Jesús, cuerpo sin órganos. Tratado ejemplar de M. Villalobos

M. Villalobos Mendoza, mexicano, con residencia en USA y cultura universal, ha escrito una clara introducción de este "tratado" bíblico/social que nos permite acompañarle sin tropiezo en su itinerario. Pero, siendo colega del Villalobos, conociendo algo el tema, por invitación de autor y editor, he querido escribir un prólogo, para lectores que puedan sentirse perplejos ante la temática: Jesús como cuerpo sin órganos, en un momento en que existe una dura controversia social, religiosa y cultural sobre los "órganos" de poder y contra-poder que dominan sobre el mundo.

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· Jesús, cuerpo sin órganos en el evangelio de Marcos · Villalobos ...

M. Villalobos: Fundador del Instituto Bíblico Claretiano de las Américas (www.ibicla.org), realizó el doctorado en Biblia y Cultura en el Garrett-Evangelical Theological Seminary de Chicago (Illinois). Es autor de los libros Cuerpos abyectos en el evangelio de Marcos (2021) y Masculinidad y otredad en crisis en las Epístolas Pastorales (2020). En su quehacer como exégeta, desarrolla una hermenéutica que denomina del otro lado y que tiene que ver con conceptos como alteridad, masculinidad, marginalidad, raza, género y orientación sexual.

El libro se sitúa en el lugar de controversia entre dos poderosas corrientes de pensamiento y vida del siglo  XX, que, a mi juicio, no se han aclarado, de un modo suficiente. Por un lado está la corriente bíblica, judeo-cristiana, de tipo más religioso, que no podemos arrojar sin más por la borda, pues formamos parte de ella. Por otro lado está la corriente clásica, greco-romana, de tipo más científico y jurídico, que tampoco podemos silenciar, pues de ella venimos y en ella somos.

“La Biblia no dice nada”. Entrevista al teólogo Manuel Villalobos

            En el centro de esa controversia  nos sitúa M. Villalobos, con motivos recreados desde el pensamiento de Gilles Deleuze (1925-1995,) antropólogo importante del siglo XX, que decía  que el hombre actual no tiene ya propiedades previas (órganos de vida, un esqueleto firme de principios y valores) para analizar desde ese fondo proyecto vital o itinerario de Jesús, conforme al evangelio de Marcos, pero no como puro apologeta, ni defendiendo a Marcos  contra Deleuze, ni al cristianismo contra un posible ateísmo postcristiano, sino para recorrer desde un perspectiva social y eclesial algunas etapas del itinerario de Jesús como “cuerpo sin órganos”, es decir, sin identidad pre-datada ni ontología antecedente que le defina como substancia (o semi-substancia) ya fijada, en forma de sexo y género  previo.

            Como buen investigador de la Biblia, Villalobos sabe que el hombre no es substancia, algo hecho de antemano “bajo” (sub) aquello que aparece, sino un viviente complejo, que es carne/cuerpo (sarx/sôma), impulso vital (psychê) y espíritu (ruah-pneuma), como dice Pablo (1 Tes 5, 23).

Sintiéndome en sintonía básica con él, he querido escribir este prólogo, dirigido en espacial a teólogos y filósofos perplejos ante el nuevo acercamiento de M. Villalobos y de otros muchos que, como él, han comenzado a estudiar con nueva libertad la Biblia, descubriendo en ella el fundamento de aquello que son (cuerpos/personas sin órganos previamente fijados) y de aquello que les sostiene en la marcha de la vida, no en una simple operación de quita/pon, sino de recuperación del evangelio 

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Seres humanos, un proyecto de persona

 El Dios de la Biblia carece de un tipo de sexo limitado (aunque aparezca en general masculino), no por carencia, sino por sobreabundancia. En esa línea, de un modo consecuente, los hombres y mujeres no se definen por una identidad previamente dada de de género o sexo, sino por su maduración personal en amor, en entrega de la vida, unos por otros,  como personas, no por negación, sino por elevación o, mejor dicho, por integración personal, en comunión con Dios

