¡Cristo Rey! Le despreciaron los "soldados" crucificados a su lado (Mc 15, 29-32)

La narración mas antigua del NT es la de Marcos, y en ella se inspiran las restantes, incluida la de Lucas. Pues bien, siguiendo la petición de un par de “amigos” y las bellísimas observaciones de J. M. González, de Córdoba (Argentina), me atrevo hoy a comentar esta versión de Marcos
Lo primero que sorprende es que Marcos insiste en la “derrota” del Rey, tal como la ponen de relieve los transeúntes, los sacerdotes y los otros dos crucificados. En ese contexto hay que anotar que los dos crucificados (ladrones) critican a Jesús (le injurian y desprecian, por perderdor). No hay un ladrón bueno y otro malo, como en Lucas, sino que los dos son “malos” (o si queréis “buenos”) en terminología social y política.
Precisamente porque son “buenos ladrones” (bandidos, celotas guerrilleros) los dos tienen que despreciar a Jesús. Siga leyendo el texto quien quiera conocer mejor el reinado del Señor Jesús, vea las injurias de los dos ladrones (¡los dos!). Sólo si se entiende bien este pasaje se podrá leer después la perspectiva de Lucas, a quien volveré mañana.
Estos dos soldados de la resistencia judía despreciaron a Jesús por no sumarse a su levangamiento. No sé si pueden hacerse a partir de aquí muchas teorías, pero se puede leer y senir el texto. Y buen fin de semana a todos.
Imagen: ¿Qué harían los crucificados de la rebelión de Espartaco si hubieran crucificado a Jesús a su lado?. ¿Se habrían portado como los dos lêstai de Marcos, despreciando a Jesús por no haberse sumado a la Gran Rebelión? ¿Murió Jesús como valiente, o fue un fanlo cordero, como suponen los dos guerreros que mueren a su lado y le desprecian? ¿En qué se distinguen esas cruces? En el lenguaje actual ¿fueron al cielo los dos crucificados de los lados de Jesús, a pesar de que le despreciaron?
Texto (Mc 15, 29-32).
a. Transeúntes) 29 Los que pasaban por allí blasfemaban contra él, meneando la cabeza y diciendo: ¡Ay, tú que destruías el templo y lo reedificabas en tres días! 30 ¡Sálvate a ti mismo, bajando de la cruz!
(b. Sacerdotes) 31 Y lo mismo hacían los sumos sacerdotes y los escribas, que se burlaban de él diciéndose unos a otros: ¡A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse! 32 ¡El Mesías! ¡El rey de Israel! ¡Que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos!
(c. Los otros dos crucificados) Y también los que habían sido crucificados junto con él lo injuriaban.
No les basta con haberle condenado; no se sac
ian con su muerte. Transeúntes y sacerdotes tienen que mostrarse vencedores (¡mostrando de esa forma su inseguridad interna!) y, por eso, entonan su parodia, como endecha funeraria de sarcasmo, ante el crucificado. Parece que Pilato respeta la muerte de Jesús, igual que los soldados paganos. Pero hay personas que se habían sentido interpeladas por Jesús y que ahora, al verle torturado e impotente, se levantan y se detienen a su lado para despreciarle. Necesitan insultar al condenado para sentirse asegurados. Carecen de piedad ante su muerte.
Ciertamente, en el contexto actual del evangelio, éstos que insultan y se burlan de Jesús son otros judíos (como Jesús), pero Marcos no los presenta como “judíos”, sino como signo de todos aquellos que se mofan y alegran de la muerte de los otros. Son personajes simbólicos, más que históricos, expresión del costado más siniestro de la vida, que se manifiesta allí donde un hombre desprecia a otro hombre vencido.
El vae victis romano (¡ay de los vencidos!) puede tener su grandeza, pues expresa la tragedia de la, y muestra el honor ante los derrotados, a los que no se desprecia, sino que se honra. Pero allí donde alguien se mofa de los derrotados y vencidos (como aquí se mofan de Jesús) la humanidad desciende hasta el último escalón de su miseria. Estamos ante el abismo final de la degradación psicológica y “espiritual” (si es que puede utilizarse esta palabras), que sigue apareciendo en nuestro mundo (incluso entre los cristianos, cuando se alegran de la tortura y de la muerte de los otros) (1)
Éste es quizá el pasaje más sangriento de todo el evangelio, un texto que Marcos ha empezado a construir con el recuerdo de Salmo 22, que sigue actuando como “telón de fondo” sobre el que se proyectan los “dolores” del justo sufriente: «Todos los que me ven se burlan de mí, hacen muecas con sus labios, agitan su cabeza... » (Sal 22, 7; cf. 109, 25).
