Soy el Príncipe del ejército de Israel (Josué 5). Una galería de "soldados judíos"

Así dijo Dios a Josué, al comienzo de la guerra de conquista de  Canaán/Palestina, dándole su Espada  para matar enemigos y dominar sobre vecinos: Yo soy el Príncipe del ejército de Israel.

En este contexto, a modo de resumen, quiero ofrecer una galería de soldados de Israel, preparados para la guerra escatológica, citando y analizando brevemente aquellos textos y personajes fundamentales para situar y entender una visión israelita del mundo. Divido el material en cuatro apartados: Josué, Jueces, David, Judas Macabeo.

En la imagen de la portada de la Basílica del Escorial aparecen  los soldados de Israel, que fueron reyes, protegiendo a los reyes de España y sus empresas militares. En otra imagen aparece la contraportada del diccionario donde se estudian estos personajes. Ellos forman parte de la "constitución político/militar israelita".

The Stark Contrast Between Nineveh and Sodom’s Reaction to Jehovah God ...

La historia deuteronomista (que incluye los libros de Jos a 2 Reyes) ha presentado a Josué (hebreo/arameo יהושע Yŏhōšua o ישוע Yešua, traducido al griego como Ἰησοῦς Iēsoûs, Jesús), como el primer soldado israelita, el conquistador por excelencia, el caudillo originario de Israel. Hubo previamente guerreros y batallas, pero no fueron aún fundamentales: el pueblo de Israel no había surgido a la existencia nacional por medio de una guerra sino a través de la elección-bendición divina (patriarcas: Gén) y de la liberación del éxodo, con el pacto y el paso  por el desierto (Ex, Lév, Núm, Dt). La guerra vino en un momento posterior, cuando Israel debió ocupar la tierra de Canaán/Palestina,  tras la muerte de Moisés, en el monte Nebo, contemplando la tierra prometida, pero sin entrar en ella. Pues bien, de un modo sorprendente (providencial), los “progenitores” de Jesús de Nazaret, fundador del Cristianismo, pusieron al niño el nombre de Josué/Jesús, como si estuviera predestinado a reintroducir al pueblo en la nueva tierra prometida. Jesús será y ha sido concebido como Josué, conquistador, en una familia llena de nombres teóforos (vinculados a Dios) mesianóforo (vinculados a la salvación mesiánica), como son José y María (padres) y Jacob, Simón, otro José y Judas (hermanos varones: Mc 6, 4)[1]

  En la reflexión he  señalado (en clave histórico-crítica) las diversas teorías sobre la conquista (emigración, revolución...). Ahora expongo la versión oficial de la Biblia (escuela Dtr, libro de Josué).  Moisés ha muerto y nadie puede ejercer ya la autoridad total que él tuvo (como legislador, profeta y caudillo); pero antes de morir impuso sus manos sobre Josué y Josué le sucedió como jefe militar, para conquistar según Ley la tierra prometida (cf. Dt 34, 9-10): Y tras la muerte de Moisés, siervo de Yahvé, Yahvé habló a Josué…diciendo:

  • Moisés, mi siervo, ha muerto. Levántate pues y atraviese ese Jordán,
  • tú y todo este pueblo, hacia la tierra que yo doy a los hijos de Israel.
  • Todo lugar sobre el que pise la planta de vuestros pies os lo doy...
  • Nadie resistirá ante ti  todos los días de tu vida... Cobra ánimo y sé fuerte, porque tú has de hacer que este pueblo tome en heredad la tierra que juré dar a sus padres.
  • Solamente ten ánimo y esfuérzate mucho,
  • actuando de acuerdo con toda la Ley que Moisés, mi siervo, te ordenó.  
  • ... No se aparte de tu boca este libro de la Ley, antes medita en ese libro día y noche,
  • para que procures obrar conforme  a cuanto en él está escrito (cf. Jos 1, 1-10).

La misma Ley se vuelve así manual de guerra. Los israelitas no triunfan ni conquistan la tierra por su fuerza militar, ni a través de una estrategia bélica del mundo: son soldados de Dios, guerreros de una Ley abarcadora que incluye en sí la guerra y les protege, haciéndoles triunfar sobre todos los enemigos. A partir de aquí, todo el libro de Jos  viene a entenderse como crónica de una victoria anunciada y conseguida por el Dios de la Ley que expresa su poder por medio de Josué, su general y lugarteniente.

Josué había sido posiblemente un guerrero israelita antiguo. Pero el libro de su nombre borra (o deja en muy segundo plano) su recuerdo histórico, para venir a presentarse como manual superior de conquista religiosa de la tierra. Es ciertamente un libro del pasado (resume lo que ha sido la conquista israelita de Palestina). Pero, al mismo tiempo, puede interpretarse como libro del futuro: es modelo de aquello que se espera a la llegada de los tiempos mesiánicos, cuando se dividan de nuevo las aguas del Jordán y caigan las murallas enemigas al toque de las trompetas de Dios, como había sucedido de Jericó al principio46.

