Bautizados en Cristo. Todos son profetas, "reyes" y sacerdotes.

Esta triada de funciones o poderes eclesales (tria munera) ha definido desde su nacimiento la estructura y sentido de la Iglesia, en una línea que puede compararse  a la de Montesquieu (los Tres Poderes de la sociedad, año 1748, en su libro El espíritu de las leyes).  

    Evidentemente,los poderes de la sociedad civil no pueden identificarse sin más con las tres funciones de Cristo y de la Iglesia, pero hay mucha semejanza.  El Concilio Vaticano II aceptó en varios documentos ese esquema que proviene de la Biblia y de la primera iglesia:

El poder legislativo se puede vincular con la función profética. La normas de vida del judaísmo y de la Iglesia provienen de los “profetas”, que proclaman y codifican la Palabra de Dios. El Cristo profeta, todos los cristianos son profetas, "legisladores" de sí mismos y del conjunto de la iglesia.

El poder ejecutivo se puede comparar con la función “real” (regia) de los gobernantes y, en especial, con la función de,  Cristo, Rey-Mesías. Cristo es Rey, en él son reyes todos los cristianos, señores de sí mismo, hermanos de los demás, sin estar sometidos a nadie.

Finalmente, en el lugar del poder judicial puede situarse en la Iglesia la función santificadora o sacerdotal. En Cristo-Sacerdote, todos los cristianos son por esencial (ontológicamente) sacerdotes.

El Concilio Vaticano II ha matizado ese esquema en varios documentos y lo mismo han hecho los papas posteriores (especialmente Juan Pablo II). Pero donde quedan más claros el tema es en el Catecismo de la Iglesia Católica número 783, que citaré y comentaré a continuación.

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CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA. UN PUEBLO SACERDOTAL, PROFÉTICO Y REAL

783 Jesucristo es Aquél a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo y lo ha constituido "Sacerdote, Profeta y Rey". Todo el Pueblo de Dios participa de estas tres funciones de Cristo y tiene las responsabilidades de misión y de servicio que se derivan de ellas (cf . Redemptor Hominis 18-21).

784 Al entrar en el Pueblo de Dios por la fe y el Bautismo se participa en la vocación única de este Pueblo: en su vocación sacerdotal: «Cristo el Señor, Pontífice tomado de entre los hombres, ha hecho del nuevo pueblo "un reino de sacerdotes para Dios, su Padre". Los bautizados, en efecto, por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo» (LG 10).

785 "El pueblo santo de Dios participa también del carácter profético de Cristo". Lo es sobre todo por el sentido sobrenatural de la fe que es el de todo el pueblo, laicos y jerarquía, cuando "se adhiere indefectiblemente a la fe transmitida a los santos de una vez para siempre" (LG 12) y profundiza en su comprensión y se hace testigo de Cristo en medio de este mundo.

786 El Pueblo de Dios participa, por último, en la función regia de Cristo. Cristo ejerce su realeza atrayendo a sí a todos los hombres por su muerte y su resurrección (cf. Jn 12, 32). Cristo, Rey y Señor del universo, se hizo el servidor de todos, no habiendo "venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28). Para el cristiano, "servir a Cristo es reinar" (LG 36), particularmente "en los pobres y en los que sufren" donde descubre "la imagen de su Fundador pobre y sufriente" (LG 8). El pueblo de Dios realiza su "dignidad regia" viviendo conforme a esta vocación de servir con Cristo.

«La señal de la cruz hace reyes a todos los regenerados en Cristo, y la unción del Espíritu Santo los consagra sacerdotes; y así, además de este especial servicio de nuestro ministerio, todos los cristianos espirituales y perfectos debe saber que son partícipes del linaje regio y del oficio sacerdotal. ¿Qué hay más regio que un espíritu que, sometido a Dios, rige su propio cuerpo? ¿Y qué hay más sacerdotal que ofrecer a Dios una conciencia pura y las inmaculadas víctimas de nuestra piedad en el altar del corazón?» (San León Magno, Sermo 4, 1).

Sacerdote, Profeta y Rey – Abba Patter

SENTIDO FUNDAMENTAL.

  1. Cristo es profeta, rey y sacerdotes, en plenitud, como enviado-presencia (Hijo) de Dios de Dios y plenitud de la vida humana. En ese sentido, no hay en la iglesia otro profeta-rey-sacerdote que Cristo, la humanidad de Dios
  2. Unidos a Cristo, todos los bautizados son profetas, reyes y sacerdotes, con su misma palabra profética, su mismo poder real y su misma capacidad sagrada. Ésta es la novedad de Jesús. En ese sentido se habla del sacerdocio-realeza "común" de los fieles, en sentido ontológico, real. El bautismo (como principio y sentido de todos los sacamentos) les "consagra" profetas, reyes y sacerdotes. Así lo puse de relieve en mi libro sobre Sistema, Libertad, Iglesia

Sistema, libertà, Chiesa. Istituzione del Nuovo Testamento : Pikaza,  Xabier, Zappella, M.: Amazon.it: Libri

Todos los bautizados son profetas (es decir, legisladores, en el sentido pleno de la palabra… No reciben su doctrina de otros maestros exteriores, no son puros “dependientes” de un magisterio esterno, sino portadores y testigos de la palabra de Dios que son “maestros”, en una línea que han puesto de relieve las Cartas de Juan: Cada cristiano recibe y despliega desde el fondo de sí mismo la palabra de Dos,  cada uno "se es ley para sí mismo", en comunión con otros (Juan de la Cruz, Subida).  

