La cigüeña sobre el campanario
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La blanca cigüeña,
como un garabato,
tranquila y deforme, ¡tan disparatada!
sobre el campanario.
Antonio Machado
Capítuo XIX
Recuerdos a Marx de parte de Jesús
Es posible que algún lector, al llegar a este capítulo, se pregunte: ¿Por qué tiene que meterse a Carlos Marx en un libro de teología? Pues porque el anti-marxismo ideológico y visceral que se rezuma del catolicismo, entraña un problema teológico. Díez Alegría transcribe aquí una anécdota que ha contado ya en "Proceso a la violencia"
Cree que fue en 1960, con ocasión de un Congreso Eucarístico Internacional que se celebró en Munich, cuando los jesuítas alemanes organizaron un congreso privado representantes de revistas europeas publicadas por jesuítas. Él fue invitado y asistió a ese congreso.
Allí un gran oralista alemán defendió una ponencia sobre "Problemas morales de la defensa armada".
En el breve escrito y, con más claridad, en las explicaciones orales, llegó a mantener la siguiente posición: ante el peligro de una invasión comunista (¿en el mundo?, ¿en Europa Occidental?, ¿en Alemania Federal?), sería lícito hacer explotar una bomba atómica tal, que acabara con la humanidad.
Defendía la licitud moral de semejante despropósito acudiendo al "principio del doble efecto": lo que se pretendía era que no triunfase el comunismo. El exterminio de toda la humanidad era un efecto concomitante, que se podía considerar secundario, y que era lícito permitir en razón del bien mayor que se trataba de obtener... Se nos rogó que no hiciéramos público lo que se había dicho y oído en aquella sesión... Las circunstancias ahora son muy distintas y los protagonistas ya han cambiado bastante...
Un jesuíta francés, conocido y estimado por un estudio sobre Marx se acercó a mí y me dijo: "Yo consideraría una desgracia que el comunismo triunfara en Francia. Pero si esto ocurriera, la Historia seguiría adelante. Ya saldríamos. Acabar con la Humanidad y la Historia, para que no pueda realizarse el comunismo, me resulta una aberración absurda".
Yo, José María Díez Alegría, pensando ahora estas cosas, quiero decir que considero una desgracia grande que el capitalismo, en Francia y en España esté tan duro de pelar. No participo del miedo al comunismo que tenía aquel jesuíta francés. Pero estoy de acuerdo en su fe en la marcha de la Historia. Considero que la bomba atómica no es un medio aplicable para impedir la perpetuación y la reproducción de la explotación capitalista.
La Historia sigue adelante, y ya llegaremos a salir del capitalismo y sus contradicciones y opresiones. Acabar con la Humanidad y con la Historia para acabar con el capitalismo, sería la explosión de una locura)...
Fui yo, un modesto profesor español (entonces ensañaba en la Facultad de Filosofía que tenían los jesuítas en Alcalá de Henares), quien se atrevió a oponerse a aquellas tesis ultraviolentas y super-anticomunistas del ilustre colega alemán.
Argüí diciendo: Primero, el principio del doble efecto es relativo, porque parte de la proporcionalidad entre males y bienes que se contraponen porque entran en conflicto, por eso no se lo puede invocar para cohonestar algo absoluto(acabar con la Humanidad), que está fuera de toda proporción.
Segundo: Si la tradición moral de la Iglesia Católica se ha opuesto y se opone tan radicalmente a considerar lícito el suicidio, ¿cómo se podría considerar lícita la supresión violenta de toda la vida humana, el suicidio de la Historia?
Tercero: el ponente ha dicho que aquí entran en comparación bienes espirituales (para él "evitar el comunismo" era un "bien espiritual", o sea, (la General Motors sería el moderno Pentecostés) contra bienes materiales. Pero lo que está en juego es la vida humana, la totalidad de la especie, la "imagen de Dios en la tierra". ¿Es esto un valor puramente material, despreciable desde el punto de vista del "espíritu"?.
El ponente despachó mis objeciones con una decisión impresionante: acabar con la Humanidad no era, en último término, un mal tan grande, pues lo que se hacía con eso era nada más adelantar el "día del juicio", forzar la "parusía" (la segunda venida de Cristo, al final del tiempo histórico). Así quedó la cosa.
