México, la historia de Jesús

Como dije ayer, estoy en México DF impartiendo un curso sobre encuentro de religiones y sobre historia de Jesús, en el IMDOSOC, en el Centro Universitario Cultural y en la Universidad Iberoamericana.

En la Univ. Iberoamerica presento en especial mi Historia de Jesús, desde tres perspectivas:

a. La Palabra del Dios que se revela (Dios es Palabra)
b. La historia de la Palabra de Dios, que es Jesús
c. La palabra como experiencia y tarea de encuentro.


Es una sorpresa y un gozo el interés de los docentes y alumnos por el tema. Jesús sigue siendo un referente básico en la vida de los hombres y mujeres, por encima de las mismas iglesias. Su historia es uno de los grandes patrimonios de la humanidad.

Superando un momento el nivel de las diferencias confesionales y culturales podemos sentirnos gozosos de que él haya existido, de que él siga viviendo en la vida de miles de millones de personas. Jesús no es "nuestro", no podemos encerrarle en unas pequeñas redes particulares. La historia de Jesús es patrimonio de la humanidad; así quise presentarla en este libro, así la estoy comentando en esta prestigiosas universidad de México, modelo de docencia, de investigación, de comunicación.

La historia de Jesús, Verbo Divino, Estella 2013, 672 págs,15,5 x 23,5 cm.


INTRODUCCIÓN


La de Jesús es quizá la historia más importante de la humanidad. No fue un caudillo militar, ni un emperador, sino un profeta y pretendiente mesiánico de Galilea, que subió a Jerusalén para instaurar el Reino de Dios, siendo ajusticiado por el Gobernador Poncio Pilato, el 30 dC, porque su pretensión chocaba contra el derecho imperial de Roma. Así le mataron, poniendo en su cruz un INRI (Jesús Nazoreo, Rey de los Judíos cf. Jn 19, 19), para aviso de posibles seguidores , muriendo asesinado con miles y millones de víctimas, casi siempre olvidadas. Pero su recuerdo ha pervivido, marcando la historia de los hombres.

Todo pudo haber terminado en la cruz, como suele suceder en otros casos, pero sus mejores seguidores (María Magdalena y Pedro, y después otros muchos como Pablo) mantuvieron su proyecto y afirmaron que Dios le había acogido en su Vida más alta, y que se hallaba vivo (resucitado), y volvería pronto para culminar su obra. No volvió, en sentido externo, como algunos esperaban, pero su fuerte memoria ha marcado desde entonces nuestra historia. Lógicamente, muchos han escrito su vida, y ya el evangelista Juan afirmaba que eran incontables los libros que podrían dedicarse a su figura (Jc 21, 25). A pesar de ello, yo también he querido escribir una nueva historia de su vida, pensando que puedo aportar algo, en perspectiva científica y creyente.

Los creyentes confiesan que Jesús ha sido y es la encarnación de Dios (cf. Jn 1, 14), y de esa forma muchos estudian y exponen su historia tomando como base su divinidad. Yo también soy creyente, pero quiero escribir abajo, es decir, desde su proyecto mesiánico, situándole dentro de la trama de intereses político-sociales (económicos) de su entorno, a los que él quiso oponerse, siendo condenado a muerte.

Históricamente fue un nazoreo mesiánico, es decir, un judío vinculado al recuerdo de David y comprometido por la causa de Dios, es decir, por la justicia y por la vida de los pobres y excluidos, en contra de las estructuras de un poder socio-religioso impuesto por los sacerdotes de Jerusalén y los soldados de Roma. De un modo consecuente, Pilato y los sacerdotes le condenaron.

En esa línea, muchos judíos actuales siguen diciendo que los cristianos son nosrim, nazoreos, seguidores de un nazoreo mesiánico (rey fracasado), un hereje que no había aportado nada significativo en la trama real de la vida de su tiempo. Otros, en general no judíos, evitan o minusvaloran su historia, diciendo que nació en un oscuro rincón del Imperio (Roma), lejos de los centros de influjo del dinero, la política y cultura de su tiempo, y que su vida sigue siendo opaca, por lo poco que podemos conocerla y por la carga que en ella han dejado las ideas religiosas posteriores, de tipo idealista o de propaganda religiosa ya anticuada.


