2.2.22. Día de la “vida consagrada”: Seguimiento de Jesús
No me gusta llamarle “vida consagrada”, porque consagrados a Dios en Jesús somos todos los cristianos. Tampoco me gusta l “vida religiosa", porque Jesús no fue “religioso” en sentido tradicional y porque se puede discutir si el cristianismo es una religión en sentido también tradicional… Más que religioso me considero creyente, con los profetas de Israel, con Jesús, con sus primeros seguidores y con los actuales; pero hay que entenderse y acepto con esas reservas la palabra.
Tampoco me gusta celebrar hoy (2.2.22) la “fiesta” o memoria de la “vida consagrada” en el día tan hermoso de la Presentación de Jesús en el templo, porque su gesto de “purificación” (por bello que sea) pertenece al Antiguo Testamento, con su forma de consagración sacral, que él superó a lo largo de su vida, siendo condenado precisamente por ser peligroso para la religión y consagración del templo. Pero me gusta decir unas palabras sobre el “seguimiento de Jesús”, aprovechando la ocasión para sentirme felizmente vinculados con los miles y miles de “religiosas y religiosos” que han sido y siguen siendo un estímulo y ejemplo de seguimiento de Jesús.
Mis lectores saben que he sido felizmente “religioso canónico” durante cuarenta años, y que, si he dejado la “estructura formal” de la vida religiosa, no ha sido por negarla o rechazarla, sino porque (¡en un momento y circunstancia concreta!), para ser más fieles al seguimiento de Jesús y a la tarea de la iglesia, Mabel y yo quisimos una “casa de vida cristiana”, en línea de seguimiento de Jesús, en la iglesia concreta en que estábamos y estamos. En eso hemos estado, en eso seguimos, Mabel y un servidor.
Mis lectores saben que he sido felizmente “religioso canónico” durante cuarenta años, y que, si he dejado la “estructura formal” de la vida religiosa, no ha sido por negarla o rechazarla, sino porque (¡en un momento y circunstancia concreta!), para ser más fieles al seguimiento de Jesús y a la tarea de la iglesia, Mabel y yo quisimos una “casa de vida cristiana”, en línea de seguimiento de Jesús, en la iglesia concreta en que estábamos y estamos. En eso hemos estado, en eso seguimos, Mabel y un servidor.
| X. Pikaza Ibarrondo
Imitación y seguimiento, dos lenguajes, uno preferente
Algo pensé y escribí sobre la “vida religiosa”, y lo sigo manteniendo, desde la raíz del evangelio y desde nuestra forma de ser iglesia, muy en concreto, con agradecimiento, en un camino de evangelioIglesia, ofreciendo, con Mabel, nestroi pequeño servicio en estos tiempos fascinantes y exigentes, privilegiados, de seguimiento de Jesús, aunque algunos tengan dificultar en entenderlo. Desde ese fondo quiero poner de relieve el sentido del lenguaje del seguimiento, por encima del lenguaje y tarea de la imitación
– El lenguaje de imitación y representación (mímesis) resulta dominante en una filosofía estática y jerarquizada como la de Platón, que busca las esencias o modelos eternos (ideas divinas) que los humanos deben imitar en este mundo. Según eso, los religiosos han aparecido como imitadores privilegiados del Cristo concreto (que no ha sido religioso canónico).
San Pablo y su escuela han utilizado este lenguaje de mímesis (¡sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo!: 1, Cor 11, 1; cf. 1 Tes 1, 6; 1 Cor 4, 16; Ef 5, 1), que resulta especialmente valioso en contexto pascual: ¡Somos imagen de Dios en Jesús, debemos imitar y actualizar su vida en Cristo! (cf. 2 Cor 4, 6, relacionado con Gen 1, 28).
Pero debemos añadir que en el fondo ese lenguaje es limitado y menos apropiado: tiende a concebir la vida cristiana como realidad siempre idéntica, jerárquica, inmutable y acaba siendo menos adecuado para hablar de la experiencia de Jesús y de la búsqueda cristiana del Reino, en la línea del seguimiento, que es también la más profunda de Pablo.
