Dios, libertad del hombre. Hombre, libertad de Dios

En la toma de posesión y primeros gestos del gobierno USA he percibido unos rasgos  de sacralidad que no responden al Dios Santo de la Biblia y del cristianismo. Así lo quiero poner de relieve en unas reflexiones  de tipo académico, quizá un poco técnicas, que responden a una larga docencia sobre el tema  

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     Del mundo hemos nacido, pero el mundo no logra responder al dolor y placer de nuestra vida. Algunos han buscado sobre el mundo a un Dios que se imponga sobre ellos y que mitigue sus dolores, para quedar tranquilos. Pero, en mi opinión, esa actitud debe invertirse (no negarse, sin más), pues descubrir a Dios implica romper toda dependencia “legal” (por talión) del mundo, para arriesgarse a ser en libertad, a vivir en autonomía[1] 

  1. Hombre, libertad de Dios.

 Del proceso cósmico ha nacido el hombre, pero en su vida hay un elemento de libertad divina que desborda ese proceso. Dios no es aquel que impone su dominio, para que le obedezcamos, sino aquel que nos desata y desliga de toda imposición, para que así podamos vivir en libertad. De esa manera podemos podemos responder al «yo soy» de Dios (Ex 3, 14) añadiendo «nosotros somos», descubriéndole como principio-libertad o, mejor dicho, como principio-creación, más allá del puro pensamiento (Descartes) o de la pura ley (Kant), para que nosotros seamos, sobre todas las obligaciones de un sistema. Saber que hay Dios significa descubrir nuestra libertad y aceptarla agradecidos, aceptando  y asumiendo de forma creadora el riesgo y tarea (el dolor y el amor) de nuestra existencia.

  1. La libertad no es conquista. Algunos dicen que hemos adquirido nuestra libertad por nosotros mismos, al margen o en contra de los dioses que serían opresores y envidiosos (como supone el mito de Prometeo y una interpretación poco precisa del «pecado» de Gen 2-3). En esa línea parece moverse una filosofía que concibe al hombre como demiurgo de sí mismo, alguien que labra su identidad por sí sólo. ¿Merecería la pena una libertad así conquistada, paaara quedar encerrados en ella, sin saber cómo utilizarla? ¿No sería mejor seguir dormidos en el gran sueño del cosmos?
  2. La libertad no es destino. Otros afirman que la libertad nos ha caído en suerte por azar. Nos ha venido dada y en el fondo no sabemos para qué sirve. Ciertamente, nos permite vivir de manera arriesgada y tanteante sobre el mundo, conociendo y eligiendo aquello que queremos, pero, al fin, como sabían los trágicos griegos, ella es demasiado pesada: Nos permite conocer los sufrimientos de la vida, pero no superarlos. Por eso, mucha gente prefiere olvidarse de ella y vivir en el placer de lo inmediato, en el consumo y superficie de la vida. En contra de eso, diremos que ella es don más que destino.
  3. La libertad no es engaño. Muchos piensan que, en realidad, ella no existe: No la hemos conquistado, ni nos ha caído en suerte, sino que es una pura fantasía, distopía visual, una vanidad de seres que se creen por un tiempo dueños de sí mismo, sin serlo. Así podríamos decir, utilizando una simbología clásica (presente en Kant y Hegel), que ella es un «ardid», una estratagema que nos han tendido para que sigamos viviendo. Pues bien, en contra de eso, queremos afirmar que la libertad no es engaño, sino ocasión de vida, una puerta abierta, en la dirección del amor y la esperanza.
  4. La libertad es gracia. En contra de las visiones anteriores (conquista, destino, engaño), la libertad es don y presencia de Dios, que nos despierta al dolor y tarea de nuestra existencia. La libertad no nace del mundo (como planta de la tierra), ni es conquista de la razón conquistadora, sino regalo arriesgado de Vida. Desde ese fondo definimos a Dios en lo que sigue como Libertad fundante, añadiendo que «somos divinos» por ser libres, responsables de nosotros mismos, creadores. Dios expresa el sentido de nuestra libertad arriesgada, gozosa y compartida, sobre este duro mundo de muerte, en apertura a lo divino. No es un juego de niño, pero es un don para los niños y los pobres. No es un calmante o somnífero, pero nos ofrece calma y distensión más honda en todas las tensiones de muerte de la vida.

