Francisco de Asís: Hermano sol... Hermana muerte
A los cinco años de Laudato sí, recordamos mañana (4, 10.20), a San Francisco por el hermano sol (tierra y agua, viento y fuego...), pero también por la hermana muerte, pues sin ella el mundo no sería mas que un duro cautiverio.
Este mundo es bendito para el hombre porque hay sol y buena tierra, pero también porque hay perdón y porque hay muerte bendita, que es y promesa de vida otros, en esperanza de resurrección.
| X.Pikaza
Altísimo, omnipotente, buen Señor, tuyas son las alabanzas, la gloría y el honor y toda bendición. A ti solo, Altísimo, se pueden dirigir y ningún hombre es digno de hacer de ti mención.
Estas palabras encierran la más honda paradoja dela experiencia religiosa. Por un lado, el orante se levanta, eleva manos y mirada y tiende en movimiento irresistible hacia la altura de Dios que se desvela como Altísimo. Ciertamente, Dios es también omnipotente y buen Señor: es el poder que guía cuidadosamente la existencia de los hombres.
Pero su atributo original, repetido por la estrofa, es Altísimo: elevado, grande, lleno de sentido. Ante ese Dios, en paradoja primigenia, el hombre siente la necesidad de la palabra y el silencio. Surge por un lado la palabra, en forma de alabanza, gloria, honor y bendición: la palabra desbordante del que ha visto la presencia de Dios y le responde
con la voz gozosa, creadora, de su canto. Pero, al mismo tiempo, esa palabra conduce hacia el silencio: pues no hay hombre que pueda «hacer de ti mención».
El hombre actual tiene miedo a la muerte: quiere vivir como si ella no existiera, por eso es desgraciado, cualquier pequeño cambio como éste del coronavirus, le saca de quicio, le sume en la angustia, no por él, sino por su dinero. Quiere tener cosas, en vez de ser él mismo. Sin poder cantar a la hermana muerte carece de sentido el canto de las creaturas.
1) Hermano sol, hermana luna y estrellas
Loado seas con toda creatura, mi Señor, y en especial loado por mosén hermano sol, el cual es día y por el cual nos iluminas; él es bello y radiante, con gran esplendor, y lleva la noticia de ti, que eres Altísimo. Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas; en el cielo las formaste luminosas, preciosas y bellas.
En el principio de ese todo, formando la pareja primigenia y sustentante de este cosmos, visto en perspectiva humana, están hermano-sol y hermana- luna, con su séquito de estrellas. Son hermanos del orante, pertenecen a su misma condición de
creatura. Este parentesco del hombre con el cosmos no es producto de especulación intelectual, no es signo de algún tipo de panteísmo fisicista. Es consecuencia
de la misma creación, pues como dice Gn 1, Dios nos hizo a todos con su misma palabra y con su espíritu de vida.
Esta es una fraternidad gloriosa que vincula nuestra vida a los poderes más altos del cosmos (sol, luna-estrellas). Pero es también fraternidad humilde que confirma nuestra condición de creaturas de Dios sobre la tierra. El canto nos hace hermanos del sol que nos alumbra en su belleza. El sol es día y nosotros somos día: formamos parte de su luz, en gesto de belleza luminosa. Por eso, porque estamos en el día, recibimos
por el sol noticia del Altísimo. En actitud de gozo conmovido, Francisco ha personificado al sol, llamándole «messor lo fratre sole», que hemos traducido
por «mosén hermano sol». Es como hermano mayor, signo del Padre Dios, que, unido con la «hermana madre tierra» de la última estrofa cósmica del himno, constituye el espacio de totalidad (amor y bodas) en que Dios ha querido sustentarnos.
Al mismo tiempo somos hermanos de la luna que, simbólicamente, aparece en su rostro femenino, presidiendo el orden de la noche.
2) Hermano viento, hermana agua
Loado seas, mi Señor, por el hermano viento, y por el aire y el nublado, el sereno y todo tiempo, por el cual a tus crea turas das sustentamiento. Loado seas, mi Señor, por la hermana agua, que es muy útil y humilde, preciosa y casta.
Después del símbolo celeste, que aparece como guía de toda creatura, Francisco, orante del cosmos, debe cantar a Dios por los cuatro elementos primeros que, conforme a una tradición antigua casi universal, forman la esencia de este mundo sublunar. Estos elementos aparecen también personificados, de dos en dos, formando parejas de unidad fecunda, esponsal y fraterna. Así, el aire-viento es masculino, el agua femenina, con todo el valor simbólico que ello presupone.
El viento se presenta como hermano fecundante: es el aire que nosotros respiramos y respiran todos los vivientes. Es claro que Francisco, según la tradición cristiana, ha interpretado el viento en perspectiva de Espíritu Santo: es aire de Dios que fecunda las aguas del caos primero (Gn 1, 2); aire que eleva y da vida a los huesos que estaban ya muertos (Ez 37); espíritu, aliento que vuelve sagrado el bautismo.