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Más que un soldado autónomo, inmerso en la complejidad de la historia, Josué aparece  como testigo de la protección militar de Dios. Por eso, su libro es una especie de historia ejemplar donde los israelitas van experimentando la intervención de Dios que guiado y guía a su pueblo. De esa forma. Así atraviesan el Jordán, llevando en procesión el arca de la alianza (Jos 3),  litúrgicamente conquistan Jericó, destruyendo sus murallas al toque de las trompetas (Jos 6). Dios ayuda y ayudará a los suyos en la medida en que ellos se mantengan fieles y cumplen los mandatos de la Ley, aniquilando a quienes toman esta guerra como un medio de enriquecimiento personal o familiar (cf. Jos 7-8). Lógicamente, en el principio de la guerra ha presentado este libro la teofanía militar fundadora en la que el mismo Dios de Moisés (Dios de la Ley) aparece como el verdadero general del pueblo, portador de la espada triunfadora. Este es el Bautismo de Josué, que corresponde al bautismo de Jesús según Mc 1, 9-11 par

  •  Y estando José ante Jericó levantó sus ojos para mirar
  • y he aquí que estaba ante él un Hombre, con la espada desenvainada en su mano.
  • Y Josué fue hasta él y le dijo:
  • ¿Eres de los nuestros o de nuestros enemigos?
  • Y (el Hombre) le contestó:
  • ¡No! Yo soy Príncipe del Ejército de Yahvé. Ahora he venido.
  • Y Josué cayó rostro en tierra y le adoró. Y le dijo:
  • ¿Qué es lo que mi Señor manda a su siervo?
  • Y el Príncipe del Ejército de Yahvé respondió a Josué:
  • Quita las sandalias de tus pies, porque el lugar que pisas es santo.
  • Y Josué lo hizo así (Jos 5, 13-16).

 Este pasaje (que como he dicho anuncia el bautismo de Jesús), retoma y traduce de un modo miliar la teofanía  de Moisés en el Monte Sinaí, cuando Dios le revela su nombre y su esencia profunda, diciendo Soy el que soy, Yahvé (Ex 3) . Dios se aparecía allí a Moisés para revelarle su misterio salvador (su nombre de Yahvé) y darle el encargo de liberar a su pueblo cautivo en Egipto. Aquí se muestra ante Josué, revelándole su fuerza militar (la espada de su  mano) y dándole el encargo de conquistar la tierra.

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Estamos en un lugar sagrado (en el caso de Moisés era el Monte Horeb, aquí es quizá Gilgal, al lado de Jericó), en contexto posiblemente litúrgico. Pero más sagrado que el lugar es el mismo Dios, que ahora aparece como el Hombre/Varón de la Espada (en la línea de Ex 15, 3 donde aparecía el mismo Dios aparecía  como Hombre de Guerraish ha milhama). Es evidente que este  Príncipe del Ejército de Yahvé se identifica con el mismo Dios, como lo indica Josué al postrarse en su presencia.

Esta es la teofanía militar por excelencia. Dios se había revelado en el Horeb como presencia salvadora (¡Soy el que soy, Yahvé!: Ex 3-4). Ahora aparece ante Josué como garantía de triunfo militar.  De esa forma, la conquista de Jericó con la historia que sigue (todo el libro de Jos) viene a presentarse como expresión del poderío militar de Yahvé. La personalidad de Josué queda como eclipsada ante el poderío de Dios que es realmente quien actúa y vence en esta guerra. Así  lo ha señalado el texto que la tradición posterior ha asociado más intensamente con la historia de este libro. Lucha Josué contra los reyes del mediodía de Canaán y Dios le ayuda desde el cielo, enviando grandes piedras de granizo contra enemigo. Pero se acerca la noche y para completar la victoria pide Josué:

  • ¡Sol, detente en  Gabaón y tú, luna, en el valle de Ayalón.
  • Y el sol se detuvo y la luna se paró... (Jos 10, 12-13).

  Paró en su curso el sol, la luna se detuvo hasta que Josué y los suyos culminaron la victoria.  Así venció Josué y los israelitas conquistaron la tierra prometida, en rápida campaña militar en la que Dios mismo guiaba los pasos de su pueblo. Más que un general humano, estratega en las artes marciales, Josué aparece así, en el principio de la historia militar israelita, como ministro religioso de la guerra santa. Él es el primero y en algún sentido el más grande de todos los soldados de esta galería de figuras militares del AT. Obedeciendo a Dios y cumpliendo su Ley ha ganó la primera guerra santa: la espada del Hombre de Dios guaba, concediéndole victoria.