Todos los bautizados son reyes en Cristo. No son esclavos de nadie ni de Cristo, sino que son el m mismo Cristo. Nadie puede imponerles su dictado y mandar sobre ellos. Son reyes, responsables de sí mismos, capaces de realizar la obra de Cristo, en él y con él. En Cristo no hay reyes y súditos, señores y esclavos, sino que todos son "uno" en Cristo, con su mismo poder de amor y servicio mutuo

Todos son, finalmente sacerdotes… en el sentido radical de la palabra. Éste es el sacerdocio verdadero, el más profundo, ése que suele llamarse “sacerdocio común de los fieles” (que es el sacerdocio "ontolótico", si es que puede utilizarse esa palabra helenista). No hay una "tribu sacerdotal", como la de Leví-Aarón en el AT, sino un sacerdocio único, simbolizado por Melquisedec, que es Cristo (hebreos). La santidad de Cristo y su obra santificadora, representada y celebrada por la eucaristía, es por tanto un “carisma” de todos los bautizados,  que se identifican con Cristo, varones o mujeres.  

Jesucristo: Nuestro Profeta, Sacerdote y Rey |

ÉSTE ES EL PUNTO DE PARTIDA DE LA IGLESIA.

Ella es en cristo un “cuerpo” de profetas (palabra), reyes (poder de organizar em amor el mundo) y sacerdotes (capacidad de santificar la vida de los hombres. Ésta es la más alta profecía, reinado y sacerdocio de la Iglesia. No hay en ella como he dicho  una tribu sacerdotal (Leví/Aarón)… No hay una dinastía  regiacomo la de Judá/David en el Antiguo Testamento. Ni hay un clan especial de profetas… , Pues la palabra de la profecía (la palabra que se hace ley de vida) es de todos los creyentes.

Conforme a la experiencia de Pablo, proclamada en Gal 3, 28 (y en el conjunto de su epistolario) no hay en la iglesia distinción básica entre judíos y gentiles, varones y mujeres, reyes y no reyes, profetas y no profetas, sacerdotes y no sacerdotes, pues todos son (somos) uno en Cristo, todos profetas, todos reyes, todos sacerdotes.

LA NOVEDAD DE JESÚS. TODOS SOMOS SACERDOTES-PIKAZA IBARRONDO, XABIER-978-84-96146-76-1

SOLO EN UN SEGUNDO MOMENTO SE PUEDE HABLAR EN LA IGLESIA DE PROFETAS MINISTERIALES, REYES/GOBERNANTES MINISTERIALES Y SACERDOTES MINISTERIALES… que forman parte del "ordo", es decir, del ordnamiento social. La profecía-realeza-sacerdocio "ontológico" (bautismal, fundante) es la de todos los bautizados. Esta es la primera, la definitiva... y al servicio de ella es bueno que se instaure, en un segundo momento, un "orden/ordenamiento funcional" de profetas-sacerdotes-reyes.

Qué es el sacramento del Orden? - ForumLibertas.com

    Por eso, los profetas (maestros, catequistas), los "ministros" (obispos, presbíteros) y los "sacerdotes presidentes de la celebración" no son más profetas, reyes o sacerdotes que el resto de los cristianos, sino igual que todos los demás, pero sl servicio del "odenamiento" de la unidad y crecimiento de la Iglesia, tal como ha puesto de relieve Pablo en 1 Cor y Rom.

Estos profetas, reyes/animadores y sacerdotes ministeriales no tienen una profecía, reino y sacerdocio distinto, ni tienen más autoridad que el resto de los cristianos,  sino la que en Cristo tienen todos los cristianos, aunque su "función" es importantísima como textimonio  tarea de unidad para toda la Iglesia.

  Esas tres funciones no son separadas, no son excluyentes, sólo de algunos…, sino que son radicalmente de todos, aunque hay algunos que las visibilizan y expresan, partiendo del cuerpo de la Iglesia y al servicio de todo el cuerpo de la Iglesia. En ese sentido, el "sacramento" del orden (en línea funcional) no puede separarse del sacramente del bautismo (en línea ontológigica y fundante).

Como dice el Catecismo, lo importante es el sacerdocio, la profecía y la realeza  común de todos los cristianos, pues todos han sido y están “conformados” con Cristo y han recibido su don profético, real y sacerdotal. Sólo al servicio de ese “sacerdocio ontolótico común” pueden y deben estructurarse en la Iglesia los “servicios, proféticos, reales y sacerdotales” de la comunidad.

Por eso no se puede hablar de una "mística del sacerdocio funcional". La mística del sacerdocio (de la profecía y de la realeza) es la de todos los critianos, que son sacerdotes, profetas y reyes, como han puesto de relieve todos los autéticos cristianos, como Francisco de Asis o Juan de la Cruz, por poner dos ejemplos.

EN CONJUNTO, LA IGLESIA CATÓLICA NO HA SABIDO SACAR LAS CONSECUENCIAS DEL PLANTEAMIENTO QUE HA SIDO NITIDAMENTE EXPUESTO EN EL CATECISMO NUM. 783.

Partiendo de fuentes ajenas al evangelio de Jesús, a las misión y teología de Pablo y a la vida del conjunto de la Iglesia,  por “inercia social” y por contario del espíritu “jerárquico” del helenismo ambiental y del derecho de Roma, un tipo de iglesia ha invertido el orden de las “funciones” (munera) de Cristo y de la iglesia (en contra del Vaticano II) poniendo primero los ministerio jerárquicos (un sacerdocio, profecía y poder  "ontologizado" por encima del cuerpo bautismal de la Iglsia).

Es tiempo de repensar el tema, y en especial en esta semana del Bautismo de Cristo. El Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado y publicado el año 1979, bajo la autoridad de Juan Pablo II, no deja ninguna duda en este campo.  Todos los cristianos son (somos) "ontolóticamente" (=cristolóticamente) profetas, reyes y sacerdotes…Sólo a partir de esa base, como servicio ministerial para el conjunto del pueblo de Dios, puede y debe haber un sacerdocio, profecía y “reinado” ministerial.

Con esto no se quita nada a los “ministros en línea de ordenamiento, es decir, de organización post erior” (obispos, presbíteros y diáconos), sino todo lo contrario, se les concede una nueva y más alta autoridad de “servicio”, una autoridad que no es de ellos, sino de Cristo y de la Iglesia. sólo desde este fondo se puede hablar de una re-activación de los ministerios o funciones de tipo profético, sacerdotal y real....