Aquí hablan aquellos que necesitaban aplastar a los demás (en este caso al Mesías) para sentirse ellos alzados. Del fracaso de los otros viven; sobre la cruz de Jesús edifican su edificio de seguridades. Los temas que evocan son los mismos que hemos visto discutidos en el “juicio ante el sanedrín” (14, 55-64) y, de un modo especial, en la burla de los soldados (cf. 15, 16-20). El texto distingue tres grupos: (a) Los que pasan evocan la palabra de Jesús sobre el templo; (b) Los sacerdotes le acusan de querer se mesías sin contar con el poder necesario. (c) Los crucificados a su derecha y a su izquierda también le desprecian.
15, 29-30. Transeúntes. Tú que destruías el templo
29 Los que pasaban por allí blasfemaban contra él, meneando la cabeza y diciendo: ¡Ay, tú que destruías el templo y lo reedificabas en tres días! 30 ¡Sálvate a ti mismo, bajando de la cruz!
La cruz marca el final del proyecto de Jesús, y por eso cantan en gesto de triunfo aquellos que han buscado su muerte, formando un cortejo de ironía blasfema, de gentes que pasan y pasan (paraporeuomenoi) diciendo: «¡Tú que destruías el Templo y lo edificabas en tres días, sálvate a ti mismo, bajando de la cruz!» (15, 29-30). Así ridiculizan a Jesús y se burlan de su impotencia: se había opuesto al Templo, diciendo que él “lo destruiría”, pero el Templo permanece y él se muere; evidentemente es un mesías falso (hemos presentado el tema al comentar: 11, 12-26; 13, 2 y 14, 58).
Éste ha sido y sigue siendo un tema central del proceso de Jesús. Los que le acusan de esa forma y se ríen, al verle derrotado, son de aquellos “observantes del templo”, que se habían visto amenazados por su forma de portarse. No han querido aceptarle, no le han creído, pero han tenido miedo de quedar sin templo y de perder sus privilegios (quedan sin seguridad). Por eso se ríen del poder de Jesús, ahora que está en la cruz (¡quería destruir el templo y reedificarlo en tres días!), y le piden que lo demuestre, descendiendo de la cruz, para hacer precisamente aquello que había proclamado: ¡Que se salve ahora a sí mismo bajando de la cruz! (15, 29-30) (2)
En el fondo de su dureza, éste es un tema profundamente irónico. (a) En sentido externo, Jesús está muriendo, mientras sigue firme el templo. No se ha cumplido su amenaza; carecía de sentido su mensaje universal de reino. El pretendido profeta salvador no puede ni salvarse él mismo, de manera que ha caído en manos de su propia impotencia. De esa forma miran y desprecian a Jesús crucificado sus primeros acusadores. (b) Pero, en un sentido más profundo, Jesús triunfa precisamente a través de la cruz (como supone 16, 6), al proclamar la resurrección de Jesús, el crucificado. Los que le desprecian así, por estar en la cruz, no saben que, precisamente a través de la fidelidad de Jesús en la cruz, el velo del templo que ellos dicen defender “se rasgará de arriba abajo”, perdiendo su sentido (15, 38) (3)
15, 31-32a. Sacerdotes y escribas: ¡Si eres el Cristo!
31 Y lo mismo hacían los sumos sacerdotes y los escribas, que se burlaban de él diciéndose unos a otros: ¡A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse! 32 ¡El Mesías! ¡El rey de Israel! ¡Que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos!
A la burda de los transeúntes, más centrada en el templo, se une el gesto de los sacerdotes y escribas, que desprecian a Jesús, llamándole mesías fracasado, falso rey de Israel. De esa forma retoman un motivo del juicio (cf. 14, 53-65). Pero hay una diferencia: Sentado en el tribunal, de forma solemne, el Sumo Sacerdote había interrogado a Jesús preguntándole si era “el Cristo, el Hijo del Bendito” (14, 61); ahora, en plena calle, sacerdotes y escribas no pueden aludir a Dios de esa manera, ni evocar su nombre; por eso, en vez de preguntarle si es el Cristo, Hijo de Dios, se ríen llamándole el Cristo, Rey de Israel.
