(Eu y/8) Ésta es la sangre de mi alianza
Posiblemente, la primera “eucaristía” de Jesús fue pan compartido, como signo de la comunión de Reino que está de algún modo ya presente (en la línea del multiplicado, que condensa la vida de Jesús), y vino de bendición (en línea futura, anunciando la próxima copa en el Reino de Dios: Mc 14, 25). Pero vimos los días anteriores que la iglesia había interpretado el gesto de la Cena de Jesús en tres momentos que son complementarios:
a) Identificaba el pan de la comida con el Cuerpo Mesiánico del mismo Jesús, en comunión abierta a todos los creyentes, a todos los hombres, de manera que Jesús podía decir “esto es mi cuerpo” (tanto en Pablo como en los sinópticos)… pan partido y dado (el “dado” aparece en la tradición de Pablo y Lucas).
b) Interpretaba el vino del Reino futuro de Mc 14, 25 como vino de la alianza ya presente de Jesús, de manera que en Pablo y Lucas decían “esta copa/cáliz es la nueva alianza en mi sangre…”, mientras que Marcos y Mateo avanzaban diciendo “ésta es la sangre de mi alianza”… llegando al límite de Jn “beber mi sangre”…
c) Se unen los dos signos, pan y vino, cuerpo y sangre, formando un todo… En principio estos dos signos no se pueden separar, pues el cuerpo-pan es todo Jesús y la alianza-sangre es también todo Jesús, desde dos perspectivas.

Ha sido en este contexto donde la iglesia ha realizado el movimiento más arriesgado y sublime de interpretación de la muerte de Jesús como “nueva alianza”, de manera que su sangre derramada es “sangre de la alianza” (alianza en la sangre). Esto es lo que intentaré mostrar en esta última entrega (la 8ª) de la serie sobre la eucaristía.
Gracias a todos los que me han seguido estos días, de un modo silencioso, y también a los que han opinado. Lo que digo es sólo un camino de lectura del texto, una forma de entender la experiencia cristiana, en línea de tradición eclesial. Otros ven las cosas desde un ángulos distinto. Pero los diversos ángulos pueden complementarse.
INTRODUCCIÓN
Recojo evidentemente los temas anteriores, pero también los comentarios de algunos amigos del blog. Permitid que cite a dos, en especial:
a) El amigo Francho me dice que me he vuelto atrás, que antes decía cosas creadoras(en mi libro SISTEMA…) y que ahora me he vuelto conservador… Así dice: «Todo ello me hace pensar, que hemos perdido a ese Pikaza de su obra " Sistema - Libertad- Iglesia" y que nos hemos encontrado con un místico rebosante de conformismo». Pensaré en ello, pero creo que en esta serie he recogido en gran parte lo ya dicho en Fiesta del Pan…, que escribí mientras preparaba el libro sobre el Sistema. Gracias Francho.
b) Galetel, agudo como siempre, con inmenso respeto, me dice que quizá he olvidado el tema del Sacrificio, que está en el fondo de todo, Tengo muy en cuenta lo que me dice.
En las reflexiones que siguen he querido plantear con cierto rigor los temas. Pero quedan pendientes varias cosas, quizá para una serie nueva:
1. En plano histórico…
a) Queda pendiente la fijación de lo que dijo e hizo Jesús, más en concreto
b) Queda pendiente el despliegue diacrónico de la eucaristía en la Iglesia palestina, helenista, paulina, marcana, joanina… advirtiendo que a lo mejor no tenemos un despliegue diacrónico estricto, sino formas distintas de expresarse, sincrónicamente, una misma experiencia de base.