Por eso, lo que de verdad importa en la Iglesia no es la renovación de los ministerios funcionales o de organización práctica de la iglesia. Lo que importa es la recreación de la verdadera mística y experiencia bautismal... La renovación de las "funciones ontolóticas/cristolócicas", de todos los bautizados, volviendo al espíritu del Vaticano II  y del Catecismo...Sólo desde ese fondo ontoótigico-cristológico se pueden y debe recrear los ministerios funcionales de la profecía, la realeza y el sacerdocio de Cristo en la Iglesia

   Vuelva cada uno a leer el texto base del Catecismo, num. 783. Las matizaciones posteriores sobre la autoridad “ministerial” de los profetas, reyes y sacerdotes   ordenados de la Iglesia no quita nada a la autoridad de base de cada cristiano y del conjunto de la Iglesia, sino que sirve para ratificarla y ponerla más de relieve.

Postdata (si alguien tiene tiempo, para fundar el tema puede seguir leyendoo)

Una nota sobre el Bautismo, tomada de X. Pikaza, Diccionario de las tres religiones.

BAUTISMO (2)

 → Abluciones, circuncisión, Hijo de Dios, Iglesia, Juan Bautista, Jesús, perdón, resurrección, sacrificios, Trinidad

  1. Judaísmo

  1. Bautismos en el judaísmo. El bautismo es símbolo profundamente humano, vinculado al carácter polivalente del agua, que es principio de vida y riesgo de muerte, fuente materna y potencia destructora. La Biblia relaciona el agua con la creación (Gen 1-2) y con el juicio (diluvio: Gen 6-8), con la salvación del pueblo, la muerte de los perseguidores (Mar Rojo: Ex 14-15) y con la entrada en la tierra prometida (el paso por las aguas del Río: Josué 3-4). Los judíos del tiempo de Jesús destacaban el carácter lustral (purificador) y legal del bautismo, pues limpia y purifica de manchas a los sacerdotes y fieles, capacitándoles para realizar limpiamente los ritos. Ciertamente, el rito básico del re-nacimiento israelita (para los varones) era la circuncisión; por otra parte, el perdón oficial no se lograba con agua, sino con sacrificios, como diceel mismo Dios: "os he dado la sangre para uso sagrado, para expiar por vuestras vidas" (cf. Lev 17,11); según eso, la purificación fundamental se realiza con sangre de animales, pues ella es signo de vida, principio de purificación y alianza (cf. Ex 12, 13.23; 24, 3-8; Lev 14, 4-7; 16, 16-19); pero la misma Ley pedía agua (lavatorios y bautismos), para que los sacerdotes se purifiquen al empezar y terminar sur ritos (cf. 2 Cron 4, 2-6; Lev 16, 24-26); la misma Ley pedía bautismos de purificación para aquellos que habían contraído alguna mancha ritual, que les separaba de la comunidad: así deben bautizarse los leprosos curados (Lev 14, 8-9; cf. 2 Rey 5, 14) y aquellos que habían tenido relaciones sexuales, poluciones o menstruaciones... (cf. Lev 14, 16-24).

Ciertamente, el judaísmo oficial destacaba la pureza que se logra oficialmente en el templo, con sus sacrificios. Pero algunos grupos han buscado otras formas de pureza y comunión, centradas en ritos bautismales y códigos alimenticios. Para muchos, el agua se había convertido en un elemento central de la acción religiosa. Las casas de los judíos puros (y ricos) teníanpiscinas purificatorias (miqvot), para "limpiarse". Los esenios de Qumrán se bautizaban al menos una vez al día, para la comida ritual (cf. 1Q 5, 11-14). Hay también hemero-bautistas, como Bano, que se purificaban a diario (incluso varias veces), para hallarse limpios ante Dios, participando así en la pureza de la creación. Y, sobre todo, en el comienzo del bautismo cristiano encontramos la figura de → Juan Bautista, que anunciaba y preparaba la llegada de un bautismo general, para purificación de los pecados. Como judío interesado por la culminación de Israel y por el perdón de los pecados, Jesús fue a bautizarse bajo Juan.

  1. Del bautismo judío al bautismo de Jesús. Un día, dejando su casa y trabajo (o falta de trabajo), Jesús se hizo discípulo de Juan. ¿Por qué? ¿Qué dejaba y qué buscaba? Ahora intentamos responder a esas preguntas. Por eso, no estudiamos la figura de Juan en sí misma, sino en su relación con Jesús: lo que digamos de Juan servirá como introducción al estudio del mensaje de Jesús. Se podría suponer que Jesús buscó a Juan precisamente porque su proyecto laboral había fracasado. Sus labores de artesano resultaban esporádicas, de manera que con ellas no podía alimentar a una familia. Por eso, su marcha con Juan no supondría ningún trauma para su familia (su madre y sus hermanos). Ciertamente, Lc 2, 7 (y en el fondo Mt 1, 18-25), le presenta como “primogénito”, de manera que debería haber tenido la obligación de mantener a los hermanos menores tras la (presumible) muerte de su padre. Pero no estamos seguros de ellos. Lo cierto es que un día se hizo discípulo de Juan Éste es el primero de los grandes cambios de Jesús, al menos el primero que nosotros conocemos: abandona la familia, deja el trabajo como tekton y se integra en una poderosa “escuela bautismal”. Nos gustaría saber mejor cómo buscó a Juan Baustista y por qué quedó a su lado. ¿Consideraba que la sociedad había perdido su sentido y quiso preparar así el juicio de Dios y una nueva entrada de Israel en Palestina, tras el juicio? ¿Estaba desencantado de todo y quería adelantar el fin del mundo viejo? ¿Sintió que Dios le llamaba a instaurar un orden mesiánico nuevo, en la línea de David, y quiso que Juan, profeta, le guiara y confirmara? En otras palabras: ¿Fue con Juan porque buscaba a Dios, queriendo escapar del mundo antiguo, o porque quería trasformar el mundo desde Dios? ¡Quizá ambas cosas! El caso es que fue donde Juan con todo su bagaje personal y social: como un judío que se identifica con la historia de su pueblo y como un tékton o artesano que conoce por experiencia los problemas laborales y sociales de los marginados, dentro de un imperio mundial como el romano, que tiende a dominarlo todo ¿Iba para aprender, por unos meses, como Flavio Josefo fue donde Bano o para quedarse? Podemos suponer que Juan había abandonado el sistema sagrado, con su cultura religiosa centrada en el templo de Jerusalén, rompiendo así el ideal de una familia sacerdotal, en la que podía mantenerse y vivir con cierta holgura. Abandonó la ciudad o la cultura urbana, pensó que el orden actual está acabando, que el sistema sacral no tiene futuro y que todo esto termina con un juicio de Dios, que hará posible una nueva entrada de los verdaderos israelitas, que cruzarán el Jordán, como en tiempos de Josué (cf. Jos 1-6) y podrán vivir en la Tierra Prometida, según las promesas. Pues bien, en este contexto se inscribe Jesús, para hacerse discípulo de Juan y para bautizarse, comenzando así su camino mesiánico, es decir, su cristianismo.

