La Iglesia no se divide en varones/mujeres, clérigos/laicos, sino en necios y sensatos
12.10.23 (Dom 32 TO; Mt 25, 1-13). Según esta parábola (Mt 25, 1-13) la iglesia está representada por diez muchachas que esperan la llegada del Amor, la Vida. Son la iglesia entera (varones y mujeres, judíos y gentiles…); no se distinguen por ser varones o mujeres, clérigos/sacerdotes o simple pueblo, sino por ser necias o sensatas, por tener aceite o no tenerlo (a diferencia de un tipo de iglesia, donde ha importado mucho el ser varones y/o clérigos).
Este pasaje es una parábola, no un texto jurídico, pero tiene muchísima importancia, pues parábolas como ésta muestran la verdad del evangelio, en una iglesia donde importa más ser obispo, que tener sensatez buen aceite. Desarrolo del tema en Comentario Mateo
| X. Pikaza
Mt 25, 1-13. Muchachas con alcuza.
Como sabe todo lector de la Biblia, Los evangelios de Lucas y Mateo se distinguen por la forma que han tenido de recrear en parábolas el mensaje y vida de Jesús:
- Lucas (artista de la vida) condensa el mensaje de Jesús en dos parábolas de gracia liberadora y nueva humanidad (hijo pródigo, buen samaritano).
-Mateo (escriba de iglesia) insiste más en parábolas de compromiso humano: obreros de la viña (Mt 22), muchachas con o sin aceite (25, 1-13), ovejas y cabras(25, 31-46) (Imagen: Poema de Dámaso Alonso)
Diez muchachas son toda la humanidad, varones y mujeres, todos dormidos, esperando al amor (tema del que ayer, Sal 45, 45, en RD y FB). Todos somos para Jesús como muchachas, cansadas, dormidas, esperando a “godot” (diosecito-amor, cf. drama de S. Beckett). No hay diferencia, dormidos todos (chicos y chicas, papas y papisas, emperadores/as, presidentes/as, obreros/as, médicos/as, buenos/as). Pero llega la voz en la noche (Nueva humanidad, el Reino), nos despierta a todos y empieza la diferencia. Unos/unas necios, otros/otras sensatos, sin aceite o con aceita, esto es lo que nos distingue.
Jesús define a la iglesia como mujeres esperando.
-- ¿Ocupan las mujeres en la Iglesia actual el lugar que para ellas quiso Cristo? Parece que no, a pesar de Sínodo 23. Jesús no distinguió en la iglesia varones y mujeres, sino necios y sensatos. La iglesia actual en cambio distingue y margina en su “oficio de espera” a las mujeres por mujeres, por más sensatas que sean, elevando muchos varones, por más insensatos que sean.
- La iglesia se ocupa a veces más del “orden social” de patriarcado masculino que del evangelio. Conforme a un “ordo patriarcal”, a los cien años de la muerte de Jesús, los varones por varones (no por sensatez de evangelio) crearon una honda distinción en la iglesia, como ratifican las Cartas Pastorales post-paulina (1-2 Timoteo, Tito), que quisieron adaptar el cristianismo al “buen orden público” romano: las mujeres en casa, sometidas; lo hombres fuera y en casa mandando
- Al convertirse en institución de poder religioso y social (dejando de ser un movimiento mesiánico de liberación), la iglesia optó por matener las estructuras sociales de poder patriarcal), justificando esa opción con pseudo-argumentos religiosos, que se han mantenido hasta el Sínodo 23.
- Una vez que esa tradición patriarcal se inscribe en el lenguaje de la Iglesia, ella se vuelve "canónica" y se retro-alimenta a sí misma, como ha sucedido y sucede en general. El orden patriarcal de los varones ha creado un tipo de Iglesia que parece "lógica", siendo difícil de desmontar, a pesar del evangelio de este domingo, que no distingue entre varones y mujeres, sino entre necios y sensatos.