– El lenguaje del Seguimiento resulta más adecuado para entender el evangelio e interpretar la vida religiosa (=vida cristiana), formada por discípulos (que escuchan/aprenden), amigos (que comparten) y seguidores (que van continuando el tipo de vida que Jesús ha iniciado). Cristiano y/o religioso (en sentido originario) es, por esencia, alguien que sigue a Jesús: escucha su llamada, deja las restantes formas de vida (otros valores del mundo) y camina en búsqueda de Reino.
Seguidores de Jesús fueron los cuatro discípulos del principio del relato evangélico (Mc 1, 16-20 par), los publicanos y pecadores de un momento posterior (Mc 2, 13-17 par) y/o las mujeres que han llegado con él hasta la cruz (cf. Mc 15, 41). Estos y todos aquellos que van tras Jesús han de tomar la cruz y estar dispuestos a entregarse en actitud de servicio (diakonía), perdiendo al hacerlo la propia vida, si fuere necesario (cf. Mc 8, 34; 9, 35; 10, 43 par).
A partir del Seguimiento de Jesús, desde la raíz del evangelio, ha de recrearse en este tiempo (2022) la vida religiosa “formal” (¿canónica?) dentro de la Iglesia. Otras religiones (hinduismo, budismo, taoísmo) han creado formas de experiencia y compromiso semejantes a la vida religiosa, partiendo para ello de otros principios espirituales, como pueden ser la búsqueda contemplativa, la superación del deseo, el equilibrio cósmico o la unidad con lo divino. Pero los cristianos entienden su vida como un modo concreto y fuerte de seguir a Jesucristo.
En su raíz, la vida religiosa no se diferencia de otras formas de vida cristiana. Estrictamente hablando, no hay en la Iglesia una espiritualidad sacerdotal (para jerarcas), otra contemplativa o de retiro (para religiosos) y otra mundana (para laicos). Sólo existe una espiritualidad, la del Seguimiento de Jesús, propia de todos los creyentes, sin distinciones de varón y/o mujer, jerarquía o pueblo, religioso o lego.
Todos los creyentes de Jesús están igualmente llamados a la fidelidad del Seguimiento, expresado en el amor mutuo (comunión fraterna) y en el servicio de comunión en favor de los necesitados. Por eso, mi reflexión vale en su raíz para los varios "estados" de vida cristiana, aunque pueda aplicarse de un modo especial a los religiosos[1].
Desde ese Seguimiento común, podrán destacarse algunos creyentes que, por llamada personal y decisión de Reino, se vinculan en grupos especiales, sea en forma de célibes en comunidad, como los religiosos “canónicos”, sea en forma de comunidades de encuentro personal dentro de eso que puede llamarse domus ecclesiae, la casa-iglesias. Estos seguidores de un tipo o de otro, no se limitan simplemente a imitar a Jesús, como si él lo hubiera hecho ya todo o como si las formas de la vida religiosa se encontraran definidas en un determinado tiempo, de manera que debiéramos cerrarnos en soluciones antiguas (propias de IV, XIII, XVI o XIX, por poner unos ejemplos.); ellos quieren (queremos) seguir a Jesús, para completar la tarea de su Reino.
De esa forma, los creyentes (y no sólo los religiosos canónicos) podremos realizar cosas incluso mayores que aquellas que él mismo realizó, pues viven (vivimos) tras su Pascua y recibimos su Espíritu de Vida (cf. Jn 14, 12).
Seguir a Jesús significa escuchar su Palabra y responderle. No es aprender y desplegar una teoría intelectual más o menos elevada, ni lograr un modo nuevo de experiencia interior contemplativa. Seguir es escuchar la voz de aquel Jesús que dice ¡ven!, iniciando con él un camino mesiánico marcado por el descubrimiento compartido de la voluntad de Dios, pues él instituye con su misma palabra una familia o comunión de hermanos que obedecen a Dios (=escuchan su palabra), al escucharse o ayudarse mutuamente, formando así un corro fraterno(cf. Mc 3, 31-35).