Ver: JM. Díez-Alegría, Rebajas teológicos de otoño Desclée de Brouwer 1980
La blanca cigüeña,
como un garabato,
tranquila y deforme, ¡tan disparatada!
sobre el campanario.
Antonio Machado
Capítuo XIX
Recuerdos a Marx de parte de Jesús
Es posible que algún lector, al llegar a este capítulo, se pregunte: ¿Por qué tiene que meterse a Carlos Marx en un libro de teología? Pues porque el anti-marxismo ideológico y visceral que se rezuma del catolicismo, entraña un problema teológico. Díez Alegría transcribe aquí una anécdota que ha contado ya en "Proceso a la violencia"
Cree que fue en 1960, con ocasión de un Congreso Eucarístico Internacional que se celebró en Munich, cuando los jesuítas alemanes organizaron un congreso privado representantes de revistas europeas publicadas por jesuítas. Él fue invitado y asistió a ese congreso.
Allí un gran oralista alemán defendió una ponencia sobre "Problemas morales de la defensa armada".
En el breve escrito y, con más claridad, en las explicaciones orales, llegó a mantener la siguiente posición: ante el peligro de una invasión comunista (¿en el mundo?, ¿en Europa Occidental?, ¿en Alemania Federal?), sería lícito hacer explotar una bomba atómica tal, que acabara con la humanidad.
Defendía la licitud moral de semejante despropósito acudiendo al "principio del doble efecto": lo que se pretendía era que no triunfase el comunismo. El exterminio de toda la humanidad era un efecto concomitante, que se podía considerar secundario, y que era lícito permitir en razón del bien mayor que se trataba de obtener... Se nos rogó que no hiciéramos público lo que se había dicho y oído en aquella sesión... Las circunstancias ahora son muy distintas y los protagonistas ya han cambiado bastante...
Un jesuíta francés, conocido y estimado por un estudio sobre Marx se acercó a mí y me dijo: "Yo consideraría una desgracia que el comunismo triunfara en Francia. Pero si esto ocurriera, la Historia seguiría adelante. Ya saldríamos. Acabar con la Humanidad y la Historia, para que no pueda realizarse el comunismo, me resulta una aberración absurda".
Yo, José María Díez Alegría, pensando ahora estas cosas, quiero decir que considero una desgracia grande que el capitalismo, en Francia y en España esté tan duro de pelar. No participo del miedo al comunismo que tenía aquel jesuíta francés. Pero estoy de acuerdo en su fe en la marcha de la Historia. Considero que la bomba atómica no es un medio aplicable para impedir la perpetuación y la reproducción de la explotación capitalista.
La Historia sigue adelante, y ya llegaremos a salir del capitalismo y sus contradicciones y opresiones. Acabar con la Humanidad y con la Historia para acabar con el capitalismo, sería la explosión de una locura)...
Fui yo, un modesto profesor español (entonces ensañaba en la Facultad de Filosofía que tenían los jesuítas en Alcalá de Henares), quien se atrevió a oponerse a aquellas tesis ultraviolentas y super-anticomunistas del ilustre colega alemán.
Argüí diciendo: Primero, el principio del doble efecto es relativo, porque parte de la proporcionalidad entre males y bienes que se contraponen porque entran en conflicto, por eso no se lo puede invocar para cohonestar algo absoluto(acabar con la Humanidad), que está fuera de toda proporción.
Segundo: Si la tradición moral de la Iglesia Católica se ha opuesto y se opone tan radicalmente a considerar lícito el suicidio, ¿cómo se podría considerar lícita la supresión violenta de toda la vida humana, el suicidio de la Historia?
Tercero: el ponente ha dicho que aquí entran en comparación bienes espirituales (para él "evitar el comunismo" era un "bien espiritual", o sea, (la General Motors sería el moderno Pentecostés) contra bienes materiales. Pero lo que está en juego es la vida humana, la totalidad de la especie, la "imagen de Dios en la tierra". ¿Es esto un valor puramente material, despreciable desde el punto de vista del "espíritu"?.
El ponente despachó mis objeciones con una decisión impresionante: acabar con la Humanidad no era, en último término, un mal tan grande, pues lo que se hacía con eso era nada más adelantar el "día del juicio", forzar la "parusía" (la segunda venida de Cristo, al final del tiempo histórico). Así quedó la cosa.
Ver: JM. Díez-Alegría, Rebajas teológicos de otoño Desclée de Brouwer 1980