Esa situación que antes parecía lógica (porque respondía a un entorno patriarcal) puede y debe calificarse de escándalo evangélico, y hasta de pecado. Ciertamente, la palabra "pecado" es fuerte, pero puede y debe aplicarse... Es un pecado contra el Espíritu de Cristo (contra su inspiración básica, de tipo mesiánico) y contra los signos de los tiempos, que van en línea de igualdad entre varones y mujeres. Es evidente que un tipo de club de necios (sin aceita en las alcuzas) sigue defendiendo su poder en la iglesia. He dicho que en un sentido esta situación es de pecado, pero más que de pecado yo hablaría además de algo previo, es decir, de necedad: de no entender la novedad del evangelio y de la vida humana.
- Las cosas no se arreglan dejando que las mujeres accedan sin más al tipo de ministerios actuales de la Iglesia... El tema es más hondo: Es conocer y aceptar el verdadero aceite del evangelio No es que las mujeres deban ser curas, obispos o papas como los actuales, sino de cambiare el tipo de ministerios, desde el NT, conforme a la “sensatez” de Jesús.
El tema no se resuelve con la simple ordenación presbiteral o episcopal de mujeres (cosa que podría hacerse ya, como hacen otras iglesias episcopales, luteranas y anglicanas), sino que exige un cambio más profundo en la organización de la iglesia y de sus actividades (ministerios). Ciertamente, algunos teólogos ofrecen argumentos ontológicos (y de naturaleza humana) para mantener la situación actual, diciendo que sólo los varones pueden ser “sensatos” sacerdotes ministeriales, porque Cristo fue varón y no mujer. Pero ese argumento, asumido por el magisterio del Vaticano, resulta bíblica y teológicamente difícil de mantener, y va en contra del impulso central del movimiento de Jesús, que no distingue entre varones y mujeres en su movimiento de Reino, ni en esta parábola de las 10 muchachas esperando la llegada de la nueva humanidad (es decir, del Dios/Amor, de la más honda dignidad en el amor)
- La historia es venerable y maestra de vida, pero el hecho de que sólo los varones hayan sido presbíteros y obispos en los últimos siglos no exige que las cosas deban seguir siendo así, pues la historia ha cambiado, no solamente por impulsos culturales, sino también, y de un modo especial, por las implicaciones del movimiento de Jesús y de la experiencia pascual de los primeros cristianos, que nos lleva a superar el patriarcalismo. Éste no es el único problema de la Iglesia, pero es importante, pues nos sitúa de nuevo en las raíces creadoras del movimiento de Jesús, que aún no se han desarrollado plenamente en nuestra Iglesia.
En ese sentido, sin una igualdad radical, de fondo, entre varones y mujeres, y un impulso evangélico de base, no se puede hablar de reforma de la iglesia ni tampoco de apertura hacia un futuro de transformación mesiánica. No se trata de un pequeño cambio en el organigrama de los ministerios, como ya se ha hecho en varias iglesias luteranas y episcopalianas (con mujeres presbíteros y obispos), sino de una transformación de fondo en la visión de los ministerios y de la jerarquía de la Iglesia católica y, sobre todo, en la creatividad de la misma Iglesia.
- Igualdad no es uniformidad, sino comunión desde la diferencia. No sabemos dónde el cambio, pero debemos caminar, retomando así la base del evangelio, que fue promovido al principio por mujeres, como aparece en Mc 16, 1-8. Los cambios que esa transformación exige pueden ser fuertes, pero son necesarios. No conocemos aún la meta (la llegada del Esposo/Esposa/Amor), pero es evidente que debemos hacer un camino, empezando por ellas, las mujeres del final del evangelio de Marcos, que nos deben llevar de nuevo a Galilea.
- ¿Y qué hacemos con las mujeres necias? ¿Les cerramos la puerta del reino de Jesús como dice al fin esta parábola? Ciertamente, puede haber necias entre las mujeres que aspiran a un tipo de sacerdocio/misión en la iglesia actual. Pero también hay muchas, y con mucho aceite… Por otra parte, entre los que aspiran al sacerdocio de poder en la Iglesia puede haber también muchos necios… Los tantos por ciento los dejo a la vida. Jesús, que tenía gran humor, a ojo de buen cubero, dijo 50% necios-necias y 50% prudentes-prudentas. Dejemos los tantos por ciento y busquemos tener todos y todas aceite en alcuza… y que iglesia obre en consecuencia.