‒ En un nivel, somos naturaleza. En esa perspectiva, cada individuo por aislado es “parcial”, sea varón o mujer. Nadie se basta a sí mismo, de manera que debe encontrar en los otros lo que de ellos ha recibido, compartiéndolo con ellos (conforme al símbolo de Adán/Eva, Gen 2-3). En un momento determinado, a fin de desarrollarse mejor, en ritmo de complejidad-unificación, la vida de ciertas plantas y animales superiores se había dualizado y escindido entre lo masculino y femenino. Cada sexo desarrolla un elemento del conjunto. Los dos se complementan. Estrictamente hablando, en el nivel anterior a la escisión no existe individualidad auténtica en los seres humanos, sean de un sexo/género bien o mal establecido. No puede hablarse de sexos/géneros bien diferenciados, sino de la especie o la misma vida en su conjunto.

‒ En un plano superior, cada uno de los seres humanos (varones o mujeres) somos personas, seres individuales (=individuados), pues no vivimos sólo en un plano sexual, sino en otros planos de de comunicación y de  libertad, es decir, de autonomía, en conocimiento y voluntad de amor, pudiendo así individuarnos (no como varones o mujeres, sino como personas).

En ese sentido nos hacemos vivientes humanos,   en nosotros mismos y en relación a los otros, en un camino que (para los cristianos) culmina por la muerte y resurrección en Cristo. En ese sentido, lo que nos define (individualiza) no es  el “atributo” (el “órgano” o condición de masculino o femenino, como dice Deleuze y como desarrolla Villalobos),  sino el camino personal del «yo», el proceso en que acogemos, compartimos y nos damos vida unos a otros. 

‒ Somos  seres abiertos a la trascendencia del cuerpo-sôma (al proceso de la vida/alma). Vivimos desde las raíces  vitales y espirituales de nuestras identidad personal, que los cristianos definimos, a falta de un nombre mejor, con el nombre dios (Realidad, Naturaleza fundadora, natura naturans como decía Espinoza, pensador judíos hispano/holandés). Por eso, podemos añadir que nuestra cuerpo/vida/espíritu se encuentra “arraigado” en lo divino (en la realidad total   que los cristianos llaman pneuma/espíritu de Dios (1 Cor 15, 22).

En este contexto Pablo  dijo  Dios es “todo en todos” (en cada uno de nosotros 1 Cor 15, 28), de manera que podemos terminar diciendo implícitamente que, en cuanto personas, cada uno de nosotros somos también “todo en todos” (1 Cor 15, 28

Un cuerpo/espíritu de humanidad. Situándonos así entre el plano de la naturaleza cósmico-vital (cuerpo/vida sin órganos fijados de antemano) y el espacio superior divino en que habitamos como personas, unidos al Cristo  (Hech 17, 28-31), somos una existencia paradójica, no sólo por cuerpo/mente/corazón, sino especialmente como personas. Venimos cargados del proceso natural de la vida, que se vuelve en nosotros consciente de sí misma, en formas masculina  y/o femenina, en grados diversos, sin órganos fijados de antemano). Pero, al mismo tiempo, estamos abiertos hacia un plano superior de comunión personal en lo humano y divino (en el despliegue total de la realidad en el que todo se asume y conserva por resurrección, conforme a la fe cristiana).

 Desde ese fondo valoramos la dualidad sexual, y el ejercicio del sexo en sus diversos planos, como medio muy importantes de generación y comunicación, pero como órgano, propiedad, atributo de nuestra naturaleza, que hemos de poner, al servicio de nuestra individualidad y comunicación personal, que es lo que nos define. Por eso, en principio, para realizar nuestro camino en Cristo y como Cristo (conforme al evangelio de Marcos) tenemos que concebirnos como un cuerpo “sin órganos” (como un cuerpo/viviente que supera el plano natural de los órganos, no sólo de los sexuales, sino de los otros: Oído, vista, palabra).