 En esa línea, sobre las necesidades cósmicas y las leyes sociales, que se imponen por talión, pero sin negarlas ni ocultarlas, hemos presentado a Dios cono Libertad arriesgado, en camino de gozo, dolor y gloria[2]. Los demás vivientes están delimitados y cerrados por sus relaciones con el medio, dentro de la gran sustantividad cósmica. Así se definen y despliegan (se de-terminan y terminan) en su referencia mutua, sin autonomía ni angustia[3]. Sólo nosotros, los humanos, nos sabemos libres, uno a uno, sobre el mundo, de manera que podemos sufrir, como ningún otro viviente sufre, pero también podemos recorrer eln gozo nuestro itinerario de dolor, como expresión de gracia y gloria. Así nos encontramos, sobre un sistema cósmico, que no puede darnos libertad, sobre un sistema social, que tampoco nos reconoce y valora como libres. Sólo el Dios infinito y el amor libre de aquellos que nos aman de un modo gratuito nos capacitan para sufrir y amar en libertad[4]. En vez de seguir dormidos en gozo inconsciente sobre el mundo, los hombres hemos asumido este camino de vida en libertad para el dolor y el amor, porque en el fondo creemos en el don de la Vida:  

  1. Nacemos del mundo y somos mundo, por generación biológica. En este nivel puede actuar la ciencia, para prevenir enfermedades y facilitar la fecundación, gestación y nacimiento. Nacemos del mundo, pero la pura biología es incapaz de darnos vida humana, en libertad y dolor. Sólo somos viables si interviene en nuestro surgimiento un principio supra-biológico, de tipo personal, que se expresa en el cuidado afectiva y en la educación de unos padres (familia, sociedad). Es como si la naturaleza, al llegar al límite de sus posibilidades, hubiera abierto un «hueco genético», para suscitar en libertad nuestra existencia.
  2. Nacemos a la libertad porque unos padres nos han acogido y educado. Sobre el nivel biológico, que puede ser organizado o manejado por la ciencia, un hombre sólo puede surgir por el amor y cuidado de unos padres-educadores, que le ofrecen libremente la existencia (sobre toda ley y sistema social). Esos cuidados personales, que abren para el hombre un camino de libertad, se inscriben sobre una vida muy frágil, muy corta. Cada nacimiento humano es un milagro de gratuidad. Ningún sistema basta para suscitar al niño, sin unos padres que lo acojan y aman en libertad, como persona. Cada nacimiento humano es signo y revelación de Dios, sobre un fondo de guerra implacable y de muerte (cf. Is 7, 14).
  3. Somos libertad porque Dios libertad suprema, se revela en nosotro, de manera muy callada y fuerte, en cada nacimiento humano, entendido como trascendencia de amor y principio de libertad. Hemos evocado este misterio al hablar del nacimiento de Jesús, como Hijo al que Dios mismo suscita (engendra y acoge) a través de su surgimiento humano, simbolizado por María, su madre. (cap. 3º). Lo que hemos dicho de Jesús debe ampliarse a todos los hombres, que nacen de Dios, naciendo de la trama biológica (genoma) y del amor-palabra de unos padres. Cada nacimiento humano, en libertad dolorosa, es prueba o signo de Dios.

 De esta forma no he podido demostrar que hay Dios, pues las demostraciones se sitúan en un nivel de ciencia y técnica, pero he señalado el lugar donde podemos experimentarle. Nacemos por la gracia de unos padres (de una madre), recibimos de manera gratuita la existencia, por generosidad, porque así lo han querido los que nos han dado la vida. Ciertamente, pueden actuar otros motivos: Deseo biológico (poder sexual) y búsqueda de seguridad (los padres esperan el reconocimiento de los hijos mayores). Pero, al fin, ellos resultan insuficientes: La humanidad actual podría gozar en un plano sexual y alcanzar seguridad sin engendrar nuevos seres humanos. Pues bien, si a pesar de eso, hay padres que regalan su propio ser y engendran gratuitamente,  para que nazcan niños a la vida, en libertad arriesgada, es que en el fondo, aunque no lo sepan ni digan, ellos creen de hecho en el Dios de la vida que se expande y regala, sobre el dolor de la tierra.

