Cites Ávila 15-17 Agosto. Ver a Dios, vivir en Dios: El Espíritu Santo
Cites, Ávila 15-17 Agosto 2022
Meditaremos sobre siete textos principales de Pentecostés, como culminación del misterio pascual, nueva y más alta experiencia de ver a Dios (vivir en Dios) por Jesús, en comunicación personal de vida en Dios y en transformación eclesial
Estará al fondo la visión teológica más honda del Espíritu santo, con sus diversos dones/carismas. Insistiré en la lectura orante de estos pasajes centrales del Nuevo Testamento, entendidos en forma unitaria desde la perspectiva actual de la vida personao y de renovación la iglesia.
Estará al fondo la visión teológica más honda del Espíritu santo, con sus diversos dones/carismas. Insistiré en la lectura orante de estos pasajes centrales del Nuevo Testamento, entendidos en forma unitaria desde la perspectiva actual de la vida personao y de renovación la iglesia.
| X.Pikaza
VER DIOS, UNA EXPERIENCIA ORANTE
Siete temas
- Mc 16, 1-8. Id a Galilea, allí le veréis.
Las mujeres van a la tumba donde habían enterrado a Jesús, para ungirle y ratificar su muerte. Pero el ángel de Dios les dice que no está allí:
Éste es el el lugar donde habían puesto. No está aquí, ha resucitado. Pero id, decid a sus discípulos, y a Pedro, que él os precede a Galilea. Allí le veréis, como él os dijo. Ellas salieron y huyeron del sepulcro, porque estaban aterrorizadas y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo” (Mc 16, 7-8).
La pascua aparece así como un sepulcro vacío y una experiencia de visión pentecostal en Galilea, programa total de evangelio y de vida cristiana, argumento y tarea principal del cristianismo.
2. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 6, 8)
A diferencia de Mc 16, 1-8, M8 28 dice que las mujeres dejaron la tumba con temor sagrado, corrieron para anunciar la pascua a los discípulos… pero en el mismo camino “vieron a Jesús”, que salió a su encuentro. Conforme a la experiencia de conjunto del evangelio de Mateo, éste pasaje ha de verse a la luz de la bienaventuranza central de su evangelio: los limpios se corazón verán a Dios.
Éste es un tema clásico de la tradición israelita (cf. Sal 24, 4). Según todo el argumento del evangelio Mateo, Jesús ha venido a limpiar el corazón de los hombres, a fin de que ellos puedan ver a Dios, penetrar en su interior divino, compartiendo en visión de amor la vida de los hombres y mujeres, que así aparecen como comunidad de videntes, de transfigurados en el corazón de Cristo.
3.1 Cor 13, 12. Ahora vemos como en un espejo. Entonces conoceré como soy conocido
El canto al amor de 1 Cor 13 retoma el motivo de la visión de Dios y lo hace desde la perspectiva del conocimiento de amor. Sólo el que ama conoce y se conocerá plenamente en Cios que es amor, conforme a un camino que ha sido abierto por Cristo, de manera que la plenitud del amor será plenitud de conocimiento, expresado en forma de camino pascual.
Ahora, conocemos en parte, como en un espejo borroso y partido… Nuestra visión es como un “enigma” impreciso, anhelante y dolorido de Dios. Somos una promesa de conocimiento pleno.
Entonces conoceremos como somos conocidos… Por revelación y presencia de Dios hemos nacido y somos. Conocimiento pleno de Dios seremos. Esa es nuestra esencia: Conocer como somos conocidos, amar como somos amados por Dios en Cristo. Esa es la experiencia plena del Espíritu Santo, que es conocimiento dialogal plena de amor.
4. 2 Cor 3, 12-18. Caerá el velo y veremos cara a cara, porque el señor es el Espíritu.
Este es el más hondo y enigmático pasaje y programa de conocimiento de Dios segúnPablo y según todo el NT. Parece un “midrash”, comentario y actualización, de Ex 34,29-35, donde se dice que Moisés ponía un velo ante los ojos para hablar con Dios, de manera que los israelitas no vieran su rostro resplandeciente (ni él viera a Dios, pues moriría).