No se trata de negar (condenar, demonizar) el sexo como ha hecho cierta gnosis falsamente espiritualista (y algunos teólogos perplejos), sino de mostrar que forma parte del del alma psychê) y del espíritu (ruah) como mediación y espacio de comunicación personal. No se trata de negar los otros “órganos” (vista, oído, movimiento de pies y manos etc.), sino mostrar que forma parte de la vida integral del ser humano, varón y/o mujer, entendido, de un modo cristiano, en forma mesiánica, es decir, integran que consiste en “ser” (ver, oír, caminar…) en línea de libertad personal, de comunión familiar/social  y de Reino de Dios (=de humanidad liberada), como mostró Jesús en su acción y presencia terapéutica, como promotor y guía de la nueva humanidad.

El sexo (con los restantes órganos) no es de Dios (no es divino), sino elemento de nuestro despliegue natural, que se abre (nos abre mutuamente) y puede incluso expresarse como signo de comunión en/con lo divino (símbolo de bodas, es decir, de relaciones amorosas, de varones y/o mujeres. como expresión de anhelo y plenitud religiosa en un plano cristiano (éste es el camino de evangelio que va de Jn 2, bodas de Caná, esto es, de buen vino, al Ap 21-22,  texto clave de las bodas del Cordero, es decir, del varón/Dios potente, patriarcal, dominador, al varón amigo, no “sometido” como corderito manso, sino como varón, al fin humanizado). No nacemos con “órganos” definidos de antemano, en forma de “substancia natural” (de esencia absoluta, sustancial, como machos o hombres, sino que debemos ir debemos is “creando” nuestros órganos vitales más profundo, los que definen nuestro ser, a lo largo y ancho de nuestra vida, en clave biográfica (a lo largo) y en clave social, comunitaria.(a lo ancho).

Personas en Cristo,  más allá de la pura naturaleza

 Varones y mujeres somos de diversas formas, seres sexuales, anclados en un lugar y circunstancia histórico social, abriéndonos en caminos de encuentro personal unos a otros, de manera que, si careciéramos de sexo, perderíamos una base esencial de nuestra relación con los demás, de nuestra capacidad personal en comunión de Vida, con Dios y con otros seres humanos); en esa línea el sexo se define por el “género” (nuestra forma de individualizarlo e individualizarnos) y, en sentido radical por las “persona que somos”, en relación con otras personas.

Nos define, según eso, el sexo/género que vamos configurando (con el que nos configuramos). Pero sobre el sexo nos define nuestra  identidad personal concreta, lo que nos hacemos y somos como personas, en un plano familiar y social, político y económico. No nacemos con “el órgano” (los órganos) trazados de antemano, fijos, inmutables en sí mismo, sino que vamos viviendo en Dios (que es nuestro medio divino), en él nos configuramos (nos movemos) y vamos existiendo (somos), conforme dice Pablo en su sermón de Atenas, ante los estoicos y epicúreos del Areópago, que representan a las dos “tendencias principales” de la filosofía occidental y actualmente “global” (cf. Hechos de los Apóstoles 17).

En ese sentido decimos que el sexo (y la forma de ser como varones o mujeres) está al servicio de nuestro despliegue personal, y no a la inversa. No nos define el sexo/género (nacemos sin “órganos ya configurados), sino que somos nosotros los que, en un espacio vital determinado (en el “dios” en quien vivimos, nos movemos y somos: Hechos 17, 28), vamos configurando nuestro sexo/género, siempre al servicio de la vida, es decir, al servicio de los expulsados oprimidos, de los que mueren por culpa de los demás, como sigue diciendo Pablo, en la línea de Jesús, en el resto del discurso de Areópago (Hechos 17, 29-32)

Este discurso de Pablo en Atenas tiene un sentido religioso, que ha de ser asumido por la iglesia católica,  que parece que no ha comprendido ni aplicado todavía todas sus implicaciones, como se ha visto en el último Sínodo de Roma. Pero es, al mismo tiempo, un discurso público, pronunciado en el gran tribunal de Atenas para todos los pueblos (como comienza diciendo Pablo), como si hoy se pronunciara en la ONU de New York, en la UNESCO de Paris,  y en los tribunales supremos de Estrasburgo y la Haya.

