29. 10 22Zaqueo. Iglesia de publicanos
Texto. Lucas 19, 1-10
En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa. Él bajo en seguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: "Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador...Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor: Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituyo cuatro veces más Jesús le contestó: "Hoy ha sido la salvación de esta casa; también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido."
| X.Pikaza
Texto simbólico y realísimo, creado posiblemente por Lucas, para condensar el mensaje de Jesús sobre el dinero, desde la perspectiva de los publicanos. Evidentemente, ha recogido y transformado las tradiciones anteriores sobre los publicanos y sobre Jesús, que comía con ellos ofreciéndoles el Reino de Dios (cf. Mc 2, 15-16 par; Lc 5, 27).De un modo especial, ha retomado el tema del publicano de la parábola anterior (del fariseo y publicano: Lc 18, 11-13). Se trata de un texto simbólico, tanto por el nombre como por el lugar y las circunstancias:
Zaqueo es una abreviatura popular de Zacarías, que significa “Dios se acuerda” (Dios tiene misericordia). También parece vinculado la terminología de la justicia (zedaka), de manera que se suele tomar como equivalente a Justo (hombre limpio). Es evidente que “Dios se ha recordado de él”, ha entrado en su casa. Jericó es la última etapa de la subida de Jesús a Jerusalén. En el camino de Jericó han sucedido grandes cosas, como las que indica la parábola del buen Samaritano. Aquí, en Jericó, se hallaba una de las “aduanas” y oficinas de impuestos más importantes de la zona oriental de Judea; por aquí pasaban caravanas y caminos. Era un lugar apropiado para señalar la última exigencia del evangelio de Jesús en torno a la pobreza.
Zaqueo es pequeño y tiene que subirse a la higuera (que es signo de la mala Jerusalén que corre el riesgo de no dar frutos: Mc 11, 13-21). Pero, subiéndose a la higuera, por encima de ella, Zaqueo logra ver a Jesús, que se invita a su casa.. Quizá no sucedió de esa manera, pero marca y dice lo que debe suceder en todo tiempo, en la Iglesia y el Estado, allí donde Jesús va de camino y donde alguien quiere recibirle en casa... y no quedar fuera, como aficionado curioso de turno, que mira la ceremonia desde fuera.
Anotación primera. Todo es dinero La gente va de fiesta, con curiosidad, por ver y escuchar a Jesús. Pero Zaqueo no va de fiesta, sino que quiere recibir de verdad a Jesús, ofrecerle su casa, escucha su palabra… A así lo hace. Parece que quiere a Jesús pero al final parece que el tema que más le escuece e interesa es el dinero.
‒ De manera clásica, el fariseo de Lc 18, 9-14 aparecía realizando los tres los tres gestos religiosos tradicionales de la piedad israelita: oraba, ayunaba y daba el diezmo o limosna requerida, según ley (son los tres gestos centrales de la conversión que aparecen en Mt 6, 1-18, la catequesis central sobre el tema).‒ Pues bien, ahora vemos que esos tres elementos se condensan en uno (la limosna, el dinero). Orar y ayunar son secundarios, ellos culminan y se centran en el buen uso del dinero.
Cómo se convierte el publicano La gente acusa a Jesús diciendo que “ha entrado en casa de un pecador”. De esa forma supone que Zaqueo no puede convertirse (es mal publicano y mal publicano permanecerá); de esa forma indica que Jesús es un mal Mesías, pues no se ocupa de las cosas de la religión, sino que se mezcla con los ladrones oficiales, dejándose invitar por ellos. Pero Jesús no ha entrado en casa de Zaqueo simplemente para saludarle, dejando las cosas como estaban, sino para solidarizarse con él… (¡que también es hijo de Abrahán, objeto del cuidado y recuerdo de Dios!) y para que él cambie de un modo profundo (pues lo más profundo de un publicano son siempre sus dineros).
En el centro de la escena está el dinero. El relato no conservar las conversaciones y saludos anteriores, a lo largo de la comida, sino sólo la palabra final de Zaqueo que dice: ¡doy la mitad de mis bienes, restituyo cuatro veces…! El encuentro con Jesús ha hecho cambiar al publicano. Jesús entra en la casa de ese hombre que “estaba perdido”, aunque era hijo de Abrahán (israelita). Con Jesús entra la salvación, que se expresa en el cambio económico. Éste es un publicano que pone su casa (su administración del dinero) en la línea del mensaje de Jesús.
¿Un publicano particular… o un servidor del Estado?No se puede separar ambas facetas. Es evidente que Zaqueo habla como un particular, un hombre que ha empezado a creer en las implicaciones del Dios de Israel, tal como Jesús se lo ha mostrado. Pero, al mismo tiempo, es un “hombre público” (=publicano, en nuestras lenguas), un administrador de los bienes del Estado: recaudador de impuestos para el servicio del procurador romano, que manda en Jericó. Forma parte del sistema de la administración oficial romana (hoy diríamos del ministerio de economía). El tema es: ¿en calidad de qué actúa Zaqueo? ¿Sólo como un hombre privado? ¿Puede separar su vida privada de su función económica? ¡Evidentemente que no! No puede separarla, pues él actúa precisamente como publicano. Él no puede realizar su gesto de un modo puramente privado, sino que tiene que hacerlo como servidor de un sistema, con lo que eso implica de cambio del mismo sistema. Los dos planos (privado y público) son inseparables. El evangelio nos sitúa ante la conducta de un hombre público… que declara ante Jesús su compromiso de cambio en la administración de sus bienes, que son los bienes de poder público. Esto implica unos problemas y consecuencias que el texto no ha explicitado, pero que son esenciales para comprender la parábola, para entender el compromiso cristiano.