- COMENTARIO EXEGÉTICO (cf. Pikaza, Ev. Mateo).
Según esta nueva parábola, el que viene no es el Hijo del Hombre (24, 39), ni un posible ladrón (24, 43), ni el Dueño de casa (24, 45), sino el Esposo prometido de la tradición profética (Oseas Jeremías, Isaías 2 y 3), esposo/amor de todos los hombresy mujeres. La historia de la humanidad puede compararse según eso con una celebración de bodas, un camino de maduración en el amor. Éste es un tema que había destacado Mt 22, 1-10, al reinterpretar la parábola del banquete (Q: Lc 14, 16-24), como parábola de bodas del hijo del Rey. Desde ese fondo puede y debe entenderse narración como parábola (con el efecto sorpresa del rechazo de las necias) y como alegoría (por su forma de dividir a la humanidad en dos mitades, y de entender la meta de la vida como bodas)[1].
Una parábola ya conocida. Elementos básicos(25, 1-4). Esta narración está contada desde el trasfondo de la historia de Israel... Quizá guarda un recuerdo de Jesús (que se ha referido a las bodas del reino: 9, 14-17). Pero tal como se cuenta parece obra del mismo evangelista (o de su escuela) que ha creado en 24, 45‒25, 46 un gran “retablo” escatológico con temas vinculados a la culminación (o realidad más honda) de la historia. En sí misma, esta parábola se encuentra íntimamente unida al desarrollo precedente, como muestra su forma de presentar a las cinco sensatas (fro,nimoi, 25, 2-3), en la línea del administrador de 24, 4 (que debía ser fro,nimoj, sensato). Estas dos parábolas (24, 45-51 y 25, 1-13) nos sitúan, pues, ante una visión general de la “inteligencia o sensatez escatológica”, interpretada como buena administración y buen noviazgo, esperanza de bodas:
‒ Las diez muchachas/os (parthenoi,varones o mujeres) son signo de una humanidad ya madura para el amor, y así aparecen vinculadas de un modo íntimo con Dios, esperando las Bodas finales de la historia. Ciertamente, en el fondo se encuentra el motivo de Israel como novia/esposa de Yahvé, un motivo presente a lo largo de la Biblia desde los tiempos de Oseas, Jeremías y Ezequiel. Pero, siendo signo de Israel, ellas representan a cada uno de los hombres o mujeres de la humanidad, que debe mantenerse preparados para las bodas de Dios.
Esta imagen de las diez muchachas, cada una con sus luces encendidas ante el esposo, para acompañarle en la procesión de bodas, resulta bien conocida en oriente (incluso en Roma). La palabra lámpara puede evocar una candela de aceite con mecha pequeña (que se apaga a cualquier golpe de viento), pero quizá se refiere a una antorcha de aceite con mecha de tela resistente al aire. En otra línea, la imagen puede evocar el gran signo israelita de la menorah, candelabro de siete lámparas del santuario.
‒ Aceite. Se conserva en la alcuza de cada persona, como algo propio de ella y es, por tanto, intransferible: Es el don de la existencia, la vida en su sentido más profundo. Hombres y mujeres son “aceite” que alumbra en cuanto se consume, haciéndose luz ante (en) Dios. No son luz para un templo exterior, como el de Jerusalén, sino para el esposo, el mismo Dios. Éste es el signo distintivo más precioso del ser humano: el buen aceite que alumbra. Fuera quedan otros posibles aspectos o valores de tipo social o legal (e incluso religioso), pero los hombres y mujeres son aceite, que han de tener preparado, como una reserva de “vida” ante el esposo.
Pues bien, ese mismo aceite divide a los hombres, de manera que la humanidad puede compararse a cinco muchachas necias y cinco inteligentes, como se cuenta en otras “historias” de ese tipo. En ese contexto, nuestra tiene un fondo y una finalidad parenética, y sirve para insistir en la posibilidad del bien y del mal… y en la exigencia de conversión, con el fin de que, a la postre, todos puedan entrar con el esposo, cuya llegada evoca el límite del tiempo. La división se confirma y ratifica al final, pero se encuentra adelantada por la forma en que aparecen las muchachas: las cinco necias no se han ocupado del aceite, mientras las sensatas tomaron, con las lámparas una reserva de aceite en la alcuza.
