"Un documento largo, intenso, apasionado... he quedado impresionado" Fratelli tutti, Hermanos todos: Empezando por la Iglesia
La Encíclica de Francisco, obispo de Roma, Fratelli Tutti (¡Hermanos todos!) sobre la fraternidad y amistad social, firmada en Asís (3.10.20), es un documento, largo, intenso, apasionado, que recoge la mejor interpretación franciscana del evangelio para el siglo XXI, desde la perspectiva de la DSI (Doctrina Social de la Iglesia). He quedado impresionado, y así quiero empezar diciéndolo: Gracias, hermano Francisco de Roma, por tus palabras. Pero es un documento que se centro menos en la fraternidad dentro de la Iglesia, como si de Roma tuviera doctrinas para otros (para casi todo el mundo, pero menos para su Iglesia).
Hay en su encíclica mucha buena (buenísima) doctrina social, política y económica. Hay un buen fundamento evangélico (el Buen Samaritano), pro menos para la Iglesia como tal, como si dejara a un lado palabra de Mt 23 y de gran parte del NT. En cierto momento he pensado Francisco no tiene buenos consejeros bíblicos, pues no le han dicho que Mt 23, 8-10 es el texto clave sobre el tema y por eso no lo estudia, ni siquiera lo cita, a no ser en una cita sesgada, parcial y fuera de contexto (en Num 95, con cita sesgada de Mt 23, 8)
Francisco, obispo de Roma, dice dice cosas importantísimas para el mundo entero (en clave política, social, económica, antropológica, cultural...). Pero su camino y mensaje sólo será creíble si deja de ser doctrina para otros, como dicha desde fuera, por arriba, y se centra en en su iglesia, diciendo unas palabras que podrían ser como estas: Mirad, aquí está nuestra iglesia de Jesús, un iglesia sin rabinos, padres o dirigentes superiores, pues todos somos hermanos... Éste es mi argumento: Podemos ser hermanos, porque lo somos de hecho en esta iglesia sin rabinos, padres ni dirigentes.
Sólo una iglesia de hermanos (sin rabinos, padres y organizados externo....) será "encíclica" universal de fraternidad. Así quiero precisarlo en la reflexión que sigue, no para ir en contra del Hermano Francisco (de Asís y de Roma), sino para centrarlo y fundarlo el Jesús, Hermano de todos los hermanos en la Iglesia, para el mundo.
Francisco, obispo de Roma, dice dice cosas importantísimas para el mundo entero (en clave política, social, económica, antropológica, cultural...). Pero su camino y mensaje sólo será creíble si deja de ser doctrina para otros, como dicha desde fuera, por arriba, y se centra en en su iglesia, diciendo unas palabras que podrían ser como estas: Mirad, aquí está nuestra iglesia de Jesús, un iglesia sin rabinos, padres o dirigentes superiores, pues todos somos hermanos... Éste es mi argumento: Podemos ser hermanos, porque lo somos de hecho en esta iglesia sin rabinos, padres ni dirigentes.
Sólo una iglesia de hermanos (sin rabinos, padres y organizados externo....) será "encíclica" universal de fraternidad. Así quiero precisarlo en la reflexión que sigue, no para ir en contra del Hermano Francisco (de Asís y de Roma), sino para centrarlo y fundarlo el Jesús, Hermano de todos los hermanos en la Iglesia, para el mundo.
La encíclica de Francisco y la palabra de Jesús en Mt 23, 8-10
La Encíclica será "eficaz y verdadera" si vuelve a Mt 23, empezando por la fraternidad de la Iglesia, sin querer "domar" a Francisco de Asís y a sus primeros hermanos, como hicieron algunos papas de Roma... Sólo de esa forma, Francisco de Roma podrá presentarse de verdad como "mi hermano", nuestro hermano..., como el verdadero Francisco de Asís, no como aquellos que en el fondo "domaron" su evangelio, quitándole su mordiente profético.