Seguir a Jesús no es ir a ciegas, sino escuchando de manera razonada a su Palabra[2]. Seguir a Jesús es tomarle como fuente de inspiración y principio de nuestro camino. Se ha dicho que importa el ser, no el hacer y en algún aspecto es cierto. Pero en otra perspectiva podemos y debemos afirmar que el ser y hacer acaban siendo inseparables, pues llamó a quienes quiso para que estuvieran con-él y para enviarlos a proclamar (el evangelio) y expulsar a los demonios (cf. Mc 3, 13-15).
Seguir significa ser/hacer con Jesús: vivir con él, en libertad interior y comunicación fraterna, para expandir así su evangelio, todos, con formas, pero implicadas, judíos y ventiles, varones y mujeres, clérigos y laicos, religiosos “de orden” y religiosos de carisma.
Seguir a Jesús es mantenerse itinerantes. El religioso no tiene casa duradera sobre el mundo, no puede refugiarse en ningún templo y/o santidad ya conseguida (cf Mc 11, 15-19 par). Para realizar su obra mesiánica, Jesús se ha opuesto a toda sacralización injusta, a toda división interhumana de tipo opresor o jerárquico, a todos los privilegios particulares.
Ciertamente, hay momentos de "estabilización" eclesial, en que debe destacarse el arraigo del cristiano en los valores de la realidad (un tipo de matrimonio, un tipo de estructuras sociales. Por eso, toda estabilización (toda forma concreta de seguimiento “parado” en sí mismo) va en contra del evangelio. Los religiosos no pueden tener casa firme (estructura permanente).
Ellos siguen siendo siempre caminantes con Jesús. No abandonan un tipo de bienes o valores del mundo por desprecio, sino todo lo contrario, por libertad para el seguimiento de Dios…. Lo hacen (=tienen que hacerlo) Jesús para seguirle sobre el mundo (a lo largo del tiempo), reasumiendo su mismo camino fundante de liberación y esperanza de Reino, desde los "límites" del mundo y/o de la vida humana[3]
Un canto a la renovación de la vida religiosa en clave de seguimiento
En otro tiempo, un tipo de vida religiosa canónica estuvo a veces al servicio del poder. Así podemos hablar de religiosos inquisidores, empeñados en guardar la pureza social de la fe, investigando el posible error de los herejes. Junto a religiosos redentores de cautivos se han dado (¿se siguen dando?) religiosos soldados, armados caballeros para expulsar a los “infieles” de la tierra o defender con la espada a los creyentes. Junto a religiosos hermanos de los pobres encontramos dueños y dueñas de grandes conventos y haciendas, aliados con la nobleza secular del tiempo.
También esos religiosos forman parte de nuestra historia, pero ahora, superando la unilateralidad de algunos ejemplos del pasado, religiosos canónicosy no canónicos queremos asumir y continuar el diálogo y creatividad humana y cultural de los mejores religiosos y religiosas del pasado, místicos y redentores de cautivos, contemplativos y misioneros al servicio de la dignidad del ser humano, dentro. Siguiendo su camino, los religiosos han de aprender a dialogar, en este tiempo nuevo, ofreciendo el testimonio y gozo de Jesús en diálogo de amor, en escucha mutua
Diálogo, escucha mutua
Para realizar sus tareas apostólicas y sociales, ciertas formas de vida religiosa canónica han destacado quizá en exceso el aspecto más institucional de sus organizaciones, poniendo a sus miembros al servicio de una tarea unificada y en el fondo “poderosa”. Pues bien, sin negar la posibilidad de obras “poderosas”, pensamos que debe destacarse el aspecto más carismático del seguimiento de Jesús: la libertad de cada religioso, la comunión gozosa de amor entre todos. Más que el triunfo externo de ciertas obras eclesiales y apostólicas, educativas, sanitarias o sociales, importa la vida fraterna, liberada, de los religiosos y testimonio de amor.
Ha sido y es bueno liberar a los cautivos, curar, enseñar y acompañar a los más pobres, pero ha de hacerse desde la propia experiencia de fraternidad evangélica, vivida en comunidad de amor, que puede ser de célibes, pero que, en principio se abre a todos, célibes y no célibes, pues la clave de la vida religiosa no es el celibato en sí, sino el amor en fraternidad abierta a todos.