‒ Un noviazgo compartido y diferente. Estas vírgenes/novias pueden entenderse en sentido personal y/o social. Todas son esposas del único esposo (varón o mujer, Dios, el Reino) de manera que su matrimonio ha de interpretarse en clave monogámica, pero en línea trascendente, no de este mundo (en sentido biológico-corporal, pues en ese caso se trataría de un marido polígamo), como sabe desde Oseas la tradición profética, que interpreta al pueblo en su conjunto y a los israelitas en particular como “esposa” de Yahvé.
Según eso, las diez vírgenes tienen un sentido colectivo (todas son la novia, son Israel, son la Iglesia, son la humanidad), pero al mismo tiempo pueden y deben interpretarse en sentido individual, pues cada una es valiosa por sí misma. Un elemento importante de la escena (y quizá poco destacado en las interpretaciones) es el hecho de que aquí no hallamos ninguna novia central, que actuaría como reina, con un cortejo de “vírgenes menores” que serían sus servidoras o damas de compañía (cf. Sal 45, 15-16 y Cant 6, 4-9. En nuestro caso, las diez tienen la misma dignidad, de manera que cada una aparece como esposa principal del novio, y ninguna es pura dama de compañía, pues todas y cada una son reinas[2].
¡Atrasándose el novio…! Un tiempo de muerte (25, 5). Todas aparecen como amigas, tienen en común el noviazgo y la espera, sin que en principio se distingan (aunque el texto sabe que unas son necias, otras prudentes). No se aclara el motivo de esa distinción, no se habla de un posible pecado de algunas, de manera que no estamos ante un problema de moralidad en el sentido secundario del término, sino de inteligencia humana, de actitud y de respuesta ante la vida.
Como he dicho, en un primer nivel, esa diferencia entre necias e inteligentes parece normal, es un signo o elemento de la propia vida, que hace a los seres humanos distintos. Todas son la humanidad en busca de la plenitud de un Dios que no está ya simbolizado como Padre (Abba) sino como partner, misterioso amigo de las bodas. Todas le esperan, pero unas con inteligencia/previsión (guardan aceite en sus alcuzas), y otras sin ocuparse del aceite, como si las cosas pudieran resolverse en un último momento.
Pues bien, en este contexto se introduce el tema del “retraso” o, quizá mejor, de la tardanza de la parusía o manifestación del novio, de la que trataba 24, 34-36. Da la impresión de que las “necias” eran en principio buenas “creyentes”: Esperaban la manifestación inmediata de Cristo, su gran parusía, lo habían dejado todo, confiaban en la llegada del Novio, no tenían que llevar nada, pues el esposo iba a llegar inmediatamente. Pero las cosas han sucedido de otra forma. El Novio no ha llegado en el tiempo que ellas (¡muchísimos cristianos!) pensaban, y de esa forma se retrasa la parusía, en contra de lo que habían esperado Pablo y los conversos de Tesalónica (¡confiaban estar vivos cuando llegara el Cristo!). Pues bien, en contra de eso, nuestra parábola afirma que “todas” se adormilan y duermen (mueren), sin que ello produzca escándalo (a diferencia de 1 Tes 4, 13-18), como supone Hbr 9, 27, que ha acuñado la gran fórmula: Se ha establecido que los hombres mueran una vez…: statutum est hominibus semel mori).
Todas mueren sin que el esposo haya llegado, sin que las bodas hayan podido celebrarse en este mundo. Parece evidente que esa tardanza del novio está evocando el retraso de la “parusía”, un problema que la Iglesia ha debido plantear y resolver con urgencia. En ese contexto de retraso, de tiempo abierto por la preparación de las bodas que se demoran (no ha llegado el Novio) viven y mueren las muchachas, unas bien preparadas (se duermen con la reserva de aceite al lado), otras sin preparación (como si no debieran tener el aceite a punto, como si el Esposo no necesitara que ellas estuvieran preparadas). Al decir que todas se durmieron, parece que se está evocando la muerte universal, como destacan otros textos tardíos del NT (cf. 2 Ped 3, 1-16)[3].