1. En plano teológico…
a) Queda pendiente el tema del Sacrificio, que a Galetel le parece básico, y a mí también. Lo que pasa es que algunos hemos quedado muy saturados por una forma poco crítica de emplear el signo del sacrificio y preferimos ser sobrios en este campo, no por negar el valor del sacrificio, sino por querer plantearlo bien. Volveré un día a ello. En este contexto no se emplea el término “thysia” (sacrificio), que para Pablo tiene un sentido “espiritual/personal”: es el sacrificio “logiké”, de la mente que se abre al misterio de Dios en Cristo, no el de la sangre derramada en un rito…
b) Queda pendiente el sentido de la "alianza" y su vinculación con la vida y con la muerte de Jesús... y con la experiencia eucarística de los cristianos, que es compromiso de alianza.
c) Queda pendiente otra serie de temas que son básicos:
1) el pan “dado” (didomenon) de la tradición de Pablo-Lucas. Éste es quizá el tema básico, el dar…
2) la sangre “derramada” (eckhinomenon), con su fondo de violencia… de don hasta la muerte
3) queda pendiente el sentido del “por vosotros”, por muchos, por todos… que preocupa tanto a los liturgistas actuales…
Quedan muchas cosas pendientes, pero creo que lo que ofrezco puede ser principio de un diálogo de experiencia y teología.
Gracias a todos los que habéis seguido la serie.
TEXTO:
Mc 24,23 Y tomando (un) cáliz,
dando gracias,
se lo dio
y bebieron todos de él.
24 Y les dijo:
Ésta es la sangre de mi alianza derramada por muchos
El Jesús de Marcos había hablado ya del cáliz como “bautismo de vida”, es decir, como muerte a favor del Reino (cf. Mc 10, 35-45). En ese contexto ha añadido que Jesús, Hijo del Hombre, «ha venido a servir a los demás y a dar su vida (psykhê) como redención por muchos (anti pollôn)» (10, 45).
Desde ese fondo se entiende el signo del vino, interpretado como “sangre” en el sentido radical de “vida” (Gen 9, 4-5; Lev 17, 11.14; Dt 12, 23). Por eso (a diferencia de Pablo), Marcos puede identificar ya el cáliz con la sangre (vida) de Jesús y no sólo con su alianza:
− TOMANDO (UN) CÁLIZ/COPA (POTÊRION)...
Cáliz es el utensilio (copa o vaso), y también la bebida que contiene, en palabra que 7, 4 empleaba para resaltar la exigencia de limpieza interior contra un tipo de legalismo externo. Preguntando a los zebedeos si estaban dispuestos a beber el cáliz que él iba a beber (cf. 10, 38-39), Jesús lo relaciona con la entrega de la vida. Más tarde, el relato de Getsemaní (14, 36: (¡aparta de mí...!) presenta el cáliz como expresión dolorosa de fidelidad hasta la muerte.
Esta palabra (poterion) puede traducirse también de un modo menos sacral (copa), pero en cualquier caso implica una experiencia de solidaridad y entrega de la vida, destacando también el aspecto de amistad y alegría que está al fondo de ella, como supone Sal 116, 5: El Señor es mi Copa…
− DANDO GRACIAS, SE LO DIO.
Jesús interpreta su vida como copa/cáliz que ofrece y comparte solidariamente, de forma que todos beben de ella y se comprometen a participar en su destino. En este contexto, beber su cáliz significa asumir el riesgo y entrega de su evangelio, en generosidad o donación hasta la muerte.
Se trata, evidentemente, de un cáliz de vino, de fiesta gozosa, abundante… PERO LOS TEXTOS NO CITAN EL VINO, sino el cáliz. Ha querido Jesús que su recuerdo quede vinculado a una celebración intensa: frente al pan y peces de la multiplicación (comida diaria) ha destacado la bebida de la fiesta gozosa de su comunidad en este día especial de su despedida.
El vino es señal de bendición: mientras un grupo de amigos puedan tomarlo juntos podrán bendecir a Dios. No están abandonados, perdidos sobre un mundo adverso. El mismo vino, fruto de la tierra y del trabajo humano, producto de fermentación de la uva, es signo del cuidado de Dios, del sentido de la vida. Jesús no ofrece a los suyos una sesión de ayuno, hierbas amargas, sino el más gozoso y bello producto de la tierra mediterránea:
es el vino dado (se lo dio), regalado, como su misma vida
el vino, que no es comida diaria, de dura pobreza, sino fiesta que alegra el corazón, recuerdo y anticipo del reino de los cielos.