En esa línea, prefiero que Francisco no se presente como "Papa", ni de Roma ni de ningún otro sitio, porque Papa es Padre en sentido superlativo (supremo rabino, suprema dirigente...), y Jesús dijo: No llaméis a nadie Padre sobre el mundo, ni rabino, ni dirigente). Tutti fratelli e sorelle... Todos somos hermanos/hermanas, y también Francisco, el hermano obispo supervisor de Roma...
Francisco, hermano obispo de Roma, ha dicho cosas muy hermosas, y quiero darle gracias por ello. Pero en la próxima encíclica me gustaría que hablara como hermano, representante de una iglesia o comunidad de hermanos, sin rabinos superiores, sin padre patriarcas, sin dirigentes económicos ni jurídicos ni administrativos.
En esa línea, habiéndome entusiasmado en un sentido, esta carta de Francisco me ha decepcionado en otro. Pido a Dios que le dé tiempo para arreglar los asuntos poco claros de los dineros del Vaticano, para que sean dineros de fraternidad, no de dominio de unos o especulación opaca de otros. Pido a Dios que le dé tiempo para cambiar (dejar que se cambie) la administración eclesial de Roma, donde sigue habiendo un patriarcalismo no evangélico, una fraternidad sin sororidad (donde hermanas y hermanos no somos iguales en ministerios y tareas...). Pido a Dios que no haya en la iglesia kahteguetes o dirigente eclesiales como los que superó Jesús.
Ánimo, Francisco de Roma... Estás en buen camino, pero no has llegado aún al centro del evangelio, del que nos habla el texto que sigue:
23 8 Pero vosotros no os dejéis llamar rabino/maestro, porque uno es vuestro Maestro y todos vosotros sois hermanos. 9 Y no llaméis a ninguno de vosotros padre en la tierra, porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos. 10 Ni dejéis que os llamen director/dirigente porque uno es vuestro director, el Cristo[1].
Esta palabra recoge la doctrina central de la iglesia de Mateo, estableciendo, al mismo tiempo, una crítica en contra de un tipo de escribas/fariseos de sinagoga, sociedad o de Iglesia, que tienden a convertir las comunidades en estructuras jerárquicas de poder, con rabinos, padres y dirigentes superiores a los otros.
En esa situación recoge Mateo la mejor tradición anti-jerárquica, anti-patriarcal y anti. directivista del Antiguo Testamento, reinterpretada desde el mensaje de Jesús, que no quiso ser ni fue rabino en el sentido de grande, ni padre, ni dirigente, sino hermano de todos. (cf. Mt 20, 20-28).
Por lo que he podido observar, en una primera lectura, las palabras del hermano Francisco de Roma van en esa línea de evangelio. Por eso, hoy dejo a un lado las palabras de Francisco, vuelvo a las de Jesús en Mateo, sobre el mismo tema, con autoridad original que define el cristianismo:
1. Nos os dejéis llamar Rabbi/Grande/Maestro. Contra el poder de magisterio superior, de tipo jerárquico. (Mt 23, 8).
Un tipo de neo-judaísmo que empezaba reconfigurarse tras la caída del templo (70 dC) se define como federación de sinagogas, y se constituye en torno a los rabinos, maestros, que recrean la tradición y se elevan como autoridad, para ser así reconocidos (ratificados) más tarde por la Misná. La palabra Rabi/Rabbino significa en hebreo-arameo "grande" y significa propiamente “mi grande”, mi Honorable Señor (Mon-Señor).
Los Rabinos judíos empezaban a destacar por su “saber” de Libro, en línea de hermenéutica textual (legal) y de fidelidad a las tradiciones que conforman la identidad del pueblo. El nuevo judaísmo que ellos recrearon, tras el 70 dC (y que ha durado hasta nuestros días) ha sido federación de sinagogas, con maestros que dirigen la vida del pueblo, sin obispos o señores sacrales como aquellos que han surgido y triunfado después en la comunidad cristiana. Humanamente, muchos rabinos han enseñado de un modo ejemplar, en diálogo y respeto, sencillez y estudio, entre las diversas escuelas de la tradición nacional judía.