  1. Cristianismo

  1. Principios. Contexto histórico. Jesús se ha dejado influir por la autoridad y el bautismo de Juan, de tal manera que ese bautismo marca el comienzo de su actividad mesiánica (como indica una firme tradición de los evangelios). El recuerdo de la relación de Jesús con el Bautista (y con su bautismo) se ha mantenido firme en la iglesia. Ciertamente, la Iglesia ha proyectado su teología en el relato (Mc 1, 9-11 par); pero no ha querido ni podido borrar la memoria del hecho, que arraiga a Jesús en otros profetas escatológicos (bautistas) como Juan. Desde ese fondo ha de entenderse el bautismo cristiano, que es matriz de las instituciones eclesiales.
  2. Jesús ha empezado recibiendo el bautismo de Juan, como discípulo suyo, ratificando de esa forma su convencimiento de la historia antigua termina, de que llega el juicio de Dios. Pues bien, después de haber recibido el Bautismo de Juan, la Iglesia dirá que Jesús lo ha superado, no en línea de crítica o rechazo sino de plenitud o desbordamiento. El evangelio añadirá (como veremos) que el mismo Dios Padre se ha mostrado a Jesús en el bautismo, confiándole una tarea más alta, en línea de nuevo nacimiento. Allí donde el Bautista afirmaba que el mundo termina, dirá Jesús que la vida verdadera empieza. La experiencia de muerte del bautismo se abre de esa forma a la esperanza del reino.
  3. Jesús ha dejado de bautizar. Posiblemente, durante un tiempo, Jesús ha bautizado al lado de Juan Bautista, retomando su rito, matizando quizá su visión del futuro de Dios, como supone el evangelio de Juan (cf. Jn 3, 23-27). Pero después Jesús ha dejado el Jordán, la zona del desierto, junto al río, que es lugar de purificación-conversión, antes de pasar a la tierra prometida, y ha pasado a la tierra, ha venido a Galilea, "tierra prometida", para anunciar y realizar los signos del Reino. Ha dejado de bautizar como Juan (para conversión y perdón de los pecados) y ha comenzado a realizar los signos de la vida de Dios, en la tierra prometida. En ese sentido, el cristianismo no nace del bautismo de Juan, sino que exige una superación de ese bautismo.
  4. La iglesia ha vuelto a bautizar "en nombre de Jesús". Pues bien, después de la muerte de Jesús, la Iglesia ha vuelto a bautizar, pero en nombre de Jesús, pasando así del signo de Juan (bautismo en el agua del río, para entrar en la tierra prometida) al signo pascual de Jesús: bautismo como inmersión en el misterio de Jesús resucitado. Pues bien, en este retorno al signo del bautismo, la Iglesia ha introducido la experiencia filial de Jesús dentro del contexto del bautismo de Juan, recreando de esa forma su signo, que no es ya signo de muerte (confesión de los pecados), sino signo de vida.

