La Esfera y la Cruz. Siete palabras Cruz de Salamanca, cruz del mundo entero: Un Dios de brazos abiertos
En tus manos encomienzo mi Espíritu




La Esfera y la Cruz. Un hombre que puede cerrarse en sí mismo, un Dios de brazos abiertos.
Cuatro fotos de la Celebración de la Cruz, ayer tarde en Salamanca, con el sermón de las Siete Palabras. Aparecemos los siete, con la cruz presidiendo (para los curiosos: Estoy el último, a la derecha).
El tema de fondo podría haber sido: La Esfera y la Cruz.
El hombre de este siglo XXI es una esfera que tiende a cerrarse en sí misma, prepotente y lisa de egoísmo, hasta morir de ahogo y de injusticia.
Dios es una Cruz de brazos abiertos que acoge a todos, una cruz abierta al infinito de la vida, a los hambrientos y a los excluidos, una tarea de amor en la tierra redonda.
La Esfera y la Cruz, Éste es título de una famosa novela de aventuras, publicada por G. K. Chesterton el año 1910, en la que un ateo y un católico (cristiano) discuten y dirimen sus problemas con humor y sabiduría. Más de un siglo ha pasado desde entonces, pero el argumento de fondo de aquel libro sigue siendo impactante, y así quiero traducirlo en términos de tipo más teológico.
El Dios de la Cruz, frente a la esfera de un sistema cerrado en sí mismo
Algunos han tomado a Dios como una esfera, en su quietud eterna, idéntico a sí mismo, sin cambios y sin muerte. Atributos suyos serían la inmutabilidad, la redondez y el poderío, siempre a solas. Lo tiene todo y nada por tanto necesita. Frente a todos los restantes seres que él quizá ha creado, Dios se mostraría así como Señor cerrado, inexorable en su propia perfección. Pues bien, un Dios así mirado, sin Cruz ni Amor real, sería para muchos hombres y mujeres un monstruo, un enemigo.
Pero el Dios de Jesús es movimiento de vida, dos brazos abiertos en forma de Cruz, de manera que él penetra en nuestra historia, muriendo dentro de ella con y por los hombres. Este Dios es un despliegue de creatividad, libertad solidaria, amor compartido que acampa y camina entre los hombres. Por eso, dice Chesterton, la cruz del Dios verdadero se pone por encima de la esfera del cosmos en lo más alto de las iglesias cristianas.
Esta Cruz es signo del amor del Padre que "se da" (regala entrega) plenamente a Jesucristo: no reserva para sí riqueza alguna, no retiene egoístamente nada, cerrado en sí, sino que entrega a Cristo (=Hijo) toda du substancia (como muestra el palo vertical), dándola igualmente a los hombres por/en el Espíritu Santo (palo horizontal). Por eso la Trinidad se dice o confiesa haciendo el signo de la cruz.
No conocemos primero la Trinidad en sí (unión del Padre con el Hijo en el Espíritu) y luego la Cruz, sino que conocemos la Trinidad que es Dios en la Cruz de Jesucristo, es decir, en despliegue del amor, que va del Padre al Hijo (línea descendente) y se abre a todos por medio del Espíritu (línea expansiva).
Por eso decimos que Dios no es esfera sino cruz, a pesar del valor que el signo de la esfera puede tener en otro plano, como han dicho cientos de pensadores, desde el Cardenal de Cusa (siglo XV) hasta J. L. Borges (siglo XX). Dios es amor y no puede haber amor sin que el amante salga de sí y se dé al amado, y sin que ambos compartan y expandan (ofrezcan) lo que son y tienen, como formuló en su tiempo Ricardo de San Víctor (siglo XII).
Cruz Trinitaria, cruz de amor en la tierra, cuatro momentos
- La Cruz es misterio trinitario, Dios mismo es cruz, brazos abiertos. El Padre da su vida al Hijo (poniéndose en sus manos) y el Hijo le responde, devolviéndole la vida hasta así morir, sin así perderla, sino todo lo contrario (Resurrección). En ese mutuo don viene a expresarse la Realidad como gracia: Impulso de ser uno en otro y con el otro, sin que ni el Padre ni el Hijo se reserven exclusivamente nada. Entendida así, la misma Cruz es vida y es resurrección: Solo tenemos aquello que damos, el Padre Dios sólo tiene aquello que da a su hijo, aquello que regala al regalarse: el Padre recupera en el Hijo aquello que le ha dado al engendrarse. El Hijo recupera en el Padre aquello que le ha devuelto al entregarse y morir por los hombres en sus manos.