A pesar de ello, Mateo ha rechazado en su Iglesia ese modelo de autoridad, que parece nacer de los mismos dirigentes a quienes les agrada que les llamen rabinos. Así les dice Jesús, precisamente a ellos “no os dejéis llamar (con, subjuntivo aoristo pasivo) rabinos”. Mateo no condena a los “fieles ordinarios” (¡que no llamen rabino a nadie!), sino a los dirigentes, para que no se dejen llamar de esa manera, pues en la comunidad de Jesús no existe más rabino (Didascalos, Maestro) que Jesús, que instituye el rabinato de la vida, propio de aquellos que enseñan con la entrega personal, desde su propia pequeñez, como dice Mateo desde 16, 21[2].
Frente a la autoridad de unos rabinos (buenos o malos), Jesús dice: pues todos vosotros sois hermanos (tutti fratelli). No se trata de rechazar el mal rabinato, para que haya un rabinato bueno, sino de rechazar el rabinato como tal, la autoridad de unos maestros que se sitúan por encima de los otros, en línea de jerarqía social o doctrinal. La palabra de Jesús (pues todos vosotros sois hermanos, adelphoi, en sentido abarcador, varones y mujeres.
No hay una enseñanza por encima de la fraternidad, la misma fraternidad es la enseñanza... No hay una enseñanza que diga cómo ser hermanos (una enseñanza sobre la fraternidad), sino que la misma fraternidad es la enseñanza, la vida de Dios, la experiencia de Jesús.
2. Y no llaméis a ninguno de vosotros Padre. Contra un poder patriarcal (23, 9).
El tema principal no son aquello que se hacen llamar "padres", para ponerse por encima de los otros... El problema somos nosotros, que necesitamos "padre", para sentir la autoridad de otros por encima. El problema es que no nos hacemos adultos, hermanos..
Verdaderos padres en línea de evangelio son aquellos que cumpliendo bien su función ya no son necesarios como padres de niños... sino que se hacen y son hermanos de familia, con todos los restantes hermanos, entre los que en la iglesia católica tiene un sentido y función en Hermano Francisco de Roma, no como padre, sino como hermano...
Jesús no quiere que en la iglesia surjan y se eleven un tipo de padres que impiden descubrir al Padre del cielo (y convierten a los demás en menores en un sentido no cristiano). Esta palabra del evangelio no se dirige a los “pretendidos rabinos” de fuera (del judaísmo sinagogal o de otro tipo de religión), sino a los miembros de la comunidad cristiana, a quienes Jesús manda que no llamen “padre” a nadie entre vosotros. Al decir “no llaméis a nadie padre”, Mateo supone que algunos lo están haciendo, de manera que empieza a surgir en la iglesia una veneración jerárquica, dirigida a algunos que quieren hacerse “padres” de la comunidad, o de otros creyentes (que aparecen de esa forma como inferiores o subordinados)[3].
El Jesús de Mateo se opone de forma tajante a esa exigencia “patriarcal” dentro de la comunidad, recuperando la mejor tradición cristiana (que no hablaba de padres, cf. Mc 12, 46-48), no para negar a los padres de familia (que, a diferencia de Mc 10, 30, aparecen en Mt 19, 29), sino para recrear la iglesia en línea de comunión, pues todos vosotros sois hermanos, tutti fratelli. La comunidad cristiana no se entiende como “sistema” de paternidad-filiación, sino de fraternidad universal, y el símbolo “padre” se reserva sólo para Dios, de manera que ningún creyente puede realizar funciones de padre o superior respecto de otro[4].
Ciertamente, hay padres en la tierra (engendradores...), pero no para serlo siempre, sino para superar en el mundo toda forma de paternidad... Sólo el Dios del cielo es Padre... precisamente porque deja de serlo, porque no se impone, porque no manda desde arriba, sino que se revela y actúa en la fraternidad humana. La "paternidad de Dios" no se expresa en una buena paternidad de la tierra, sino en superar toda paternidad, para que emerja así la fraternidad, en el diálogo, en la acogida mutua... Por encima de ese diálogo, acogida mutua, de hermanos hermanas no existe ya autoridad.