Esta es una experiencia creadora que pone a los hombres y mujeres en sintonía con el principio más hondo de la realidad, que es generación, don de sí, desde la ternura del cuerpo, el regalo del alma, la gratuidad de la vida. Esta es una experiencia que la humanidad ha descubierto y cultivado sobre todo por el gesto de la madre, más implicada en el don generoso de la vida. Por eso es normal que las antiguas religiones hayan visto a la «madre divina» como signo de misterio y que muchos cristianos interpreten a la Virgen María como signo de Dios, que se despliega de un modo gratuito (=virginal), sobre todos los intereses biológicos y sociales del mundo. De esa forma, las madres (padres) abren un signo de misterio como despliegue de vida, que ellos regalan en libertad (no están obligados a engendrar), dando de sí, para que otros puedan vivir, en libertad, sobre el dolor del mundo. De esa forma actúan como signo de un Dios que, a través de ellas, llama a la existencia a cada niño, para caminar con él, en un proceso frágil y fuerte de radical libertad.

Desde ese fondo, los cristianos llaman a Dios padre-madre: Aquel que nos ofrece su propia Vida, para que vivamos libremente, dando y regalando lo que somos. Sólo allí donde podemos y queremos regalar vida a otros seres (como padres, amantes o amigos), muriendo nosotros para que ellos sean, podemos afirmar que hay Dios y llamarle padre-madre. No le descubrimos por necesidad (porque en el plano de las necesidades del sistema todo puede y debe explicarse de otra forma), sino por libertad y abundancia generosa de vida, que es más fuerte que el dolor y la muerte: 

  • B En plano de sistema biológico basta el «dios» de la vida cósmica, ese insondable e inmenso deseo de vida y sistema que parece estar latiendo en toda realidad. Pero ese «dios cósmico» resulta insuficiente: No explica ya nuestros dolores, no resuelve nuestro nacimiento. Por eso, a ese nivel, todo sucede como si el Dios personal no existiera, como si no hubiera más que un proceso de vida en que estamos inmersos.
  • B Tampoco el sistema cultural exige que haya Dios, pues en ese plano todo se realiza conforme a una ley de conjunto, que pone a todos (incluso a excluidos y muertos) al servicio del gran Todo. Por eso añadimos que todo sucede sin Dios, a no ser que llamemos dios al Todo. El sistema no engendra personas, sino momentos o partes de su estructura. Dios, en cambio, engendra personas. Este es nuestro argumento[5].

Estamos inmersos en un proceso biológico y en un sistema social, pero en un plano personal sólo podemos nacer y nacemos de Dios, en libertad, por exceso de ser, como vivientes a quienes han regalado la existencia. Así podemos decir que nacemos de Dios, pues brotamos de la libertad gratuita de una padres, que no nos han engendrado por cálculo o presión, sino por pura libertad y comunicación gozosa, convencidos de que merece la pena la vida, a pesar de los dolores e ignorancias, por encima, incluso, de la muerte. Esta es la gran prueba de Dio: Somos y queremos ser; somos y queremos que otros sean, de manera que les regalamos Vida, de un modo gratuito, descubriendo así y mostrando que la Realidad originaria es Gracia y Libertad, es Dios.

 En perspectiva de sistema, la libertad resulta innecesaria: Nada se consigue con ella; a muchos les sobra, no saben cómo vivirla (cómo vivir  con ella). Según dice un personaje de Dostoievsky: 

«Nunca en absoluto hubo para el hombre y para la sociedad humana nada más intolerable que la libertad»; lo primero que hace un hombre al recibirla es venderla a quien ofrezca algo por ella; lo primero que hace la sociedad es organizarse en forma de sistema, tapando los huecos, para que no entre ninguna libertad, ni autonomía verdadera, pues no vale ni sirve para nada. La libertad no cabe en el sistema, que vende y organiza «libertades controladas», para imponerse mejor sobre todos[6].

 La libertad no vale para “nada”,  ella sigue estando ahí, como don supremo, signo de Dios, que se hace presente en cada nacimiento humano, que así aparece como apuesta a favor de la vida y libertad, a favor del amor y de la gracia, por encima de la muerte.  

En este contexto decimos que la libertad es Vida de nuestra vida, Verdad que no podemos negar, pues si lo hacemos nos negamos a nosotros mismos, volviendo a la pura naturaleza (proceso pre-humano del mundo) o diluyéndonos en un tipo de cultura (haciéndonos sistema)[7]. Así decimos que  la libertad es gracia;  por eso no se conquista ni se impone (como han querido algunos ilustrados), pues todo lo impuesto es sistema. La libertad es deseo superior de vida, pero no en línea legal (como quería Kant: cap. 5º), sino a través de un camino de gratuidad gozosa, que nos permite aceptar el sufrimiento como experiencia de pascua, esto es, de esperanza de gloria.

