"La perspectiva de P. Castelao se abre al evangelio. La de B. Moreno no ha llegado" Parábola de la lluvia y el puente (sobre la oración de petición)
Si hay gran sequía ¿rezas para que llueva? Si al puente del pueblo le lleva la riada ¿rezas para que Dios lo arregue él solo? ¿No son las mismas "leyes" de la naturaleza las que operan en un caso y en otro? ¿Por que rezas al pluviam petendam y no ad pontem restituandum, ut pons restituatur?
Sigue colgada en RD la “crítica” de Bruno Moreno a la reflexión de Pedo Castelao sobre la oración “pro pluvia petenda”, pidiendo lluvia en tiempos de sequía. Tienen razón los dos, desde sus perspectivas. Pero la Bruno Moreno no llega ni siquiera al AT, como sabe cualquiera que lea (y rece bien) los Salmos y el libro de los Proverbios (por no citar el Eclesiastés).
Jesús dice, por un lado, que pidamos por todo-todo, pero añadiendo que la petición ha de ser “experiencia del Espíritu santo”; se trata, por tanto, de “pedir”, pero “subiendo de nivel”, situando nuestra vida en manos de la “providencia personal” del Dios que envía su lluvia “sobre justos y pecadores” (es decir, se rece o no se rece).
La perspectiva de P. Castelao se abre al evangelio. La de B. Moreno no ha llegado, pero puede estar en camino (no lo dude, ni lo dudo).El Dios de Cristo es Dios de todos, buenos y malos, justos y pecadores… y envía a todos su lluvia (Mt 5, 45).
Es bueno orar en tiempos de sequía y guerra (a fame, peste et bello: del hambre, la peste y la guerra, líbranos Señor). Pero sabiendo que esa oración ha de identificarse con nuestra vida de creyentes que tienden (tendemos) puentes de pan,de acogida/salud y de paz en/con nuestra vida.
En este contexto quiero añadir una simple parábola (para que piense y saque conclusión quien quiera) y luego una reflexión teológica sobre la oración de petición. Buen domingo a todos, con deseo de paz, pan y salud en Ucrania y en todos los países donde miles de personas mueren cada día de guerra, de peste (covid o no) y hambre cada día, por falta de oración (de comunión de vida).
Jesús dice, por un lado, que pidamos por todo-todo, pero añadiendo que la petición ha de ser “experiencia del Espíritu santo”; se trata, por tanto, de “pedir”, pero “subiendo de nivel”, situando nuestra vida en manos de la “providencia personal” del Dios que envía su lluvia “sobre justos y pecadores” (es decir, se rece o no se rece).
La perspectiva de P. Castelao se abre al evangelio. La de B. Moreno no ha llegado, pero puede estar en camino (no lo dude, ni lo dudo).El Dios de Cristo es Dios de todos, buenos y malos, justos y pecadores… y envía a todos su lluvia (Mt 5, 45).
Es bueno orar en tiempos de sequía y guerra (a fame, peste et bello: del hambre, la peste y la guerra, líbranos Señor). Pero sabiendo que esa oración ha de identificarse con nuestra vida de creyentes que tienden (tendemos) puentes de pan,de acogida/salud y de paz en/con nuestra vida.
En este contexto quiero añadir una simple parábola (para que piense y saque conclusión quien quiera) y luego una reflexión teológica sobre la oración de petición. Buen domingo a todos, con deseo de paz, pan y salud en Ucrania y en todos los países donde miles de personas mueren cada día de guerra, de peste (covid o no) y hambre cada día, por falta de oración (de comunión de vida).
Es bueno orar en tiempos de sequía y guerra (a fame, peste et bello: del hambre, la peste y la guerra, líbranos Señor). Pero sabiendo que esa oración ha de identificarse con nuestra vida de creyentes que tienden (tendemos) puentes de pan,de acogida/salud y de paz en/con nuestra vida.
En este contexto quiero añadir una simple parábola (para que piense y saque conclusión quien quiera) y luego una reflexión teológica sobre la oración de petición. Buen domingo a todos, con deseo de paz, pan y salud en Ucrania y en todos los países donde miles de personas mueren cada día de guerra, de peste (covid o no) y hambre cada día, por falta de oración (de comunión de vida).