‒ No llaméis a nadie director, directores, poder de guiar a los demás, porque vuestro "director es Cristo", que no ha mandado, sino que ha dado su vida por vosotros.
(23, 10). No ha de haber tampoco en la Iglesia directores, katheguetes (personas que guíen y dirijan a otras), con poder de marcar el camino a los demás, asumiendo así una autoridad particular, como instructores o líderes de otros, como gurús, doctrineros etc.. El kathêgetes es alguien que va por delante, que “adoctrina” a los demás y que se arroga el poder de dirigirles. Esa palabra y función tiene un sentido cercano al de maestro, aunque con un matiz de dirección socio/personal más que de mando doctrinal, en línea helenista.
Pues bien, este Jesús del evangelio de Mateo no quiere que en su iglesia (en la comunidad de los hermanos creyentes) haya kathegetes... pues lo que dirige a la comunidad es el mismo amor comunitario. A pesar de eso, en contra de la advertencia de Jesús en el evangelio Mateo, la tradición posterior de la Iglesia hablará de esos kathegetas/catequetas/dirigentes de las comunidades, con un poder de orientación (dirección comunitaria) no simplemente doctrinal, actuando así no sólo como entrenadores, sino como auténticos jerarcas, bajo cuya dirección han de ponerse el resto de los creyentes[5].
El katheguetes, dirigente (kaqhghth.j) no es simplemente un grande (rabí) que tiene más sabiduría o un padre, que está por encima, sino alguien que, además, quiere guiar a la comunidad, pudiendo convertirse en iniciador jerárquico de otros. Al prohibir que algunos actúen como kathegetas, el Jesús de Mateo afirma que cada creyente puede y debe vincularse de manera directa e inmediata a Cristo, que es el verdadero kathegeta de aquellos que creen en él. En esa línea, de una forma sorprendente, el evangelio de Mateo insiste en un tema que ha sido intensamente desarrollado por la comunidad del Discípulo Amado[6].
Estas tres palabras del Jesús de Mateo (que no haya rabinos, ni padres, ni dirigentes...), sino que todos sea "hermanos" (tutti fratelli) forman la clave de la nueva experiencia eclesial. Ellas son el centro y sentido de la Iglesia. La primera (sobre los rabinos) y la tercera (sobre los dirigentes) resultan paralelas; en el centro queda la alusión contra aquellos que actúan como padres, ignorando que el único Padre verdadero es Dios.
En contra de una tendencia, normal en nuestras sociedades, Jesús no ha fundado un grupo de rabinos y sabios, pues quiere que todos los miembros de su iglesia sean hermanos (se vinculen directamente entre sí). Nadie puede elevarse como director o guía, intermediario o bróker de los otros, pues todos tienen acceso directo a Dios Padre y al Cristo que es Rabi y Kathêgêtês de cada uno de sus fieles.
- Conforme a la visión de Mateo, el judaísmo rabínico, entendido como religión de Ley y Libro, necesitaba intérpretes, rabinos/catequetas que ejerzan la función de padres.
- -Pues bien, en contra de eso, el evangelio de Mateo propone una religión de encuentro personal con Cristo, sin necesidad de rabinos/padres/catequetas que se impongan sobre los demás
El objetivo de la iglesia de Mateo no es crear estructuras que funcionen bien (con buenos mandos), ni es superar a las demás instituciones en conocimiento o número, sino expandir y celebrar gratuitamente la gracia y el amor de Cristo, buscando el bien de todos (incluso de los otros grupos sociales) tanto o más que el propio. El objetivo de la Iglesia es ofrecer un testimonio y camino de fraternidad, no la creación de una buena empresa socio-religiosa. Por eso, al final de este pasaje, Mateo vuelve a su tema clave: El mayor de todos sea vuestro servidor, pues el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado (19, 13-15)[7].
NOTAS (texto básico y notas tomadas de ...)