- La Cruz es un misterio y regalo de resurrección, es el gozo de amor compartido. Dios Padre ha entregado a Jesús toda su “esencia” y Jesús le ha respondido en la "pequeñez" de su historia humana (encarnación), devolviéndole esa vida en amor humano (¡que es divino!), desde el centro de un mundo conflictivo que le ha crucificado. Por eso, la Cruz es comunión: Descubrir que sólo vivo en mí viviendo en el otro, en los otros. Eso es lo contrario de la esfera que se cierra en sí y al querer tenerlo todo explota, como puede explotar este mundo rico de un occidente de esfera capitalista que, cerrándose a los otros, estallará pronto como bomba de relojería. Lo que el Padre y el Hijo se dan mutuamente en la Cruz no se pierde, sino que permanece; lo que nos amos mutuamente eso es lo que somos y tenemos, no es mío, ni es tuyo... es Nuestro. Somos así nosotros.
- Por eso, todo amor es riesgo, es apuesta de vida, es promesa.No es una lotería incierta, sino todo lo contrario, es la certeza y promesa suprema de la vida. En contra de muchos hombres y mujeres que han querido y quieren imponerse, instaurando un sistema social o sacral dominado por la muerte, ha regalado y arriesgado Jesús su amor supremo en gratuidad, muriendo por el Reino, es decir, por los demás, a favor de todos, uno a uno..., y Dios Padre ha respondido, recibiéndole en la muerte y resucitándole para ofrecer y compartir su Espíritu, su vida, a los hombres. De esa forma, el amor gratuito de Dios, abierto por la Cruz como Vida Pascual, ha triunfado sobre la violencia humana. Por eso debemos arriesgarnos dando vida y acogiendo, amando de balde, es decir, en gratuidad, apostando por la vida, en esperanza. Ésta es la enseñanza de la Cruz de Pascua, nuestra vida regalada, compartida, disfrutad.
- Por eso, la cruz es vida disfrutada, como ha proclamado San Juan de la Cruz al final de su canto "salvaje" de resurrección: Gocémonos, Amado... Esto es el Dios de la Cruz: Dios para disfrutar, para gozarnos...en el amor que se da, que se acoge y se comparte. Frente al gozo solitario y obsceno de una tierra rica que se cierra en su esfera lisa, está el gocémonos amado, amados y amando, porque hay en la apuesta del amos espacio para todos. Muchos han empleado un tipo de cruz falsa para oprimir a los demás, para tenerles sometidos y encerrarles en un tipo de piedad sentimental y victimista, mientras el sistema sigue triunfado. Pues bien, en contra de eso, la Cruz verdadera sigue elevando su protesta frente a todos los que matan a los demás, contra todos los que oprimen y expulsan a los pobres a quienes Jesús anunció y ofreció el Reino. Al mismo tiempo, la cruz es misterio de esperanza, pues sigue abriendo sobre el mundo un camino de resurrección, que se va expresando dentro de la misma historia, pues somos (hemos de ser) parte de la historia trinitaria de Dios.
Conclusión:
Dios no ha creado a los hombres con el fin de abandonarlos fuera de sí mismo, sino para incluirlos en su proceso de amor, en Cruz y Pascua. Por eso, siendo un momento contingente de la historia, la Cruz pertenece a la "necesidad" más profunda del amor de Dios. Así repite el Nuevo Testamento: dei (era necesario: Mc 8, 31 par). Para expresarse en su verdad como divino, dentro de nuestra historia conflictiva, Dios debe asumir y realizar su amor, en forma de "Cruz de fida abierta", una cruz de amor en la que caben, cabemos todos.
Esa Cruz pertenece al tiempo primigenio del Dios que se arriesga al amor que es la vida. De esa forma, al acercarnos al misterio de Dios como Trinidad Trinitario (cruz mía, cruz tuya, cruz nuestra... de todos los tres) descubrimos que es posible la vida desde la cruz del amor, para ser dando y recibiendo, compartiendo.
- Esta Cruz de amor es creatividad. Hay un modelo de humanismo egoísta, donde la plenitud personal se consigue en forma de dominio sobre hombres y cosas. En contra de eso, desde el símbolo cristiano, el hombre sólo es dueño de sí mismo y creador en la medida en que se entrega, convirtiendo su existencia en semilla de vida: «Si el grano de trigo no muere...» (Jn 12, 24). Sólo quien pierde su vida, ofreciéndola a los otros, la realiza y recupera. Esto nos sitúa en el centro de la experiencia cristiana. Contra todos los que afirman que ser hombre o mujer es poca cosa, contra todos los que opinan que es inútil el esfuerzo y la esperanza, el signo de la Cruz valora y acentúa el sacrificio de la propia vida. No ha existido en la historia de los hombres gesto más creativo, revolucionario y poderoso que la entrega del Calvario.