Por eso, la primera misión del religioso consiste en ofrecer con su amor el testimonio del Reino de Dios y su bienaventuranza sobre el mundo. Antes que definirnos por las cosas que hacemos, debemos distinguirnos por nuestra propia vida de cristianos gozosos, que se saben amados por Dios y se vinculan en comunidades fraternas, formadas por hermanos célibes y no célibes, en fraternidad intensa.
Más que decir lo que hacemos, debemos mostrar lo que somos, mostrándonos sin miedo, en transparencia humana y cristiana. Pertenece a nuestra vida la formación de comunidades que cultivan y gozan la fraternidad, una fraternidad abierta, como la de Jesús, a los excluidos del sistema, a los cojos‒mancos‒ciegos, a los publicanos y prostitutas, casados o célibes, porque como he dicho, la esencia de la vida religiosa no es el celibato en sí, cerrado, sino la fraternidad.
Para que el seguimiento tenga un momento de estabilidad, los religiosos formulan unos votos que son importantes, como promesa personal y gozosa de vida, no como juramento sacral, pues Jesús ha dicho ¡No juréis en modo alguno! (Mt 5, 34). El Dios del evangelio no quiere obligaciones legales, sino la palabra sencilla de la fe y fraternidad diaria. No exige víctimas, quiere amigos; no busca personas sometidas a su autoridad por voto, sino creyentes libres que crecen día en libertad, vinculados al propio grupo, en gesto que llamamos obediencia.
Vivimos en una sociedad competitiva, donde unos quieren aprovecharse de los otros, en actitud de sospecha y batalla. Pues bien, en contra de eso, el religioso quiere aprender de los demás, no para someterse a ellos, sino para madurar en libertad, no para abajarse ante una jerarquía, ni interior ni exterior, sino para vivir en fraternidad dialogada, dentro de la iglesia. Ese diálogo es la esencia de la obediencia religiosa y no un medio para obedecer mejor. Los religiosos no dialogan para conseguir así otros fines, sino para vivir, en intercambio de ideas y afectos, a nivel intra- y extra-comunitario, según el evangelio.
Ciertamente, la VR ha podido convertirse a veces en una institución poderosa y eficiente, que ofrece sus servicios culturales, sanitarios o sociales a los necesitados. Ello ha tenido sus aspectos buenos, pero ha corrido el riesgo de convertirla en una institución de poder, al lado de otros poderes de la tierra. En contra de eso, pensamos que la VR es una comunión de amor mutuo, vivido desde Cristo como gracia de Dios. Por eso, su actitud primera es la obediencia de amor, es decir, la capacidad de escucha mutua y diálogo entre todos los hermanos, en un mundo necesitado de diálogo amistoso.
La Castidad religiosa no es en sí celibato, sino amor en gratuidad
Nosotros, religiosos, no tenemos ninguna receta mágica para solucionar los problemas, pero pensamos que nuestra vida ofrece un principio de respuesta. Por una parte, queremos ofrecer el testimonio de nuestro amor gratuito, sin más interés ni finalidad que la contemplación y despliegue de ese amor, sobre todo en las comunidades e institutos de tipo más contemplativo. Ese amor puede expresarse de un modo particular en comunidades de célibes, para un tipo de presencia intensa de evangelio. Pero puede y debe expresarse también en formas de comunicación afectiva más amplia, más extensa, formando un tipo de “casas de Iglesia” (casas-Iglesia, o comunidades de evangelio), como eran las “parroquias” del principio de la Iglesia: Grupos de célibes y casados (con ermitaños, con pobres), para compartir camino y vida, donde lo firme permanente es el amor, donde las formas concretas pueden cambiar, según las circunstancias
En ese sentido más fuerte, la fraternidad de los seguidores de Jesús se expresó en el principio y puede (debe) expresarse en formas de comunión eclesial, concretadas en comunidades establecidas como “casa eclesial”, “domus ecclesiae”. Esa casas-iglesia (iglesias-casas) no se identifican con un edificio, pero es normal que tengan como referencia una “casa abierta” de fraternidad en la que se reúnen grupos de cristianos, célibes y no célibes, todos con un compromiso de fuerte fraternidad, para acompañarse y dialogar, para entender la vida y desplegarla, como experiencia fuerte y gozosa de amor, una casa donde quepan los excluidos y distintos, sociales y sexuales, en compromiso de amor fuerte, de intensa fraternidad. Eso quisieron ser en principio los “edificios eclesiales”, casas de fraternidad abierta (no templos de celebración particular de una vez a la semana, con el resto del tiempo cerradas o para servicio de turistas, en casos de arte).
