado acrítica de la validez normativa del magisterio moral de la Iglesia y del sacerdote en el sacramento de la penitencia, casi anulaban la función de la conciencia. El sacerdote era la conciencia del fiel, el magisterio ordinadrio de la Santa Sede y los libros de moral eran la conciencia del sacerdote y, de este modo, había desaparecido.

Esta es una de las razones de la crisis actual de la conciencia moral de los cristianos, particularmente de los jóvenes, y especialmente respecto a los problemas de la moral sexual. Porque no habíamos educado, en diálogo con ellos, la conciencia de los fieles, sino que habíamos tratado de hacerlos absolutamente disponibles a la obeciencia pasiva frente a lo que decía el sacerdote. Ahora estos jóvenes han perdido la confianza en lo que dice el sacerdote y lo que dice el magisterio no infalible de la Santa Sede, y como no se les había ayudado a formarse una conciencia verdaderamente personal, se quedan desorientados, expuestos a caer en un amoralismo casi total.

El remedio está en orientarle decididamente hacia la moral de "principios" y poner de relieve el papel irrenunciable de la conciencia personal.

Ver José Mª Díez-Alegría, ¡Yo Creo en la Esperanza!
Desclée de Brouwer 1972
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