Jueces, liberadores del pueblo

 Unívoca y clara resultaba la figura de Josué, menos unívoca es aquella que ofrece el libro de los Jueces, es decir, de los héroes o guerreros salvadores de la historia del principio israelita. También este libro de los Jueces ha sido escrito con una tesis clara (que asume y desarrolla el Dtr): según pacto, Dios había concedido a los israelitas la tierra cananea, por medio de Josué; pero ellos pecaron, olvidando el pacto, y Dios les entregó a los enemigos, para hacerles sufrir (convertirse) y liberarles después por medio de los jueces, cuando clamaban afligidos.

Estos jueces son aquellos varones ilustres que, conforme a la ideología posterior, no se dejaron seducir por el pecado (cf. Eclo 46, 11), pudiendo liberar a sus hermanos. Fueron guerreros, héroes del principio, galería de figuras militares que definen la historia israelita. Así queremos evocarlos brevemente, destacando su complejidad humana y religiosa. Todos ellos aparecen en este libro de los Jueces como portadores de una salvación de Dios; pero, al mismo tiempo, muestran una faz ambigua.

No son héroes, en el sentido moderno del término; no son semidioses, como en las historias de los orígenes de otros pueblos del Oriente Antiguo (Mesopotamia, Egipto, Grecia). Son, más bien, hombres ambiguos, portadores lábiles de una victoria de Dios que les desborda. Es evidente que no son "canonizables" en el sentido cristiano del término47.

No podemos presentar a todos sino a los más significativos, destacando en cada caso la ambigüedad de sus figuras humanas y militares. Conforme a la visión israelita, los auténticos soldados no son nunca unos héroes mundanos: no vencen por sí mismos, sino por la ayuda de Dios. Por eso, mirados desde una perspectiva religiosa y social, ellos aparecen como ambiguos, incompletos. Así  lo mostraremos de manera esquemática:

 – Barac, primero de los jueces "mayores" , recibe el encargo de combatir contra Sísara, general cananeo. Acepta el encargo, con la condición de que Débora, profetisa, le acompañe. Ella lo hace, pero le advierte que la gloria no será ya de él, pues Yahvé entregará a Sísara en manos de una mujer (Jc 4, 1-9). La victoria de Barac (4, 15-16) queda así eclipsada y convertida en victoria de Yael, quenita aliada que mata al general enemigo (cf. 4, 17-24), y en victoria de Débora, cantora de las guerras de Dios (Jc 5, 1-31).  Queda así clara la limitación del guerrero, que no puede aparecer como autor de salvación para su pueblo.

Gedeón. El Ángel de Yahvé se le aparece, llamándole ¡Valiente! ¡Guerrero de poder! (gibbor hejayil), y lo es en verdad, liberando a su pueblo de la mano de los madianitas. Pero esa victoria no es el resultado de su acción guerrera sino signo y consecuencia de la protección de Dios que va guiando su camino, infundiendo su terror y confusión en el campamento enemigo (cf. Jc 7-8). Gedeón aparece de esa forma como un instrumento en manos de la acción liberadora de Dios. Por eso, en el momento en que Abimelek, su hijo, decide convertirse en rey  por obra de sus propios deseos y estrategias cae en manos de la complejidad de misma historia humana, terminando por morir a manos de una mujer (Jc 9).

Jefté. La ambigüedad militar de los jueces queda aún más clara en el caso de Jefté, cuya historia volveremos a contar, desde el punto de vista de su hija sacrificada, en el capítulo siguiente. Sus familiares y vecinos, que antes le habían expulsado como "ilegítimo" (hijo de mujer no israelita), le nombran jefe para rechazar a los amonitas invasores. Jefté acepta el encargo, recibiendo el "espíritu de Yahvé", a quien promete la vida del primero que salga a recibirme a la puerta de mi casa, si es que vuelvo victorioso. Consigue ciertamente la victoria, pero sólo a costa de la vida de su hija, a la que debe sacrificar pues ella quien le sale a recibir con cantos de gozo triunfal a la puerta de su casa. Evidentemente, Jefté no es un modelo de soldado salvador para su pueblo (Jc 11-12).