Ésta es la gran ironía, un “rey crucificado”, un falso rey ante el que ellos pueden reírse, como se han reído antes los soldados en el pretorio (15, 16-20). Pero, en medio de su rudeza, la burla de los soldados parecía tener cierta dignidad. Éstos, en cambio, no tienen dignidad ninguna, sino que condenan a Jesús con un signo “macabra”, con una confesión de fe invertida. Según Marcos, ellos no entienden las Escrituras, que les permitirían interpretar el proceso de Jesús, y así piensan que Dios se revela solamente en el triunfo externo, como Señor de los poderosos (cf. 12, 35-37); por eso desprecian a Jesús y con él a todos los débiles que sufren y mueren (cometiendo aquello que 3, 28-29 llamaba el pecado contra el Espíritu Santo).
De esa forma, en ironía sangrienta, los jerarcas de Jerusalén refuerzan el fracaso de Jesús, recordándole que es un pretendiente mesiánico mentiroso. Pues bien, como he dicho ya, en el fondo de esa ironía macabra, el autor del evangelio sabe descubrir y mostrar una más alta ironía de Dios: Jesús se mantiene en la cruz precisamente porque es verdadero Mesías, el Rey de Israel. Al burlarse de Jesús y al rechazarle de esa forma, los sacerdotes se están condenando a sí mismos. Ellos son los que en realidad están destruyendo su templo, pues no saben descubrir al verdadero Dios, el Dios de los que sufren
15, 32b. Los otros crucificados
Y también los que habían sido crucificados junto con él lo injuriaban
Éstos son los “crucificados” normales, en la línea de los “bandidos”, a los que ya me he referido; son signo de los miles de celotas a los que Roma crucificará en la guerra del 67-73 d,C. Como resulta previsible, ellos no aceptan la cruz como experiencia mesiánica (de reino), al servicio de los demás, sino que quisieran invertir la situación en que se encuentran, bajando de la cruz para así tomar el poder con su violencia “mesiánica” (opuesta a la romana). Por eso “injuriaban” o, quizá mejor, despreciaban (ônedidson) a Jesús, como a un Cristo impotente que no ha sido capaz de ponerse al lado de ellos, de vencer en la lucha y de liberar al pueblo de la opresión de los romanos.
Como he dicho, estos “bandidos” crucificados con Jesús podrían ser delincuentes comunes, pero Marcos les presenta más bien insurgentes políticos (aunque la diferencia entre unos y otros resulte mínima, según el “juicio” de Jesús en 10, 42). Ellos han hecho lo que ha estado en su mano (lo que han podido, que no ha sido mucho), y así mueren a consecuencia de lo que han intentado (como morirán miles de insurgentes en la guerra del 66-70 d.C., sin ganar su guerra). Ellos habían podido pensar, quizá, que este Jesús tenía mucho poder y ofrecía unas promesas superiores, pero se ha dejado prender y no ha logrado nada y así muere al lado de ellos, como falso celota fracasado.
El texto no dice que estos crucificados blasfemen, como los transeúntes (15, 29), ni tampoco que se burlen de Jesús, como los sacerdotes (15, 31), sino que le desprecian (ôneididson auton), como los celotas insurgente del 66-70 pueden haber insultado a los “cristianos” que no se han sumado a su guerra. Éste es el tipo de desprecio que los violentos suelen sentir por aquellos que, a su juicio, han sido débiles, de manera que no han sido capaces de tomar las armas. Pero Jesús no ha rechazado la guerra por debilidad, sino por un tipo de fortaleza más alta, en línea de no violencia, arriesgando su vida y muriendo, sin antes haber matado o querido matar a los posibles enemigos.
Es posible que a Jesús le crucificaran con otros “bandidos” políticos, y, humanamente hablando, es normal que éstos le hubieran despreciado, por no colaborar con su movimiento. Miradas las cosas así, resulta claro que Marcos no está describiendo un acontecimiento histórico, en el sentido más reducido del término (¡no sabemos si hubo otros crucificados junto a Jesús, ni sabemos si le despreciaban!), pero él ofrece aquí una imagen de fondo del sentido (¡de la falta de sentido!) de la historia política: Los “violentos” (¡hombres de gloria militar!) suelen despreciar y siguen despreciando a los “débiles”, tanto en la guerra judía del 67-70 d.C., como en la actualidad.
Eso significa que Jesús, estando físicamente al lado de otros crucificados, muere a solas, después que los suyos, sus Doce, se han marchado por cobardes (no puede compartir su riesgo de Reino) y después que los otros, los violentos reales, le desprecien también a él, pensando que es un cobarde (sin haber entendido su valentía, como la entenderá el soldado romano de 15, 29).Parece que no queda nadie que quiera acompañarle, ni transeúntes, ni sacerdotes, ni condenados de sus lados.