Pero eso es sólo una verdad a medias, porque Jesús fue un judío que aportó ideas y proyectos esenciales en su tiempo, y porque Galilea y, en especial, Jerusalén eran entonces un think tank, un laboratorio inmenso de tareas y prácticas sociales, culturales y religiosas que aún siguen definiendo nuestro tiempo. No ha surgido después de Jesús nadie que haya planteado con su radicalidad los temas esenciales de la vida humana, con sus riesgos, promesas y exigencias.

Soy, como he dicho, cristiano y creo que Jesús ha sido (sigue siendo) Hijo de Dios, pero estoy convencido de que su vida puede y debe exponerse en clave histórica, sin apelar (en ese plano) a intervenciones sobrenaturales. Creo que todo es humano en ella, aunque todo puede entenderse como historia y presencia de Dios, y así he querido mostrarlo en este libro, desde una tradición exegética antigua y moderna (cristiana y no cristiana), en una sociedad que ha perdido en parte su fe religiosa, pero que sigue buscando apasionadamente las huellas de Dios (en una línea cercana a Jesús). De un modo especial he destacado las implicaciones económicas del proyecto de Jesús, que siguen siendo, a mi juicio, esenciales para plantear y resolver, en un plano más alto, los problemas básicos de la humanidad en nuestro tiempo (añ0 2013).

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Se llamaba Jesús (en hebreo Yeoshua, Dios-Salva), como el primer conquistador israelita (Josué=Jesús). Era judío de Galilea y nació en torno al 7/6 aC (los que fijaron el calendario común o cristiano se equivocaron, suponiendo que había nacido el año 1 dC). Fue campesino de origen y artesano de oficio, no letrado (escriba, hombre de letras), de manera que quizá no leía de corrido, pero no se le puede llamar analfabeto, pues, como veremos, tenía una intensa conciencia social y conocía bien las leyes y costumbres de su pueblo, de manera que discutió por ellas con otros maestros y líderes sociales. Fue trabajador como su padre, y creció en contacto con una realidad social y religiosa que, a su juicio, se oponía a las promesas de Israel y oprimía a los hombres.

Un día, siendo maduro y, al parecer, soltero, abandonó el trabajo y acudió al desierto, al oriente del Jordán (Perea), donde siguió a un profeta llamado Juan Bautista, que exigía conversión y anunciaba el juicio de Dios. Tras un tiempo, cuando Juan fue aprisionado por Herodes Antipas, rey (tetrarca) de Galilea, abandonó el desierto, junto a río, para iniciar su proyecto de Reino en la tierra prometida, precisamente en Galilea. Estaba convencido de que la etapa de opresión había terminado, y así lo proclamó, anunciando la llegada del Reino de Dios, en un tiempo y espacio convulso, bajo dominio de Roma. Tuvo gran capacidad de relación, un poder especial para curar y animar a los excluidos (enfermos, pobres…), a quienes invitaba a compartir vida, mesa y esperanza, ofreciéndoles el Reino de Dios.

Consiguió una audiencia y creó comunidades de amigos en la periferia campesina, aunque suscitó el rechazo de la autoridad establecida, a la que acusó de estar aliada con Mamón, que es el anti-Dios (dinero absolutizado). Movido por un fuerte impulso interior, convencido de la verdad y urgencia de su proyecto, subió a Jerusalén como mesías (representante de Dios), para desplegar y culminar allí su obra. Algunos le creyeron, pero su intento fracasó, pues los sacerdotes se opusieron, gran parte de sus discípulos huyeron y el gobernador de Roma le mandó crucificar, acusándole de hacerse el Nazoreo, el Rey de los Judíos. Con su muerte terminó en un plano su historia, pero en otro se fortaleció, pues «la tribu de aquellos que le habían amado lo siguió haciendo» hasta el día de hoy (cf. Josefo, Ant XVI, 63).