Hermana del viento es el agua. El viento la lleva en sus nubes y luego la deja caer, de manera que empape y fecunde la tierra. Sin embargo, Francisco no quiere mostrar las acciones del agua, la deja en silencio, a fin de evocar de manera central su sentido
y mostrar su presencia: es «útil y humilde, preciosa y casta». Es evidente que, en esta evocación, influyen los aspectos femeninos de la vida que Francisco ha descubierto en Clara (mujer) y en el agua, la hermana universal de los vivientes. El agua es humilde-casta: es límpida, gozosa transparente. Pero, al mismo tiempo, es útil-preciosa: como signo de la gracia de Dios (de su bautismo) en la vida de los hombres.
Esto es oración: descubrimiento del misterio de Dios en los signos del aire y el agua. Son los signos del bautismo que la tradición cristiana ha destacado desde el mismo comienzo de la iglesia: si no naces del agua y el espíritu (=del viento), no puedes heredar el reino de los cielos (cf. Jn 3, 5). Agua y viento unidos son para Francisco signo de la nueva vida del creyente. Por eso, orar es descubrirse realizado,' como vida que renace en Cristo. Sin el agua y el aire compartido (una atmósfera buena para todos) puede haber ecología
3) Hermano fuego, hermana tierra
Loado seas, mi Señor, por el hermano fuego, por el cual iluminas la noche; él es bello y alegre, robusto y fuerte. Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana madre tierra que nos sustenta y nos gobierna; ella produce diferentes frutos, con flores de colores y con hierbas.
Con esta pareja termina el canto de la creación. Están unidos fuego y tierra. El fuego, masculino, alegre-fuerte, que aparece como signo del sol entre los hombres. Y la tierra, femenina, que dirige la existencia como signo de maternidad de Dios en el
principio y fin de nuestra historia.
El fuego es la luz que se mantiene y vigoriza destruyendo, transformando a su paso la existencia de las cosas. Por eso es cambio permanente: es el poder de la alegría y la belleza que sólo se despliega consumando y consumiendo lo que existe. Resulta significativo que Francisco se sienta unido al fuego, llamándole «fuerte y robusto». Se trata, evidentemente, del fuego de una vida que se consume en favor de los demás, conforme al Dios de Jesucristo.
Muchas veces, seducidos por un ideal de quietud. de ser sin cambio, hemos interpretado la vida a partir de aquellos seres que perduran siempre idénticos, sin cambio: metal, roca, montaña. Pues bien, en contra de eso, Francisco nos conduce hasta el hermano fuego, que es signo del sol, signo de Cristo que muere y resucita. Así también la vida es para todos nosotros un camino de pascua que se expresa y alimenta en la señal del fuego masculino y fuerte, alegre y bello, de la entrega de sí mismo.
Finalmente está la tierra donde viene a descansar todo el camino precedente. Es la tierra femenina que recibe la luz-calor del sol, la fuerza y robustez del fuego, y de esa forma puede presentarse como madre de todos los vivientes. Su maternidad se entiende aquí en clave de origen y de ley: ella nos sostiene (sustenta) y nos dirige, gobernando nuestra vida. Ciertamente, la tierra es útil: produce las hierbas y los frutos. Pero, al mismo tiempo, se presenta como hermosa en el despliegue de colores de las flores.
Francisco nos quiere arraigar en la tierra. El orgullo del hombre pretende borrar este origen, negando así la propia condición de creaturas terrenas, limitadas. En contra de eso, Francisco nos sitúa nuevamente sobre el surco de la madre tierra: en ella hemos nacido y allí estamos, como hermanos del sol y las estrellas, como familiares del viento y de las aguas.
Quizá en un momento posterior, tras haber escrito cantado muchas la parte anterior, movido por la misma lógica de su canto, Francisco ha añadido una segunda parte de carácter diferente, bendiciendo a los hombres y mujeres que alaban a Dios por el perdón y sufrimiento de los hombres y por el gran misterio de la muerte.
De esta forma, su oración se inscribe en la misma lógica del Padrenuestro que, sobre las peticiones de tipo más teológico (que tratan de santidad, reino y voluntad de Dios), añade unas peticiones de carácter más mundano (humano, eclesial...) en las que se ruega por el pan, perdón y libertad (ligada al trance de la muerte).
Alabado
seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor, y padecen enfermedad y tribulación; bienaventurados los que las sufran en paz, porque de ti, Altísimo, coronados serán.
((Laudato si', mi Signore, per quelli che perdonano per lo Tuo amore et sostengono infirmitate et tribulatione. Beati quelli ke 'l sosterranno in pace, ka da Te, Altissimo, sirano incoronati))
Significativamente, Francisco no ha pedido por el pan. Pudiera parecer que su alabanza sobrevuela por encima de los problemas económicos. Pues bien, eso no es cierto. Francisco ha trabajado y quiere que también trabajen sus hermanos menores, compartiendo sus bienes con los pobres. Pero, superando el plano del trabajo, ha interpretado el mundo como espacio de fraternidad y de alabanza: por eso ha mirado hacia las cosas, descubriendo en ellas la hermosura de Dios; por eso las admira, como mensajeras de fraternidad y de esperanza.