Pero el Señor (que es Jesús) se ha quitado el velo, muriendo (viviendo) en amor a Dios, cara a cara, formando parte de su misterio. Por eso dice Pablo que el Señor Jesús es el Espíritu, la libertad del amor que nos permite ver a Dios (vernos en Dios), formando parte de la vida que es (permanece y espera) en el interior del mismo amor divino. Caerá el velo de Moisés, el velo del templo, allí donde el Dios de Jesús nos hace capaces de mirarle cara a cara.
5. Jn 6, 55. 63. Mi Carne es comida; mi sangre, bebida; mis palabras, Espíritu y Vida.
Estas palabras condensan el “sermón del pan de vida”, que Jesús pronunció en la sinagoga de Cafarnaúm (Jn 6). Ellas definen la novedad de la mística cristiana como experiencia de comunicación. Ser en Dios es regalar la propia vida como Carne y Sangre (=como Dios) para que en nosotros vivan y sean otros. No somos simplemente “de Dios” (que lo somos), sino Dios para los otros, es decir eucaristía.
Éste es el sentido de vivir en la Palabra de Jesús que es “Espíritu y vida”, comunión de amor para los otros. Somos aquello que damos (como proclama el lema de Cáritas 2022). Por eso, la mística de ver a Dios ha de entenderse en sentido muy carnal: Sólo puede ver a Dios quien da su vida como “carne y sangre” para hacer así que vivan otros, como Cristo que ha sido y es “Dios para los otros” (sus palabras son Espíritu y vida).
6. Jn 7, 37-38. Quien tenga sed venga a mí y beba… Así dijo refiriéndose al Espíritu Santo.
El texto anterior (Jn 6) presentaba a Jesús como carne-sangre de vida, no sólo él, sino aquellos que compartieran su proyecto “eucarístico”. Éste pasaje le presenta como “fuente de vida”. La Fuente/fonte original es Dios. Cristo es su presenciaencarnada, y en él podemos ser y somos fuente todos los creyente, conforme a la riquísima polisemia del texto, según la cual la fuente de agua viva es Cristo y son, al mismo tiempo los creyentes.
La anotación final (esto lo dijo refiriéndose al Espíritu, porque no había aún Espíritu, pues Jesús no había sido glorificado todavía)expresa el sentido más hondo del pasaje. Éste es un texto pascual: La resurrección es transmisión de “agua viva” (del Espíritu santo). Jesús ha resucitado dando su Espíritu a los hombres. Así nosotros resucitamos dando nuestro ser a os demás, pues somos aquello que damos.
7.Jn 20, 19-23. Pentecostés. Recibid el Espíritu Santo, a quienes perdonéis…
“A la tarde de aquel día primero de la semana, y estando cerradas las puertas del lugar donde estaban los discípulos, por el medio a los judíos, vino Jesús…, les mostró las manos y el costado, diciéndoles “como el Padre me ha enviado, así os envío yo”, y comunicándoles su aliento les dijo: - Recibid el Espíritu Santo, a quienes perdonéis los pecados les serán perdonados; y a quienes se los retengáis les serán retenidos (20, 19-23).
- La pascua es presencia gloriosa del crucificado.Jesús mostró a sus discípulos las manos y el costado (20, 20), en gesto que después recibirá nuevo contenido ante el rechazo de Tomás (cf. 20, 24-29). Creer en la pascua es mirar, es descubrir a Jesús crucificado como Señor glorioso
- La pascua se vuelve así Pentecostés. Jesús resucitado sopla sobre sus discípulos diciendo recibid el Espíritu Santo (20,22), en gesto que instituye la nueva creación. El mismo Dios había soplado en el principio sobre el ser humano, haciéndole viviente (Gén 2, 7). Ahora sopla Jesús, como Señor pascual, para culminar la creación que en otro tiempo había comenzado.
- La pascua es misión: ¡como el Padre me ha enviado así os envío yo! (20, 21). A lo largo de todo el evangelio, Juan ha presentado a Jesús como enviado de Dios: misión es toda su existencia. De ahora en adelante, los cristianos son enviados de Jesús. Realizan una obra que es propia del Señor resucitado: expanden y despliegan su camino, realizan su misterio sobre el mundo.