Nos hallamos ante un texto político de gran envergadura. Jesús no “convierte” Pilato o Caifás, pero puede convertir y convierte a sus “subordinados”, iniciando de esa forma lo que alguna vez he llamado la “revolución de los publicanos”, que será la “revolución de los funcionarios”. Conversión primera: doy la mitad de mis bienes… El publicano es por principio un hombre que está encargado de poner el dinero del pueblo (y en especial el de los pobres) al servicio de la administración (que suele representar a los ricos). Por eso le critican y odian los pobres de Israel: porque trabaja al servicio de la economía imperial (con lo que eso implica de imposición económica y de pacto con los poderes establecidos). Este Zaqueo no es pobre (como otros pobres publicanos), pues tiene un cargo importante en la ciudad fronteriza de Jericó. Lo que él haga influirá en la forma de entender el dinero en la zona (y en la Iglesia).
Doy (=voy a dar) la mitad de mis bienes. No va a dar el 0,7% que se pide a favor de los países pobres (y que no se cumple,…). No va a dar una pobre limosna, ni siquiera el 5%, ni el 20%, sino la mitad, el 50%... Evidentemente, la mitad es el 50%, el fifty fifty que, en el fondo, implica: “repartimos a medias. Este repartir a medias forma parte de de la simbología económica y afectiva del mundo oriental y así aparece en la misma Biblia, de donde ha tomado el ese “signo” nuestro texto. ((El lugar más significativo es quizá el de Ester 7, 2, donde el Gran Rey promete a su favorita “hasta la mitad de mi reino”. Es lo mismo que promete Herodes Antipas a su bailarina favorita: “te daré lo que me pidas, hasta la mitad de mi reino” (Mc 6, 23). Todo a medias, la mitad para cada uno, empezando por el más valiente (¡este Zaqueo!) algo de eso han soñado casi todos los pueblos de la tierra)).
Dar la mitad significa, según eso, compartir… Es tenerlo todo a medias, Zaqueo y los pobres…, unos con otros, de un modo particular y público. Éste es el ideal de los amigos verdaderos (¡de los reyes y sus favoritas bailarinas!), el ideal de los hombres y mujeres de justicia: que todo sea a medias, que todo sea, en el fondo, común. Es un ideal que nos llega desde las raíces utópicas de la historia humana, allí donde los hombres y mujeres han descubierto el valor de la fraternidad y la justicia han querido “vivir a medias”, compartiendo trabajos y fortunas. En esta línea se sitúa el converso Zaqueo”… Ha entrado Jesús en la casa del publicano… y cambia su forma de entender el dinero. Ciertamente, ha tenido que cambiar su corazón y su cabeza… Pero eso se ve menos. Lo que se ve y se dice es el cambio de economía. Empecemos fifty fifty, que implica un vivir a medias. Así de sencillo, así de intenso, así de gozoso, así de exigente. Por este camino sube el evangelio, con Zaqueo, el hombre Erdibana (como se diría en euskera).
atro veces…. No parecía necesaria esta añadidura, pero Zaqueo la hace: «Y si de alguno me he aprovechado, le restituyo cuatro veces más». El texto nos sitúa ante el robo económico, que se debe reparar “con creces”. Según la tradición judicial judía (marcada por el talión) había que reparar con lo mismo: ojo por ojo, diente por diente… Pero existían en los que el “violador” estaba obligado a “devolver” cuatro o cinco veces lo robado. Así lo declara la ley más solemne del Código de la Alianza, en el corazón del Sinaí, después de los mandamientos.
Cuando alguien robe un buey o una oveja y lo degüelle o venda, por aquel buey pagará cinco bueyes, y por aquella oveja, pagará cuatro ovejas… Al ladrón le corresponde hacer restitución, y si no tiene con qué, será vendido por lo que ha robado. Si lo robado es hallado vivo en su poder, sea buey, asno u oveja, pagará el doble (cf. Ex 21, 1-6).
Es evidente que el ladrón tenía que restituir lo robado. Normalmente, debía dar el doble (cuando lo robado se hallaba todavía en sus manos…); pero cuando había matado o vendido lo robado… debía dar cuatro o cinco veces más… Esa es la “ley” a la que apela Zaqueo: evidentemente, él ha podido robar, él ha robado… y se compromete a restituir, no por caridad, sino por justicia… y si no lo hace pierde el derecho a la libertad, pierde el derecho a la “honestidad” El fifty fifty sólo es posible y verdadero allí donde primero se ha devuelto lo robado, allí donde se pone en marcha un camino de amor, no por simple caridad, sin por justicia. Estamos ante un ideal de justicia radical (restitución) y de comunicación de bienes (¡todo a medias!)…