Sansón (Jc 13-16) tampoco es un modelo de grandeza personal o fidelidad israelita. Ciertamente, ha sido el mismo Dios quien ha anunciado su nacimiento, diciendo a los padre que su hijo empezará a salvar a Israel de los filisteos (Jc 13, 5). Pero luego su vida viene a presentarse como historia ambigua donde la Ruah de Yahvé, el espíritu guerrero, viene a entretejerse en la propia complejidad de Sansón, hombre fuerte, irreflexivo,  mujeriego a quien envuelven los enigmas de esposas y compañeros-enemigos. En un primer nivel, la historia de Sansón parece puro mito: anécdotas casi infantiles de un guerrero ingenuo, fuertísimo y simple, que se enoja de pronto, con fuerte violencia, atrapado casi siempre en el enigma de sus propios acertijos y deseos de mujeres. Pero, leída a más profundidad, esta es una de las más profundas historias de guerreros que han podido escribirse en tiempo antiguo. Sansón va desvelando en toda su crudeza la irracionalidad de una violencia que va y viene, aparentemente sin sentido, en medio de un mundo enigmático donde amigos y enemigos parecen confundirse. Misteriosamente va expresando Dios obra y va diciendo su palabra a través de esta figura de guerrero que sólo triunfa de verdad en el momento de su debilidad y de su muerte (Jc 16, 30).

 Estos son los jueces, guerreros paradigmáticos de los comienzos de Israel. Significativamente,  ellos no aparecen como héroes en el sentido helenista o moderno de la palabra: a pesar de Eclo 46, 11-12, no se pueden presentar como modelos de fe y vida israelita. El autor bíblico (seguimos en la historia Deuteronomista) no los ha presentado como ejemplo para el resto de los israelitas. No son "virtuosos" de la ascesis militar, ni estrategas políticos, ni creadores de identidad nacional. Pero tampoco son fuerzas semidivinas o  figuras de tragedia, como algunos personajes de la literatura griega.  Ellos no son más que unos humanos de violencia, que expresan la ambigüedad militar de la historia, tal como aparece en el principio de la vida israelita.

El Dios de la Biblia no ha podido "fundar" la existencia de su pueblo sobre el valor o la grandeza de unos héroes guerreros. Por eso, en el fondo del libro de los Jueces hallamos una profunda desmitologización de la heroicidad militar. Otros pueblos (hispanos y germanos, latinos  y griegos) han idealizado a sus genios militares del principio, elevando su estatua sobre grandes pedestales en la plaza o convirtiendo sus relatos en modelo de vida para los futuros ciudadanos o soldados de la "patria". Los israelitas no han podido o no han querido hacer algo semejante; ellos no cuentan con figuras de ese tipo. La vida de Israel se funda sólo en la acción de Dios. Los posibles héroes guerreros, tomados en sí mismos, pertenecen a la ambigüedad del mundo.

3.-David, el rey mesiánico

Tampoco David es  un héroe al modo moderno.  1 y 2 Sam han querido presentar su historia en un relato lleno de luces y sombras, especialmente en lo que toca a su tragedia familiar: las divisiones y luchas de sus hijos. Pues bien, en medio de esas divisiones, Dios mismo va guiando el camino de David en una línea "mesiánica", si es que vale esa palabra. Dios es quien actúa de verdad y no David; Dios quien garantiza la pervivencia de su trono

Este mismo criterio de acción divina puede y debe aplicarse a su historia militar, tomada en su sentido más profundo. He presentado ayer su figura desde una perspectiva de organización militar: David ha sido el verdadero creador del ejército israelita. Pero ahora quiero situarme en otra perspectiva, descubriendo la importancia militar de David, como elegido de Dios para lograr la victoria de su pueblo (de una forma que será simbólicamente asumida por Jesús de Nazaret, para superarla de un modo radical).

El relato fundamental en este plano es su victoria sobre Goliat. Conforme a un texto más antiguo (2 Sam 21, 19), Goliat era un gigante a quien mató Elkana, uno de los hombres de David. Pues bien, partiendo de esa tradición, nuestro relato ha construido una historia militar simbólica que condensa no sólo la victoria de David sobre los enemigos de Israel (con la conquista final de toda la tierra cananea) sino el sentido de conjunto de Israel y de su lucha contra los pueblos enemigos. Todo el poder del mundo está simbolizado en Goliat, el filisteo fuerte, el gran guerrero. David representa la novedad israelita:

  •  Los filisteos estaban sobre la montaña, de un lado,
  • y los israelitas sobre la del del otro lado, y entre ellos mediaba el valle.
  • Y entonces salió de las huestes filisteas el retador, llamado Goliat de Gat;
  • su altura era de seis codos y un palmo. Un yelmo de  bronce cubría  su cabeza
  • ey iba vestido con una coraza de escamas,
  •  siendo el peso de la coraza de cinco mil siclos de bronce.
  • Cubrían sus piernas grebas de bronce y una jabalina de bronce sobre sus espaldas.
  • El asta de su lanza era como un engullo de tejedores
  • y la punta de su lanza pesaba seiscientos siclos de hierro. Le precedía su escudero.
  • El se plantó y gritó a los escuadrones de Israel...:
  • ¡Yo desafío hoy a los batallones de Israel;
  • escoged un hombre y combatiremos uno contra el otro!
  • Cuando Saúl y todos los israelitas oyeron estas palabras del filisteo
  • quedaron atónitos y experimentaron un temor grande (1 Sam 17, 1-11)48.