- El texto culmina en forma de perdón: a quienes perdonéis los pecados... (20, 23 Este es a los ojos del evangelio el gran problema del mundo: no hay perdón, los hombres se encuentran divididos, destruidos; carecen de medios para expresar el perdón, no hay para ellos sacrificios que puedan transformarles. Pues bien, sobre ese desierto de pecado (falta de perdón), Jn ha interpretado la pascua como experiencia transformante de perdón mutuo en la iglesia.
Texto cental: Jn 7, 37-38.
QUIEN TENGA SED VENGA A MÍ Y QUE BEBA…
ASÍ DIJO REFIRIÉNDOSE AL ESPÍRITU SANTO.
Este pasaje le presenta como “fuente de vida”de Dios. Cristo es su fuente encarnada, y en él podemos ser y somos fuente todos los creyentes, conforme a la riquísima polisemia del texto, según la cual la fuente de agua viva es Cristo y son, al mismo tiempo los creyentes.
La anotación final del pasaje (esto lo dijo refiriéndose al Espíritu, porque no había aún Espíritu, pues Jesús no había sido glorificado todavía). Éste es un texto pascual: La resurrección es transmisión de “agua viva” (del Espíritu santo). Jesús ha resucitado dando su Espíritu a los hombres. Así nosotros resucitamos dando nuestro ser a os demás, pues somos aquello que damos.
El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús, en pie, gritaba: El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba. Como dice la Escritura: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva. Decía esto refiriéndose al Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él. Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado.
Éste es un motivo importante, vinculado a la celebración de la fiesta de los Tabernáculos, que para muchos judíos era (y sigue siendo) de gran transcendencia, porque recuerda el camino de los hebreos por el desierto y anticipa la entrada final en la tierra prometida. En el contexto de esa fiesta sitúa el evangelio de Juan un discurso muy significativo (Jn 7, 37-53) que comienza con la evocación de las aguas sagradas, que marcarán la llegada del tiempo escatológico (Jn 7, 3-38), aguas de la vida de Jesús y/o de cada uno de aquellos que creen.
El tema aparece ya en un texto antiguo de condena de Isaías: «Por cuanto desechó este pueblo las aguas de Siloé, que corren mansamente, y se regocijó con Rezín y con el hijo de Romelía…» (Is 8, 6). Las aguas de Siloé son las que brotan desde (bajo) el templo, bien visibles y vivas todavía, apareciendo como signo de la protección de Dios, que los judíos despreciaban, buscando alianzas militares peligrosas con las aguas del Nilo (Egipto) o las del Éufrates (Mesopotamia), en el tiempo de la guerra siro-Efraimita (a mediados del siglo VIII a.C.).
Después que Jerusalén cayó en manos de los babilonios, siendo destruida, elevó Ezequiel su profecía: Del interior del templo manará el agua hacia el oriente... El agua irá bajando por el lado derecho del templo... y crecerá hasta convertirse en un gran río (Ez 47, 1ss). Ésta será la verdadera fuente y río de los tiempos mesiánicos, signo de presencia de Dios y de trasformación de la tierra desierta, que baja de Jerusalén al Mar Muerto. En esa línea se sitúa Zacarías: Aquel día brotará un manantial de Jerusalén; la mitad fluirá hacia el mar oriental, la otra mitad hacia el mar occidental, lo mismo en verano que en invierno (Zac 14, 8-9). En esa línea se sitúa el río final del paraíso, que brota del templo y que riega toda la tierra (Ap 22, 1-2; cf. Gen 2, 10).
Jesús retoma ese motivo, no sólo en la escena de la Samaritana, junto al pozo de Siquem, vinculado con la tradición de Jacob (Jn 4, 7-15), sino especialmente en este pasaje, en el templo de Jerusalén, donde se evocaba en la fiesta de los Tabernáculos el tema del agua de la vida, que brotaría al fin desde el templo, para todos los pueblos. En ese contexto, Jesús se eleva a sí mismo como nuevo santuario, fuente de agua verdadera, poniéndose en pie y gritando… Así comienza ese pasaje, que no puedo comentar extensamente por su longitud, y porque además puede traducirse de dos formas, según se coloquen las comas (que en el texto original no existen, pues en papiros y manuscritos antiguos ponían el texto de corrido).