El agua es necesaria, el vino es siempre gracia, un derroche, en la línea del perfume de 14, 3-9.
− Y BEBIERON TODOS DE ÉL, EN GESTO DE PARTICIPACIÓN.
Por un lado se dice que bebieron todos, sintiendo en sus labios el gozo y la fuerza del vino, en contra de una liturgia posterior, muy formalista que, simplificando y jerarquizando el rito, ha reservado el vino para el presidente, oscureciendo así aquello que Jesús quiso. Por otro lado añade, además, que bebieron de él, del mismo cáliz, una gran copa que vincula a los participantes.
Es vino que Jesús les da y que ellos reciben y comparten, asumiendo su camino. No hace falta decir más: éste es el vino de Jesús, la copa de su fiesta; por eso, quienes participan de ella se comprometen a buscar y recibir el Reino. Por eso, el texto dice que “bebieron todos” (es decir, los que iban a negarlo, abandonarle o entregarle: cf. 14, 17-21. 26-31).
− Y LES DIJO: ÉSTA ES LA SANGRE (HAIMA) DE MI ALIANZA (MOU TÊS DIATHÊKÊS).
Aquí tenemos que detenernos, pues parece haber existido un proceso en la formulación de la copa en relación con la sangre:
a. Primer momento: Mc 14, 25
No beberé de este vino hasta que lo beba nuevo en el Reino
Lo primero no es el vino-sangre, sino el vino-vino, que es signo de la entrega final de Jesús y promesa del Reino. Esta palabra (Mc 14, 25) no se dice “además” de la palabra sobre el vino-sangre, sino que es la palabra originaria, la eucaristía de la promesa de Jesús, de su solidaridad de reino.
b. Segundo momento: Pablo (1 Cor 11, 25) y Lucas (22, 20)
Este cáliz/copa es la nueva alianza…
Éste Jesús no dice “esto es mi sangre” (no identifican el vino con la sangre de Jesús), sino que dice:
1. Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre
2. Derramada por muchos
El cáliz, es decir, el vino compartido es la “alianza” ya actualizada, ya realizada, el nuevo Sinai (el nuevo “sacrificio”) establecida en la sangre de Jesús.
Lo que importa no es el vino como sangre,
lo que importa es el vino como nueva alianza… la copa de la nueva alianza, pero realizada ya, en la sangre (en la entrega de la vida) de Jesús.
c. Tercer momento Texto de Mc y Mateo:
Esta es la Sangre de mi alianza….
Marcos y Mateo can un paso en adelante, de manera que tomando el cáliz con el vino, Jesús dice en sentido ya preciso: “esto es mi sangre…”, pero no sangre sin más, sino sangre de alianza, de manera que lo fundamental sigue siendo la “alianza”, no la sangre en sí, que es medio para la alianza. El texto de Marcos (retomado al pie de la letra en Mt 26, 28) se puede traducir de dos maneras.
(a) Ésta es la sangre mía de la alianza, uniendo mou (mía) con haima (sangre), para destacar la novedad de la sangre de Jesús, como suponiendo que la alianza resulta conocida (sería la misma de Ex 24, 8) y que la novedad es la sangre.
(b) Es la sangre de mi alianza, uniendo mou con diathêkês, para destacar así la novedad de la alianza de Jesús (en una línea más cercana a Pablo).
En las dos traducciones, la palabra central no es sangre, sino alianza, como aparecía más claro en Pablo-Lucas… Jesús no dice “esto es mi sangre” sin más, sino “ésta es la sangre” de mi alianza….
d. Cuarto momento: Jn 6
Quien no beba mi sangre…
El texto definitivo en la línea de la identificación del vino con la sangre de Jesús es el de Juan, cuando afirma en un plano distinto (de comunicación de fe, de identificación gnóstica):
a- Si no coméis la carne del Hijo del Hombre
b- si no bebéis su sangre
no tendréis vida eterna.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna… (y yo le resucitaré en el último día) (Jn 6, 53-54).