Por todo eso decimos que la libertad es creación: no se produce ni mantiene por ley o esfuerzo productivo, sino que brota de Dios, siendo expresión de creatividad y cuidado humano (de los padres y educadores). Por eso, la prueba superior de Dios en el futuro será que los hombres engendren por amor nuevos humanos, es decir, que tengan niños y les amen, amando en gratuidad y apostando así a favor de la vida, en un mundo que parece amenazado por doquier de muerte. No se demuestra a Dios con razones eruditas, ni con discursos sabios, sino simplemente viviendo y transmitiendo a otros la vida, en gratuidad  emocionada, cuidando a los frágiles niños y acogiendo a los expulsados del sistema[8].

  1. Dios, libertad del hombre

 En el contexto anterior, quiero definir a Dios como Libertad. No es que primero el hombre sea libre y después encuentra a Dios, sino que Dios mismo es la Libertad y Gracia infinita para los hombres y en los hombres, sobre las necesidades cósmicas y las imposiciones de un sistema cultural, en un camino donde el mismo dolor y la muerte se revelan como principio de vida. No postulamos la existencia de Dios para que resuelva algún problema (la libertad no es problema), no le descubrimos porque soluciona alguna carencia (nada falta al mundo y al hombre en plano de sistema), sino porque alumbra y sostiene nuestra vida, en Libertad de Gracia, en medio del gran dolor del mundo y de la vida. Esta experiencia constituye el principio y la constante de mi reflexión y docencia, como profesor de teodicea, según aparecía de manera inicial en mi primer trabajo sobre el tema:

«Lo Sagrado es el Uno, realidad total en la que somos, el Todo abarcador donde estamos inmersos (= el mundo como totalidad). Heidegger ha dicho que nuestro tiempo está enfermo por carencia de sacralidad, por ausencia de lo Desbordante. Por eso habla de una «huida de los dioses», se han ido, nos ha dejado solos. Pero yo pienso que lo Sagrado, como realidad indeterminada, de tipo cósmico, tiene que apartare para que aparezca el Santo, es decir, el Dios personal.

Lo Sagrado es impersonal y cósmico, el Santo es personal y trascendente. Lo Sagrado es el Todo que existe en relación con las restantes partes de la sacralidad, el Santo es Dios que existe en sí mismo y crea el mundo.

Partiendo del mundo como physis sólo podemos llegar a la divinidad como ámbito Sagrado. Por eso, tenemos que dar un paso más y descubrir a Dios como el Santo, para así explicar y fundar la libertad del hombre. Si el hombre es libre, si es individuo independiente y personal, Dios tiene que desbordar el nivel del Mundo Sagrado, para revelarse en su verdad como persona, es decir, como el santo, en una línea que empieza en Is 6 y culmina en el Padre-Nuestro de Jesucristo..

Si el Mundo fuera el Todo, en sentido de totalidad sagrada, el hombre no tendría identidad individual estricta, no podría nunca amar ni esperar como persona, no podría morir ni resucitar, no existiría  como tal, de forma libre, sino que se hallaría inmerso en el fluir de la vida total; carecería de libertad como individuo; sería como un autómata en manos de la divinidad abarcadora, del «dios cósmico». Si estuviéramos cerrados en una evolución o proceso divino entendido de forma cósmica, no podría haber para nosotros libertad, ni intimidad personal, ni muerte, ni esperanza de resurrección, ni temor, ni angustia propiamente dicha.

Nuestra única respuesta sería dejarnos llevar por el gran Mundo, viviendo de esa forma en manos del Destino (como en la tragedia griega). Quizá no habría ni eso, pues no habría nadie para dejarse llevar, pues no habría individualidad capaz de ser llevada, ni posibilidad de angustia (entendida como expresión de libertad sobre el mundo). Sólo existiría un Dios cósmico, que nos arrastraría, como gran corriente, y nosotros seríamos burbujas sin identidad ni consistencia en la marcha de las aguas.

Pues bien, en contra de eso, confesamos que el hombre es libre y añadimos que su libertad para ser, pensar y decidir, sólo es posible si se funda en un Dios trascendente, que es Libertad y posibilidad de Libertad,  (que no es puro cosmos, ni creación humana). La única razón suficiente de una humanidad  constituida por personas libres, es un Dios creador de libertad,un Dios que existe y se encarna en cada uno de los seres humanos.