En medio de la noche: ¡llega el Novio! (25, 6-7). Todas las vírgenes (¡todos los cristianos!) saben que habrá bodas, pero algunos viven como si no las hubiera, sin preocuparse del aceite, como suponiendo que habrá siempre a su lado en abundancia, para tomarlo sin más preocupación. El aceite, que las inteligentes conservan en alcuzas para reavivar la lámpara en su momento, representa quizá las buenas obras, la memoria positiva del pasado, el valor de la vida vigilante, con aceite para el esposo a quien saldrán a recibir. Las otras no pueden ir al encuentro del novio sin aceite…
‒ Aceite. Podría suponerse que unas lo han recibido, y otra no. Pero el texto va en contra de esa suposición, pues ha supuesto que ellas mismas, todas, pudieron tomar no sólo lámparas, sino también alcuzas con aceite. Pues bien, unas parecen haber tomado sólo lámparas, como si bastaran; otras, en cambio, tomaron además aceite en las alcuzas (25,4). Éste parece el motivo de fondo, y desde aquí se entiende la división entre las môrai, necias, que han vivido sin previsión, sin otro horizonte que las ocupaciones inmediatas de la vida (cf. 13, 20-22) y las phronimoi, sensatas, que han tomado consigo una reserva de alcuzas de aceite.
Como he dicho, todas son novias de un mismo esposo universal, no simples compañeras/asistentes de una Novia superior a la que irán acompañando en la procesión de bodas. La parábola anterior (24, 45-51) se refería a un esclavo administrador, que estaba por encima, debiendo cuidar de la casa (de la servidumbre) hasta la llegada del amo. Esta parábola, en cambio, supone que todos, varones y/o mujeres, tienen (tenemos) la misma responsabilidad, como muchachas que han de madurar al (ante el) amor de una forma responsable.
Ya no es tiempo de compra. Y se cerró la puerta(25, 8-11).Tomada externamente, la parábola es dura. A lo largo de la espera, las muchachas han tenido tiempo para llenar las alcuzas, o incluso para intercambiar el aceite como indicarán, desde otra perspectiva, las parábolas siguientes, y todo el evangelio. Pero, al final, cuando unos y otros se “despierten” del gran sueño y preparen sus lámparas ante el Esposo, no será posible prestarse el aceite, ni podrá comprarlo en los mercados. Habrá terminado el tiempo de los que compran y venden (25, 9), como suponía ya la escena de la “purificación”, cuando Jesús derribó las mesas de los compradores y vendedores del templo (21, 12).
‒ Id a comprar… (25, 9). Así dicen las prudentes. Ésta es una escena y respuesta de humor duro, despiadado, pero propio de una parábola del fin de los tiempos, donde los detalles no se pueden tomar al pie de la letra (como en una alegoría). Las prudentes les dicen que vayan a comprar y el texto supone que de hecho van y lo hacen, aunque vuelven tarde, cuando la puerta de la boda está ya cerrada. Eso significa que hay un caudal de mundo para hacer negocios (¡ellas, unas simples vírgenes que en aquel tiempo no solían manejar dinero!).
Eso significa que las necias van a comprar, pero su gesto resulta inútil, pues cuando llegan con el aceite comprado las otras están dentro, y la puerta ya cerrada; y aunque estuviera abierta no serviría de nada, pues el aceite de mercado del mundo no vale para las bodas del reino, como sabe 1 Cor 13: El tesoro del Reino (el amor) no puede comprarse con todo el dinero del mundo, como lo ha puesto de relieve el pasaje del joven rico, que ha de vender precisamente todo lo que tiene, y dárselo a los pobres, para seguir a Jesús y alcanzar la vida eterna (cf. 19, 16-23).
‒ Y se cerró la puerta (24, 10), tras el paso de las vírgenes prudentes, y no se abrirá ya más. De esa forma ha matizado Mateo el tema de la parábola anterior de bodas, donde se decía que entraron todos, buenos y malos (22, 10), pero que el rey vino después a buscar y expulsar al que no tuviera vestido de fiesta (22, 12-13). A diferencia de eso, en esta boda entran sólo aquellos que tienen aceite en la alcuza, y la lámpara encendido, de manera que tras ellos se cerró la puerta. Nadie sin aceite (sin vestido de fiesta) puede entrar en la fiesta.