Sólo aquí se habla de "beber la sangre", algo que es escandaloso para los judíos... algo que sólo ha podido decir de esta manera un "judío radical" como el autor de Jn, un judío que invierte toda la sacralidad de su tradición, dándole al mismo tiempo un sentido espiritual (casi gnóstico) y muy carnal...
Este tema nos llevaría a otro plano de estudio, que aquí no podemos seguir. Quede sólo indicado que sólo Jn habla de "beber la sangre" en el sentido fuerte del término. En los otros testimonios ese tema esta velado.
EXPLICACIÓN.
La sangre de la alianza de Jesús no es fuerza biológica de generación (como la de Abrahán, y los Doce patriarcas, con sus descendientes carnales), pues ella supera de una vez y para siempre la sacralización de los aspectos nacionales o raciales de la vida. No es tampoco la sangre ritual de los sacrificios (de los animales muertos), pues Jesús transciende ese nivel sacrificial vinculado al templo (ha rechazado los sacrificios de animales), sino LA SANGRE DE LA ALIANZA que él realiza vinculando en su camino a los marginados de Israel y a los malditos (enfermos, pecadores) de la tierra…. Esa alianza de Jesús ha culminado en su muerte, transformando su muerte en principio de vida
Frente al ritual de muerte de animales (cf. Lev 1-9), por encima del pacto sellado con sangre de novillos (cf. Ex 24, 8), superando la sangre del cordero pascual, que tiñe las puertas de la casa para protegerla (Ex 12, 1-13), o la sangre de expiación nacional con que se unta altar y santuario (cf. Lev 16, 14-19), ha expresado Jesús con el cáliz el signo de su vida que vincula a los humanos en alianza. No hay sacrificio exterior de animales, no existe sangre muerta, sino la sangre de su vida que es presencia de Dios y compromiso de solidaridad interhumana (Lev 7, 22-27; 16-17).
− DERRAMADA POR MUCHOS.
Se repite así, en este contexto, aquello que Jesús había dicho del cáliz que él había de beber (Mc10, 38), dando su alma/vida (psykhê) como redención por muchos (lytron anti pollôn: 10, 45). Ahora añade que el cáliz que ofrece a sus discípulos es la sangre de su alianza, derramado hyper pollôn, en favor de muchos, que podemos traducir «por todos» (abriendo así la comunidad cristiana al conjunto de la humanidad), a diferencia de Pablo, que decía que el pan es el cuerpo por vosotros (hiper hymôn, es decir, por los miembros de la comunidad).
El Jesús de Pablo habla a su iglesia, en un contexto litúrgico, y dice que el pan/cuerpo es “por vosotros” (¡sin negar que pueda ser también por todos!).
El Jesús de Marcos habla, en cambio, en un contexto biográfico más amplio, afirmando que la sangre de Jesús se derrama (ofrece) «por muchos», un término que puede entenderse desde una perspectiva cerrada (los muchos o numerosos son en Qumrán los miembros del propio grupo, el resto puro de Israel), pero también desde una perspectiva abierta (los muchos son todo Israel y toda la humanidad a la que Dios ofrece en Jesús la nueva alianza, como puede verse al fondo de Is 53-54).
Derramar la sangre significa dar la vida, cumpliendo aquello que en anticipación profética habían anunciado los vaticinios de la pasión (8, 31; 9, 31; 10, 32-34), tal como habían culminado en 10, 45. Jesús ha muerto (¡según el texto va a morir!) para instaurar de esa manera su alianza, que marca la vinculación mesiánica de Dios con su pueblo a través del mensaje y de su vida/muerte de Jesús. El descubrimiento del valor y la celebración del sentido de esta alianza, a través del cáliz de la cena constituye (como he venido diciendo) una de las aportaciones básicas del cristianismo helenista (de Pablo), que ha interpretado así la presencia de Cristo en la “fiesta” de la comunidad.