PARÁBOLA DE LA LLUVIA Y EL PUENTE
El tema de fondo lo he planteado ya: Hay misas para pedir que llueva (al petendam pluviam). ¿Por qué no hay misas ut pons restituatur, para que se arregle el puente? Desde Newton sabemos que las leyes físicas de la lluvia y de la bajada-subida piedras son iguales. ¿Cómo no rezar del mismo modo en un caso caso y el otro?
He oído muchas veces y he comentado otras muchas esta parábola en la Universidad Pontificia de Salamanca. Tiene varias versiones. Ésta es una de ellas, un poco larga y pretenciosa. Cada lector la puede contar y explicar a mi manera. Un día pasé con una religiosa amiga y sus colegialas, con miedo, por o Ponte do Demo amenazado y tembloroso... Pasamos, podríamos no haber pasado... eso fue el año 1972. Podía haber sido ayer... Y sigue la parábola.
Caminaba una monja devota, profesora de colegio, con doce colegialas en tiempo dudoso de nubes que a veces pasan avaras sobre los montes (cegando hasta las fuentes) y otras descargan en los valles, rompiendo los puentes.
Parecía no llover y se alejaron, la monja y las doce devotas colegialas, cruzando el puente amistoso, y siguieron caminando por la otra ribera, por más de una hora (tenían toda la tarde para hablar de oración). Pero de pronto descendieron las nubes como águilas negras, se encendieron los rayos, temblaron los árboles y cayó el diluvio como nunca había caído desde los días de Noé.
Se pusieron en camino hacia el puente (no había otro en varias leguas) … y llovía como nunca había llovido. La monja les dijo: “No os separéis, vamos junto, no os pongáis bajo los árboles. Vamos rezando”. Y así avanzaron todas rezando y rezando, para que dejara de llover Cese la lluvia. Así pendían, oraban y cantaban. Y les parecía bien, y pensaban que el Dios que da la lluvia puede atarla en sus silos de agua, como dice el libro de Job.
Pero la lluvia crecía y crecía, como si fuera un milagro de aguas, llegando en unos minutos a la vera del camino. Pero estaban llegando al puente de Dios Padre (así se llamaba), y pasarían… y tenían allí, a cien metros, sobre una colina la nueva camioneta que les llevaría hasta el colegio. Llegaban a la última curva, a unos pocos metros estaba el puente salvador, todas, la monja y las doce devotas muchachitas se salvarían de las aguas, como Jonás de la Ballena que le tragaba. Su oración había sido escuchada, les dijo la monja para animarlas, pues algunas ya no podían más.
…..
Pero cruzaron la curva y vieron con horror que un árbol inmenso, caído del alto bosque de pinos se había caído y bajaba con gran velocidad sobre las aguas. Se pararon, abrieron los ojos de miedo y vieron gritando que el tronco desgajado del pino caído chocaba contra el puente tembloroso, que al principio resistió, pero luego, a la tercera, se desplomó y cayo con gran estrépito a las aguas espumosas de rabia, que arrastraba piedras, ramas y troncos. Una colegiala gritó y dijo “he visto al Diablo cabalgado sobre el tronco, y que ha derrumbado el puente, para que quedemos aquí y muramos…”.
La monja elevó entonces la voz, y le dijo: “Calla, María, no digas eso; todo lo hace Dios, en esto no anda el diablo. Y vosotras, todas, venid aquí. Juntaos bien, daos la mano, que nadie se separe, démonos la mano, y recemos…”. Tenía gran autoridad, la hermana Teresa. Imponía con su voz y su figura. Todas la querían, y así se juntaron, la trece, como Jesús y sus discípulos, mientras pasaba la tormenta. Ya verían lo que hacer, algo se les ocurriría, algo se le ocurriría a Dios.
Una de las colegiales, de ojos negros, rasgados de cielo, se atrevió a decir: “El agua empieza a bajar, mirad, mirad, va “escampando”. Vamos a rezar todas juntas, para que el puente se eleve y se junten las piedras de nuevo, y podamos pasar… y en menos de veinte minutos estamos ya en la camioneta”.