Jesús/Josué, a quien remite su nombre, había sido un conquistador israelita, y la Biblia asegura que Dios le ayudó, pues el sol se detuvo y el día se alargó, mientras caía pedrisco sobre los soldados del ejército contrario a quienes los hebreos remataron, para adueñarse de la tierra (cf. Jos 10, 12-13). Jesús, en cambio, murió en la cruz, abandonado, al parecer, por el Dios Verdadero, en cuyo nombre había proclamado el Reino, oponiéndose a los representantes de Mamón, el rey del mundo. Tácito le recuerda como «inspirador de unos reos odiados por el pueblo, ejecutado en tiempo de Tiberio por Poncio Pilato» (cf. Anales 15,44, 2-3), pero los cristianos afirman que es Hijo de Dios.

La historia del primer Jesús-Josué, recogida por la Biblia en su libro (Js), parece sólo leyenda victoriosa, destinada a resaltar la protección de Yahvé sobre un pueblo vencedor y afortunado. En contra de eso, los evangelios recogen los rasgos principales de la historia de Jesús, con su itinerario personal y su propuesta económico-social y religiosa (que eran, a su juicio, inseparables). Ciertamente, fracasó en un plano (en un nivel de carne, como dice Pablo: Rom 1, 3-4), y no pudo instaurar el Reino; pero sus seguidores entendieron su fracaso como signo y presencia de Dios, que le resucitó de entre los muertos.

Esos seguidores, y otros muchos que formaron después su movimiento reinterpretaron su vida y recrearon su mensaje en unos libros (evangelios, escritos entre el 70-100 dC), que no quieren ser la crónica de un muerto, sino el recuerdo y mensaje de alguien que está vivo, como testifican las cartas de Pablo, escritas hacia el 49-65, es decir, a los veinte años de la muerte de Jesús. Algunos de sus seguidores, al parecer más piadosos, destacaron de tal modo su gloria (resurrección) que pudieron olvidar su historia humana y concebirle sólo como una entidad espiritual, un Dios entre los dioses del Oriente, estableciendo así la primera “herejía” de Jesús, que consistió en negar su humanidad (no su divinidad, como hoy se haría). Pues bien, el conjunto de la iglesia, empezando por el evangelio de Marcos respondió defendiendo y contando la historia humana de Jesús, con su proyecto económico-social.

En esa línea, la primera intención de los evangelios no fue mostrar que Jesús era Dios (Hijo de Dios), sino que el Hijo venerado de Dios había sido y era un hombre de la historia. El riesgo no consistía entonces en rechazar al Dios (de) Cristo, sino al hombre Jesús, con su mensaje de curación, comunicación de bienes y esperanza de Reino. Los cuatro evangelios, escritos entre el 70 y 100 dC, con tradiciones y recuerdos anteriores, no quisieron defender el dogma divino de Cristo (que ellos presuponían), sino afirmar la historia humana de Jesús, el Cristo, en el contexto mesiánico de Israel. Lo difícil no era escribir un tratado divino sobre el Cristo, sino contar la historia humana de Jesús, que era Hijo de Dios (Cristo de la fe), siendo un mesías fracasado (crucificado).

Este libro quiere seguir en la línea de los evangelios, exponiendo de una forma ordenada y coherente los seis momentos básicos de la historia de Jesús , empleando para ello los métodos científicos, pero dejando abierto el camino de la fe, como en toda historia verdadera. Éste es un libro que quiere ser sencillo, pero quizá ofrece ciertas dificultades para los lectores no iniciados, a quienes debo advertir que se sitúa y y debe leerse y entenderse en tres niveles.
En un primer nivel, he compuesto un texto corrido, que pueda leerse con facilidad, dejando un poco a un lado los recuadros que se introducen en el mismo texto (al final de algunos apartados) y las notas que van al final de cada parte. Los esquemas (que ofrecen el segundo nivel de lectura del texto) son recopilaciones y expansiones del argumento principal; ellos poseen cierta autonomía, pero no se pueden leer por separado, pues se integran en el desarrollo de la trama. Finalmente, el tercer nivel, que es algo más complejo, viene dado por las “notas” que van al fin de cada parte, casi todas de tipo erudito, que permiten situar el tema en un contexto de investigación o de crítica exegética.