Pablo y Lucas había vinculado el gesto “sacrificial” (por vosotros, hyper hymôn) con el mismo pan/cuerpo de Kyrios (un cuerpo para los demás: 1 Cor 11, 24; Lc 22, 19).
Marcos lo vincula con la sangre de su alianza (derramada por muchos, hyper pollôn). En ese contexto, el hecho de que Jesús haya muerto (en vez de haber instalado con su vida el Reino, como él quiso, históricamente) constituye un descubrimiento sorprendido, emocionado de la Iglesia, que ha visto y celebrado la máxima presencia de Dios (hyper pollôn) precisamente allí donde parecía que Jesús había fracasado.
IMPORTANCIA DEL SIGNO DE LA SANGRE.
El pan era sôma, cuerpo mesiánico de Jesús, construido por (y centrado en) ese pan compartido, superando las limitaciones de un tipo de judaísmo que quería centrarse en la comida limpia, entre los miembros puros de la comunidad. Siguiendo en esa línea, según muchos judíos, el cuerpo o familia se fundaba en la solidaridad biológica (semen, sangre engendradora) y en la vinculación sacrificial, que se conseguía a través de la sangre animal, vertida en nombre y para unión del pueblo (conforme a los rituales del Levítico). Pues bien, en contra de eso, la fuerza unificante del pueblo de Jesús, centrado en torno al pan de las multiplicaciones (para todos), se expresa a través de la sangre de su alianza (haima mou tês diathêkês), es decir, de su vida ofrecida (derramada) por muchos.
Esa sangre no es ya el líquido visible que mana de los clavos de la cruz, ni es un principio biológico de generación (¡se nace de la carne y de la sangre!), sino toda la persona, la vida hecha regalo en favor de los demás, tal como se celebra en la bendición y en la acción de gracias de la Cena del Señor. Según Marcos, sólo la sangre que es la vida derramada por todos y celebrada en la copa de vino de alianza de Jesús hace posible el surgimiento de la nueva comunidad mesiánica, superando las fronteras del viejo Israel. En ese contexto se entiende el hyper pollôn, la certeza de que la sangre de la alianza ha sido derramada “por muchos” (14, 24b).
POR MUCHOS:
En un primer nivel, esos “muchos” por los que Jesús derrama su sangre (da su vida, pues la sangre es vida, como he dicho: cf. Gen 9, 4-5; Lev 17, 11. 14), son los israelitas a quienes él ha proclamado el Reino y por quienes ha muerto.
Pero, como han puesto de relieve en 12, 10 y 14, 9, según Marcos, esos muchos son ya todos los pueblos del cosmos. La comunidad de Jesús no necesita un templo especial, ni animales sacrificados, ni cultos especiales (de tipo nacional o imperial), pues todos los hombres y mujeres del mundo pueden vincularse en torno al pan y vino de Jesús.
Jesús realiza este gesto (con el pan y con el vino) y dice estas palabras (el pan es su cuerpo, la copa es la sangre de su alianza por muchos) precisamente en el momento en que quiebran las viejas estructuras de Israel: uno de los Doce va a entregarle (14, 17-21), el resto le abandona (14, 26-31) y las autoridades de Israel le condenarán a muerte (14, 53-72),
Pues bien, desde ese fondo de fracaso israelita, Jesús ha querido ofrecer su vida (sangre) como fuente de vida para todos. Según eso, la eucaristía constituye el resumen y centro paradójico de la enseñanza de Jesús a sus discípulos. Les ha llamado, les ha ofrecido su mensaje, ha compartido con ellos su vida (de forma que todos han bebido su cáliz: pantes, 14, 23). Pues bien, precisamente allí donde ellos van a entregarle y/o abandonarle, Jesús les ofrece su vida (sangre) para así formar un cuerpo (comunidad), que es para muchos, para todos.
