"La capacidad para callar y no juzgar" Tiempo de ascesis
"Ejercitarse con conciencia, en un sentido ético, pasa por el desarrollo de una habilidad espiritual que nos ayude, como decían los primeros anacoretas del desierto, a lograr la pureza de corazón"
"Obviamente, de lo que se trata no es de alcanzar algo que se cierra en uno mismo, sino esa claridad y limpieza interior que permite que nos abramos a Dios"
"Para esta limpieza son necesarias las obras ascéticas, pues son instrumentos que ayudan a liberar al corazón de las ataduras que lo constriñen y endurecen"
"Entre todas aquellas que se practicaban entonces vamos a poner la atención sobre una de ellas: la capacidad para callar y no juzgar"
"Para esta limpieza son necesarias las obras ascéticas, pues son instrumentos que ayudan a liberar al corazón de las ataduras que lo constriñen y endurecen"
"Entre todas aquellas que se practicaban entonces vamos a poner la atención sobre una de ellas: la capacidad para callar y no juzgar"
Llevar una vida ascética es hoy en día todo un reto y, sin embargo, es algo más que necesario. Cuando hablamos de ascesis estamos aludiendo al ejercicio que es necesario para lograr una habilidad. Queda lejos, por tanto, esa otra visión que se dio desde la filosofía estoico-cínica que tenía que ver con la mera renuncia y represión de los impulsos.
Ejercitarse con conciencia, en un sentido ético, pasa por el desarrollo de una habilidad espiritual que nos ayude, como decían los primeros anacoretas del desierto, a lograr la apatheia (según Evagrio) o la puritas cordis – pureza de corazón – (según Casiano). Obviamente, de lo que se trata no es de alcanzar algo que se cierra en uno mismo, sino esa claridad y limpieza interior que permite que nos abramos a Dios.
Para esta limpieza son necesarias las obras ascéticas, pues son instrumentos que ayudan a liberar al corazón de las ataduras que lo constriñen y endurecen. Entre todas aquellas que se practicaban entonces vamos a poner la atención sobre una de ellas: la capacidad para callar y no juzgar.
Juzgar es demasiado fácil, ya que cada uno vive la percepción que tiene de las cosas ya no sólo como su verdad, sino como si fuera la Verdad. Esto nos hace perder la humildad necesaria que posibilita cualquier encuentro con el otro e, incluso, con Dios, pues la arrogancia se enciende cegándonos. La habilidad para callar fue objeto de un duro trabajo que alcanzó sus logros entre aquellos que se ejercitaron en ella, pues se dieron cuenta de que el juicio no proporciona sosiego alguno.
Sobre la razón de por qué se juzga existe un hermoso y sabio Apotegma que dice:
«A un padre anciano le preguntó, en cierta ocasión, un hermano: ‘¿Por qué juzgo con tanta frecuencia a mi hermano?’ Y él respondió: ‘Porque todavía no te conoces a ti mismo. El que se conoce a sí mismo no ve las faltas de los hermanos.’»
El tiempo de ascesis es, sobre todo, un tiempo que se torna en oportunidad para silenciarnos y regresar a nosotros mismos para así confrontarnos con nuestra propia fragilidad. De este modo, nos privamos de caer en el juicio y permitimos que los demás sean como son de la misma manera que también podremos serlo nosotros mismos. Erigirnos en juez nos abre la herida adámica y la sensación de que somos una suerte de dios.
El periodo que dediquemos a mirarnos con honestidad puede ser de lo más revelador pues cuando uno reconoce sus puntos flacos, sus oscuridades o faltas, advierte que en uno también reside aquello que condena en los demás. Callar y observar lo propio evita que caigamos en el mecanismo de proyección. El arte del silenciamiento nos reconfigura y nos profiere una oportunidad para reconciliarnos con lo propio, justo en ese instante donde Dios obra su salvación y, cuando esto acontece, la mirada con uno mismo y con los demás se torna más misericordiosa.