 ‒ Jesús, Hijo de Dios, vivió como varón. Pero su misma forma de realizarse en plenitud le permitió superar su condición de varón cerrado en sí para amar, vivir y morir como persona, vinculándose de un modo especial con los marginados y expulsados del sistema social, enfermos, oprimidos, humillados de la tierra. Asumió su itinerario como galileo del I d.C., pero no para cerrarse en el camino, sino para expandir y regalar su vida, de un modo gratuito, como ser humano de sexo y género masculino (no en línea matrimonial), para los varones y mujeres concretos de su entorno, especialmente pobres, niños  y excluidos. Asumió un itinerario paralelo al de Sócrates, que enseñó a la juventud a vivir en libertad de amor (cf. Platón, Simposio y Fedón), siendo condenado a muerte por ello. A Jesús el condenó a muerte el Tribunal supremo de Roma y Jerusalén, por no tener los “órganos” de la vida fijados de antemano, conforme al orden establecido del poder social  y religioso de turno de su tiempo.

            De esa forma, en su concreción masculina, como varón de amor cercano, intenso, Jesús ha concretado en forma humana el amor divino, a lo largo de una vida de intensísima cercana, en comunión de vida con varones y mujeres, con niños y enfermos, un amor de vida hasta la muerte al servicio de los demás. Como varón le recordamos, como varón humano, en cercanía  intensa, en presencia sanadora, de reconocimiento, de ternura, de cercanía terapéutica, en verdad, misericordia y alegría contagiosa, al servicio de todos iniciando un camino.  

El una línea semejante se sitúa el signo de María, la madre de Jesús, aunque ella ha sido mujer casada y madre. Ha sido mujer: ha vivido en clave femenina el camino de su historia  y de esa forma ha podido concretar su escucha de Dios y su apertura hacia los otros, no sólo en amor maternal dirigido a Jesucristo, sino en amor social y liberador, abierto a varones y mujeres, como muestra la inversión del Magníficat (derriba a los potentados, eleva a los humillados: Lc 1, 51-53). Tampoco María, la madre de Jesús, nació y vivió conforme al uso establecido de los órganos de los poderosos y los ricos, sino que proclamó el juicio de Dios contra (sobre) ellos: Derriba del trono a los de órganos opresores, despide vacíos a los ricos, a los hambrientos de vida los colma de bienes.

            De esa manera, preparando y compartiendo de un modo dramático el camino de Jesús, su madre ha  madurado como persona  en amor concreto y comunión abierta a los hermanos de Jesús, en la Iglesia. Por eso, al final de su proceso lo que importa ya no es su condición de mujer sino su hondura total de persona y de creyente. Ciertamente, ha sido esposa de José y madre de Jesús, pero al final la recordamos como mujer concreta, persona en libertad, capaz de amar a los demás de un modo generoso. Digo esto (aplico el tema a la madre de Jesús) porque son muchos los que pretendidos “cristianos de Jesús” que no aceptan su menaje sobre el despliegue y uso de los órganos humanos, apelando a una visión “tradicional y sumisa de María, su madre”.  [1].

Ser individuo, ser persona. Carne y cuerpo

Como sustrato biológico y base simbólica de su apertura a lo divino y de su encuentro con los otros, en la línea de Jesús, tanto el sexo femenino como el masculino, forma parte de la identidad del ser humano, tal como culmina en amor personal. Pero, aquello que define al ser humano como individuo, haciéndole persona, conciencia de sí, en apertura a los demás, como distinto, pero muy cercano a ellos, no es ya el sexo en sí mismo, sino como instrumento (mediación, órgano) del amor personal, en comunión de vida con otros hombres y mujeres, en apertura a lo divino.

Frente a los que intentan sacralizar  en sí mismo, el “órgano” sexual, de lo masculino y femenino, es decir, la sexualidad en sí, sea en forma pagano-cosmológica (religiones antiguas), sea en forma pretendidamente trinitaria (cristianismo), debemos contestar que los sexos son un medio al servicio de la plena realización personal y de la apertura hacia los otros[2].