  1. Bautismo de Jesús. Elementos básicos. Jesús ido a buscar a Dios a través de Juan Bautista (como Dios del perdón de los pecados y del juicio), pero Dios se le ha mostrado de otra forma, como Padre que le ama, ofreciéndole su Espíritu (su tarea redentora). En este cambio de sentido entre la búsqueda (Dios como fuente de conversión) y el encuentro (Dios como Padre amoroso), comienza el itinerario de evangelio, comienza el cristianismo: «Y sucedió entonces que llegó Jesús, de Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua vio los cielos rasgados y al Espíritu descendiendo sobre él como paloma. Se oyó entonces una voz desde los cielos: Tú eres mi Hijo Querido, en ti me he complacido» (Mc 1, 9-11). Debió ser un momento de “estado naciente”. Era un hombre maduro: Lc 3, 23 afirma que tenía unos treinta años, edad ya avanzada en aquel tiempo. Había recorrido muchos caminos, pero los más significativos se hallaban aún latentes y necesitaban expresarse a través de una experiencia nueva, que le permitiera llegar hasta el fondo de sí mismo, escuchando y acogiendo así la llamada de Dios. La mayoría de los historiadores y exegetas suponen que el bautismo en el Jordán, no fue un dato pasajero, sino un acontecimiento que marcó la “historia de su vida”, trazando una ruptura respecto a lo anterior y permitiendo que asumiera hasta el final (y superara) el juicio del Bautista, definiendo su nueva opción profética y mesiánica al servicio del Reino de Dios (retomando, de forma distinta, la tradición de David). Éstos son algunos de rasgos que pueden ayudarnos a entender esa experiencia:
  2. El bautismo era una acción profética de muerte-juicio (de paso), que se realizaba una sola vez y que ponía a cada bautizado a puerta de entrada de la tierra prometida. Era una experiencia de gran significado escatológico: el mismo Juan, como profeta final, introducía al iniciado en las aguas del río del límite, ante la tierra prometida; por su parte, el que se bautizaba asumía la historia del pueblo de Israel, vinculada a la salida de Egipto con Moisés (paso del Mar Rojo) y a la entrada en la tierra prometida (paso del Jordán, con Josué). Entendido así, el bautismo era una experiencia de “juicio” que expresaba y ratificaba la superación del pecado de los hombres (que así “morían”) y la nueva acción trasformadora de Dios. No conocemos la manera en que otros hombres y mujeres recibieron y entendieron el bautismo de Juan, pero todo nos permite suponer que para Jesús lo tomó como momento clave de renacimiento: Dios le estaba hablando y haciendo nacer en el gesto del Bautista.
  3. El bautismo fue para Jesús una experiencia de iniciación y de promesa mesiánica. Así lo ha puesto de relieve la tradición cristiana cuando afirma que vio los cielos abiertos y escuchó la voz de Dios que se presentaba como Padre (diciéndole ¡tú eres mi Hijo!) y que le confiaba su tarea creadora y/o salvadora (¡ofreciéndole su Espíritu!). Ciertamente, esa escena, que forma un momento clave en nuestros evangelios (cf. Mc 1, 9-11 par.), ha sido recreada desde la vida posterior de la Iglesia, pero en su fondo puede y debe haber existido un núcleo fiable, que anticipa la acción posterior de Jesús, vinculada a la promesa del Hijo de David: “Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo” (2 Sam 7, 14), tal como ha sido proclamada por Sal 2, 7: “Tú eres mi hijo, yo hoy te he engendrado”.
  4. Fue una experiencia de inversión, es decir, de cumplimiento profético y revelación mesiánica. En ella vino a expresarse un Dios que, conforme a la mejor tradición israelita, actúa a contrapelo de los hombres. Precisamente allí donde, llegando hasta la meta de su mensaje apocalíptico, Juan colocaba el final (juicio y destrucción), experimentó y descubrió Jesús la verdad más alta de su misión, recuperando, de un modo más hondo, su vocación “familiar” davídica. No niega por eso la experiencia de Juan, sino todo lo contrario: sitúa y entiende esa experiencia profética como impulso y llamada para su tarea mesiánica. Es como si aquello que Juan anunciaba se hubiera cumplido, de tal forma que allí donde todo ha terminado (nada se espera en línea de juicio) puede comenzar ya todo, de un modo distinto, en línea de vida y no de muerte.
  5. Experiencia profético-mesiánica que marca la nueva historia de Jesús. No queremos decir que las cosas sucedieran exactamente de esa forma. Nadie lo sabe ni podrá saberlo, pues no existe una autobiografía de Jesús. Pero todos los hilos posteriores de su vida se entienden desde aquí: estamos en la línea que lleva del antiguo Elías, profeta del juicio (como Juan Bautista), al nuevo Elías, mensajero de la brisa suave y del nuevo comienzo (un Elías que sana a los necesitados). Sólo en este segundo contexto (como profeta carismático), Jesús ha podido superar un tipo mesianismo davídico antiguo (vinculado quizá a la visión apocalíptica del juicio de Juan), para descubrir el verdadero mesianismo, en línea de gracia y de amor a los enfermos. Sólo en este contexto, allí donde se sabe que todo lo anterior se ha cumplido y terminado (ha muerto), puede hablarse de un nuevo comienzo, que empieza precisamente con la voz del Padre, que le dice “tú eres mi hijo”, y con la brisa del Espíritu (que le envía a realizar su obra) .
  6. Experiencia “visionaria”, vocación filial. No ha sido un proceso racional en plano objetivo, algo que puede demostrarse por medio de argumentos, sino un tipo de “intuición” vital, que ha trasformado las coordenadas de su imaginación y de su voluntad, de su forma de estar en el mundo y de su decisión de trasformarlo. En ese sentido decimos que, teniendo un elemento visionario, el bautismo ha sido una “vocación”, una llamada que Jesús ha “recibido” y acogido en lo más profundo de su ser. No es imposible que, en este momento crucial, Jesús haya escuchado la voz de Dios que le llama Hijo y haya “sentido” la experiencia del Espíritu, haciéndole asumir su tarea davídica de Reino. Todo el transcurso posterior de su vida se entiende a partir de esta experiencia filial y visionaria.

Esos cinco elementos marcan, a mi juicio, el bautismo de Jesús. Sabemos que en este campo resulta muy difícil trazar suposiciones de tipo psicológico, pero a veces lo más obvio y sencillo es lo más verosímil. Jesús fue donde Juan cargado de experiencias y preguntas sociales a las que, en ese momento, él no sabía responder. Pensó quizá que por el bautismo podía introducirse de un modo personal en el camino del juicio, para dejar que fuera Dios quien resolviera los problemas. De esa forma se unía a los “pecadores” de su pueblo, con su carga de trabajo y/o falta de trabajo, como tekton, artesano israelita, en una sociedad que se desintegraba. Venía a bautizarse para asumir el proyecto de Juan, abandonando otros proyectos; venía quizá para decirle “adiós” al Dios de las promesas fracasadas, como Elías sobre el Horeb (cf. 1 Rey 19). Pero el Dios de su fe más profunda, vinculada a su tradición familiar mesiánica, el Dios de sus deseos creadores, salió a su encuentro en el agua y en la brisa suave del Espíritu, para engendrarle de nuevo como Hijo y confiarle su tarea más honda. Aquel fue el momento y lugar de su verdad, su verdadero nacimiento.

