La cigüeña sobre el campanario

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La blanca cigüeña,
como un garabato,

tranquila y deforme, ¡tan disparatada!
sobre el campanario.
Antonio Machado

¡Yo creo en la esperanza...!
El credo que ha dado sentido a mi vida


4. El Cristo de mi fe

II. Descubrimiento de la Religión
Verdadera


3. Conciencia cristiana y marxismo

El relato del Génsis nos pone sobre el verdadero camino.
El hombre no se constitute adecuadamente en su ser personal sin el otro. El hombre duerme. El encuentro en que despierta para reconocerse en el tú, es el encuentro del amor

El otro no es hostil, ni siquiera ajeno, es mi otro yo en el otro. El amor en que el otro se encuentra a sí mismo en el otro, lo destaca a la vez de la naturaleza, lo personaliza. El yo y el tú("mi tu")están en unidad, pero no en la unidad del hombre genérico, sino en el de la comunión interpersonal abierta. Ciertamente, el descubrimiento del tú, que es la revelación del yo, tiene en el Génesis la forma del màs profundo y bello idilio de la literatura universal.

Pero el amor conyugal es concrección máximamente radical y originaria de una dialéctica amorosa de encuentro y reconocimiento que está abierta a otros estadios de relación, distintos del amor-erótico, propio del eros conyugal. Indefinida abertura: esta cualidad del amor auténtico a que el hombre está vocado originariamente, asegura la verdadera universalidad, real y concreta.

Es el "universal concreto", que para Hegel y para el mismo Marx quedaba disuelto, alienado en pura abstracción. Sin el amor, en su soledad egoísta, el hombre está alienado, sumido en el sopor genesíaco, de que sólo el amor puede arrancarlo.

La afirmación de que el hombre se constituye adecuadamente en su ser personal mediante su encuentro amoroso con el tú, tiene un valor filosófico riguroso. No significa que el hombre que no ama(auténtica, interpersonalmente)no sea persona humana. Lo es, pero no auténtica y plenamente. Su personalidad es inhumana (no se ha "constituido", en rigor). Su personalidad está alienada.

El amor no es una actuación accidental de la persona, sino un acto existencial, en que la esencia más íntima del hombre queda constituida en plenitud. Sin el amor,
la esencia del hombre, en cuanto esencia no está actuada en plenitud, no realiza su esencia más íntima, no es auténticamente, está alienada.

¿Cómo se puede demostrar que, verdaderamente, el destino metafísico, constitutivo del hombre, en cuanto persona, es el amor? Sin duda, no puede demostrarse por una dialéctica abstracta de conceptos. Hay aquí una experiencia radical de carácter existencial y metafísico a la vez: la experiencia en que el amor nos constituye adecuadamente personas, nos da una conciencia auténticamente personal. Como dice San Agustín, da amantem, et sentit quod dico...si auten frigido loquor, nescit quid loquor (Jn 6, 44).

El punto de partida no es, pues, la lucha de Hegel ni la unidad naturista de Marx(Adán dormido entre los animales del Edén. El punto de partida es el amor auténtico y abierto, en que la verdadera conciencia personal se constituye. Un amor abierto que crece, se multiplica y llena la tierra(Gén 1, 28). Sólo este amor hace al trabajo humano. El hombre se constituye auténticamente persona en el amor. Y, porque el amor es creador, el hombre trabaja humanamente, creadoramente. En el Génesis el varón trabaja para la mujer gestante. El punto de partida es la originaria conciliación del amor.

La alienación del hombre es la negación del amor(una negación, que es más radical en el "amo" hegueliano, que en el "proletario" marxista que odia al explotador, pues en el odio hay como una forma profana de reconocimiento interpersonal, que no se da en el desconocimiento existencial absoluto). La reconciliación sólo en el amor se logra.

Pero no en un amor platocinante, sino en un amor auténticamente encarnado: un amor actuoso realizador de la justicia, porque reconoce al tú en su plena dignidad de persona, reconociéndose a sí en el otro y al otro en sí.

He aquí las tres actitudes constitutivas de la persona en la convivencia humana, propuestas por Hegel, por Marx y por el pensamiento judio-cristiano.
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Ver: JM. Díez-Alegría, ¡Yo creo en la Esperanza". El Credo que ha dado Sentido a mi Vida
Desclée de Brouwer 1972
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