Ésta es una imagen insólita, ya que en las bodas de oriente la puerta de la casa de bodas solía estar abierta. Pues bien, en este caso, el cielo de las bodas aparece así tras una puerta cerrada (a diferencia de Ap 4, 1), una puerta que se relaciona sin duda con aquella que ha sido evocado en Mt 16, 18-19, donde se dice que el Señor ha dado a Pedro las llaves del Reino, lo que implica que esta puerta de las vírgenes se encuentra misteriosamente vinculada con la extensión universal del Evangelio del Reino, lo que podría llevarnos a decir que Mateo ha escrito un evangelio para vírgenes prudentes (cf. también 7, 21-23).
Señor, Señor, ábrenos… ¡No os conozco!(25, 11-12). Así dicen las vírgenes necias (con aceite de mercado), que llaman a la puerta cerrada, pidiendo “¡Señor, Señor, ábrenos!”, como aquellos que habían hecho grandes obras en nombre de Jesús (expulsar demonios, realizar milagros…), a los que el Señor respondía: ¡No os conozco! (cf. 7, 22-23). Eso significa que estas necias pueden haber sido externamente importantes, hombres o mujeres de iglesia, pero en realidad son “inicuas”, obradoras de anomía(cf. 7, 23), una palabra que Mateo ha utilizado en dos lugares básicos: 13, 41 (trigo y cizaña) y en 24, 12 (falsos profetas).
‒ La palabra final “no os conozco” ( 25, 12) significa “no tengo relación con vosotros”, no os puedo amar. Estas palabras nos sitúan ante una escatología de “conocimiento”, es decir, de encuentro personal con el Señor/Novio (el Dios amigo), conforme al sentido radical del conocimiento, que implica vinculación personal o matrimonio (cf. Gen 4, 1). “No os conozco” significa no tengo relación con vosotros, “no sois de los míos”. En este contexto, la “condena” de las vírgenes necias no es “castigo”, no es una expulsión, ni un infierno de fuego, sino que consiste en dejar que ellas sigan siendo lo que han sido, es decir, lo que han querido (quedarse en el nivel del aceite de mercado, sin acceso a las bodas más altas de la resurrección).
‒ ¿Una parábola cristiana? En un plano, esta parábola es cristiana (centrada en Cristo esposo), pero en otro no lo es (todavía), pues el novio que habla así, diciendo “no os conozco” no es aquel que ha muerto para conocer, es decir, para rescatar a muchos (=todos, 20, 28). Entendida así, ésta es una parábola de ley, no de evangelio. Ciertamente, ella ocupa un lugar importante en el despliegue escatológico de Mateo, pero se sitúa en un nivel de juicio (talión) y no de gracia (perdón), aunque trate de amor y hable de bodas[4].
Excurso. Reflexión sobre el novio, el amor y el aceite.
Sin negar el don de Dios (¡suponiéndolo!), esta parábola nos sitúa ante la exigencia de una respuesta humana, que se expresa en forma de “aceite”, pues la salvación que ofrece el Novio de las Bodas no es automática (ni viene de fuera), sino que se integra en la misma vida de los hombres y mujeres, implicando una respuesta personal, una nueva luz, encendida con la luz de amor del Dios esposo. Así podemos distinguir: (a) El Cristo esposo pascual no se va para sus bodas (cerrando la puerta), sino que viene para abrir todas las puertas, incluso las de aquellas “vírgenes necias”, en amor que desborda y lo recrea todo. (b) Por el contrario, el esposo de esta parábola nos pone así, en la noche de bodas, ante la gran división formada por las necias y las prudentes, diciéndonos, en forma de aviso, que debemos tener el aceite preparado.
En un plano, esta boda de la parábola es un anuncio de gozo y plenitud (para todos), pero, al mismo tiempo, es una llamada a la responsabilidad, y un aviso, que muestra la importancia de la respuesta humana.