 Goliat es el símbolo del Guerrero Fuerte, profesional de la violencia, armado con todas las armas del mundo. Es claro que nadie le puede vencer en un plano militar: él simboliza la técnica hecha fuente de guerra, es la bravura humana convertida en principio de victoria sobre el mundo. Todos los israelitas fuertes responden con el miedo, a pesar de la promesa que promete los premios más grandes a quien quiera (a quien pueda) vencer a este guerrero:

  •  A quien le mate le enriquecerá el rey con cuantiosas riquezas,
  • le dará su hija en matrimonio
  • eximirá de tributos a la casa de su padre (1 Sam 17, 25). 

  Esta es la guerra simbólica Goliat, gigante luchador del mundo, guerrero pagano, enemigo de los israelitas, y David, creyente israelita. Este es aún joven, no tiene edad para la guerra; por eso guarda las ovejas de su padre mientras luchan sus hermanos mayores y más fuertes, en contra de los filisteos. Viene David como muchacho, llevando la comida a los hermanos cobardes, para enfrentarse él sólo al filisteo. Mientras todos se abajan por el miedo (pues miran la batalla en perspectiva de lógica del mundo), David se eleva en gesto de fe: ¿Quién es ese incircunciso filisteo para escarnecer a los escuadrones de Israel? (17, 26).

Esta no es batalla entre guerreros iguales sino lucha entre el enemigo de Dios (Goliat) y el  creyente de Israel (David). Como es normal, David empieza a prepararse para el gran combate al modo militar (con yelmo y coraza); pero luego abandona esos signos y medios militares para empuñar sus utensilios de pastor: agarró el cayado, tomó cinco guijarros del torrente y los puso en su  zurrón y luego, con la honda en la mano, se dirigió hacia el filisteo (17, 40). Se prepara y realiza de esta forma una batalla que será paradigmática: la lucha central de la historia bíblica. Los soldados israelitas se han identificado siempre con este David, ágil y libre, creyente y astuto, que lucha contra el inmenso filisteo a quien nuestro relato presenta como orgulloso y torpe. Así se enfrentan uno y otro en la batalla:

  •  – Cuando el filisteo miró y vio a David le menospreció:
  • era un muchacho, rubio y de lindo aspecto.
  • Y el filisteo maldijo a David por sus dioses y dijo después a David:
  • ¡Ven a mí, que yo entregaré tu carne a las aves del cielo y a las fieras del campo!
  •  David replicó al filisteo:
  • ¡Tú vienes a mí con espada, lanza y jabalina;
  • más yo voy a tí en el nombre de Yahvé de los ejércitos,
  • Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has escarnecido.
  • Hoy te entregará Yahvé en mi mano y te mataré y cortaré tu cabeza de sobre ti...
  • y todos estos aquí congregados sabrán que Yahvé no salva con espada ni lanza,
  • pues a Yahvé pertenece la guerra y os entregará en nuestras manos (1 Sam 17, 43-47).

 Esta es, por tanto, una lucha religiosa. Combate la fuerza del mundo contra la fe en el Dios Yahvé. La guerra será  teofanía. Más que un hombre concreto, con las debilidades propias de la vida (como los jueces que antes hemos visto), David aparece así como representante de Dios. Su lucha contra Goliat se vuelve paradigma, ejemplo de todas las batallas de los israelitas, principio de esperanza de victoria para el futuro de la historia:

  •  Y sucedió que cuando fue el filisteo y se puso en marcha, dirigiéndose hacia David,
  • se apresuró David a correr hacia la línea de batalla, al encuentro del filisteo.
  • Luego David alargó la mano al zurrón, tomó de él una piedra,
  • volteó la honda e hirió al filisteo en la frente, clavándole la pieda en su frente 
  • y haciéndole caer de bruces en la tierra.
  • Así venció David con la honda y la piedra al filisteo:
  • le hirió y mato sin que hubiera espada en su mano.
  • Luego, David se echó a correr y se acercó al filisteo
  • y, agarrándole la espada, la sacó de la vaina, le remató y le cortó con ella la cabeza.
  • Los filisteos, cuando vieron que su campeón había muerto, emprendieron la huída (1 SAM 17, 48-51).