Quiero, según eso, que este libro pueda leerse de corrido, sin necesidad de acudir en cada caso a los esquemas, y menos a las notas, más académicas, que pueden ser y son muy importantes en un segundo nivel de lectura. De todas formas, cada lector podrá seguir sus preferencias, sabiendo que el tema del libro es muy sencillo (la historia de Jesús es densa, pero no muy complicada en sentido “filosófico”), siendo inmensamente rico, como mostrarán algunas notas y, en especial, la bibliografía final, relativamente extensa, para aquellos que quieran adentrarse de un modo más personal en la historia de Jesús. Éstas son sus seis partes:


1. En el principio. Origen de Jesús, Juan Bautista. Era un judío mesiánico y su vida se hallaba “anunciada” por la historia y profecía israelita. Nació probablemente en Nazaret (hacia el 6 aC), en una familia “nazorea”, comprometida por la causa de Israel, y su madre se llamaba María. Vivió en un tiempo de fuerte crisis económica y social, y trabajó como artesano (campesino sin tierra).
Había cumplido ya los treinta años cuando se hizo discípulo de Juan Bautista, un profeta cuya doctrina compartió por un tiempo, recibiendo su bautismo, y bautizando, a su vez, a otros, que esperaban el juicio inminente de Dios. Su encuentro con Juan marcó el comienzo de su movimiento mesiánico propio, que él asumió tras haber recibido una llamada de Dios, con rasgos nuevos, que le llevaron a proclamar el Reino de Dios en Galilea, su tierra, el lugar donde se había formado y había trabajado de artesano.

2. Empezó en Galilea, pilares del Reino. Respondiendo a su experiencia personal, después que Juan fue prendido (ajusticiado), comenzó a proclamar la buena nueva de Dios en Galilea, donde transcurrió el mayor tiempo de su actividad como profeta nazoreo. Estaba convencido de que Dios le enviaba a proclamar el Reino y así lo hizo, anunciando y preparando su venida, como profeta sanador (animando-curando a los enfermos) y exorcista, enfrentándose al poder del Diablo (es decir, liberando, ofreciendo humanidad a los posesos).
Supo que había llegado el fin de la opresión, y que la lucha decisiva por la nueva historia de Dios (y de los hombres) no era militar (contra Roma), sino humana, contra el Diablo, manifestado de un modo especial en los posesos, y expresada en la injusticia económica, representada por Mamón. Su fuerte programa se hallaba fundado en la certeza de que Dios es Padre, y quiere que los hombres acojan su Reino salvador, viviendo y compartiendo la vida como hermanos.

3. Estrategia mesiánica, un proyecto comprometido. Fue, ante todo un creyente convencido no sólo de que Dios actúa, sino de que lo hace ahora, en este tiempo, de un modo gratuito y poderoso, perdonando a los hombres, para así crear una nueva humanidad, conforme a las promesas de Israel. Por eso fundó un grupo de Reino, familia de amigos e hijos de Dios, desde los pobres y excluidos, con quienes abrió un camino de humanidad (Reino de Dios), iniciando una estrategia de pan compartido, perdón, amor mutuo y reconciliación.

Así quiso vincular a los antes enfrentados, a los pobres y excluidos sociales (a quienes podemos llamar itinerantes) con los propietarios (a quienes podemos llamar sedentarios), creando una familia donde todos pudieran compartir la vida y ser hermanos. Para ello expandió su programa de Reino, superando la pura justicia (el mejor talión), para abrirse de forma paradójica (parabólica) al perdón más alto, en el que pueden vincularse en amor concreto los antes enfrentados.