En conclusión, la Realidad original que se manifiesta en nuestra vida puede hacerlo de dos modos: o como Totalidad del Mundo (lo Sagrado sin más) y entonces no seríamos libres, sino partes del Mundo; o como Principio trascendente de libertad (el Santo), esto es, Dios personal que abre un espacio desde sí, sobre el mundo, para que podamos ser personas, en él y con él  en libertad. Sólo la segunda perspectiva nos permite ser lo que somos: Vivientes personales, responsables, creadores, en libertad. Por eso decimos que hay Dios y que es raíz de nuestra vida personal»[9].

 De un modo especial me preocupaban los argumentos de Espinosa y Heidegger. Sobre Espinosa intentaba descubrir al Dios personal y trascendente, sobre la Naturaleza, pues el orden cósmico resulta incapaz de sustentar y garantizar la libertad humana.

Contra Heidegger quería superar la posible divinización de un Ser entendido en forma cósmica, como lo Sagrado, en la línea de los pre-socráticos o Nietzsche. Ya entonces me parecía central la experiencia y tarea de la libertad, que sólo comprendía, y sigo comprendiendo, como presencia de un Dios personal (=Santo), a quien descubro como Creador, por encima de un mundo sagrado que tiende a presentarse como Todo o Sistema impositivo. En ese contexto apelaba (con una palabra quizá ambigua) al Santo Dios, entendido como persona, principio de libertad. Muchos temas siguen abiertos, en ese texto y en la exposición anterior, en perspectiva cósmica y humana, pero pienso, como entonces, que el hombre es Libertad en Dios, no negando sino asumiendo y trascendiendo el dolor del mundo y del sistema[10].

De los hondos procesos cósmicos venimos y nuestra herencia (o genoma) se inscribe en la evolución de la vida cósmica, pero sin identificarnos con ella, pero sólo hemos podido nacer como personas porque Dios nos llama  y nos invita a ser por gracia en dolor, por un Amor más alto que se abre y nos abre a la esperanza de la libertad completa. Vivimos inmersos en un sistema económico-social que hemos construido (y seguiremos construyendo) con nuestra razón, pero, al mismo tiempo y sobre todo, somos libertad y gracia, encuentro de personas que quieren vivir y dar la vida, en camino de dolor creador, porque Dios es el Santo (santificado sea tu nombre) y no pura sacralidad cósmica.

La ciencia nos sitúa frente al mundo-sistema, donde sólo hay objetos, condenados al paso del tiempo y de la muerte, en el contexto de la sacralidad cósmica. El evangelio, en cambio, nos introduce en el despliegue de la Vida de Dios, que se expresa como Amor (no como pura sacralidad/totalidad cósmica) en los creyentes que la aceptan. Cada hombre nace de la liberad de Dios y en ella habita, descubriéndose a sí mismo como «Dios encarnado», libertad para la vida. En ese sentido, asumiendo el mensaje de Jn 1, 14, podemos afirmar que «la Palabra de hizo carne y habitó entre nosotros»: La libertad de Dios se encarna y realiza su misterio como Santidad de dolor glorioso y creador en nuestra historia.

Ciertamente, el hombre habita en el mundo, pero no es mundo sin más, cosa entre cosas, sino Palabra encarnada, comunicación de Vida, en debilidad y sufrimiento creador. Diciendo esto, me sitúo, de algún modo, en la gran filosofía anti-idealista europea (Schopenhauer, Nietzsche), pero superando el pesimismo del primero y el riesgo de violencia del segundo, buscando a Dios como Voluntad y Decisión de amor, que expresa su ex-sistencia y camina en el camino de los hombres, en Libertad arriesgada y creadora, como ha sabido y ha dicho desde el judaísmo E. Levinas,  Totalidad e infinito.

. Dios es principio y condición de Libertad. No es un ente entre otros, ni la totalidad de los entes, ni sub-ssatancia (sustantivo) abstracto, ni ley moral, ni todo indiferente, sino impulso y fuente de libertad gratuita, el Infinito, En-Sof, como libertad creadora. Podemos llamarle sin duda Natura Naturans, poder de la naturaleza que actúa y expresa de formas infinitas (Espinosa); pero esa Naturaleza-Dios es más que Naturaleza-mundo, más que totalidad Sagrada, es Persona Santa que nos hace personales, es Libertad de nuestra libertad, en riesgo creador, doloroso, apasionado, que nos abre a la esperanza de la Vida[11].