 Esta es la guerra de las guerras, la batalla de todas las batallas de la Biblia. Quedan en penumbra las restantes historias militares, las estratagemas de David guerrillero, la estrategia de David general y gran rey, creador del ejército israelita. El David guerrero  que emerge en el centro de la historia bíblica, para ser siempre recordado, es este muchacho creyente que vence a Goliat, el gigante, con el cayado y honda de pastor. En el fondo de esta historia hallamos un ejemplo de batalla humana: la habilidad del aparentemente débil pero libre y creyente que se enfrenta con el torpe y gran guerrero. Pero más al fondo todavía descubrimos  la certeza sagrada israelita: el David guerrero está en la línea de Josué; con la ayuda de Dios ha triunfado y no por méritos o fuerzas militares de la tierra. 

Judas Macabeo, el nuevo guerrero de Israel

 La galería de guerreros de la Biblia Hebrea (de los protocanónicos del AT) parece terminar en David. Ciertamente, en su línea se puede recordar a Ezequías, en cuyo tiempo se retiró Senaquerib de Jerusalén, como recuerda Eclo 48, 16-24 (cf. 2 Rey 18-19). Pero después ya no hay soldados victoriosos, como supone 1 Mac 2, 49-60. Y aunque Eclo 49, 1-4 recuerde a Josías como perfume de Dios, rey de justicia, la historia bíblica sabe que Josías murió en dura batalla, aparentemente abandonado de Dios (cf. 2 Rey 22-23).

Leída en su conjunto, la historia deuteronomista (de Jos a 2 Rey) puede titularse crónica de las derrotas del pueblo de Dios. Es una historia de perdedores más que de triunfadores. El triunfo, aunque esté simbolizado por Josué o David, se puede convertir en expresión de la soberbia humana. Los verdaderos israelitas son aquellos que, aprendiendo a perder en plano militar, buscan una victoria diferente, en plano de fidelidad nacional (cumplimiento de la ley) y esperanza escatológica. Hay, sin embargo, hacia el final del tiempo del AT, un episodio de triunfo militar, al menos parcial, que ha marcado con fuerza la conciencia posterior de israelitas (y especialmente de cristianos): el levantamiento de los macabeos.

El conflicto de los macabeos está marcado por la división interior del judaísmo, en un momento de crisis nacional y debilidad de los poderes militares del oriente49. Algunos judíos, apoyados por  el rey helenista de Siria, quieren transformar el estatuto jurídico-religioso de Jerusalén, integrando el judaísmo en la cultura cosmopolita del ambiente, identificando de algún modo al Yahvé de Jerusalén con el Zeus supremo del panteón griego. Reaccionan los fieles judíos, decididos a conservar su propia identidad: la Ley nacional y la independencia religiosa, con la separación del templo de Jerusalén. La lucha, dirigida por los hermanos macabeos, ha sido recogida de dos formas  distintas por los libros de ese nombre (1 y 2 Mac), que no han sido aceptados en el canon de la Biblia Hebrea, aunque forman parte del AT católico (y de la Biblia Griega o los LXX).

El primer libro de los Macabeos (1 Mac) interpreta el levantamiento en clave político-religiosa: inspirados por Dios y en defensa de su Ley, los macabeos inician una guerra que desemboca en la independencia nacional del pueblo. En el transcurso de los años, lo que al principio (hasta la muerte de Judas Macabeo) parecía básicamente  un conflicto más religioso (1 Mac 1-9) se convierte después (cf. 1 Mac 10-16) en lucha dinástica, al servicio de los propios intereses políticos y religiosos de los últimos macabeos (=asmoneos), que se hacen ungir sumos sacerdotes (y reyes) con la oposición de una parte significativa del pueblo (grupos apocalípticos, esenios de Qumrán etc.). Es normal que la historia judía normativa no haya "canonizado" la acción de los últimos macabeos. Pero la figura del primero de sus grandes luchadores (Judas) ha sido y sigue siendo ejemplar para el judaísmo: Extendió la gloria de su pueblo, se revistió la coraza como un gigante:

  • Ciñó sus armas y trabó combates, protegiendo el ejército con la espada.
  • En sus empresas era como un león,
  • como un cachorro que ruge en pos de la presa.
  • Fué buscando y persiguiendo a los sin Ley,
  • y a los que perturbaban a su pueblo los entregó a ls llamas.
  • Los sin Ley se acobardaron por temor de él,
  • los transgresores de la Ley se vieron confundidos,
  • por su mano se llevó a buen término la liberación.
  • Produjo amargura a muchos reyes, pero alegró con sus hechos a Jacob,
  • su recuerdo será bendecido por siempre.
  • Recorrió las ciudades de Judá y destruyó totalmente a los impíos,
  • apartando la ira de Israel;
  • su fama llegó hasta los confines de la tierra,
  • y congregó a los que se estaban perdiendo (1 Mac 3, 2-9).