Desde ese fondo puedo volver a precisar el sentido de los signos. El primero (pan) resulta más comprensible en ámbito judío, el mismo evangelio de Marcos lo ha venido preparando cuidadosamente en la sección de los panes (6, 6b−8, 27). Más difícil de entender (acoger) resulta el signo de la sangre por lo que ella tiene de “tabú” para el judaísmo, de manera que quien la toca queda impuro y quien la bebe comete el mayor de los pecados (bebe vida humana). De todas formas hay tres rasgos que nos ayudan a entenderlo:
– EL MISMO TABÚ DE LA SANGRE LLEVA UN GRAN POTENCIAL POSITIVO.
Dios prohíbe beber o comer sangre «porque la sangre es la vida de la carne y os la he dado para uso del altar, para expiar por vuestras vidas, porque la sangre expía por la vida» (Lev 17, 10-12; cf. Gn 9, 4). Dios se ha reservado para sí la sangre, como poder originario, de forma que comer carne sin desangrar o beber sangre constituye la mayor de las impurezas (cf. Hech 15, 29). Pues bien, fiel a su más honda experiencia de transgresión sacral y ruptura de límites, el Jesús de la Iglesia ofrece a sus discípulos su sangre, en el signo del vino, marcando así la novedad de su mensaje y su propuesta.
El tema sigue influyendo en la primera legislación de la iglesia, que prohíbe comer sangre; cf. Hech 15, Concilio de Jerusalén. Cf. X. Pikaza, Sangre, en Diccionario de la Biblia, Verbo Divino, Estella 2007.
– La sangre se encuentra vinculada al proceso vital de la mujer,
con sus menstruaciones y partos. Es sangre generadora, que se expande fecunda y amenazante: (a) Es lo más sagrado, es vida de mujer que concibe y alumbra. (b) Es lo más impuro (en sentido también sagrado), y por eso la legislación israelita ha tenido un cuidado especial con las mujeres menstruantes o parturientas (cf. Lev 12), presentándolas como signo de ambigüedad humana. Pues bien, en esa raíz donde germina y se expande arriesgadamente la vida se ha situado Jesús, ofreciendo a los humanos su sangre, expresada en el vino.
– Es sangre que otros derraman (matan a Jesús), pero que él ofrece en amor para superar toda violencia,
instaurando con ella (en el signo del vino) una alianza de amor para siempre. Frente a las mujeres, vinculadas a la sangre de la menstruación, los varones parecen más vinculados a la sangre de los enemigos que ellos matan en el campo de batalla o de los amigos caídos en ella, sangre de violencia que pacifica. Pues bien, Jesús ha invertido esa función y ese signo, ofreciendo su sangre (su vida), de manera generosa, como madre y amigo/a, para suscitar la comunión entre los hombres. Con dura violencia (con mala justicia) le matan; por amor ofrece su vida “por muchos” .
En ese contexto, debemos recordar que ni Pablo ni Marcos hablan de beber sangre, sino de tomar/beber el cáliz,
de manera que no emplean el lenguaje provocadoramente anti-gnóstico y escandaloso de Jn 6, 53-56.
Pablo identifica este cáliz (es decir, este gesto de bebida, y no directamente el vino) con la nueva alianza en la sangre (y no con la sangre en cuanto tal).
Por su parte, Marcos identifica el cáliz (poterion) con “la sangre de mi alianza”. Eso significa que de un modo implícito, ellos comparan el vino del cáliz con la sangre de Jesús, pero no hablan directamente de beber la sangre de Jesús.
Sea como fuere, la identificación eucarística del cáliz o copa de vino compartido con la sangre de la alianza de Jesús constituye un signo poderosamente innovador, que supera los límites de un judaísmo sacral (centrado en un sistema de sacrificios), para resacralizar de otra forma la vida, desde la entrega personal de Jesús a quien la comunidad descubre y canta en su celebración.