Juan Bautista y el Adviento
Si tal es el plan de Dios, tenemos que preguntarnos: ¿Quién es para mí precursor del Señor, que vendrá luego? ¿Para quién he ser yo un precursor que le prepare la venida del Señor?
Todos los evangelios refieren que Juan Bautista exhortaba al pueblo a la conversión, pero solo Lucas detalla en qué debería consistir su conversión, de acuerdo con el tipo de vida que cada uno llevaba.
Había allí tres tipos de gente. Algunos eran ricos, y Juan les dice que el que tenga dos vestidos dé uno a quien no tiene, y el que se haya traído comida la comparta con los que carecen de ella.
A este propósito Guillermo Rovirosa, el fundador de la HOAC, contaba el siguiente apólogo. Eran dos íntimos amigos, y uno pregunta al otro: “Somos amigos. Si tuvieras dos casas, ¿me darías una?” Contesta el otro: “Desde luego, no faltaría más, para eso somos íntimos amigos”. Insiste el primero: “Si tuvieras dos coches, ¿me regalarías uno?” “¡Pues claro! ¿Somos amigos o no?” Pregunta aún aquel: “Y si tuvieras dos camisas, ¿me darías una?” El otro balbucea: “Una camisa… ¡Hombre! Una camisa…” El primero dice, extrañado: “¡Cómo! Me cederías una casa, me regalarías un coche, ¿y no me darías una camisa” El segundo confiesa, avergonzado: “Es que, dos camisas, las tengo…”.
Entre los presentes había algunos publicanos, o sea recaudadores de impuestos. Eran odiados por la población, pero el Bautista no les dice que han de dejar aquel oficio, sino solo que no cobren más de lo debido. ¡Señal que solían hacerlo! Recordemos la conversión de Zaqueo, que era jefe de publicanos: promete pagar cuatro veces todo lo que ha defraudado (Lc 19,8).
Finalmente, una tercera categoría la formaban unos guardias. Tampoco a éstos les exige Juan que se dediquen a otra profesión, sino que, simplemente, la fuerza y las armas que les han confiado para mantener el orden y defender a los ciudadanos, no las empleen para maltratar, amenazar o chantajear a gente honrada. Señal, también, que frecuentemente lo hacían.
Pero volvamos a los publicanos. Para los comentaristas modernos resulta enojoso justificar el odio que el pueblo les profesaba. No podemos equipararlos a los honrados funcionarios de Hacienda de nuestros días. Suelen decir los autores que eran odiados porque era colaboradores de los aborrecidos ocupantes romanos. Pero Jesús admite que se paguen impuestos, ya que todos gozan (unos más que otros) de la prosperidad que deriva de la pax romana, el orden y seguridad jurídica que el imperio romano mantienen: si les resulta ventajoso, para sus negocios, utilizar moneda romana con la faz del emperador, hay que dar al César lo que es del César (¡y a Dios lo que es de Dios!). Pero el pecado de los publicanos tiene unas raíces más hondas y universales.
La nobleza romana tenía, por ley, prohibido ejercer actividades mercantiles, pero las emprendían mediante hombres de paja, generalmente esclavos libertos, que actuaban por cuenta de su amo. Una de las actividades más provechosas de los nobles, por medio de tales testaferros, era el arrendamiento de los impuestos. Eso eran, en el imperio romano, los publicanos: adelantaban al fisco una cantidad global y se lo cobraban después con la exacción de los impuestos. Para proceder en este negocio con más seguridad, los caballeros romanos lo practicaban asociados, con lo que disminuía el riesgo.
Esto eran los publicanos: sociedades de cobradores de impuestos detrás de las cuales estaba la aristocracia romana. Hubiera sido legítimo, además de recuperar el importe adelantado, cobrar gastos de gestión, y también algo más por los impagados, pero añadían mucho más de lo debido y no se podía discutir con ellos porque la fuerza pública estaba a sus órdenes. Si este abuso se daba en Italia, mucho más ocurría en lejanas provincias.
Cuando Roma emprendía una campaña militar, los publicanos adelantaban lo necesario para la conscripción de los soldados de las legiones, o para armar y proveer naves de guerra, y se lo cobraban con creces después de la victoria. Era negocio seguro: Roma podía perder alguna batalla, pero finalmente ganaba todas las guerras. Así, el senado romano había llegado a declarar la guerra a un pueblo fiel aliado, simplemente para tener ocasión de arrendar a los publicanos los impuestos del país que iban a someter.
Los senadores romanos quedaban muy lejos de la Judea o la Galilea, pero hasta allí llegaban las garras del sistema, a través de jefes de publicanos, como Zaqueo y delos pobres diablos del último escalón de la organización. El pueblo humilde de Palestina no conocía todo aquel montaje perverso, pero sufrían sus consecuencias e intuían su perversión radical cuando los cobradores de impuestos les arrebataban la cabra o unas gallinas.
En nuestros días se han emprendido guerras sangrientas en países lejanos para propiciar los contratos de los grandes fabricantes de armas y aviones. Son como los senadores romanos.