Se hizo un gran silencio… Alguna empezó a rezar para que el puente se alzara de nuevo, por gracia de Dios, que nos concede todo aquello que le pedimos. Alguna empezó a cantar… con cantos de Aleluya… Pero al fin todas se callaron. Pareció que la idea de María (que el puente se eleve de nuevo, por sí sólo) no terminaba de cuajar. Una cosa es que llueva o deje de llover (que eso puede hacerlo Dios con facilidad); y otra cosa es que le levantes por sí solos los puentes caídos…
Entonces habló la hermana Teresa, que era “madre” superiora y empezó diciendo a dos, vosotras, que tenéis mejores móviles que el mío, llamad. Tú, Juana, llama a mi convento, diles dónde y cómo estamos… Y tú, Andrea,llama a tu padre, que es el alcalde del pueblo. Cuéntale también lo que nos ha pasado. Dile que la culpa es mía, por haberme arriesgado a pasar el puente; que se enfade conmigo, no con vosotras. Y tú, Tadea, llama a tu padre, jefe de bomberos, dile también que la culpa es mía…, que venga con todos.Y ahora a esperar hasta que vengan….
Y quedaron esperando, empapadas de tormenta, con ojos de fiebre encendida… Y ella, Teresa, les fue diciendo… Es bueno que recéis, que recemos por todo, incluso para que el puente se repare por sí sól… pero sabiendo que Dios es misterioso, y misteriosa la vida, como el río de tormenta… Sabiendo que siempre pueden romperse los puentes y que si se rompen no es fácil que se arreglen por sí mismos.
En el fondo, para Dios, es lo mismo hacer que llueva o no llueva, o hacer que las piedras del puente caído se levanten por sí solas…Podéis rezar para que llueva o no y para que el puente no se caiga o se repare sólo… Por eso, si no rezáis para que se eleve por sí sólo el puente, no debéis rezar para que llueva o no llueva. Rezad más bien para cantar la vida, para vivir la alegría de la creación, para quereros y querer a todos….
Una colegiala, llamada Tomasa, le dijo: Pero el obispo de mi ciudad, en las Tierras Altas ha pedido que recemos por la lluvia…
Ya lo sé. Solemos rezar para que llueva… y nos parece normal, hasta lo piden los obispos… He mirado en los libros, y he visto oraciones para que llegue la lluvia (o para que cese el temporal de las inundaciones…). Pero he buscado más y no encuentro ninguna oración especial para que se levanten los puentes caídos. Por eso he pensado que los obispos… y todos nosotros no sabemos mucho de estas cosas… porque, en un sentido es lo mismo rezar que no rezar por la lluvia, rezar que no rezar porque se levanten solos los puentes caídos…
Lo que vale es que recemos, que recemos dando gracias a Dios por la lluvia y por los puentes… y especialmente por nosotros, por vosotras, por todos, que vayamos construyendo un mundo donde las lluvias sean para que haya siembra y cosecha para todos… No vamos a rezar para que Dios suba ahora las piedras caídas de ese puente (¡que podría hacerlo, pero que de ordinario no lo hace!), sino para que tendamos entre todos unos puentes de solidaridad, de amor, de acogida…
No sé deciros más. No sé demasiada teología. Pero hay una cosa que es cierta. Nosotras, ahora, vamos a resistir las trece, dándonos la mano o abrazadas, animándonos entre todos… ¿Qué os parece si rezamos el rosario, simplemente, para tranquilizarnos, pensando cada una en lo que tiene en su corazón? Estoy segura de que Dios va a venir muy pronto. Antes de que terminemos el rosario vendrán los bomberos, con el padre de Andrea, vendrán, muchos del pueblo, con las monjas… Ya veréis como nos sacan de aquí…
Y empezaron a rezar, y antes de acabar el rosario llegaron sonando los camiones de bomberos, con leñadores y sierras de montaña… En unos minutos serraron algunos árboles inmensos de la ribera. El cauce del río era estrecho en el lugar del viejo puente… Pusieron los troncos, pasó la madre Teresa con las colegiales, que se abrazaron a sus padres.
Y así quedó la historia, con Teresa discutiendo con el alcalde sobre la oración, con los bomberos felices y las niñas cantando… mientras quedaba en el aire la pregunta y la disputa entre Pedro Castelao y Bruno Moreno:
¿Por qué se puede pedir para que llueva o deje de llover y no para que Dios mismo levante y re-construya los puentes rotos? En un sentido, no se puede pedir particularmente por una cosa ni por la otra. Llover o no llover forma parte del “orden/desorden” de la naturaleza, lo mismo que el hecho de que las piedras caigan por la gravedad de Newton o por otras leyes.