Cada ser humano se individualiza como persona,  por su manera de entenderse a sí mismo (auto-conciencia), por su forma de ser y de relacionarse con otros humanos (sólo a través de ellos nos hacemos conscientes de nosotros mismos). El ser humano es (se hace) persona por la forma de abrirse desde otros (que le despiertan/llaman a la vida) y con otros, en creación  creadora, de escucha y palabra, perdón y ayuda mutua, esto es, de comunicación de conciencia, en un tipo de trans- y supra-personalidad.

Tanto el varón como la mujer han de asumir un camino compartido de personalización (individuación) en el que la dualidad sexual sea medio de encuentro en amor, surgimiento de vida y la apertura al misterio originario del que proveímos, que es génesis (despliegue genético, paternidad-maternidad) y comunión, en línea de relación-conjunción, como ha sabido y ha puesto de relieve la tradición de occidente, desde San Agustín y el Cardenal de Cusa (en línea más teológica) hasta C. G. Jung (en línea más antropológica)

Tiene mucha importancia el sexo (como “órgano” de comunicación y despliegue de la vida), como destacó la cábala hispano/judía del XII-XIII (poniendo en la base de las sefirots o revelaciones humanas de Dios la yesod o potencia vital)  capacitándonos para entendernos y comunicarnos desde la vida que nos fundamenta y engendra como humanos. Pero esa yesod pierde su sentido (se convierte en atributo vacío) si queremos convertirla en meta de una regresión (o progresión) puramente vitalista[3]. Desde este fondo volvemos a ocuparnos de Jesús y de María.

‒ Jesús no se individualiza como varón sino como persona. Ciertamente, es varón. Pero en su entraña de hombre libre, que proviene de Dios y se abre en servicio de amor hacia los otros, él se individualiza (en el sentido profundo que ha dado a ese término C. G. Jung) como persona (ni varón, ni mujer: Gal 3, 28). Como naturaleza, Jesús es varón, Pero en su raíz personal no actúa como varón, sino como cuerpo vivo, sin órganos,

Según eso, el Cristo personal “sin órganos” no es de un sexo o de otro, sino para todos: varones y mujeres, niños y adultos, pobres, pecadores, enfermos... Según la “confesión” cristiana, su amor está fundado en Dios, y de esa forma él se individualiza como Hijo de Dios. Jesús no tiene persona de varón: es la persona del Hijo eterno, suprasexual, encarnado en nuestra historia (Jn 1, 14), haciéndose humano y entregándose a los demás, en gesto donde, siendo varón, viene a ponerse al servicio de varones y mujeres. Por eso, en su pascua no aparece ya como varón sino como Hombre universal, Hijo de Hombre.

            Eso no significa “des-sexualizar” a Jesús, convirtiéndole cuerpo vacío, sin órgano de amor, como híbrido in-substancial, sino todo lo contrario. Sin un tipo de órgano limitado de amor, Jesús viene a presentarse como persona/presencia de Dios,  carne/vida proto-personal, proto-sexual. Esa es la impresión que recibo leyendo y recreando  la obra de Manuel Villalobos. Ella no me conduce al infra-sexo,  sino que me eleva al proto-sexo personal, sorprendente, mítico y místico, totalmente carnal, en la línea de Jn 1, 14: La Palabra se hizo carne/sarx, no simplemente cuerpo/sôma.

            Pienso que en trabajos posterior, M. Villalobos podría insistir quizá en la complementariedad bíblica entre cuerpo y carne (sôma y sarx) que aparece, por ejemplo en la literatura eucarística. Más que cuerpo sin atributos (en la línea de Deleuze), quizá podría decirse que Jesús es una “carne” que empieza tomándose sin atributos para recibir después todos los atributos posibles del mesianismo, en la línea de San Ireneo, que decía “caro cardo salutis” (la carne es el quicio o puerta de la salvación)[4].

‒ También María se individualiza como persona y no sencillamente como carne femenina. Es evidente que es mujer y, como tal, madre del Cristo. Pero su función más honda y su camino no están determinados por la maternidad biológica sino por la fidelidad a su hijo Mesías, y con él a los demás hombres y mujeres. Ella aparece así decir, como creyente (Lc 1 45) y no simplemente como vientre bendito que engendra (Lc 1, 42). Ella  no es simple pareja sagrada, femenina de un (Hijo de) Dios masculino. No es pura receptividad y ternura, belleza y encanto femenino ante un Hijo de Dios que sería actividad y fuerza, energía y acción masculina. María es ante todo una persona total, como Cristo.