1. Por los que perdón. Francisco no ha pedido por el pan, porque ha sabido convertir las cosas de este mundo en pan de fraternidad y alabanza en un camino que conduce al reino. Por eso se ha fijado de una forma especial en el perdón: bendice a Dios por aquellos que perdonan, convirtiendo así la tierra en campo de encuentro fraterno, lugar donde se pueden compartir todas las cosas: posesiones y trabajos, gozos y dolores. De esa forma indica que la luz de Dios y su belleza sólo pueden desvelarse entre las cosas allí donde los hombres saben cultivar la gratuidad, el amor fraterno, la alabanza.
2. Por los que saben sufrir Resulta así patente que Francisco no ha compuesto el canto de las creaturas de una forma ingenua, en una especie de entusiasmo infantil, alejado de la lucha y problemas de la tierra. Es todo lo contrario. Francisco ha conocido y ha sufrido los conflictos más fuertes de su tiempo: la codicia de los nuevos comerciantes y burgueses que destruyen la hermandad entre los hombres; la violencia de una guerra en que se enfrentan, por dineros, intereses e ideales falsos, las ciudades y los grupos sociales de su tiempo. Fue a la guerra, en ella fue cautivo. Vivió y sufrió el afán de las riquezas. Pero un día, al encontrar a Cristo, supo que debía abandonarlo todo: poder, prestigio, posesiones. De esa forma, en libertad muy honda, con aquellos hermanos que Dios quiso concederle en el camino, descubrió el misterio y la belleza de Dios entre las cosas.
Francisco supo que los hombres eran sus hermanos. Por eso pudo extender palabra y experiencia de fraternidad hacia el conjunto de las creaturas: sol y luz, viento y agua, fuego y tierra. Esta ha sido la fraternidad de la belleza que sólo puede contemplarse con los ojos de Dios, más allá de los trabajos e ideales de la tierra, en actitud orante, esto es, perfectamente humana.
3. Última estrofa b. Hermana muerte
Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana muerte corporal (Laudato si' mi Signore, per sora nostra Morte corporale)
Del perdón pasa Francisco a la muerte... Ésta segunda parte, que trata del perdón, del sufrimiento transformado en amor y de la muerte, es, a mi juicio, la más importante del canto de Francisco... quizá la más desconocida. Sólo el perdón, con la aceptación de la muerte, puede hacernos cantores del sol y de la luna, del agua y del viento, del fuego y del aire. No me resisto a citar sus palabras en umbro/italiano
Sol-luna-estrellas (con tierra-aire-agua-fuego) son lo que son, el fundamento de la vida. Son todo, pueden todo, pero no perdonan... El hombre, en cambio, puede cantar de ser (ser como Dios) porque perdona. De esa forma, el canto de las creaturas se convierte en canto del Dios-Creatura que muerte por los hombres (con los hombres) en gesto de perdón, aceptando la muerte como fuente de vida y resurrección.Sólo los hombres y mujeres que perdonan de esa forma, que aguantan (sostienen) el dolor, vinculados al amor divino, pueden cantar de esa manera al sol y las estrellas, en un mundo (en un tiempo) en que la muerte ese esencial para los hombres.
APLICACIÓN
• Plano del ver. Puedo y debomi manera de enfrentarme con la naturaleza, con la vida compartida, con la muerte...: cómo se combinan en mi vida las actitudes fundamentales (práctica, estética, religiosa). También puedo analizar mis oraciones de la naturaleza: ¿Me gusta orar en la montaña? ¿Cómo respondo ante el misterio de las cosas?
• Plano del juzgar. Mi oración ante la naturaleza puede estar viciada por dos causas: por mi afán posesivo, que sólo busca formas de poder y de consumo; y por mi propia superficialidad, por mi falta de hondura ante las cosas. Analizo estas razones. Busco otras que pueden resultar más personales. Intento responder a esta pregunta: ¿qué me impide orar ante las cosas?
• Plano del actuar. Podemos concretarlo de muy diversas formas: revisar los salmos que nos hablan de la naturaleza, para reforzar con ellos nuestra vida de plegaria; componer un canto de la naturaleza, siguiendo el ejemplo de Francisco, pero sin copiarlo; buscar unos «hermanos de oración» para entonar con ellos un modelo
más profundo y compartido de oración desde las cosas de este mundo.
Para un estudio de las interpretaciones modernas del canto de Francisco, desde la perspectiva del Papa Francisco (Laudati si).
cf. E. Rivera, San Francisco en la mentalidad de hoy. Marova, Madrid 1982; mayor información bibliográfica en Id., Bibliografía selecta franciscana: Comunidades
38 (1982) 1-16 de Fichero de Materias.
Para una visión más concisa de nuestro tema: