Los santos que nunca serán canonizados



Un apóstol de Andalucía pobre:
Un Pepe Sánchez cualquiera


Eran los primeros años de este siglo XX, que se nos va. Había tomado parte en la "toma de Jerez" y por ello tuvo que sufrir varios años de prisión. Allí aprovechó para aprender francés con los compañeros de esta nacionalidad, que compartían con él la privación de la libertad

Una vez puesto en libertad, se dió ampliamente a su labor "apostólica". Abrió escuelas de propaganda en el extremo sur del país. Inundó la prensa con sus panfletos. Desde 1910 a 1916 recorre toda Andalucía, especialmente la región de Córdoba. Aparece siempre como un maestro y un sabio. Enseña a los humildes. Interviene en el apaciguamiento de las querellas. Reanima la esperanza de los militantes.

Sus fuentes de ingresos son irrisorias: le vienen de aquellos pequeños panfletos que él mismo componía y vendía al precio de diez o quince céntimos el ejemplar. Son relatos ingenuos: aseguran regularmente el triunfo del Bien _es decir, de los pobres_ sobre el Mal _es decir, el Capital_ Al caer de la tarde, discute con los hombres más cultivados del pueblo o del barrio. Si para estas veladas no se cuenta con un local, se tendrán al aire libre, a la luz de la luna: allí el apóstol catequizará a sus sencillos auditorios.

Él no está solo. Toda Andalucía es recorrida por revolucionarios primitivos, cuyos rasgos evocan a los grandes predecesores de la época anterior que él mismo conoció y admiró profundamente. Pedagogos de la revolución, estos propagandistas están convencidos de que la educación de las masas debe preceder a toda subversión. Su entrega no tiene límites. Su pobreza es absoluta.

Al contrario de los agitadores revolucionarios que prospectan las ciudades, los de Andalucía no tienen apenas necesidad de dinero. Viven en su tierra, sus desplazamientos los realizan generalmente a pie o a lomos de modestos muslos; a veces en tren, pero siempre en coches de tercera.

Al llegar al pueblo o ciudad, se hospedan en casa de compañeros y comparten la comida de sus huéspedes. Por estas razones no hay ninguna separación entre ellos y los desgraciados que intentan convertir: lo que confiere a su mensaje una fuerza singular.

Pío Baroja, en Aurora Roja, ha perfilado así el retrato de uno de estos apóstoles: Era un maestro de escuela que predicaba la Idea en los pueblos y los cortijos de Ronda. Este hombre iba siempre a pie; iba siempre peor vestido que nosotros. Se contentaba, para vivir con una tostada de pan untada de aceite. Enseñaba a leer a los obreros agrícolas a la luz de un candil. Éste era un verdadero anarquista: era un amigo de los explotados.

Ahora bien, ¿cómo se llamaba ese "santo apócrifo", cuya descripción acabamos de hacer? Sencillamente...como muchos otros: él, en concreto, era José Sánchez de la Rosa, nacido en Cádiz en 1864, hijo de un zapatero y aficionado a los libros desde su juventud.

Nuestro "santo laico", como todos sus compañeros, había cortado la referencia explícita a la Iglesia y a la institución que la representaba. La desamortización operó una ruptura entre el clero y la masa.

Antes, aquel estaba muy cerca de los campesinos y de los humildes. Pero después de la venta de los bienes de la Iglesia, el clero se vió condenado a buscar sus fuentes en otra parte, y esto sólo pudo ser al lado de los propietarios.

La Iglesia se convirtió así en Iglesia de los ricos. Esto explica la aparente "descristianización" de Andalucía, aunque se trataba más bien de la institución eclesial que de la propia entraña del cristianismo. Por eso, vemos en estos "apóstoles laicos" una actitud profundamente evangélica, que va desapareciendo en los que sociológicamente se declaran discípulos de Jesús.

Aún más: aunque los campesinos andaluces dejan de asisitir a las prácticas religiosas, conseravan una fe primitiva en Cristo y en el mensaje evangélico, aunque lo secularice bajo el disfraz semántico de la Idea. Algunos periódicos anarquistas, entrado ya el siglo XX, están impregnados de religiosidad: la Biblia es empleada y citada al servicio de la revolución social.

En todo caso, José Sánchez de la Rosa, nuestro "santo" de hoy, no hacía más que cumplir a la letra las recomendaciones de Jesús a sus discípulos: No os procuréis oro ni plata..., ni alforja para el camino... En cualquier ciudad o aldea que entréis informaos de quién hay en ella de confianza y alojaos allí..Proclamad la Buena Noticia.

Y digo yo: ¿qué diferencia había entre la "Buena Noticia" de Jesús y la "Idea" de nuestros apósteles campesinos?

---Ver: José Mª González Ruiz, Los santos que nunca serán canonizados
Ed Planeta 1979
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