  1. Las palabras del bautismo de Jesús. Escuchó una voz que decía: ¡Tú eres mi Hijo Querido, en ti me he complacido! Al decir esto, Dios se define como Padre (en su más honda verdad, en su misterio más profundo) y constituye a Jesús como Hijo Antes de toda acción humana está la voz del Padre que reconoce a Jesús ¡Hijo! en palabra que recuerda lo ha dicho en Gen 1, donde Dios creaba el mundo con su voz para gozarse en lo creado, viendo que era bueno. Entonces Dios creaba las cosas fuera de sí. Ahora no crea, reconoce a su Hijo; no llama hacia fuera, dice lo que lleva dentro, diciéndose a sí mismo. La primera palabra del Cielo (de Dios) no es la autoafirmación ¡Yo soy!, que está al fondo de → Yahvé (Soy el que soy; cf. Ex 3, 14 9), sino la afirmación engendradora del Dios Padre, que sale de sí y suscita al otro, diciéndole ¡Tú eres! El judaísmo en su conjunto ha partido del Yo Soy de Dios (=Yahvé) que se define como misterio incognoscible. El evangelio en cambio se funda en el descubrimiento gozoso del diálogo de Dios que es en sí mismo diciendo Tú Eres. No empieza asegurando su ser, sino dando ser al otro; no comienza sosteniendo su Yo, para así hacerse presente y sostener a los demás, sino dándose en amor al Hijo, diciéndole: Tú eres mi Hijo.

Esta ha sido una palabra histórica que Jesús ha escuchado en el Jordán, saliendo del agua, en un momento clave de su vida. Pero ella es, a la vez, la palabra originaria, pues nos introduce en la entraña de Dios, desvelando su misterio. En el mismo centro de nuestra vida emerge y se despliega por Jesús la historia fundante, lo que era en el principio o, mejor dicho, el principio de todo lo que existe. En el origen del misterio no está el Yo-Soy de Dios que planea por encima de las cosas, ni la voz del hombre, que suplica desde el fondo de su soledad, sino la palabra de Dios que dice ¡Tú eres mi hijo! Ésta es la palabra del bautismo cristiano. Ésta es la palabra que se escucha en el agua del nuevo nacimiento.

Ésta es la palabra cristiana, éste es el sentido del bautismo: el hombre escucha la voz que le dice: ¡Tú eres mi hijo querido! No un hijo cualquiera, sino el hijo amado, querido(jhjd). Al fondo de esta expresión (querido) puede haber una experiencia religiosa de tipo platónico que presenta al Bien (=ser divino) como diffusivum sui, es decir, como expansivo. Pero más al fondo se encuentran la certeza bíblica del Dios que ama a su pueblo como esposo a la esposa, como padre al hijo. En el principio hallamos el amor del Padre que suscita por amor al Hijo y se lo dice, en palabra engendradora. En este contexto, decir es hacer, proclamar el amor es engendrar. En esta palabra de amor de Dios a Jesús se asienta y recibe su sentido todo lo que existe.

  1. El bautismo de la iglesia. Al recrear y mantener el bautismo de Juan, la iglesia ha tomado una opción trascendental. No sabemos quién fue el primero en impartirlo, pudo ser Pedro (cf. Hech 3, 38). Tampoco sabemos si al principio entraban todos en el agua o bastaba el "bautismo en el Espíritu", como renovación interior. Lo cierto es que el bautismo en agua se hizo pronto un signo clave de pertenencia cristiana, la primera institución visible de los seguidores de Jesús. Conocemos las dificultades de la iglesia con la circuncisión (cf. Hech 15; Gal 1-2), pero nadie se ha opuesto al bautismo, entendido como afirmación social y escatológica, signo de la salvación ya realizada en Cristo.
  2. El bautismo cristiano es escatológico y pascual. Por un lado mantiene a los creyentes en continuidad con Juan y el judaísmo, que lo realizaban. Pero, al mismo tiempo, expresa y expande la nueva experiencia de la muerte y pascua de Jesús, en cuyo nombre se bautizan sus fieles.
  3. El bautismo es signo de iniciación y demarcación. Quienes lo reciben nacen de nuevo, insertándose en la muerte y resurrección de Jesús (cf. Rom 6). De esa forma se distinguen y definen a sí mismos, como indicará muy pronto la fórmula trinitaria (en el nombre del Padre, Hijo y Espíritu: Mt 28, 16-20).
  4. El bautismo es signo de universalidad, que supera la división de estados y sexos, como sabe Gal 3, 28: "ya no hay judío ni gentil, macho ni hembra...". La circuncisión discriminaba, como signo en la carne (para judíos y varones). El bautismo es igual para varones y mujeres y todos los humanos. El bautismo enmarca la paradoja de la institución cristiana, que es universal y creadora, como el agua, que todos los hombres y mujeres emplean para lavarse y beber. Conserva el recuerdo del pecado (es para perdón), pero expresa y despliega el nuevo nacimiento en amor e igualdad para todos los humanos: se expresa Dios en el agua, en él nacemos, de su vida vivimos, superando el poder de fatalidad y muerte que nos tiene dominados sobre el mundo.

El bautismo cristiano, como expresión de unión con Jesús y de aceptación de su misterio total (“en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”: Mt 28, 19-20 → Trinidad), no tiene por qué estar vinculado a la niñez, sino que puede y debe celebrarse también en situación de vida adulta. Pero en un sentido fuerte la iglesia lo ha relacionado de manera intensa con los niños, interpretando su celebración como nacimiento para la vida universal, para la comunión gratuita de los hijos de Dios. No se bautiza al niño en nombre de un sistema, de un estado, de una patria o de una economía. La iglesia le bautiza como Hijo de Dios (en nombre de la Trinidad) para la vida universal, para la fraternidad humana, comprometiéndose a ofrecerle un lugar donde podrá crecer para esa fraternidad.