[1] La iglesia ha de volver a este pasaje de la tradición fraterna de Mateo, en contra de cierto tipo de autoridad de rabinos/padres/dirigentes que estaba extendiéndose en la Iglesia, con personas que intentaban imponer su autoridad doctrinal (sinagogas) y social (banquetes), haciéndose llamar rabinos (maestros), y actuando como padres y directores de los demás, convirtiendo el mensaje del Reino en objeto de imposición y triunfo (en contra de 20, 24-28. Sobre la estructura comunitaria de Mateo, cf. D. Balch (ed.), Social History of the Matthean Community, Augsburg, Minneapolis 1991; R. E. Brown, Las iglesias que los apóstoles nos dejaron, DDB, Bilbao 1986, 121-142; M. H. Crosby, House of Disciple: Church, Economic and Justice in Matthew, Orbis, New York 1988; H. Frankemölle, Jahwebund; J. P. Meier, Antioch, en R. E. Brown y P. Meier, Antioch and Rome, Paulist, London 1983, 45-72; Pikaza, Hermanos de Jesús; H. Schlier, Eclesiología, en MS IV/1, Cristiandad, Madrid 1973, 107-122; Thompson, Advice.
[2] Mateo valora a los escribas y sabios (cf. 13, 52-53; 23, 34), pero no quiere una Iglesia donde ellos se eleven sobre los demás, y reciban un tratamiento de honor, pues Jesús no quiere una sociedad dirigida por rabinos mesiánicos, ni un dominio de expertos, que asuman un tipo de autoridad más alta, rompiendo así la comunión fraterna. Un poder de rabinos (grandes), deja al margen a los iletrados. Todo intento de imponer una casta de escribas destruye el evangelio.
[3] En ese contexto, los rabinos aparecerían como padres, presidentes-directivos de comunidades, nueva jerarquía. Ciertamente, al decir “no llaméis a nadie padre”, Mateo supone que algunos se dejan llamar así, queriendo ser venerados, de un modo jerárquico (el rabino se hace padre y el dirigente, de manera que los tres títulos o funciones tienden a identificarse). Pues bien, el Jesús de Mateo se opone de forma tajante a ese modelo de autoridad, no para negar la “enseñanza mesiánica”, sino para impedir que se vuelva estructura de dominio de unos sobre otros.
[4] La Iglesia debe superar una estructura patriarcal, pues sólo hay un Dios Padre, que unifica en su amor a hermanos y hermanas, varones y mujeres, sin distinción de sexo o jerarquía. Para los judíos, Yahvé era Nombre indecible, soberanía y trascendencia, de modo que nadie podía hacerlo suyo o pronunciarlo. Para los seguidores de Jesús, el Nombre de ese Dios indecible es Padre, pues ellos le conocen y pueden nombrarle, pero de tal forma que ese nombre Padre (como el Yahvé judío) no puede atribuirse ya a nadie. Los cristianos han descubierto y venerado de tal forma el misterio del Padre sobre el cielo, reconociéndose como hijos (libres), que no pueden ya inclinarse ante ningún “padre” del mundo. Toda jerarquización (sacralización) en línea patriarcal es contraria al evangelio. Así lo indicaba Marcos (cf.3, 31-35 y 10, 30), e igualmente Pablo, que apenas utiliza el símbolo “padre” para hablar de las relaciones comunitarias (a pesar de 1 Cor 4, 15; Flp 2, 22; 1 Tes 2, 11). Sólo la tradición del Discípulo amado emplea con cierta frecuencia el término correlativo “hijitos”, dirigido a los miembros de su comunidad (cf. 1 Jn 2, 1. 12.13.18. 28; 3, 7. 18; 4, 4; 5, 21), como hacía Pablo al desahogarse con los Gálatas (Gal 4, 19). Esta utilización espiritual de “padre” se ha impuesto en la tradición posterior de la Iglesia, de una forma paradójica.
Los cristianos han sabido que en sentido estricto la paternidad pertenece sólo a Dios, “de quien deriva toda paternidad en cielo y tierra” (como ratifica Ef 3, 15, en una línea cercana a Mt 23, 9), pues “sólo Uno es Padre verdadero”, como sólo Uno es Bueno (Mt 19, 17).