Domus Ecclesiae, vida cristiana
En esa “casa-iglesia” puede haber y es bueno converjan y se reúnan personas célibes, no porque el vivir en pareja sea peor que el vivir solo, sino porque hay diversos carismas personales, formas distintas de ser, estar y actuar en la comunidad. Más que la renuncia a unas posibles relaciones sexuales, importa en esta vida religiosa, entendida como “domus ecclesiae” (casa- Iglesia) el despliegue maduro y gozoso del amor de todos, en sus diversas formas y circunstancias.
Entendidos así, los religiosos, con un compromiso fuerte de fraternidad, no son ascetas sino iluminados: personas que se saben acogidas, en libertad de amor, desde el don de Dios, por pura gracia, sintiéndose capaces expresar y culminar su vida en amor, de forma coherente, en relaciones de fraternidad comunitaria y caritativa, sin miedo a la vejez solitaria, aparcados en salas de espera del tren de la muerte.
Se ha dicho a veces que, en este mundo erotizado, la castidad debe vigilarse, especialmente en lo que toca a las religiosas, empleando para ellos leyes y rejas, prohibiciones y tabúes. Pues bien, esas prohibiciones son el testimonio del fracaso del evangelio, de la ruina del seguimiento comunitario de Jesús.
No se trata de prohibir y vigilar, sino de cultivar la fraternidad, en formas gozosas, libres, compartidas de comunicación, casas-iglesia, en grupos de experiencia evangélica, pues el diálogo afectivo con hermanos, amigos y compañeros no es un añadido, sino esencia de vida religiosa, con sus diversos componentes, dentro de eso que vengo llamando la “casa del evangelio”.
Esta es la prueba, este es el signo de la fraternidad: que un grupo de hermanos pueda cultivar en libertad duradera el gozo del amor mutuo, para abrirse en amor hacia el entorno, en formas distintas, según las personas, según las circunstancias, unos célibes, otros casados… Jesús no pide renuncia, sino fuerte amor humano, que evidentemente implicará renuncias, pero que se expresa sobre todo suscitando espacios y caminos de gozo compartido.
Por eso, una fraternidad de célibes donde se insiste en la negación, una castidad que no se cultiva en amor comunitario, ni se abre en solidaridad, ni se expresa también en formas de amor matrimonial y de gran familia fraterna no es cristiana ni humana. Algunos critican y ridiculizan hoy la castidad diciendo ¿Para qué vale? Ciertamente vale. Vale como forma de amor, de experiencia de comunión abierta al conjunto de la comunidad cristiana, a los pobres…
Hay en la “domus ecclesiae”, hay otras formas de expresar el amor (en matrimonio, grupos de vinculación personal y social...), pero entre ellos resulta muy significativa el camino de los hermanos o hermanas célibes, como experiencia de comunión gratuita, gozosa, duradera, en plano de evangelio, siempre en comunión con los otros hermanos… “fratelli tutti”, todos hermanos, como decía Francisco de Asís y como ha puesto de relieve Francisco Papa.
Históricamente, la castidad de las mujeres ha estado más vincula a un tipo de consagración sacral y de servicio caritativo, y la de los varones se ha encontrado más vinculada a las tareas ministeriales, de un modo especial en institutos clericales. Pues bien, desde la identidad de la vida religiosa y por el carácter propio de los ministerios eclesiales, esos signos y funciones deben replantearse, dentro de la fraternidad más amplia de la “casa de la Iglesia”, formada por varones y mujeres, por célibes y no célibes (casados o no), donde todos son en principio sacerdotes de Dios y de la comunidad, aunque algunos reciban encargos y tareas distintas de los otros, al menos por un tiempo.