(a) Ésta es, según eso, una parábola gozosa que habla de la luz que puede “alumbrar” la fiesta de las bodas, una luz que es el mismo brillo del amor que emerge allí donde unos seres humanos se aman y se encuentran en la noche, penetrando de esa forma en el espacio de Dios (que aparece como Novio, es decir, como Vida de la vida de todos).
(b) Pero, al mismo tiempo, es una parábola de aviso: Puede haber personas cerradas en sí mismas, vírgenes necias, que no quieren aceite de bodas, sino que van derramando y perdiendo lo que tienen (destruyendo su vida) en la noche de este mundo.
Formulada como aparece aquí, en Mt 25, esta parábola es necesaria, como palabra de advertencia, como llamada a la responsabilidad. Pero, al mismo tiempo, ella debe ser releída y reinterpretada desde Cristo. Por eso, ella debería buscar y ofrecer un nuevo final, el de Cristo novio que, tras haber cerrado primero la puerta, vuelve otra vez en la noche, y la abre y llama a las vírgenes necias, para iniciar con (para) ellas un nuevo camino. Desde ese fondo podemos ofrecer unas reflexiones que nos permitan entender mejor el tema:
‒ Esta parábola nos pone ante el momento de la decisión personal, en el que todos han de tener su aceite(no pueden salvarse unos por otros). Mateo sabe que, en el camino de la vida, mientras sigan en el mundo, hombres y mujeres han de ayudarse entre sí. Jesús ha venido a dar luz de aceite a todos los excluidos y perdidos!; pero él sabe y dice también que hay un momento en que cada uno ha de responder por sí mismo: En esa línea, tras el “sueño” de la muerte, cada uno queda de algún modo “fijado”, siendo aquello que es (que ha sido), de manera que no puede recibir aceite de otros, ni dejar de ser él mismo, para que otro ocupe su lugar, ante el Dios del amor (esposo).
La parábola nos pone de esa forma ante la responsabilidad personal en la muerte, como en la versión lucana de Lázaro y el rico Epulón (Lc 16, 20-25). Nadie puede amar en lugar de otro, ni vivir por él (aunque puede y debe acompañarle en el camino, como dirá Mt 25, 31-46). En este momento nadie puede apelar a naciones o pueblos elegidos, ni hablar de salvación especial para Israel, ni de ventaja de la Iglesia, ni de rechazo o condena de los gentiles. No hay juicio de pueblos, sino de personas, en perspectiva de fidelidad para cada uno, llamado a ser esposo/esposa de Dios, compañero de su alma.
Aquí nos encontramos al fin ante la máxima individualidad (cada uno es responsable de su luz y de su aceite) y ante la mayor universalidad: ¡Todos los seres humanos comparten la misma llamada y tarea ante la Boda de Dios. Lo más íntimo (unas bodas) se vuelve lo más universal, por encima de la mima muerte. Esta parábola no viene a ponernos ya ante la muerte por violencia (o con valor vicario, como la de Jesús), sino ante la muerte natural, de cada uno, que se adormece y acaba en este mundo, con el despliegue y desarrollo de su vida ya planificada.
El novio que viene cuando las vírgenes se encuentran ya dormidas (¡en la noche del cansancio y de la muerte!) parece signo del Amor que tarda en cumplirse, pero está viniendo, Luz Plena en la oscuridad; signo del amor que se hace esperar (como dice San Juan de la Cruz: ¿A dónde te escondiste Amado….?, Cántico Espiritual 1), pero que llegará en su momento, siempre aguardado y siempre de imprevisto, de manera que debemos avivar la lámpara y cargarla de nuevo, con el aceite de la alcuza (a no ser que la hayamos descuidado, como sucede con la vírgenes necias). Este Dios Novio no es ladrón (como en 24, 43), ni es el señor poderoso de la casa (como en 24, 48), sino el amor, que invita a disfrutar a las muchachas dormidas que siguen esperando, pues son (somos) capaces de cuidar su (nuestra) luz para la Luz de Dios, o de apagarla, hombres y mujeres con responsabilidad de vida, llamados a mantener el aceite, a pesar (por encima) de la misma muerte, entendida como prueba y signo de amor definitivo[5].