Entendida así, la libertad es el a priori, la identidad radical del ser humano, antes de toda forma de sensibilidad o entendimiento (por utilizar un lenguaje de tintes kantianos). Dios no es alguien que viene después, como experiencia subjetiva que se añade a las restantes experiencias, sino que es la misma Libertad de nuestra vida. Al revelarse de esa forma, como el a priori (no uno entre otros), Dios aparece como Realidad en-sí, de tal forma que jamás podemos convertirle en una cosa, como ya sabían los judíos. Todas las restantes realidades, del átomo a la estrella, forman parte de nuestro ser mundano: Nosotros en ellas, ellas en nosotros. Dios, en cambio, está más dentro, es Dentro Puro (siendo el absoluto Fuera). No se limita a estar en nosotros, sino que es la misma Libertad y Gracia de nuestra vida, el camino en que somos y avanzamos, por encarnación: Dios quiere que queramos y, así, superando mundo y sistema, aparece como Libertad gratuita, compartida, histórica y liberadora, en un camino pascual de Pasión (muerte de Sí) que es Resurrección: 

  1. Libertad gratuita. Las restantes realidades se imponen desde el todo o el sistema. Dios, en cambio, es Libertad de Gracia: Existe como don, no por necesidad, de manera que no le podemos manejar, ni alcanzar por nuestros méritos o esfuerzos. Tanto el mundo externo como el sistema cultural, dominado por ley de talión, es incapaz de ofrecer libertad. Dios, en cambio, es para nosotros gracia y libertad. El resto de las cosas, el mundo y el sistema, ruedan en un círculo de necesidad donde todo vuelve a ser lo que era, pase lo que pase, en la ruleta del destino. Pues bien, sobre esa ruleta, hombre y mujer están llamados a ser de en libertad gratuita, esto es, en Dios, siendo personas[12].
  2. Libertad compartida. El sistema se expresa en formas de talión, que mantienen un orden de ley sobre cosas y hombres. Dios, en cambio, es amor universal, sobre toda ley y juicio. No es necesario para que el mundo funcione como naturaleza, ni la sociedad como persona, no actúa ni se impone por fuerza. Y sin embargo (por eso), es la belleza y comunión de todo lo que existe: Es el milagro; el prodigio de la humanidad, la raíz de admiración y gratuidad, sobrecogimiento y alabanza que nos permite recibir, regalar y compartir la vida. Lo admirable no es sólo que haya realidad, en vez de nada, sino que ella (lo existente) sea libertad compartida, comunicación de amor, sin más finalidad que amar y dar vida.
  3. Libertad histórica. Sobre el conjunto material del mundo, Dios se expresa o encarna en el camino de los hombres, siendo Libertad en ellos. Por eso le llamamos gracia histórica. No «fabrica» a los hombres fuera de sí, sino que es en ellos, para que ellos sean, se vayan realizando, en comunicación y transmisión de vida. Así le vemos, como aquel que guía en Jesús nuestra existencia, de manera que los tiempos del proceso humano son tiempos suyos, en perspectiva trinitaria (Padre, Hijo, Espíritu Santo). La economía o historia de la salvación es signo y presencia de la eternidad o inmanencia divina[13].
  4. Libertad liberadora. Dios nos arraiga y hace ser como personas, sobre la base de un mundo marcado por el dolor natural (fragilidad cósmica), el dolor social (injusticia del sistema) y el propio dolor personal que marca nuestra biografía personal. No se impone. Él «es y se expresa» a través de nuestra vida, como gracia personal. Sobre el dolor natural y social encontró Buda lo sagrado, trascendiendo los deseos de violencia y muerte en el nirvana. Superando (no negando) ese nivel, Jesús nos ha enseñado a descubrir a Dios, Libertad Personal, fuente de Gracia, que se expresa en el amor a los enfermos y expulsados del sistema. Por eso su camino resulta inseparable de la Liberación histórica de los creyentes[14].

La libertad del cristiano se expresa en forma de pasión pascual. No somos inmortales por naturaleza, como algunos habían afirmado: No podemos exigir la vida eterna, ni Dios la puede imponer, pues toda imposición  acaba siendo infierno. La resurrección sólo es posible si va unida a la pasión pascual, esto es, a la capacidad de morir dando vida.

