Espíritu de Dios (y/3). Amor-persona, Vida de Dios en nuestra vida.

El Espíritu es principio y plenitud de la historia de Dios, y en ella somos, porque Él ha querido que seamos, si nosotros así lo queremos, en libertad, dialogando con Él (y en Él). Poco más se puede decir, sino estar bien callados, en un silencio y soledad sonora que se vuelve en plenitud Palabra.
Más allá y en la raíz de la Palabra (que es Jesús) está el Espíritu, que es Santidad siendo justicia, que es diálogo siendo plena y total libertad. Así lo escribí un libro titulado Palabras de Amor (Desclée de Brouwer, Bilbao 2007), donde expongo y comento los temas fundamentales de la Vida del Amor de Dios que es el Espíritu. Así lo expongo en otro libro titulado Trinidad Itinerario de Dios, que se publicará Dios mediante este otoño 2015 (Ediciones Sígueme, Salamanca), como indicaré en su tiempo.
Sigue el tiempo del Espíritu Santo. Buen Pentecostés a todos.
Introducción
La Biblia habla del Espíritu como poder de Dios que actúa a favor de los hombres. Jesús lo interpreta como “poder de amor” al servicio de la liberación de los hombres. En esa línea, la teología ha podido identificar el Espíritu con el mismo amor de Dios, que Cristo ha ofrecido a los creyentes. De esa manera, cuando Jesús resucitado dice a sus discípulos, según el evangelio de Juan, "recibid el Espíritu santo..." (Jn 20, 21-22), les dice en el fondo “recibid el amor de Dios”. Es ese contexto podemos hablar del Espíritu en la Biblia y en la teología, poniendo de relieve su carácter personal y su relación con el amor. Nos situamos en una tradición teológica latina que, partiendo de Pedro Lombardo (1100-1160), teólogo italiano y obispo de París, que identificó la Caridad (gracia increada) con el mismo Espíritu Santo.
El Espíritu en la Biblia
Como he dicho en días pasados, lLa palabra espíritu (en hebreo ruah, en griego pneuma), está vinculada con el aliento cósmico (viento) y con la respiración humana. En esa línea, la Biblia puede hablar del espíritu del hombre (con minúscula) y del Espíritu de Dios (con mayúscula), sabiendo que ambos se vinculan, de manera que muchas veces resulta difícil distinguirlos.
El Espíritu es el aliento creador de Dios (Gen 1, 2), es la vida que él ofrece a los hombres (Gen 2, 7), que así viven inmersos en lo divino. De un modo especial se ha vinculado a la presencia de Dios en los profetas y a su acción liberadora en el fin de los tiempos. Desde ese fondo se entienden las aportaciones del Nuevo Testamento, en las que el Espíritu tiende a vincularse no sólo con la acción liberadora general de Dios, sino con su mismo amor:
1. Sinópticos.
Conforme a la tradición de la vida de Jesús, el Espíritu de Dios se expresa, ante todo, en la curación de los enfermos, la expulsión de los demonios y la fidelidad a la palabra en medio de las persecuciones. De eso trata Mt 12, 28: “Si yo expulso demonios con la fuerza del Espíritu, es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros”. En esa línea se sitúa el texto programático de Lc 4, 18-19:
“El Espíritu de Dios me ha ungido para abrir los ojos a los ciegos, para liberar a los encarcelados…”. Por eso, frente a la dialéctica de lucha y de persecución de un “mundo”, que actúa en claves de talión, Jesús ofrece a sus discípulos una palabra hecha en el fondo de confianza y amor: “Cuando os lleven para entregaros, no os preocupéis por lo que hayáis de decir. Decid, más bien, aquello que Dios mismo os inspire; porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu Santo” (cf. Mc 13, 11). Esta experiencia del Espíritu de Dios como principio de amor define el comienzo de la iglesia, tal como aparece en Hen 1-3.
2. Pablo: Espíritu de filiación, Espíritu de amor.
Pablo ha empezado presentado al Espíritu de Cristo como Poder de Resurrección (cf. Rom 1, 3-4), añadiendo que "el Espíritu de aquel que ha resucitado a Jesús de entre los muertos vivificará también vuestros cuerpos mortales..." (cf. Rom 8, 11). El Espíritu es Poder de Libertad:
"Cuando éramos menores estábamos esclavizados bajo los elementos de este mundo. Pero cuando llegó la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo... para liberar a los que estaban bajo la ley, para que alcancemos la filiación. Y porque sois hijos, Dios ha enviado el Espíritu de su Hijo a vuestros corazones, gritando ¡Abba Padre! De manera que ya no eres siervo sino hijo y heredero..." (Gal 4,3-7).
La Ley nos hacía siervos y nos dividía como varones y mujeres, judíos y griegos, amos y esclavos (Gal 3, 28). Para liberarnos ha enviado Dios a su Hijo, dándonos su Espíritu: "No habéis recibido un Espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino el Espíritu de filiación, por el que clamamos: ¡Abba, Padre! ..." (Rom 8, 15-17). El Espíritu es presencia de Dios, es el amor del Padre, que hace a los hombres capaces de vivir en amor. Por eso, después de habar hablado de los diversos dones del Espíritu, → Pablo los resume y condensa todos en el amor, de tal manera que podría decirse que el amor es el Espíritu (cf. 1 Cor 13).