De esa forma ha crecido, en el entorno de la cruz de Jesús, un espacio de fuerte rechazo, de burla y desprecio total, de manera que todos le niegan como a un profeta falso, un mesías provocador y mentiroso, fracasado. Será bueno que su muerte sirva de escarmiento a otros. Pueden cantar victoria los que pasan, con los sacerdotes-escribas y los mismos bandidos que están crucificados a su lado. Todos ellos se han unido en contra de él, cada uno con su idea…
Le han dejado sólo, han huido sus discípulos, nadie ha salido en su defensa, y así se eleva, desnudo y sin amigos, en la colina impura de la Calavera, como objeto de teatro horrendo, de curiosidad, desprecio y burla, en medio de otros dos condenados, también desnudos, que igualmente le rechazan. ¿Quién podrá distinguirles? ¿Quién dirá que uno es el Hijo de Dios y los otros unos simples guerreros/guerrilleros/bandidos de la tierra? Externamente son iguales, la misma sangre, la misma respiración cortada, los mismos miembros agonizantes… Pero los cristianos han visto en Jesús la presencia de Dios, no en contra, sino a favor de los otros dos “bandidos”, a favor de, para todos, como indicó el mismo Jesús al decir que ha venido a “dar su vida como redención por muchos” (10, 45) (4)
Notas
(1) Sobre el posible influjo de los “ángeles” (espíritus o poderes) perversos en la muerte de Jesús han tratado, de un modo directo o indirecto, E. Peterson, Sobre los ángeles, en Tratados teológicos, Cristiandad, Madrid 1966, 159-192 y H. Schlier, Principalities and Powers in the NT, QD 3, New York 1961. Cf. también H. Berkhof, Christus an de Machten, Uitgeverij Callenbach, Nijkerk 1953; W. Carr, Angels and principalities: The background, Meaning and Development of the Pauline Phrase 'Hai Archai kai Exousiai', SNTS, New York 1981; W. Wink, Naming the Powers: The Language of Power in the New Testament, Fortress, Philadelphia 1984; Unmasking the Powers: The Invisible Forces That Determine Human Existence, Fortress, Philadelphia 1986; Engaging the Powers: Discernment and Resistance in a World of Domination, Fortress, Minneapolis 1992; The Powers That Be: Theology for a New Millennium, Doubleday, New York 1999; T. Zeilinger, Zwischenräume: Theologie der Mächte und Gewalten, Kohlhammer, Stuttgart 1999.
(2) De una forma quizá obsesiva pero agudísimo, F. Nietzsche (Genealogía de la moral) ha reaccionado contra el espíritu de resentimiento de aquellos cristianos (como Tertuliano) que habrían pensado que la gloria y gozo de los salvados del cielo aumentaba viendo las penas de los condenados, a los que ellos podrían despreciar, como hicieron éstos que se burlaron de Jesús.
(3 El argumento de fondo es el tema del “poder” que se encuentra vinculado al templo, un argumento que Dostoiewsky ha desarrollado en la parábola de El Gran Inquisidor (en Los Hermanos Karamazov), donde un personaje de fondo cristiano reta a Jesús, diciéndole que tenía que haber demostrado su poder, bajando de la cruz y matando a los malvados, para imponer de esa manera el orden verdadero. Pero Jesús no “quiso” (o no pudo) bajar, porque ello hubiera implicado entrar en el juego de los violentos, dejando así de confiar en el amor. He desarrollado con cierta extensión el tema en Evangelio de Jesús y Praxis marxista, Marova Madrid 1977 y en “Dostoievsky”: Diccionario de Pensadores Cristianos, Verbo Divino, Estella Estella 2010. Dijo lo esencial sobre el tema H. Dumery, Las Tres Tentaciones del apostolado moderno, FAX, Madrid 1950.
(4) Ciertamente, en un sentido, sacerdotes y escribas pueden triunfar y gozarse, porque aquel que amenazaba su función sagrada (templo) y su poder legal (su interpretación de la Escritura) está muriendo sin remedio. Para ellos sólo existe la prueba del poder externo y del triunfo material: «Si es el Cristo, el rey de Israel… que baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos» (15, 31-32a). Pues bien, hablando así, en el fondo, estos sacerdotes y escribas se están poniendo de parte de Barrabás, al que han liberado (cf. comentario a 15, 6-14), quedando de esa forma en manos de la violencia y de la muerte.