Sin duda, un tipo la castidad celibataria puede ofrecer una libertad interior y exterior especialmente valiosa para ciertos ministerios o trabajos eclesiales... Pero, en sí mismos, los ministerios pueden realizarse desde otras opciones y tipos de vida. Pero, con la castidad celibataria ha de cultivarse en la casa-iglesia una castidad abierta al amor en pareja, en comunidad, en familia grande. Tanto una castidad como la otra sólo puede ser y será valiosa en la medida en que se integre dentro de comunidades fraternas más extensas, con matrimonios, con apertura a los pobres… como fermento múltiple de reino sobre el mundo.
Pobreza e instituciones.
Queremos plantear, finalmente, el tema de la institución y lo hacemos en el marco tradicional de la pobreza, es decir, del servicio mutuo, del desprendimiento a favor de todos dentro y fuera de la comunidad. Por eso, Francisco de Así creó una fraternidad de “hermanos menores”. Sabemos que VR ha nacido y crecido como protesta de libertad, dentro de una iglesia que corría el riesgo de institucionalizarse. Sin duda, ella no tiene el monopolio de Jesús y su evangelio, pero quiere expresar algunos de sus rasgos más significativos: el seguimiento fuerte, la libertad personal, la gratuidad básica, la vinculación comunitaria... Para ello debe crear y ha creado, a lo largo de siglos, instituciones adecuadas, que son formas de expresar y organizar el amor, dentro de una iglesia también organizada a lo largo de los siglos.
Los institutos religiosos, especialmente de clérigos, se han puesto al servicio de la institución eclesial, realizando tareas de administración, apostolado y suplencia social (caritativa) que pertenecen al conjunto de la iglesia. Más aún, esos mismos institutos se han organizado a veces, como empresas ricas, pero no al servicio de la producción capitalista, sino de una acción cultural, caritativa y/o social que es muy valiosa en línea de evangelio. Pues bien, al comienzo del siglo XXI, reconociendo su valor, pensamos que ese modelo de organización religiosa para un trabajo ministerial debe revisarse: el religioso no “se casa” con una Institución en cuanto tal, ni puede interpretarla como su riqueza.
Ciertamente, el religioso no rechaza el valor de los bienes, sino que los valora y utiliza con alegría y generosidad al servicio dela mor mutuo, pues sabe que Dios los ha creado y son positivos, como forma de comunicaciòn. Pero sabe también que ellos pueden volverse peligrosos, si encierran al humano en su deseo, sobre todo en un tiempo consumista como este, donde importa el tener por tener, el vivir por conseguir mayores bienes. Por eso quiere liberarse de la obsesión de tener y consumir, pues busca sobre todo la libertad personal y la solidaridad con los necesitados. Por eso, las casas de la iglesia, las casas de fraternidad cristiana, como aquí las he venido presentando…vendrán a ser (y están empezando a ser) auténticas “parroquias” (de para‒oikia, comunidades domésticas), formadas por cristianos que asumen el gozo y tarea de la fraternidad, en línea de celebración, de amor mutuo, de acogida a los pobres…
No se puede hablar, por tanto, de una “pobreza institucional”, sino de una “pobreza de evangelio”, desprendimiento activo, al servicio de la comunión de vida y de la apertura a los pobres… Es aquí donde resulta quizá más necesaria una revisión evangélica de la pobreza y riqueza, como quiso Francisco de Asís y como quiere el Papa Francisco. No se trata de no tener, sino de tener en gratuidad, en comunión, para servicio mutuo, para apertura a los más pobres.
Abandonar el poder institucional
Riqueza y pobreza se relacionan hoy con las instituciones laborales o sociales, más que con la posesión concreta de unos bienes. Ricos son aquellos que ocupan un lugar dominante dentro de las instituciones; pobres son los marginados en de ellas o por ellas. En principio, la VR no ha buscado dinero, ni seguridad económica; por eso, han sido y son muchos los religiosos que viven en las zonas marginales de la sociedad, en gesto de encarnación y entrega personal de vida.... Pero la misma exigencia de ayudar a los demás ha hecho que la VR se haya convertido rn uns de las instituciones más reglamentadas y “ricas” (¡falsamente ricas!) de la sociedad cristiana Individualmente, los religiosos han vivido en pobreza, como institución han sido muchas veces ricos. En ese contexto se inscribe la opción por la pobreza.