(5) Pascua y Pentecostés. Bautismo en el Espíritu.La tradición sinóptica ha puesto en boca de → Juan Bautista la distinción entre los dos bautismos: uno de agua (el suyo), para penitencia, en la línea de la preparación, propia de Israel); otro de Espíritu Santo (el de Jesús), para introducir a los hombres en la fuerza y vida de Dios (cf. Mc 1, 8). En la tradición más antigua, el bautismo en el Espíritu podía interpretarse en sentido judicial, tomando el espíritu en sentido fuerte, como huracán o viento de la gran siega de Dios, unido al hacha que corta los trocos secos y al fuego que quema la paja y los trocos (cf. Mt 3, 10-11). Lucas ha mantenido el tema (Lc 3, 16-17), pero lo ha recreado en el libro de los Hechos, interpretando el espíritu (viento) y el fuego del juicio final desde la perspectiva de la iglesia, en cuya vida y misión se expresa y actúa el verdadero Espíritu de Dios, no como fuego de juicio que quema y destruye a los pecadores, sino como fuente de vida mesiánica. Jesús dice a sus discípulos que no se alejen de Jerusalén, porque tienen que recibir allí el Espíritu, apareciendo así como testigos y destinatarios de un juicio convertido en principio de vida de la iglesia: «Recibiréis del poder del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra» (Hech 1, 8). Así se cumplirá por Jesús la promesa de Juan Bautista (Lc 3, 16; cf. Mc 1, 8), promesa que el evangelio de Juan ha vinculado a la pascua cristiana, pus «antes no había Espíritu, porque Jesús no había resucitado todavía» (cf. Jn 7, 39). Por eso, Juan identifica pascua con Pentecostés: el mismo Jesús resucitado sopla sobre los discípulos diciendo: «Recibir el Espíritu Santo…» (Jn 20, 22). Pero Lucas ha querido separar los dos gestos (Pascua y Pentecostés), de tal forma que sitúa la venida y bautismo en el Espíritu después de la → ascensión: «Cuando llegó el día de Pentecostés estaban todos unánimes juntos. De repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban; 3 y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablaran» (Hech 2, 1-4). Este es el principio de todo bautismo cristiano: la presencia y acción del Espíritu de Cristo en los creyentes.

(6) Bautismo cristiano. Recuerdo de Jesús.El recuerdo de la relación de Jesús con Juan Bautista se ha mantenido firme en la iglesia. Ciertamente, ella ha proyectado su teología en el relato del bautismo de Jesús (Mc 1, 9-11 par), pero no ha querido ni podido borrar la memoria de que Jesús fue bautizado, con (o como) otros pecadores y fieles de Israel. Desde ese fondo ha de entenderse el bautismo cristiano, tal como lo ha instituido la iglesia cristiana, partiendo de la experiencia de Jesús, que ha comenzado compartiendo la visión de juicio de Juan Bautista. Pero después Jesús ha superado esa visión, no en línea de crítica o rechazo sino de plenitud o desbordamiento. El mismo relato bautismal afirma que Dios Padre se ha mostrado a Jesús en el bautismo, confiándole una tarea más alta, en línea de nuevo nacimiento. Allí donde Juan afirmaba que el mundo termina, dirá Jesús que la vida verdadera empieza. La experiencia de muerte del bautismo se abre de esa forma a la esperanza del reino. En esa línea, queremos decir que, básicamente, Jesús no ha bautizado. Quizá al principio actuó al lado de Juan, bautizando él también a los que venían a buscarle (cf. Jn 3, 22; 4, 1-2). Pero después ha superado ese gesto de bautismo, como saben los sinópticos (M 1, 14 par). Ha dejado el Jordán, junto al desierto, que es lugar de purificación, y ha venido a Galilea, tierra prometida, para anunciar y realizar los signos del Reino. No ha bautizado para la muerte, sino que ha proclamado el triunfo de la vida de Dios a través del gesto del perdón y la acogida a los excluidos del sistema, en un camino de curación, gratuidad, pan compartido. Por eso, todo intento de ritualizar a Jesús significa un retorno a Juan Bautista o, peor aún, a los otros bautistas menores.

(7) La iglesia ha vuelto a bautizar en nombre de Jesús. Ese gesto empieza siendo extraño, pues el mensaje de Jesús no incluía elementos bautismales. Puede haber influido la conveniencia de tener un rito distintivo. Ha influido también el recuerdo del mensaje y figura de Juan, la experiencia de Pentecostés... Sea como fuere, la iglesia empieza a bautizar en nombre de Jesús, no en la línea de las purificaciones bautistas (esenias), sino para ratificar el cumplimiento escatológico de aquello que Juan había evocado y anunciado. Al recrear y mantener el bautismo de Juan, la iglesia ha tomado una opción trascendental. No sabemos quién lo hizo, pudo ser Pedro (cf. Hech 3, 38). Tampoco sabemos si al principio se bautizaban en agua todos los que confesaban su fe en Jesús o bastaba el bautismo en el Espíritu, como renovación interior. Lo cierto es que el bautismo en agua se hizo pronto un signo clave de pertenencia cristiana, la primera institución visible de los seguidores de Jesús. Conocemos las dificultades de la iglesia con la circuncisión (cf. Hech 15; Gal 1-2), pero nadie se ha opuesto al bautismo, entendido como afirmación social y escatológica, signo de la salvación ya realizada en Cristo.

(8) El bautismo cristiano, bautismo  pascual. Por un lado mantiene a los creyentes en continuidad con los discípulos de Juan Bautista y con aquellos judíos, que realizaban ritos semejantes. Pero, al mismo tiempo, expresa y expande la nueva experiencia de la muerte y pascua de Jesús, en cuyo nombre se bautizan sus fieles (cf. Hech 8, 16; 1 Cor 1, 13). Lógicamente, la iglesia proyectado en los relatos del bautismo de Jesús el conjunto de su fe, como muestra claramente Pablo cuando interpreta el bautismo de Jesús como experiencia de muerte y nuevo nacimiento (cf. Rom 6, 4). En su forma actual, el relato del bautismo reproduce la vivencia de la iglesia que proyecta su fe sobre la escena, expresando por ella la filiación divina de Jesús (que Rom 1, 3-4 sitúa en ámbito pascual) y la misma venida carismática del Espíritu Santo. Los elementos de la escena –apertura del cielo, descenso del Espíritu y voz de Dios– son conocidos en la apocalíptica judía y se aplican al fin de los tiempos. Al unirlos aquí, Mc 1, 9-11 par afirman que la espera se ha cumplido, que ha llegado tiempo de la salvación (cf. Mc 1, 14-15): Dios se manifiesta y revela su obra a través de Jesús resucitado, por medio del Espíritu, en la iglesia que confiesa su misterio.