Por esos y otros matices, ésta sigue siendo una parábola sorprendente. No responde a todos nuestros problemas, sino que incluso abre otros, pero nos hace pensar en lo que somos y en aquello que podemos ser, caminantes de amor, más allá de la caída de la tarde, más allá de la muerte, que debe hallarnos preparados. No es una simple alegoría moral, como la fábula de la hormiga y la cigarra, sino una parábola transformadora y paradójica, que nos sitúa ante la experiencia final de humanidad, ante la capacidad de amor y responsabilidad, ante la llegada de Dios que no ha venido a imponerse desde arriba, sino a compartir el amor y sufrimiento con los hombres y mujeres, compartiendo con ellos su historia de sufrimiento y muerte[8].
Notas
[1] He estudiado ese motivo en Familia y de un modo especial en Trinidad. El itinerario de Dios a los hombres, Sígueme, Salamanca 2015, 115-182.
[3] Hubo al principio de la Iglesia un tiempo de “entusiasmo”, de manera que algunos (y en especial Pablo) pensaron que el Reino llegaría de inmediato. Pero Mateo sabe que la muerte llega para todos, de manera que las bodas sólo pueden celebrarse tras ella. Eso significa que no habrá muchachas “vivas” cuando llegue el esposo. Todas se adormilan y mueren en el gran “cementerio” (dormitorio) que es la vida humana, unas con alcuza, otras sin ella.
[4]Las bodas son dos luces unidas (Dios y el hombre), formando una Luz de dos, desde el Novio que acoge en amor a los hombres: dos lucesdistintas, dos personas diferentes, y una luz única, cada uno en el otro y para el otro, cada uno desde el otro y con el otro. No son bodas literales de unos hombres activos, que se unirán en el cielo con “vírgenes huríes” (como en cierto tipo de Islam), sino bodas de todos, varones y mujeres, con el mismo Mesías (Dios mismo).
[6] En su nivel más hondo ese motivo de género (un esposo masculino, con diez vírgenes/esposas femeninas) resulta secundario. Lo que importa es el despliegue del amor, la vida de todos (varones y mujeres) interpretada en forma de peregrinación, para celebrar la Boda de Dios, que no culminará en Jerusalén, ni en ningún otro santuario de la tierra, sino en aquel lugar y día en que resuene la gran voz, siempre esperada y siempre sorprendente: ¡Aquí está el Esposo, salid a su encuentro! (25, 6). Esa es la voz que despierta a los hombres y mujeres, en medio de la noche, en la oscuridad del mundo, anunciando la plenitud mesiánica, situándonos en el tiempo propicio de la salvación, en amor intenso (noche de bodas).De todas formas, parece preferible trascender la imagen masculina del novio y la figura femenina (individual o colectiva) de las novias (y a la inversa), para así evocar una imagen/experiencia total de amor de fuego (masculino y/o femenino) que arde, emociona y enamora a todos, varones y mujeres, en el fondo del evangelio, como he puesto de relieve en Tirso de Molina:Diccionario de Pensadores Cristianos, Verbo Divino, Estella 2009.
[7] Cántico Espiritual. Comentario en San Juan de la Cruz. El Cántico Espiritual, Fonte, Burgos 2017. Ciertamente, las vírgenes pueden y deben llevar su luz para el esposo; pero es el Cristo Esposo el que ha venido con su lámpara encendida, para ofrecer su luz de salvación a todos. Éste es el único aprendizaje, la única tarea de la vida, pues al final de la vida cada uno será “examinado” en el Amor, desde y por el amor que es Dios(como dice Juan de la Cruz). En esa línea, todo amor busca amor, y así Jesús (Dios que viene) quiere y espera el amor de los hombres, como mendicante de cariño, en gesto de humanidad comprometida, no de magia. Pero él no se limita a esperar la luz de los hombres y mujeres (de aquellos que le aman), sino que él mismo ha traído su luz para todos. En esa línea, desde otra perspectiva, se puede y debe decir que ha sido y sigue siendo el mismo Cristo el que trae su luz (su lámpara y su aceite) para todos que le están esperando en la noche (cf. ComMc 4, 21).