         Por gracia nos han dado la vida y así debemos darla (=morir), a fin de que otros puedan vivir también por gracia. Esta es la experiencia suprema: De Dios recibimos la vida y a él se la damos (dándola a otros hombres y mujeres), pues él, el infinito, En Sof, sólo él, el infinito (más allá del mundo-sistema) que puede acogerla y acogernos en amor que es resurrección. Dios no es la vida en general, ni el proceso de la idea que perdura, como pensaba Hegel, sino la Resurrección de los muertos (de los asesinados y de aquellos que regalan su vida a los demás), superando así la muerte[15].

         Dios no es una cosa más, ni una persona mayor sobre las ya conocidas, sino la misma Vida en Libertad, caminando en los hombres, viviendo, sufriendo y culminando su Santidad en ellos y con ellos. No es juicio que sanciona la vida de sus criaturas, pues ley y sanción, forman parte de un orden o sistema que se impone por fuerza, expulsando a los que pierden. Dios es gracia que crea y acoge a los que el orden antiguo llamaba pecadores (es decir, a los expulsados).

         Dios es dolor o pasión, que sufre en los que sufren, haciendo por ellos camino de gloria. Él habita en nosotros tal forma que su Vida es nuestra vida, y nuestro fracaso es el suyo, en un camino que se abre por la cruz y la pascua de Jesús a la resurrección universal. Por eso, en Dios sólo existe una meta o final: La salvación de los hombres y mujeres que se dejan transformar, en libertad, por gracia, con el mismo Jesús, que se ha encarnado en el sufrimiento universal de la historia.

         Dios sólo quiere y puede ofrecer salvación, porque es Vida, voluntad poderosa de amor en la debilidad de la cruz. Pero sería posible que algunos no quieran escucharle (acogerle) y acaben fijados en sí mismos, en su muerte propia (nunca de Dios)[16]. Creer en Dios implica asumir y cultivar libremente la gracia. Quien crea en Dios por obligación, quien le interprete como ley cósmica o sistema, destruye su sentido, niega lo divino, es un a-teo. Todas las obligaciones, vinculadas a un tipo de violencia, pertenecen al cosmos o sistema. Así ha de comprenderlo la iglesia de Jesús, llamada a ofrecer el testimonio de su gracia y libertad entre los hombres[17].

 notas

[1] Santo Tomás, S. Th II, 2, 81, y gran parte de los medievales interpretaban la religión como una exigencia de justicia frente a Dios. Todavía Schleiermacher la define como «dependencia». Con K. Rahner, Oyente de la Palabra, Herder, Barcelona 1967, esa justicia y dependencia han de entenderse en claves de libertad dialogal.

[2] Cada hombre es ab-soluto (tiene valor en sí mismo), pero en relación con otros, de quienes ha recibido su existencia. El hombre es auto-creador, debe trazar su propia figura personal, pero sólo puede hacerlo en comunicación con otros.

[3] Algunos afirman que hay seres espirituales libres que nos rodean aunque no los vemos (ángeles); pero, aunque existieran, no los conocemos, ni pueden fundar nuestro argumento. Otros dicen que el mundo en su totalidad es como una persona (diosa Gaia, natura naturans), pero esa dimensión desborda el nivel de la ciencia.

[4] Algunos afirman que somos  un aborto, seres nacidos fuera de tiempo, como afirmaba la gnosis antigua, un platonismo vulgar y algunas religiones orientales; por eso, deberíamos liberarnos de este mundo, volver a nuestro lugar, en lo divino o en la nada. Pues bien, en contra de eso, diremos que  no somos hijos de la casualidad o de un pecado de dioses o titanes, sino del mismo Dios.

[5] Lo habían planteado de forma algo distinta U. von Balthasar, «El camino de acceso a la realidad de Dios»: MS II, I, Madrid 1969, pp. 41-47, y H. Küng, ¿Existe Dios?, Cristiandad, Madrid 1979, pp. 587-616.

[6]Cf. Los hermanos Karamazov, en Obras Completas III, Aguilar, Madrid 1964, pp. 208-209. He desarrollado el tema en Evangelio de Jesús y praxis marxista, Marova, Madrid 1977, pp. 187-197.

[7] Estos son nuestros riesgos: volver a un plano animal (al sueño de la naturaleza, antes de que Dios nos despertara a la conciencia de nuestra identidad) o encerrarnos en un tipo cultura que nosotros mismos hemos construido.