 Judas Macabeo aparece en este canto como luchador al servicio de la fe, en la línea de los  celosos de la Ley (Abrahán, José, Finées, Josué, Caleb, David, Elías, Ananías-Azarías-Misal y Daniel: cf. 1 Mac 2, 52-60).  Ciertamente, produjo amargura a muchos reyes (1 Mac 3, 7) del entorno no judío, pero su lucha de guerrero de la Ley se hallaba dirigida sobre todo contra los judíos infieles o apóstatas. Más que la victoria externa (destrucción del reino sirio) le importaba la reforma interior del judaísmo. Por eso, su guerra aparece en el principio de este libro como tarea religiosa, realizada conforme a los principios de Dt (1 Mac 3, 55-57; cf. Dt 20, 5-8) y dirigida a la purificación del templo y culto de Jerusalén (1 Mc 4).

Conseguido ese objetivo de purificación del judaísmo, la guerra de Judas tiende a convertirse en mero conflicto intramundano con métodos y fines cada vez más políticos, dentro de la complejidad de las relaciones nacionales e internacionales de aquel tiempo. Pero Judas, después de haber derrotado y matado a Nicanor, gran general de Siria (1 Mac 6, 26-50), y de haber pactado con Roma (1 Mac 8), muere en el combate (1 Mc 9, 1-22), siendo sustituido por sus hermanos. Son ellos los que mantienen su memoria, poniéndola al servicio de la lucha mundana en la que buscan el poder social y religioso, conforme a los métodos de fuerza ambigua de este mundo. Por eso, el final de 1 Mac se convierte en libro discutido dentro del judaísmo, pues justifica un tipo de política militar y religiosa que no todos aceptan en el pueblo.

El segundo libro de los macabeos (2 Mac) reinterpreta la figura de Judas en clave escatológico-religiosa, separándole de sus hermanos triunfadores, a quienes  ignora por principio. Judas aparece así como un nuevo David, luchador al servicio de la gran batalla de Dios. Desaparecen de la escena sus hermanos codiciosos, que han asumido el reinado de este mundo y se han hecho ungir sacerdotes, en gesto de ortodoxia sacral muy dudosa.  Sólo él, Judas, queda y emerge en el libro como signo de la gran lucha de Dios, dentro de una narración simbólica donde la victoria militar se inscribe en un contexto de manifestación salvadora de Dios.

Por eso, es normal que en el principio del libro se transmitan relatos de visiones militares muy utilizadas (e imitadas) en una historia posterior "cristiana" que apela a la visión y presencia de personajes como san Jorge o Santiago, que ayudan en la lucha a los creyentes. Quien tiene aquí la visión es Heliodoro, enviado del rey, que intentaba apoderarse de los tesoros del templo de Jerusalén: 

  •  Pero cuando Heliodoro se encontraba ya allí, con su escolta, junto al tesoro,
  • el Soberano de los Espíritus y de toda Potestad hizo una gran epifanía,
  •  hasta el punto de que todos los que se habían atrevido a venir con él (con Heliodoro)
  • sufrieron el impacto del poder de Dios y se volvieron débiles y cobardes (2 Mac 3, 24-26).

 Dios mismo combate contra los perversos, en batalla imaginaria de gran fuerza. Dios aparece victorioso, como jinete terrible, sobre fuerte y terrible caballo, imponiendo su terror a los poderes adversarios (2 Mac 3, 25-26). Se inicia así la historia de la gran batalla de Dios en la que vencen de manera especial los perdedores, es decir, los mártires (2 Mac 6-7). Por eso, el nuevo libro no está escrito sólo (ni sobre todo) para animar en el combate a los soldados sino a los testigos de la Ley, que son los mártires.  Ellos, el anciano Eleazar, la madre con los siete verdaderos macabeos, son los verdaderos garantes de esta nueva victoria de Dios.

Sólo en este contexto, como garantía del triunfo que brota de la entrega de la vida, en gesto de fidelidad a la Ley y de esperanza en la resurrección, se cuenta la historia de Judas Macabeo, que vence a todos los poderes adversarios y consigue la purificación del templo de Jerusalén ( 2 Mac 8-10). Tras la renovación del Templo, el texto sigue contando algunos episodios de esa lucha, para centrarla al final en la batalla entre Nicanor y Judas.

Nicanor representa a las fuerzas del mal (como Goliat frente a David, como Holofernes frente a Judir, según veremos en el capítulo siguiente); es el arrogante que se atreve a desafiar al mismo Dios, presentándose como soberano de la tierra, despreciando el mismo sábado sagrado (2 Mac 15, 1-5).Por su parte,  Judas  aparece como nuevo David, un auténtico celoso de Ley de Dios, exhortando al ejército con textos de la Ley y los Profetas (2 Mac 15, 6-10).