En un sentido, pedir por la lluvia, en un plano material, no llega ni siquiera a la altura de la piedad del AT. Yo les pediría a los obispos que “hacen” misas por la lluvia que hagan misas para que se levanten los puentes de piedras caídas… Pero en otro sentido le pediría a Jesús “enséñanos a orar”, como le pidió el discípulo de Lc 1, 11-13 . Que aprendamos a “orar”, esa es la tarea de monjas y colegiales, de teólogos y obispos, pero también de bomberos y alcaldes, que algo tienen que ver con todo esto.
PARA PROFUNDIZAR. UNA REFLEXIÓN SOBRE LA ORACIÓN DE PETICIÓN
Un principio. Orar es comunicarse con Dios. Orar es comunicarnos en amor unos con otros
Si el hombre fuera sólo dependiente, ser subordinado, y Dios un jefe a quien debemos aplacar a fuerza de palabras, la oración sería simple acto de súplica. El hombre debería comportarse como esclavo. Pues bien, en contra de eso debemos afirmar: Dios ha querido hacernos libres, de manera que su misma voluntad viene a quedar «influenciada» por la nuestra. En esta perspectiva han de entenderse nuestras peticiones.
Dios no se impone sobre el hombre de manera necesaria: no ha querido tratarnos como trata a los vivientes y las cosas que no son personales. En este aspecto debemos recordar la controversia más famosa de la iglesia del barroco, la que enfrentó a dos maestros hispanos, Báñez y Molina, en la cuestión relacionada con la ayuda y presencia de Dios, es decir, de su “colaboración” con los hombres, es decir, en el sentido de la oración de petición y de los “ausilios” que Dios ofrece. Los dos grandes teólogos intentan explicar la conexión entre poder de Dios y libertad del hombre, utilizando esquemas y modelos que no han sido debidamente valorados. Pues bien, en esa perspectiva se sitúa ya nuestro problema.
Por un lado, debemos afirmar que Dios actúa: influye con su fuerza de manera que suscita la emergencia del hombre como libre; influye con su mismo amor, sembrando en el amor y corazón del hombre una respuesta que éste debe darle libremente. Un creador limitado es incapaz de suscitar vivientes que se vuelvan libres y que puedan responderle: su actividad avanza en una sola dirección, del hacedor hacia su hechura, del constructor hacia la cosa construida. Por el contrario, cuando el creador resulta omnipotente (como es Dios) puede suscitar seres vivientes que se asuman y realicen como libres, de manera que acojan su llamada y le respondan libremente.
Al llegar aquí, debemos afirmar que el hombre influye también sobre su Dios. Dios ha dado al hombre espacio libre para realizarse y libremente debe respetarle y escucharle. Es evidente que el hombre no influye sobre Dios a la fuerza, por su poder o grandeza, sino por amor, por amor, porque el mismo Dios ha decidido respetarle en amor, dejando que sus voces (que son voces de la historia) se introduzcan en su propia voluntad eterna.
Esto nos sitúa en el centro del misterio, allí donde deben superarse las visiones de un Dios caprichoso que concede cosas porque los hombres le piden, en sentido externo, ahora sí, ahora no, ahora le doy esto a Teresa o Andrea o Tomasa, y ahora no sé lo doy. Ahora pongo junto al río bueno bomberos para que libren a las buenas colegialas, ahora permito o quiero que el puente se caiga cuando van pasando por encima y todas se mueren…
No sé responder a todos los detalles, pero sé una cosa: Podemos dialogar con Dios, pidiendo su presencia en nuestra vida y ofreciéndoles nuestro amor actito, que podamos enamorarnos, que haya muchachos esperando a las colegialas del otro lado del puente caído…. Que podamos ofrecerle, ofrecernos, nuestro respeto, todos, dialogando con justicia, por solidaridad, con ternura, nosotros aquí, ante este puente caído… para trazar puentes entre todos, entre Rusia y Ucrania, entre USA y CHINA
El mismo Dios omnipotente se ha dejado emocionar por nuestra voz, cuando recibe nuestras peticiones. El mismo Jesucristo le ha venido a comparar a un padre de la tierra: no necesita del hijo, pero goza cuando el hijo le suplica y pide su asistencia. Pues bien, hay todavía otro misterio que es más grande: el mismo Dios quiere venir y suplicarnos. Creando a los hombres como hijos, el Dios omnipotente se ha venido a convertir, de alguna forma, en dependiente: quiere el amor de esos hijos, les pide su respuesta.