4. Camino de Jerusalén ¡Tú eres el Cristo! No habló en abstracto, ni ofreció un programa genérico de purificación interior, sino que inició un movimiento concreto de Reino, fundado en la acción poderosa de Dios, empezando en Galilea. Pero, pasado un tiempo, tomó la decisión de subir a Jerusalén, a fin de proclamarlo e implantarlo en la ciudad de las promesas. Fue célibe al servicio del Reino, desde los pobres de su entorno, escogiendo a unos discípulos y amigos que le acompañaran, especialmente a los Doce, representantes de las tribus de Israel.

No buscó dignidades, sino que actuó simplemente como hijo de hombre, ser humano, para crear una familia o hermandad universal, fundada en la palabra del Reino y en la vida compartida, mostrándose muy crítico frente a las instituciones religiosas y sociales que se empeñaban en mantener el orden establecido. Sus mensajeros anunciaron la llegada del Reino en Galilea, pero los galileos en conjunto no aceptaron su propuesta, de manera que (quizá por ello, pero sobre todo por impulso de Dios) tomó la decisión de subir a Jerusalén, presentando allí su proyecto mesiánico.

5. Ciudad del Mesías: La próxima copa en el Reino. Había actuado básicamente en Galilea, pero la misma dinámica de su movimiento (y el hecho de que los galileos en conjunto no aceptaran su mensaje) le impulsó a subir a Jerusalén como Mesías (portador del Reino), y ese gesto (subida) constituye el acontecimiento decisivo de su historia. No vino con armas para oponerse los soldados del César o a los sacerdotes del templo, de forma que no tuvo más poder que su palabra de anuncio y promesa. Así llegó, rodeado de un grupo de discípulos, que compartieron su proyecto, pero no su forma de realizarlo, llegando a la ciudad sagrada, para instaurar públicamente su Reino, esperando que Dios le respondiera.

Otros prometían prodigios espectaculares (división del Jordán, caída de los muros de Jerusalén…), él sólo ofreció el signo de su vida, al servicio de los pobres, entrando como rey de paz, enviado de Dios, sobre un asno, anunciando el final del templo. Pero sacerdotes y soldados no aceptaron su mensaje, de forma que él pudo presentir que le matarían. A pesar de ello, cenó con sus discípulos y les prometió que la próxima copa la tomarían en el Reino. Con esa certeza fue al Huerto del Monte de los Olivos, esperando la venida de Dios, pero llegó Judas, uno de sus doce para prenderle, y el resto de sus discípulos huyeron.


6. Jesús nazoreo, rey crucificado. Subió como testigo e iniciador (Mesías) del Reino de Dios, dispuesto a dar la vida, y así lo proclamó en una cena de despedida, compartiendo todo su proyecto (cuerpo y sangre) con sus discípulos. Pero ellos, en conjunto, no lograron (no quisieron) seguirle hasta el final, de manera que le dejaron solo; y de esa forma murió, rechazado por los Sumos Sacerdotes del templo y crucificado por orden del gobernador romano, bajo la acusación de hacerse rey nazoreo de los judíos. Fue torturado sin piedad y llamó a Dios desde la cruz, como indican (sean históricas o simbólicas) sus últimas palabras: ¿Por qué me has abandonado? (Mc 15, 34).

En un sentido, él fracasó como mesías (cf. Rom 1, 3-4) y sólo unas mujeres amigas le acompañaron de lejos cuando moría (Mc 15, 40-41). Le enterraron probablemente los mismos que le habían condenado, en una fosa común (pues según ley judía los muertos en cruz eran impuros, especialmente por Pascua). Pero, pasado un tiempo (¡tres días!), allí donde muchos afirmaban que todo había terminado, algunos seguidores, empezando por esas mujeres, volvieron sobre sí, diciendo que Dios le había resucitado e iniciando desde su recuerdo el camino de la Iglesia.
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