3. Juan. El Espíritu, amor que unifica y consuela.
En esa línea, frente a los cultos antiguos que dividen a los fieles de las varias religiones, Jesús dice que “los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en Verdad; estos son los adoradores que Dios busca: Dios es Espíritu, y quienes le adoran deben adorarle en Espíritu y Verdad" (Jn 4, 21-24). Este Dios-Espíritu aparece en 1 Jn 4, 7 como Dios-Amor, que consuela y vincula a todos los hombres. De esa manera, cuando se va, Jesús promete a sus discípulos: «rogaré al Padre y os dará otro Paráclito, que esté con vosotros para siempre» (Jn 14, 16).
Jesús mismo había guía y defensor de sus discípulos. Pero ahora va y les deja y pide al Padre "otro", que sea presencia interior y compañía de amor (no os dejaré huérfanos: 14, 18). «Os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que os dije» (Jn 14, 26). Muchos buscan una verdad como algo impuesto, resuelto y enseñado desde arriba. Pero Jesús promete a los suyos un magisterio interior: el Espíritu-Paráclito, que actualice e interprete su doctrina. Por eso, es conveniente que Jesús se vaya «porque si no me fuere, el Paráclito no vendrá a vosotros» (16, 7). Muchos añoran a Jesús, quieren que ofrezca milagros, seguridades exteriores. Pero es mejor que vaya, para que sus fieles asuman la verdad en el Espíritu, presencia y experiencia interior de vida.
2. Teología básica. Espíritu Santo como amor divino.
Los datos bíblicos deberían bastar en línea dogmática y de búsqueda eclesial. Pero, a partir de las disputas del siglo IV d. C., que habían desembocado en el Credo de Constantinopla, algunos obispos de Asia Menor (Gregorio Nacianceno, Basilio), los teólogos empezaron a llamar al Espíritu persona (hipóstasis o prosopon de Dios). Pues bien, Espíritu es persona de amor: no es objeto, ni en Dios ni en los hombres, sino una relación de amor, vinculada al éxtasis (salir de sí, donarse o trascenderse) y a la comunicación (vida compartida). Desde ese fondo queremos fijar mejor su identidad, en un plano teológico.
1. El Espíritu es Amor intra-divino, plenitud del proceso de Dios, que se despliega en línea de entendimiento y voluntad. Al conocerse, como Padre originario, Dios genera en sí lo Conocido (Logos-Hijo, encarnado en Jesucristo) y al amarse suscita lo Amado (Amor-Espíritu, ofrecido a los humanos). El Espíritu es Amor-Personal que culmina y se despliega en plenitud, no es un Poder errante, en busca de sí mismo, ser frustrado, que no llega a su final, sino Señor completo, gozoso, realizado. Por eso, en el camino y meta de su despliegue personal, Dios es misterio trinitario, como han destacado Agustín y Tomás de Aquino.
2. Es tercera persona: Aquel que brota de la unión del Padre y el Hijo, como nuevo "sujeto" o centro de amor. En esta perspectiva se le ha venido concibiendo de ordinario, cuando se presenta simbólicamente la Trinidad como unión de tres personas (=sujetos). Según eso, el Espíritu está simbolizado en el "otro", es decir, en aquella persona a la que nosotros (simbolizados por el Padre y el Hijo) amamos juntos, aquella que nos une en comunión, que nos vincula en amor pleno.
3. Es itinerario de unión comunitaria y/o interpersonal: es el Amor común que vincula al Padre y al Hijo; no es un tercero sujeto, sino la misma Dualidad, amor común, la vida compartida hecha persona, Camino pleno del amor. En algún sentido se puede afirmar que la Trinidad está formada por "dos sujetos personales" (Padre e Hijo) y un único camino de encuentro (→ Dios cristiano, perijóresis), que es la persona o don común del Espíritu. En ese sentido decimos que es Amor común de dos personas. No es Amor-propio (intra-personal) de Dios hacia sí mismo, sino amor-mutuo (inter-personal) del Padre y del Hijo, Comunión personal. No es un individuo que se sabe y ama, sino amor de "dos" personas (Padre e Hijo) que se conocen y aman en una "tercera", el Amor personal del Espíritu. Hijo y Padre se contraponen y vinculan al amarse; el Espíritu, en cambio, es Amor en sí, persona compartida, carne dual, persona en dos personas... Quizá podamos llamarle (cf. Jn 14, 23) el Nosotros divino, Amor donde culmina el Yo del Padre y el Tú del Hijo.
4. Es el sentido y verdad del amor cristiano. Allí donde Padre e Hijo, siendo distintos, se comunican en amor definitivo está el Espíritu. Este es el misterio y don supremo de Dios y de los hombres: la vida es regalo, la vida es regalo y comunión, Amor en camino y plenitud: Espíritu Santo. En ese sentido decimos que el Espíritu es, al mismo tiempo, Dilección o amor de dos, siendo el Co-dilecto o Co-amado, aquel a quien el Padre y el Hijo quieren juntos, suscitándole en su entrega mutua-simultánea (→ Ricardo de San Víctor).
El Padre es persona engendrando al Hijo y el Hijo recibiendo el ser del Padre. Ambos culminan su proceso personal diciendo juntos un mismo "tú" dual que es el mismo Amor de ambos (no algo fuera de ellos), siendo, al mismo tiempo, un tercero, la Tercera persona en plenitud. El Espíritu es, por tanto, el Co-amado, no un amor unidireccional que se da y no vuelve (un amor que en el fondo se pierde), sino un Amor común, Aquel a quien Hijo y Padre quieren juntos, queriéndose entre ellos. Más allá de ese Amor no hay nada, pues ese Amor es Todo: Hijo y Padre vuelven y se encuentran (son cada uno en sí), saliendo de sí por el Espíritu, en proceso o círculo divino (perikhóresis).