‒ La primera traducción dice así: “Si alguien tiene sed que venga a mí, y que beba el que cree en mí (=de Jesús), (pues) como dice la Escritura de su seno (del Mesías) brotarán corrientes de agua viva”. El mismo Jesús aparece, según esa traducción, como seno o cavidad profunda de la que brotan ríos de agua viva. Esta versión nos pone, según eso, ante la imagen del “mesías fuente”, de tal forma que podemos hablar de una “sed del agua que brota del Cristo”, que es en realidad “sed de Dios”, conforme al motivo de la cierva que busca corrientes de agua (Sal 21).
Ésta es la versión más teológica del tema, que concibe al creyente como “sediento de Dios”, y, en nuestro caso, “de Cristo”, el enviado de Dios, que así aparece como fuente de agua viva. En esa línea se puede afirmar que beber de Cristo es beber y saciarse de otro ser humano, en gesto de amor y comunión, en intimidad (los amantes beben vida unos de otros) y de solidaridad profunda, pues sólo un ser humano puede saciar de verdad el hambre y sed profunda de otro ser humano.
‒ Pero hay una segunda traducción, que resulta filológicamente más probable, por el testimonio de los lectores antiguos del texto, y por la forma de colocar la expresión “el que cree” (ho pisteuôn) que suele venir casi siempre al comienzo de una nueva frase. Conforme a esa versión, el texto debe traducirse así: “Si alguien tiene sed que venga a mí y que beba. Quien crea en mí, como dice la Escritura de él brotarán ríos de agua viva”. Esta traducción parece algo más compleja, pero responde perfectamente al “espíritu” del texto griego, y a la dinámica del paralelismo poético semita. Según ella, quien tenga sed puede acercarse a Cristo y beber, porque la misma fe de Cristo le convierte (al creyente) en cavidad profunda, manantial o seno del que brota el agua.
Eso significa que el creyente sigue bebiendo de Jesús, que es el verdadero manantial, templo de agua. Pero, en un sentido aún más intenso, él bebe “de su propio pozo”, pues la fe en Cristo se vuelve en su interior en manantial o manadero de corrientes de agua viva. Cada creyente es, por lo tanto, un nuevo Cristo, templo de Dios, pues de su mismo interior (habitado por Dios) brota el agua. En ese sentido podemos Beber del propio pozo, como dice el título de un libro de Gustavo Gutiérrez (Salamanca 2007), pues cada persona es manantial de agua de Dios, a quien busca y descubre en su interior, a través de Cristo, que se encarna y habita en los hombres.
Quedando firmes esos dos sentidos, para completar el mensaje y tarea de Jesús, debemos añadir la palabra clave de Mt 25, 31-46, que habla de una forma expresa y sangrante de aquellos que tienen hambre y sed, física y espiritual, social y personal, para decirnos que en ellos habita el mismo Cristo, que preguntará al fin de los días a los hombres y mujeres de todos los pueblos, en nombre de los hambrientos y sedientos del mundo: Tuve hambre ¿me diste de comer? Tuve sed ¿me diste de beber…? El Cristo del agua del templo que da de beber a todos, según Jn 7, 37-38, se presenta así como el Cristo sediento, que tiene sed de vida (de agua, de presencia y ayuda) en todos los sedientes de la tierra.
El agua es la vida de Jesús, el equivalente de su carne y de su sangre… Jesús da su “agua”, da du misma vida a los hombres… Es el agua del bautismo y de la creación.
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
Congar, I. M., El Espíritu Santo, Herder, Barcelona 1983
Garrigues, J. M., El Espíritu que dice ¡Padre!, Sec. Trinitario, Salamanca 1985
Mühlen, H., El Espíritu Santo en la Iglesia, Secretariado Trinitario, Salamanca 1998
Philips, G., Inhabitación trinitaria y gracia, Sec. Trinitario, Salamanca 1980
Pikaza, X., Diccionario de la Biblia, VD, Estella 2017; historia de Jesús, VD, Estella 2015
Schweizer, E. El Espíritu Santo, Sígueme, Salamanca 1992.