Al decir que “nadie es padre…”, Mateo está pidiendo que nadie suplante a Dios, como ha puesto de relieve, quizá con cierto embarazo, el mismo J. Ratzinger, Fraternidad, en Obras completas I, BAC, Madrid 2014, 548-554. Evidentemente, está al fondo la tradición judía que no deja utilizar el nombre de Dios (Yahvé). Pues bien, desde el momento en que el nombre de Dios es “Padre” ya no puede aplicarse propiamente a ningún hombre (los padres humanos estarán, por tanto, en otro plano).
[5] La prohibición de emplear ese título (y de realizar esa función) matiza así con una palabra griega (helenista) aquello que la prohibición anterior decía de manera más judía (con rabino o padre). Cf. G. W. H. Lampe, A patristic Greek Lexicon, Oxford 1982, 688.
[6] Así dice “Juan”: "Pero vosotros tenéis la Unción del Santo, y todos sabéis" (cf. 1 Jn 2, 20). “La Unción que de Él (Dios) recibisteis permanece en vosotros y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe. Porque su Unción os enseña todas las cosas, y es verdadera y no mentira... (1 Jn 2, 24-27. Estos creyentes de la Comunidad de Juan rechazan toda autoridad externa, toda jerarquía social o eclesial, ya que el mismo Espíritu Santo (Unción interior) se vuelve autoridad que ellos aceptan, sin necesidad de someterse a poderes exteriores, pues todos (no unos pocos jerarcas) conocen la verdad. Este pasaje de 1 Jn vincula así la tradición del buen grupo (fundada en el testimonio del Discípulo Amado: Lo que oísteis desde el principio: 1 Jn 2, 24) y la libertad de los creyentes, es decir, la verdad interior, vinculada a la Unción de Dios (Crisma: Espíritu Santo), que hace que cada fiel sea Cristo (un cristiano), sin necesidad de apelar al diálogo comunitario (tema que, sin embargo, es básico Mt 18, 15-20). Cada creyente aparece así como un iluminado del Espíritu (de manera que no tenéis necesidad de que nadie os enseñe...). Nadie ha destacado tanto como el Discípulo Amado la presencia personal del Espíritu Santo en cada uno de los creyentes. Pero el Jesús de Mateo dice en el fondo lo mismo, tal como indica su disputa contra la autoridad externa de los escribas y fariseos en este pasaje (23, 8-10).
[7] En las iglesias de Mateo no existía un colegio de presbíteros, con autoridad superior, como el que hubo, al parecer, en Jerusalén (Hech 11, 30; 15, 2.22.36) y el que había surgido en algunas iglesias postpaulinas (cf. Hech 11, 30; 14, 23; 1 Tim 5, 17; Tit 1, 5). Los responsables de las comunidades eran más bien carismáticos (profetas, sabios, escribas: 23, 34; cf. 13, 52), como aquellos a los que se alude en la comunidad de Antioquía (Hech 13, 1) y en la Didajé. En esa línea, Mateo no conoce un episcopado monárquico, como el que podía estar surgiendo en las comunidades de 1 Tim, Tit, y el que surgirá después en la Iglesia de Antioquía, según el testimonio de IgnacioLa esencia del evangelio (de la Iglesia) no es la eficacia de un sistema político/religioso (centrado en buenos funcionarios, dentro de un escalafón de poder), sino la experiencia del encuentro personal con el Dios de Cristo y el despliegue del amor fraterno, que vincula a todos los hermanos entre sí, por medio de Jesús. Por eso, aquello que en línea de organización podría resultar positivo para otras instituciones (con jerarcas eficaces, ministros competentes…), acaba siendo destructor para los cristianos, pues les impide vivir en comunión directa, desde el Dios de Cristo. En contra de Mt 23, 6-11, se elevará Ignacio de Antioquía (el primer autor que cita de Mateo: cf. Sm 1,1; Phld 3,1), con su orden de obispo-presbíteros-diáconos, no puede darse aquí. Cf. J. P. Meier, Antioch, en Id y R. E. Brow, Antioch and Rome, Chapman, London 1983, 45-72.Fra