Toda la Escritura es testimonio de esa doble petición. Los hombres comenzamos suplicando a Dios los bienes de la tierra, pan, victoria y esperanza. Por su parte, Dios nos pide una respuesta de cariño… Y nos pide que nos amemos, que tendamos puentes de vida, de comunión en la verdad. Orar es tender puentes. Por eso, el hombre religioso se llama pontífice, hacedor de puentes, no sólo el de la antigua o nueva Roma, sino cada orante, varón o mujer, mayor o joven, un “pontífice”, una “pontífice”, creadora de oración.
Por eso, al pedirle a Dios que nos ame así como somos, tenemos que añadir “como nosotros nos perdonamos”, nos aceptamos y construimos puentes de vida por los que pasa el mismo Dios. Nosotros, creaturas libres, le podemos dar a Dios algo que el mismo Dios (aislado en sí) no tiene: un amor de personas de la tierra.
Ni el mismo Dios que puede todo en otro plano (en relación con los vivientes que no son personales) puede doblegar la voluntad libre del hombre y suscitar amor gratuito. Si Dios quiere amor libre libremente ha de dejarnos y venir hasta nosotros, como suplicante; si no hiciera así, dejaría ya de ser divino (amor que hace posible la vida en libertad); el hombre, por su parte, dejaría ya de ser humano, como libertad creada, en un camino de búsqueda, en la historia.
Dos gestos ayudan a entender este misterio, como dice Lc 1, 26-38 cuando presenta el diálogo de María con Dios… y con su esposo José, en clave de escucha y respuesta, de respeto colaboración en Cristo.
Anejo. Unas notas de la oración de petición
Jesús es el primero de todos los orantes que ha pedido la ayuda de su Padre. Sabe que «Dios le ha dado todo» (cf. Mt 11, 25-27), pero al mismo tiempo todo lo pide como don, como regalo que recibe de su gracia. Siguiendo a Jesús, los cristianos también piden, de manera que Dios viene a revelarse para ellos como aquel que les escucha y les responde. Los cristianos saben que la petición es infalible:
«Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe, el que busca halla y al que llama se le abre» (Mt 7, 7-8).
Las peticiones, las llamadas y las búsquedas del mundo acaban muchas veces en fracaso. Dios es diferente: la puerta de su corazón se mantiene siempre abierta, atentos sus oídos, despierta su mirada. Dios nos oye por el Cristo, de manera que «todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dará» (Jn 16, 23). Toda petición tiende hacia el reino, como dice Jesucristo:
«Buscad primero el reino y su justicia, y todas las restantes cosas se os darán por añadidura» (Mt 6, 33).
¿Qué cosas? El vestido, la comida, los bienes de la tierra. Son cosas importantes, pero nunca pueden ocupar el corazón del que suplica. Toda petición cristiana ha de encontrarse dirigida en primer lugar al reino. Así pedimos, con la misma oración del Padrenuestro: «Santificado sea tu nombre, venga tu reino» (cf. tema 8). En el fondo, pedimos que Dios venga. Como amigo que suplica la llegada de su amigo; así pedimos, invocamos y llamamos a Dios hasta que venga.
La petición es infalible y tiende al reino porque se halla abierta hacia el Espíritu. En este plano, el evangelio es muy realista: sabe que los hombres somos débiles, pequeños, rodeados de problemas en la tierra; por eso nos anima a pedir sin miedo alguno, como el niño que no sabe apenas lo que quiere de su padre. Más que el objetivo concreto de la súplica, interesa el gesto mismo de pedir, esa confianza que ponemos en el Padre. Así comenta el evangelio:
«Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos suplicantes, cuánto más vuestro Padre de los cielos dará cosas buenas a quienes le pidieren» (Mt 7, 11).
Las «cosas buenas» no son materialmente aquello que pedimos a Dios, sino algo mejor: como el pez que da el padre es mejor que la serpiente que le pide el hijo, como el pan es mejor que la piedra. Pues bien, en ese mismo contexto precisa san Lucas: «Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más el Padre de los cielos dará el Espíritu Santo a quienes le pidieren» (Le 11, 13). Esta es la palabra decisiva, este es el don de los dones. Nosotros, como niños imperfectos, podemos pedir a Dios todas las cosas. Dios nos dará siempre su misterio, la verdad del reino, es decir, el Espíritu Santo: su presencia de amor, su fuerza de fe y vida.