Ni varón ni mujer en Cristo, ser persona (Gal 3, 28).

  Leonardo Boff, a quien debemos mucho en teología, hablaba de una “cuasi-encarnación” del Espíritu Santo en María, madre de Jesús entendida como mujer, desde una perspectiva cercana a la antropología de C. G. Jung.Conforme a la hipótesis de L. Boff, el Hijo desvela y actualiza el aspecto masculino de Dios, mientras su madre María asume y desvela el femenino[5]. Pero esta hipótesis, con todos sus valores me parece discutible y quizá debe matizarse.

‒ Es discutible, pues Jesús no expresa sólo un aspecto (el masculino) de Dios sino toda su esencia, como se expresa y realiza en el Hijo. Jesús no es revelación del Dios varón, sino presencia de la totalidad de Dios en forma humana. Según eso (siendo varón) Jesús no asume sólo un elemento del hombre (es decir, lo masculino) sino todo el ser del hombre, en cuanto humano (es decir, como persona).  

Esa hipótesis debe matizarse, porque en su forma limitada de varón (judío, galileo...), Jesús ha revelado al ser humano entero como persona, Hijo de Dios. Ciertamente, él asume las convenciones culturales y sociales de aquel tiempo: escoge un grupo de discípulos varones, todos judíos, con un tipo de misión determinada… Pero su actitud más honda, su palabra de enseñanza, su llamada a los pequeños y a los pobres  no está limitada sólo a unos  varones o mujeres, sino a todos los seres humanos personas. 

Jesús no es la “varonización” (encarnación)  de lo masculino de Dios (Verbo) en lo masculino de un hombre varón, sino la encarnación total del Hijo de Dios (que es supra-varón, supra-mujer) en un hombre concreto de su tiempo, con su sexo y circunstancia. Ciertamente, fue varón, pero no se ha definido a sí mismo por lo masculino, sino en su realidad como persona, en la totalidad de sus relaciones con Dios y con los otros.

 Jesús abre para todos los seres humanos un camino de realización en libertad, en intensidad creadora, sin discriminaciones de tradición, sexo, cultura. Asume la existencia con intensidad, llegando hasta su hondura, hasta la raíz en la que venimos a mostrarnos todos como humanos en sentido radical, es decir, como personas, seamos varones o mujeres (cf. Gál 3,28).

             De esta forma, siendo un individuo personal, Jesús ha podido identificarse al mismo tiempo con todos los seres humanos. Lo que le define es la manera de asumir la vida, como gracia de Dios Padre, regalo que recibe en transparencia y que despliega en fidelidad, abriéndose en entrega creadora hacia los hombres. En este plano, Jesús no existe ya como varón que se opone a las mujeres. Es primariamente humano: Hijo de Dios que ofrece a todos, varones y mujeres, gracia que recibe de su Padre.

Finalmente, Jesús se individualiza por su relación personal con otros hombres y mujeres (haciéndose “siervo” de todos, no para humillarse, sino para regalarles su vida: Flp 1, 6-11). No anuncia el Reino como varón, sino como persona, al servicio de los pobres y excluidos (varones y/o mujeres). No muere en cruz por varón para varones, sino como persona, en plena y absoluta donación, regalo, para todos. De esa manera, al entregarse de manera total, al desvestirse de su ser y dárselo a los otros, Jesús expresa (rea-liza) su valor individual  como persona. Así muestra que la salvación no es defender lo masculino frente a lo femenino, ni al contrario, sino darse y ser en a todos, entregando hasta el final la propia vida como persona.  