En un primer nivel, para dialogar de verdad con los pobres del mundo, la VR debe abandonar su poder institucional, vinculado muchas veces al sistema dominante, realizando para ello cambios que pueden y deben resultar drásticos. Son muchos los que afirman que algunos institutos religiosos, nacidos con finalidades de suplencia educativa o sanitaria, han cumplido ya su ciclo y deben acabar, pues sus instituciones no pueden competir a nivel económico o social que las que organizan los estados; además, les resulta difícil encontrar vocaciones para realizar una tarea como esa.
Pero, en otro nivel, para realizar su obra social, la VR debe encontrar o crear nuevas estructuras de presencia testimonial y obra social, sin caer por ello en las redes de la riqueza organizada. Este es quizá el mayor de nuestros retos, internamente vinculado al seguimiento de Jesús. Están acabando algunos, pero debemos crear nuevas instituciones que expresen hoy día la llamada de Jesús y resulten transparentes en plano de pobreza. Posiblemente, nos esperan tiempos de crisis.
Algunos religiosos canónicos cristianos dejarán la estructura más oficial de la iglesia, como hicieron los monjes antiguos de Egipto, en gesto de protesta contracultural. No buscarán la desobediencia activa, sino la creatividad carismática, que le haga capaces de re-descubrir el evangelio y recrear la VR. De esta manera, volviendo a las fuentes de la vida de Jesús, intentarán convivir de nuevo con los pobres, dialogando con los expulsados de la sociedad, abriendo y compartiendo espacios de convivencia humana para y con los últimos del mundo. Evidentemente, ellos deben plantear y resolver de nuevo los grandes temas cristianos de la oración y convivencia, de la unidad y pluralidad de las comunidades, retomando las tradiciones carismáticas de la vida religiosa.
Pero este rechazo de la estructura no puede ser permanente. Los religiosos, reunidos en nombre de Jesús, deberán buscar y crear nuevas formas de convivencia y acción cristiana, en línea de diálogo más hondo con las necesidades reales de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Para ello, deberán integrarse formando nuevos monasterios y/o congregaciones de vida intensa, al servicio del evangelio, el medio del mundo.
NOTAS
[1] De esa forma quiero superar los intentos de aquellos que dividen la vida cristiana en estamentos, entendidos como castas: los jerarcas deben mandar bien, como signo del Cristo Señor; los religiosos vivir en obediencia, dirigidos por la jerarquía, siguiendo al Jesús pobre; los laicos santificarse trabajando sobre el mundo, las mujeres recibiendo como esposas la gracia del Cristo esposo... Esta división, que convierte la Iglesia en un nuevo sistema jerárquico de castas, resulta contraria al evangelio, que sólo conoce una espiritualidad (el Seguimiento de Jesús) y un tipo de creyente (el que cree en el Reino).
[2] Se ha dicho que los humanos y de un modo especial los cristianos, son Oyentes de la Palabra, es decir, seres que pueden escuchar la Llamada de Dios (K. Rahner). Pues bien, recreando ese lenguaje, queremos afirmar que los religiosos forman Comunidades duraderas de oyentes de la Palabra. Escuchan a Dios al escucharse a sí mismo, en diálogo leal e igualitario, como muestra Hech 15, 28: Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros...
[3] Los religiosos no pueden repetir de forma mimética (inmediata, literal) los gestos de Jesús.: los tiempos son distintos y los mismos principios de justicia y solidaridad que él defendió pueden y deben testimoniarse y defenderse hoy de otra forma. Testigos y exploradores del camino mesiánico de Jesús deben ser los religiosos. He desarrollado expresamente esta visión en Tratado de Vida religiosa. Consagración, comunión, misión, Ed. Claretianas, Madrid 1990. Me he ocupado del Seguimiento de Jesús en Para vivir el Evangelio. Lectura de Marcos, EVD, Estella 1995 y de un modo especial en Pan, casa y palabra. La Iglesia en Marcos, Sígueme, Salamanca 1997.