Las peticiones cristianas se condensan en el Padrenuestro. Allí empezamos rogando a Dios que se revele en verdad como divino (santidad, reino, voluntad salvadora). Luego le pedimos por los bienes primordiales de este mundo (pan, perdón, libertad). Todas las palabras de súplica reflejan nuestra fe en el Dios que se desvela y actúa como Padre; al mismo tiempo expresan nuestro compromiso, en la línea de aquello que pedimos, mientras esperamos la manifestación plena de Dios y colocamos los bienes y problemas de este mundo a la luz de su venida. De esa forma nos ponemos ante Dios, allí donde se gesta el sentido de la vida, esto es, en el principio o manantial del gran misterio; al llegar allí, sabemos que todo es ya posible, todo adquiere nuevo contenido. Así pedimos confiados, desde el fondo de este mundo.
Ya no creemos en un tipo de determinismo religioso que identifica a Dios con la necesidad de la naturaleza o con un tipo de voluntad superior que se impone, sin diálogo ni amor, por encima de los hombres; en esta perspectiva, la única oración sería el gesto de una confesión de fe (cierto islamismo) o la actitud del que acepta con dolor-belleza las leyes del destino (tragedia de los griegos). En contra de eso, los creyentes de Jesús sabemos que Dios mira, atiende, escucha. Dios conoce las necesidades de los hombres y responde a sus llamadas. Frente a un Dios de pura ley que tiene escritos sus caminos de antemano, hemos hallado a un Dios de amor que hace camino con los hombres, sus hijos, sus hermanos. Por eso le invocamos, pidiéndole su ayuda y compañía.
Tampoco creemos como dogma de fe en un tipo nuevo de determinismo científico. Es cierto que las cosas de este mundo, miradas y medidas por la ciencia, se realizan como si Dios no interviniera; la acción de Dios no puede controlarse por parámetros de ciencia, sino en un plano superior de fe, confianza y amor ante el misterio. Por eso, los creyentes saben que Dios ha respondido, aunque no puedan (ni quieran) controlar su intervención con métodos de ciencia.
Petición del hombre y presencia de Dios vienen a ponerse sobre un plano de confianza religiosa; en ese plano, la vida no es destino impersonal, ni tampoco es un capricho de Dios, que siempre actúa de forma imprevisible, ni es efecto de la pura creación del hombre que va haciendo y forjando en lucha tensa su camino. La vida es don de amor y en diálogo de amor viene a desvelarse desde Dios para los hombres. Por eso, el plano de la ciencia (valioso, pero insuficiente) empieza a verse trascendido: por encima de sus límites hallamos al Dios ilimitado, el Dios de gracia y libertad que escucha nuestras peticiones y que actúa con nosotros (por nosotros) en un gesto creativo de vida y existencia.
La oración no es simple gesto de abandono pasivo en el misterio, como parecen suponer algunos tipos de mística oriental: debíamos ponernos ante Dios en pura negación, sin decir, pensar, ni pedir nada; la oración sería pasivismo. Pues bien, esa postura es incompleta: devalúa la relación personal del hombre con Dios, pone entre paréntesis la misma realidad y hondura personal de lo divino. Nosotros entendemos a Dios como persona: habla, escucha, nos responde. Por eso, toda la oración cristiana incluye un elemento de diálogo directo, ilusionado, activo, con el Dios que escucha nuestra voz y nos responde, porque se ha hecho solidario con nosotros.
Evidentemente, Dios no necesita de oración de súplica, entendida como petición que le dirigen los hombres desde el mundo: podía haber quedado quieto y clausurado en su misterio; además, él ya conoce lo que somos y necesitamos, sin que sea preciso que vengamos a su puerta y lo digamos. Dios no necesita esa oración, pero la quiere, como el padre quiere la palabra y colaboración del propio hijo.
Tampoco el hombre necesita de oración en un nivel biológico, científico o sencillamente moralista: hace su vida por sí mismo y no ha de estar pendiente de dioses o demonios. Pero en un sentido más profundo, el hombre sólo encuentra su verdad y plenitud en la oración, es decir, en el encuentro enamorado de unos con otros, allí donde se dan amor pidiendo amor, como personas que son queriendo ser, en manos de un Dios de amor que, en un plano, seca las fuentes y en otro rompe los puentes, haciéndonos así buscadores/sembradores de amor sobre la tierra.