            La visión espiritual (pneumatológica) de L. Boff y de otros autores que siguen su línea le ha permitido recuperar elementos de una religiosidad materna, vinculados al gran signo de la madre tierra. De esa manera, la madre María sería al lado de Cristo (con Cristo) la humanidad entera, Cristo como varón, María como mujer. Pero esa hipótesis   nos parece contraría no sólo a un tipo de antropología de totalidad, sino a la revelación, según la cual, en Cristo, no hay hombre y (kai) mujer, ni hombre ni mujer (Gal 3, 28: ouk eni arsen kai thêli).

No hay hombre y mujer (hombre más mujer), ni rico más pobre, ni judío más griego…. Todos esos órganos o “atributos” (rico-pobre, griego-judío, varón-mujer) forman parte de la “educación/desarrollo histórico del ser humano, no de su esencia personal. Según eso, no podemos identificar a Jesús con lo masculino, ni a María con lo femenino de la humanidad.

            La pregunta clave no es cur Deus vir? (¿por qué se hizo Dios varón?), sino cur Deus homo? (¿por qué se hizo Dios ser humana?), como la planteaba Anselmo, en el siglo XII. Algunos suponen que se hizo varón porque el sexo masculino ofrece rasgos superiores  (como  supondría 1 Cor 11,3s; Ef 5,23s). Pero en ese caso el argumento debería invertirse: Si Dios escoge para revelarse lo más pobre y despreciable de este mundo debería haberse hecho mujer (cf. Flp 2,6-11; 1 Cor 1,26-38).

            Sea como fuere, ese argumento del “más o menos” resulta es “inconsistente”. Ni el varón es más perfecto que la mujer, ni lo contrario. Ambos son iguales en dignidad y posibilidades, en su camino de realización personal. Ciertamente  (según la fe cristiana) Dios se ha encarnado en un varón, pero  no por varón, sino por “persona”, pues ser varón (o mujer) no es un atributo constitutivo del ser humano en cuanto persona sino un “órgano” instrumental, en la línea planteada por M. Villalobos. Ciertamente, Jesús es varón, pero  lo es como persona humana, pues  sólo como persona, por sus atributos personales, por su forma asumir, desarrollar y culminar su realidad humana  es humanidad verdadera e hijo de Dios    Jesús fue un varón económicamente pobre (artesano dependiente) del I d.C., pero no se definió como varón, ni israelita, ni artesano pobre (tektôn),  sino como  persona mesiánica, tal como lo muestran los textos de Pablo y de un modo más preciso los evangelios. 

            Jesús fue varón siendo judío galileo, como otros muchos seres humanos de su tiempo, económicamente pobre y dependiente (como gran parte de los galileos de su entorno), pero lo que le define como Cristo, único y distinto entre todos los seres de su tiempo, fue la manera que tuvo de asumir, desplegar y culminar su realidad personal, en un camino de intensa fidelidad a lo que a su “Padre”, siendo condenado (crucificado) por su forma de ser (por sus atributos), resucitando (culminando su vida en Dios y en sus seguidores/creyentes), conforme al testimonio pascual.

Fue un varón concreto que en las formas limitadas de su tiempo y lugar, desde su perspectiva (israelita, pobre, pretendiente mesiánico, vidente y sanador, amigo de los excluidos…) se individualizó como “persona” de un modo muy concreto, abriendo un icamino de plenitud (identidad personal) para varones y mujeres, judíos y griegos, ricos y pobres  (Gal 3, 28). Él nació, según eso, sin “órganos” definidos y trazados de antemano, sino que los fue trazando/definiendo  su proceso de personal[6].  

   Xabier Pikaza   

 [1] He querido referirme a María, madre de Jesús, no sólo  por la importancia que su figura ha enido y tiene para muchos cristianos, al lado de Jesús, sino por los estudios que le dedicó C. G. Jung, afirmando que con la definición del dogma de la Asunción (año 1950) se había completado el ciclo de la “revelación divina” del cristianismo, pasando de la trinidad a la cuaternidad de la imagen de lo divino y de la historia psíquica de la humanidad. Cf. H. Cáceres, Jesús el varón. Aproximación bíblica a su masculinidad, Verbo Divino, Estella 2011; H. Moxnes, Poner a Jesús en su lugar. Una visión radical del grupo familiar y el Reino de Dios, Verbo Divino, Estella 2005.