[8] La libertad va más allá del puro mundo externo (naturaleza) y del sistema (cultura de ley). El hombre ha nacido por gracia y sólo gratuitamente despliega y alcanza su sentido. En este fondo creo que pueden recrearse, en fuerte inversión, las obras programáticas de P. Sloterdijk, En el mismo barco, Siruela, Madrid 1994; Id., Normas para el parque humano, Siruela, Madrid 2000. Sólo allí donde los hombres asumen su vida y engendran (=crean) nuevos seres humanos en libertad de amor pueden afirmar que hay Dios. Los enemigos maniqueos de esta vida y de su proceso engendrador, obsesivos del sexo (entre ellos algunos teólogos cristianos), no creen en Dios, aunque digan que él existe e impongan en su nombre leyes de muerte a los otros.

[9] He citado con ligeras variantes un texto inédito titulado: El Conocimiento Unívoco de Dios, Poio, Pontevedra, 1963, pp. 133-135, que había elaborado desde la perspectiva de A. Amor Ruibal, Los problemas fundamentales de la Filosofía y del Dogma I-X, Santiago de Compostela 1933-1936, y con X. Zubiri, «El problema de Dios»: Naturaleza, Historia, Dios, Nacional, Madrid 1959, pp. 309-340. En el texto arriba citado me refería a M. Heidegger, Introducción a la Metafísica, Nova, Buenos Aires 1959. Sigo manteniendo básicamente aquel argumento, aunque hoy cambiaría sus tonos de angustia y destacaría más en los rasgos de libertad y comunicación personal.

[10] Dios no resuelve cuestiones cósmicas, ni es un elemento del sistema, sino que se muestra en sí mismo, más allá de toda imposición o explicación, como sentido de la singularidad y riqueza del hombre sobre el mundo.

[11] El mundo es «Cuerpo de Dios», no algo que él ha hecho y dejado fuera de sí mismo. Inmersos en ese cuerpo cósmico de Dios, somos libres, porque nos relacionamos directamente con él.

[12] La libertad es lo más fácil (es don, no conquista), siendo lo más difícil, pues sólo puede desplegarse y culminar allí  donde cada uno regala lo que tiene y es, compartiéndolo con otros.

[13] La historia humana es un despliegue de la libertad de Dios: Lo más importante en nuestra vida no es algo que encontramos hecho (mundo) o lo que producimos (sistema), sino aquello que se expresa de modo gratuito, en el amor entre los hombres, pues la trascendencia de Dios se encarna en la inmanencia humana, como sabe K. Rahner, «Dios trino como principio y fundamento trascendente de la historia de la salvación»: MS, II, I, Cristiandad Madrid 1969, pp. 359-449; Id., Escritos de Teología IV, Taurus, Madrid 1962, pp. 105-136.

[14] El hombre es libertad mundana, en un proceso biológico pequeño y frágil, condicionado por las leyes cósmicas de dolor, finitud y muerte. El hombre es libertad personal, que cada uno debe asumir, aceptando su propia diferencia. El creyente es libertad liberadora: Alguien que opta por ofrecer libertad cada hombre y mujer,  afecto, justicia y ayuda social.

[15]  La resurrección forma parte de la realidad de Dios. No es triunfo de los valientes (como pensaba cierta apocalíptica judía), sino gracia y comunión mesiánica de Dios que, según los cristianos, ha empezado a realizarse en Cristo.

[16] Todo intento de imponer la figura y salvación de Dios en claves de sistema, por presión ideológica o social, carece de sentido. Un ser divino que quisiera castigar a los culpables no sería el Dios de Jesús, sino un Diablo. Por gracia de Dios hemos nacido: No éramos necesarios, ni lo somos en un mundo de sistema donde todo se compra-vende, se intercambia. Sin saber nosotros cómo, sin haberlo merecido, hemos nacido y así hemos comenzado a vivir de un modo personal, por medio de otros hombres. Por gracia de Dios somos personas: Podemos regalar y compartir la vida, unos con otros, en libertad, sobre toda estructura impositiva. 

[17] Ciertamente, ella ha dado testimonio de fuerte libertad, al servicio de los pobres. Pero a veces ha tendido a convertirse en una institución honorable al lado (y por encima) de las otras, con poderes sociales y económicos, sacrales y jurídicos. Ha llegado la hora de que esa situación acabe, de manera que los fieles puedan vivir en comunión de gracia. El Dios de libertad, Padre de Jesús, no necesita instituciones fuertes en línea de sistema. No esta fuera de nosotros, porque es Vida de nuestra vida. Por eso, aceptar su presencia es para los creyentes principio de alegría.

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