(9) Bautismo cristiano, experiencia escatológica. A partir de los elementos anteriores, muchos cristianos han leído el relato del bautismo de Jesús como anticipación apocalíptica que sirve para decir que Jesús es Siervo de Yahvé y para anunciar el fin del mundo. Dios mismo constituye a Jesús Profeta-Siervo (cf. Is 42, 1) a través de unos signos – apertura del cielo, voz divina, descenso del Espíritu – que expresan el cumplimiento de los tiempos. En un principio, este relato serviría para confesar a Jesús como enviado último de Dios y anunciar el fin del mundo. Más tarde, al releerlo en un contexto de iglesia establecida, los cristianos habrían reinterpretado los viejos elementos, eliminando las referencias escatológicas: la apertura del cielo viene a ponerse al servicio del descenso del Espíritu, que ya no es principio de recreación del final, sino signo de la presencia de Dios en Jesús; por otra parte, la voz del cielo se convierte en palabra de Dios a Jesús. Sea como fuere, los tres momentos (historia, pascua, escatología) pueden y deben vincularse, como hace Mc 1, 9-11: en el comienzo de la historia de Jesús se anuncia su plenitud final (cielo abierto) y se ofrece una experiencia de su pascua (Jesús constituido Hijo de Dios por la resurrección: Rom 1, 3-4). Desde ese fondo, volviendo al principio histórico, podemos suponer que Jesús vino donde Juan, como buscador de Dios y buscador de sí mismo (de su propia identidad) compartiendo la suerte de los hombres y en especial de los publica­nos y prostitutas (cf. Mt 21, 31). Con ellos se situó, es­cuchando la llamada de Dios: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me he complacido» (Mc 1, 11). Jesús se hallaba hasta entonces en camino de búsqueda de sí mismo, como muchos hombres y mujeres de la tierra. Con ellos ha bajado a las aguas del Jordán, para confesar el pecado de la historia y colocarse en las manos creadoras de Dios. Dios le ha respondido, con palabra y gesto poderoso, reconociéndole como Hijo sobre el mundo.

(10) Bautismo cristiano, experiencia trinitaria. Los cristianos posteriores dirán que ese mismo Jesús, bautizado un día concreto por Juan, brotaba eternamente de Dios Padre en el misterio trinitario. Por eso, al bautizarse, ellos proclaman la gran palabra. De esa manera, siendo un signo pascual, el bautismo en nombre de Jesús es signo de iniciación, demarcación y universalidad. Quienes lo reciben nacen de nuevo, insertándose en la muerte y resurrección de Jesús (cf. Rom 6). De esa forma se distinguen y definen a sí mismos, como indicará muy pronto la fórmula trinitaria (en el nombre del Padre, Hijo y Espíritu: Mt 28, 16-20). Al mismo tiempo, el bautismo cristiano es signo de universalidad, que supera la división de estados y sexos, como sabe Gal 3, 28: «ya no hay judío ni gentil, macho ni hembra...». La circuncisión discriminaba, como signo en la carne (para judíos y varones). El bautismo es igual para varones y mujeres y todos los humanos. El bautismo enmarca la paradoja de la institución cristiana, que es universal y creadora, como el agua, que todos los hombres y mujeres emplean para lavarse y beber. Conserva el recuerdo del pecado (es para perdón), pero expresa y despliega el nuevo nacimiento en amor e igualdad para todos los humanos: se expresa Dios en el agua, en él nacemos, de su vida vivimos. Del origen de los tiempos llega este signo: aceptar y agradecer la vida, ese es el principio de toda confesión cristiana. Convertirlo de nuevo en puro rito, como una condición externa de perdón o salvación supondría destruir su sentido.

(11) Bautismo de Jesús, gracia universal (Mt 28, 16-20). Como cristiano anticipado, desde las mismas aguas de juicio y conversión de su bautismo, Juan Bautista ha pedido a Jesús el nuevo bautismo de su gracia (Mt 1, 14: yo tengo necesidad de que tú me bautices). Jesús le escucha, pero no puede responderle aún y bautizarse, sino indicar que uno y otro deben cumplir su tarea mesiánica. Lo hará al final de su camino, en la montaña de la pascua, cuando diga a sus discípulos que vayan, ofreciendo a los pueblos el «bautismo en Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19). Antes que posible rito, objetivado en forma de inmersión en el agua, el Bautismo de Jesús es una gracia y experiencia de renacimiento. Juan bautizaba, evidentemente, en agua, como él mismo ha querido resaltarlo, pero Jesús no bautizará en agua sino en Espíritu Santo y Fuego de Dios, es decir, en el misterio y gracia de su vida, vinculada al Padre y al Espíritu Santo. Tomado estrictamente, el pasaje final de Mt 28, 19 no exige (o no supone en primer lugar) el bautismo en agua. Hemos estado quizá muy influidos por una cristología sacramentalista, que define como cristianos a quienes cumplen el rito del agua o un determinado tipo de normas externas. Hemos identificado demasiado fácilmente la cristología (y el cristianismo) con un orden o esquema de creencias, muy vinculadas a la cultura de occidente. Pues bien, el bautismo de Jesús (de tipo trinitario) nos sitúa ante una gracia y tarea más honda: la de bautizar (introducir vitalmente) a los pueblos en el misterio de gracia que forman el Padre, Hijo Jesús y Espíritu Santo. De todas formas, el rito externo, vivido en forma de nacimiento eclesial por la comunidad que acoge al creyente en su seno, constituye un elemento clave de la vida cristiana.

 (cf. E. Lupieri, Giovanni Battista nelle tradizioni sinottiche, Paidea, Brescia 1988; Giovanni Battista fra Storia e Leggenda, Paideia, Brescia 1988; J. D. G. Dunn, Jesús y el Espíritu, Sec Trinitario, Salamanca 1981. G. Barth, El bautismo en el tiempo del cristianismo primitivo, BEB 60, Sígueme, Salamanca 1986; C. K. Barret, Espíritu Santo en la tradición sinóptica, Secretariado Trinitario, Salamanca 1978; E. Schweizer,  El Espíritu Santo, BEB 41,Sígueme, Salamanca 1992).

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