[2] El contenido de verdad (=esencia) del ser human0, está en la forma libre y personal de asumir la vida y abrirse hacia los otros. En esta apertura concreta de amor y comunión emerge y se entreteje la persona. La individualidad no proviene, por tanto, de la naturaleza sexual, sino que se alcanza a través de todo el despliegue de la vida, en apertura a Dios, en diálogo con otros hombres y mujeres. Sólo en esa perspectiva, donde ya no hay varón y mujer sino persona, se realiza la verdad plena del ser humano,  la medida final de nuestra individualidad creada (cf. Gal 3, 28; Mt 25,31-46).

[3] En ese contexto podríamos hablar de la divinización y/o demonización sexual, como ha puesto de relieve   J. H. Laenen, Mística Judía, Trotta, Madrid 2006. Por otra parte, dn el fondo de la obra C. G. Jung parece estar latiendo un optimismo angélico respecto de los sexos, en  un nivel de individuación “de naturaleza” que puede volverse reductor. Llevando al límite ese riesgo, mucho más allá de  Jung, algunos autores como W. Reich (Revolución sexual, 1936), defienden un tipo de espontaneidad cósmico-sexual, en un plano de pura naturaleza, corriendo, a mi juicio, el peligro de demonizar o destruir (reducir) la persona humana.  En ese contexto, el trabajo de M. Villalobos,  con su análisis de la personalización de Jesús, según el evangelio de Marcos, asumiendo la línea de investigación de Deleuze, nos parece ejemplar, tanto en línea de análisis textual como de apertura a la novedad personal, mesiánica, de Jesús.  

[4] El ser humano es, por un lado, basar, palabra hebrea que puede traducirse al griego de dos formas,como sarx y soma, caro y corpus(carne y cuerpo). Todo ser humano (varón y mujer) es basar (griego sarx), es decir “carne”, fragilidad viviente, que se estructura en forma de corporalidad compartida con otros vivientes. El hombre no “tiene” un cuerpo, sino que es cuerpo/carne, realidad física, lo mismo que los animales y las plantas, viviente del mundo,  realidad frágil y resistente, formando parte de una carne en la que todo nace y muere, para pervivir en la humanidad/corporalidad  de Dios, por resurrección de la carne (Credo romano, cf. Sal 16, 9; Job 10 4).

               El Nuevo Testamento conserva esta visión y así habla del hombre como sarx/carne no sólo en lugares que parecen más simbólicos y expresan la debilidad del ser humano (cf. Mt 26, 41; Lc 24, 39), sino en lugares de tipo más hondamente teológico como 1 Cor 15, 39  y Jn 1, 14, que ofrece la definición  del hombre como palabra de Dios hecha carne.  En esa línea son significativos los relatos eucarísticos donde Jesús dice sobre el pan, “esto es mi sôma”, cuerpo-comunicado, creando iglesia, vida compartida. Pero más significativo es aún el hecho de que el evangelio de Juan, más fiel al original semita del mensaje de Jesús, hable de la eucaristía como sarx/carne (Jn 6, 41-65. Comer mi carne, beber mi sangre) y no como soma/cuerpo (formar parte  de la comunidad del Cristo). La relación entre sarx/carne y soma/cuerpo (comunión de personas)  es uno de los temas fundamentales de la revelación bíblica y en especial de la iglesia de Jesús, pues sin compartir la carne  es imposible formar parte de la iglesia como soma personal de los vivientes.   

[5] Cf. L. Boff, El rostro materno de Dios, Madrid 1980; El Ave María. Lo femenino y el Espíritu santo, Santander 1982; Trinidad, sociedad y liberación,  Trotta, Madrid 1987, 240-242.

[6]A modo de conclusión, debo indicar que las funciones “trinitarias” del Hijo y del Espíritu no resultan paralelas ni intercambiables. El Hijo asume en su persona divina a un individuo concreto, que es Jesús, verdadero Hijo de Dios. Por el contrario, el Espíritu no asume a un individuo, no se encarna ni se espiritualiza plenamente en la persona individual de María, sino en la comunidad de los creyentes que se aman en la historia humana.

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