  •  Con objeto de armar a cada uno de ellos
  • no tanto con la seguridad de los escudos y lanzas
  • como del consuelo que hay en las buenas palabras,
  • Judas Macabeo  narró un sueño digno de fe con el que alegró a todos.
  •  Onías, el que había sido sumo sacerdote...
  • extendía las manos y oraba por toda la comunidad de los judíos.
  • Después se apareció de la misma manera un hombre distinguido, con pelo blanco y gran dignidad, rodeado de una majestad admirable y magnífica.
  • Onías, tomando la palabra, dijo:
  • – Este es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por el pueblo y la Ciudad Santa,
  • Es Jeremías, el profeta de Dios.
  • Entonces, Jeremías, extendiendo la derecha, entregó a Judas una espada de oro y al dársela le dijo:
  • – Toma la Santa Espada, don de Dios, con la cual destruirás a los enemigos (2 Mac 15, 11-16).

 Recordemos la visión primera del Príncipe del Ejército de Yahvé, con  la Espada en la mano (Jos  5, 13-16), ofreciendo a Josué garantía de la victoria. Ahora,  el mismo Dios, a través de Jeremías, convertido en ministro militar de Dios ofrece su espada a los combatientes humanos (a Judas) en gesto de victoria escatológica. En ese misma línea nos sitúa conforme a un pasaje central de la tradición apócrifa de Henoc:

  •  Y vi que se dio a las ovejas una gran Espada
  • y salieron las ovejas contra todas las bestias salvajes a matarlas (1 Hen 90, 19).

 Con esta espada militar que Dios entrega y pone manos de sus ovejas fieles, convertidas en soldados invencibles de la guerra de Dios, empieza el fin: el último acto de la lucha en que los buenos, con la ayuda de Dios (su gran Espada), destruirán sobre el mundo a los perversos.

Judas se convierte, según eso, en soldado escatológico de Dios, lo mismo que otros personajes históricos y/o simbólicos de su tiempo (como Judit, que vencerá y decapitará a Holoferner, general de los ejércitos perversos de un mundo diabólico). Se traba el combate y, según lo esperado, Judas y los suyos decapitan a Nicanor, para colgar su cabeza frente al Templo de Jerusalén (2 Mac 15, 30-34).

            Es evidente que 2 Mac conoce los hechos posteriores de la historia, con la derrota y muerte del mismo Judas (cf. 1 Mac 9). Pero el libro debe terminar aquí, conforme a un arquetipo que encontramos en otros lugares (David corta la cabeza de Goliat, Judit la de Holofernes). La historia sigue externamente, pero su sentido y verdad ha culminado: triunfa la espada de Dios, mueren los perversos y los justos celebran la fiesta de la libertad, que aquí aparece vinculada, como en el libro Ester, al  día de Mardoqueo. Este tipo de teología apocalíptica de tipo militar está en el fondo de las guerras que están para desencadenarse en el tiempo de Jesús. Ciertamente, en el fondo de estas guerras hay un intensísimo “amor a los amigos”, es decir, a los miembros del propio pueblo (es decir del propio phylon),  de la propia estirpe o pueblo israelita, como veremos mañana. Pero el amor de Jesús de Nazaret es distinto, como indicaré en la reflexión del mediodía. No es un amor al “phylon” (pueblo biológico, nación propia), sino a los pobres como tales.

NOTAS

[1] No entro aquí en modo alguno en la problemática del parentesco más concreto de los “padres” y hermanos respecto a Jesús. Sobre el carácter simbólico/mesiánico de los nombres de esos “familiares” de Jesús tratan los comentarios a Marcos.

46 Sobre la figura religiosa de Josué cf. G. Pérez,  Josué en la historia de la salvación, Casa de la Biblia,Madrid 1972. En Historia de Jesús,  Verbo Divino, Estella 2013, he citado algunos movimientos mesiánicos del tiempos de Jesús.  

47 Como "hombres de Dios" he presentado a los sacerdotes, profetas y sabios de Israel en  Dios judío, Dios cristiano, EVD, Estella 1996, 121-186. Para una visión general de la figura del héroe en Jue cf. M. Bal, Death and Dissymetry. The Politics of Coherence in the Book of Judges, UP, Chicago 1988.

48 Tanto aquí como en los textos que siguen utilizo básicamente la traducción de F. Cantera y M. Iglesias,  Sagrada Biblia, BAC, Madrid 1979.

49 Interpretación teológica de ese conflicto en  Dios judío, Dios cristiano, EVD, Estella 1996, 279-285.

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