- La Cruz es gracia en la pobreza, gracia para dar, quedando yo sin nada.... Los sistemas del mundo prometen plenitud por fuerza, por medio de leyes económicas, sociales, ideológicas o militares. Pues bien, ante la Cruz, son impotentes: incapaces de ofrecer verdadera libertad, encuentro humano, ternura de gozo y de Vida. Dios se ha revelado en Cristo como gracia; por eso, los hombres sólo podrán encontrar su plenitud por gracia. Dios ha elegido lo pequeño de este mundo como base y fuente de su acción transformadora (Lc 1, 46-55). Por la Cruz cobra sentido el sufrimiento de los marginados, la impotencia de los hambrientos y sedientos, la derrota de los pobres y aplastados, humillados y perdidos por lo que ellos nos dan, por lo que nosotros les damos, para así gozar juntos, gocémonos amados, siendo de esa forma vida compartida. La salvación de los que intentan imponerse por la fuerza de su esfera es destructora. Sólo es verdadera la salvación de los que aman, transformando la Cruz en resurrección, sin acudir para ello a los principios de poder del mundo.
- La Cruz es signo de utopía, es decir, de futuro, en el u-topos, en aquel lugar que buscamos y que no hemos encontrado plenamente todavía. Aquellos que quieren construir al hombre por la fuerza le acaban encerrando en las fronteras de la lucha infinita, de la muerte sin fin. Sólo el amor enciende la utopía limpia, vinculada a la entrega de la vida en esperanza, a las fronteras abiertas, a los corazones compartidos. Sólo la Cruz del amor enciende la esperanza de la vida. La utopía que está al fondo de la Cruz lleva el nombre de pascua: es futuro de vida que triunfa de la muerte y que se abre (nos abre) al encuentro de una comunión sin fin. Un Dios sin Cruz (como expresión de plenitud de una esfera cerrada) acaba enclaustrado en sí mismo, en soledad autosuficiente, o se confunde con una totalidad difusa en la que todos nos perdemos, en un tipo de nuevo panteísmo en el que decimos que todo es Dios porque nada es divino
- Esta cruz es gozo, por eso, de nuevo: Gocémonos amado. Ciertamente, mirada desde una esfera donde todo es siempre igual, la Cruz es la novedad de lo distinto, de lo yo he dar para que sean otros... de lo que puedo recibir desde los otros. Sólo en la hondura de ese amor de brazos abiertos se expresa el gozo más hondo, que no es masoquismo (sufrir por sufrir) sino deseo de placer, de vida compartida, de encuentro enamorado, de baile sin fin. Jesús no ha querido sufrir sino vivir: compartir pan y palabra, casa y amor, con sus amigos, con todos los hombres. No ha vivido para sufrir sino para gozar intensamente... Precisamente por deseo del gozo más alto, por no quedar cerrado en los pequeños placeres de un mundo donde cada uno vive a costa de los otros, para abrir a los hombres la utopía de un gozo total, ha puesto Jesús su vida al servicio del Reino. Le han matado por eso, pero su deseo de gozo más alto, universal, ha triunfado de la muerte.
Existe un hombre sin Cruz en la tierra: el hombre y mujer de la autosuficiencia y mentira de aquellos que son (quieren ser) a costa de los otros. Este hombre sin Cruz puede conquistar todas las cosas, pero al fin acaba siendo un siervo de su propia impotencia y de su muerte, de la violencia infinita que va suscitando. Puede cambiar muchas cosas, pero resulta incapaz de cambiarse a sí mismo, de vivir en gratuidad esperanzada, en donación de vida, en encuentro fraterno. El triunfo de esta humanidad sin Cruz se edifica sobre la esclavitud de los pequeños, sobre la expulsión de los distintos... y al fin sobre la muerte sin remedio de los que matan.
En las cunetas y las cloacas de este mundo esférico sigue gimiendo el aplastado por el hambre y la injusticia, el destruido, el solitario o hacinado, el enfermo o angustiado, el expulsado, el no acogido, el hombre y la mujer por quienes ofreció su vida y esperanza el Jesús de la Cruz del que hablamos ayer en el Sermón las Siete Palabras de Salamanca